La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson
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En el asiento trasero estaba nuestra única ‘hija,’ una cruza de dálmata y bóxer llamada Lidia. Ella ladró de<br />
emoción o de miedo cuando bajé del auto y le di un beso de despedida a Missi.<br />
‘No me esperes despierta,’ le aseguré. ‘Este día será largo.’<br />
Abrí la puerta de acero, toqué el timbre y esperé a que el manager del estudio me dejara entrar. La primera<br />
cosa que me dio la bienvenida –que le daba la bienvenida a todos los que llegaban al estudio- fue una<br />
jauría de perros, la cual pertenecía al dueño del estudio, Trent Reznor. Ladraron, saltando y peleando el<br />
uno con el otro, y después decidieron que romper a continuación o donde defecar.<br />
‘Parece que este verano todos tienen un perro,’ pensé. ‘Tal vez es porque ellos saben nuestros secretos y,<br />
a pesar de eso, no nos juzgan.’<br />
Me senté en un sofá de cuero negro en el lobby. Una gran pantalla de televisión llenaba el cuarto con la luz<br />
y el ruido del videojuego Alien Trilogy ante el cual Dave Ogilvie, el ingeniero contratado para coproducir el<br />
álbum con Trent Reznor, estaba hincado, como si rezara ante la pantalla. Él era un canadiense de baja<br />
estatura y lentes, del tipo que parecía haber sido golpeado mucho en la escuela, no diferente de Corey<br />
Haim en la película Lucas, pero él también era infantil de una forma que yo encontraba agradable. Mientras<br />
matábamos el tiempo esperando a Trent –él siempre era el último en llegar- hice callar en mi mente a los<br />
extraterrestres y a los perros ladrando, y pensé en el porque estaba aquí y en lo que estaba a punto de<br />
embarcarme. Mis pesadillas aún no se habían ido. De hecho, la mudanza a New Orleans sólo había<br />
incrementado su intensidad, una reacción violenta a la oscura y secreta historia que se arrastraba por el<br />
estómago de la ciudad como una lombriz. La vida era succionada y se pudría. Nada parecía crecer aquí.<br />
Había llegado a aceptar el hecho de que la adquisición de demasiado conocimiento me había llevado a<br />
usar drogas, pero fue a través de ese mismo uso de drogas que había adquirido mi conocimiento. Como<br />
banda, habíamos coincidido en que había terminado la fiesta. No perseguiríamos más drogas o mujeres o<br />
aventuras. Estábamos en New Orleans para trabajar. Quería enfocar mi odio y afilar mi desprecio, incluso<br />
si esos dos sentimientos eran principalmente hacia mí mismo.<br />
Un BMW negro rechinó las llantas en el garage y una puerta se cerró con fuerza, anunciando la llegad de<br />
Trent, quien entró en la habitación, saludando con la cabeza a mí y a Dave como hacen los hombres en los<br />
centros comerciales o en los semáforos mientras entraba en la cocina. El resto de la banda pronto llegó al<br />
estudio y comenzaron a preparar su equipo: Twiggy Ramirez, un niño travieso e incansable en el cuerpo de<br />
un psicópata silencioso; Daisy Berkowitz, un proveedor de sobras de comida, equipo y chicas; Ginger Fish,<br />
el más callado y peligroso de todos nosotros, una bomba de tiempo cautelosamente esperando una<br />
explosión cataclísmica; y Pogo, un genio demasiado loco para usar su inteligencia en una forma<br />
constructiva. Él siempre me recordó al profesor de Gilligan’s Island: era suficientemente inteligente para<br />
construir una televisión hecha de cocos, pero nunca pudo arreglar el bote para llevar a todos a casa. Si lo<br />
retábamos, Pogo hacía todo alegremente, incluso beber su propia orina; sin embargo, caía herido de<br />
muerte si alguien hacia algo tan minúsculo como poner mayonesa en su comida.<br />
Mientras Trent y Dave jugaban videojuegos, nos sentamos a mirarnos el uno al otro. Teníamos tantas<br />
ideas, y tanto en riesgo, que no sabíamos dónde comenzar. Sólo Daisy habló. Estaba emocionado y<br />
agitado porque pensaba que finalmente había entendido el álbum, el cual explicó como un musical sobre<br />
Jesucristo yendo en una gira de rock. Incluso trajo una cinta demo con seis canciones que había grabado,<br />
pero su concepto no podía estar más lejos de la terrible verdad. El escucharlo sólo nos deprimió más.<br />
Salí del cuarto y subí la escalera de caracol –lo suficientemente espaciosa para poder subir los ataúdes<br />
que una vez fueron transportados en este antigua casa de embalsamadores- hacia la oficina y levanté el<br />
teléfono. Sabía el número de Casey de memoria: lo había marcado tanto la última vez que estuvimos en<br />
New Orleans. Antes de tener tiempo de enrollar un billete de veinte dólares, Casey ya había llegado, una<br />
sanguijuela que vendía drogas no para obtener ganancias sino porque quería andar con músicos y<br />
celebridades. Algunas personas se vuelven roadies o escritores para lograr esta misma meta: Casey<br />
simplemente se había vuelto traficante. Las paredes del apartamento de Casey estaban decoradas con<br />
discos de platino y de oro, cada uno testamento de la adicción y desesperación de una estrella de rock<br />
diferente que había cambiado su trofeo por narcóticos.<br />
Casey cortó una larga línea sobre el escritorio de imitación de madera de la oficina y me invitó a servirme<br />
por mí mismo. Llamé a Twiggy para que se me uniera. No iba a hacer esto solo, y sentía que tal vez<br />
deberíamos celebrar nuestra reunión en New Orleans. El inhalarla también parecía una forma de<br />
contrarrestar la inseguridad y la intimidación de embarcarse en un gran proyecto, una excusa que serviría