La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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juliocosdrums
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03.10.2012 Views

antes, accedí, haciéndole un tatuaje temporal en forma de estrella. Pasó la totalidad del show a un lado del escenario, sangrando y tratando de poner Whiskey en nuestras gargantas cada vez que pasábamos. Era el tipo de conducta que esperaríamos de él. Después, fuimos a una fiesta en el cuarto de hotel de Wiggins en Sunset Boulevard. Todo el asiento del baño estaba cubierto de cocaína y el cuarto estaba lleno de pretenciosos tipos de Los Angeles que entraban diciendo que conocían a alguien famoso. Al mismo tiempo tomaban nota para después entrar a otra fiesta otra noche diciendo que conocían a Marilyn Manson. Se nos terminó la cerveza, lo cual resultó en una infructífera expedición al supermercado de Ralph que tuvo algo que ver con Wiggins ofreciendo quinientos dólares a varios policías para que le compraran cerveza. De regreso en el hotel, le donó el dinero a Twiggy y todo estuvo bien de nuevo- hasta que se nos terminaron las drogas. Toda la noche, Twiggy y yo no habíamos querido nada más que hacer que estos tipos ricos de L.A. fumaran los huesos de Freddy como si fueran la última marca de cigarrillos franceses. Ahora era nuestra oportunidad. Tomamos una de las costillas de Freddy, le cortamos algunos pedazos y los pusimos en una pipa. La encendimos y cada uno dio una fumada, dejando que nuestros pulmones se llenaran de los humos de un cadáver desconocido. Aunque el cuarto pronto se llenó de las peste de un cadáver quemado, convencimos a dos chicas molestas de que lo intentaran. Ambas vomitaron y salieron de la habitación, que era lo que queríamos en primer lugar. Twiggy terminó su noche vomitando en el baño; yo terminé la mía soñando que era poseído por un viejo ministro bautista de la Louisiana de fin de siglo. En retrospectiva, la experiencia no fue ni cercanamente tan mala como algunas experiencias que había tenido con drogas normales. Cuando estábamos con Nine Inch Nails, un poco antes del incidente de fumar huesos, me ofrecieron uno de los pocos narcóticos que nunca antes había probado: hongos. Pogo, Twiggy, la mayor parte de Nine Inch Nails y yo ingerimos varias cápsulas y salimos a un lugar llamado Mars Bar. Se supone que estaba cerca, pero el viaje duró una hora. En el camino, bebimos varias latas de Budwiser. Pero sin importar cuantas bebiéramos, no pudimos vaciar una sola lata. O alguien en Budwiser era un genio o los hongos estaban haciendo efecto. Mars Bar era exactamente el lugar incorrecto para estar en nuestro estado mental. Era un siniestro centro comercial abandonado en el frente, y la única forma de llegar ahí era tomar un tambaleante elevador inundado de luz negra. A alguien se le ocurrió la terrible idea de jugar ’molécula,’ y comenzó a girar y a chocar con todos. Una de las personas con las que estábamos era Bill Kennedy, un notable productor de heavy metal, y al momento de chocar conmigo se convirtió en un demonio con cabello llameante, cáscaras de maíz en vez de dientes y serpientes enredadas alrededor de su cintura. Cuando reía, colillas de cigarro volaban hacia dentro y hacia fuera de su boca como palomitas rebotando en una olla. Era una pesadilla, y me recordó demasiado tarde porqué no debo tomar drogar psicodélicas. Cuando la puerta del ascensor finalmente se abrió. Lo hizo en un cuarto lleno de esqueletos cafés. Todo mundo era delgado y bronceado y, bajo las luces negras, se veían de un color café sobrenatural. Todos los muebles eran demasiado pequeños como salidos de Alice in Wonderland. Y la música seguía cambiando: Las canciones que ponían tenían nuevas secciones que yo nunca había oído, o todo lo que yo podía oír era el platillo de contratiempo. Fuimos llevados por el personal del club hacia una mezcla de jaula y zoológico para acariciar, donde todos podían vernos y meter sus manos y tocarnos. No había nada que hacer ahí mas que sentarse y ser observado. Me estaba volviendo loco. Miré a Pogo y tenía una luz roja brillando justo sobre él como si estuviera a punto de ser raptado por extraterrestres. ‘¿Estás bien?’ pregunté. Él sólo sonrió y respondió, ‘Voy a matar a alguien.’ Y lo dijo en serio, lo cual me aterrorizó. Una salida me fue conveniente y temporalmente suministrada cuando un tipo de apariencia amistosa se acercó y dijo que me conocía. Lo recordé vagamente como barman en el Reunion Room, donde habíamos tocado algunos de nuestros primeros shows. ‘Este es mi club,’ dijo. ‘Yo soy el dueño de este lugar.’ ‘Grandioso,’ contesté. ‘¿Hay algún lugar al que puedas llevarme para sacarme de aquí? Me estoy volviendo loco.’ Me llevó a la parte trasera del club y abrió la puerta de un cuarto gigante. Entré y él me siguió, cerrando la puerta detrás de él. ‘Sabes,’ dijo, ‘tú salías con una de mis ex novias.’ Fue una cosa cruel para una persona en mi precario estado mental. Me sentí acorralado. Traté de apagarlo y miré en las escaleras, desde las cuales grotescas gárgolas me miraban amenazadoramente. Traté de pensar en algo más, y todo lo que pude imaginar fue que probablemente Pogo estaba matando a alguien

en ese momento, y que yo iba a tener que hablar con la policía. No me importaba a quien estaba matando ni si lo iban a freír por eso; tan sólo no quería enfrentar a la policía mientras estaba bajo el efecto de los hongos. De pronto, la puerta del cuarto se abrió y una docena de personas que me habían estado buscando por todo el club entraron. ‘¿Estás bien?’ preguntó alguien, preocupado. Yo no podía hablar. Estaba asustado, estaba confundido, tenía que orinar, tenía que cagar, tenía que hacer algo. Twiggy estaba con ellos, pero todo lo que podía hacer era balbucear acerca de robar un bote salvavidas y escapar hacia el puerto. Huí hacia otra habitación y encontré un cuarto bajo las escaleras que, por alguna razón, estaba llena de almohadas. Me recosté sobre ellas y disfruté la soledad. Podía oír a todo mundo afuera, particularmente a Twiggy, quien trataba de saltar al agua en busca de un bote salvavidas. Me preocupaba que se ahogara y que entonces tendría que hablar con la policía. Esa era mi mayor preocupación: no me importaba quien muriera. Tan sólo no quería lidiar con la policía y tener que decirles que estaba drogado. Cuando el sol salió, comencé a recobrar la lucidez. Salí hacia la húmeda y cálida mañana y como catorce de nosotros nos amontonamos en una minivan construida para diez personas. En el camino a casa, Trent sugirió que nos detuviéramos en McDonald’s, donde ordenó suficientes McMuffins, papas, jugos de naranja, refrescos, cafés y salsas para alimentar a toda la penitenciaría de Jacksonville. Antes de que tuviéramos tiempo de comer, Trent, quien como yo es un revoltoso, le lanzó una papa masticada a Twiggy. Limpiándose la papa del rostro, Twiggy tomó un McMuffin de huevo, lo hizo pedazos y se lo lanzó a Trent trozo a trozo. Pronto, carne, huevos, pan, salsa y trozos de comida en varios estados de digestión estaban siendo lanzados y escupidos por todo el vehículo. Era una McGuerra total, pero con catsup en lugar de sangre por todos lados. Mientras tanto, el auto cambiaba incesantemente de carril a carril ya que nuestro conductor, quien estaba sobrio, trataba de evitar salirse del camino. Si Trent busca problemas, Twiggy los incrementa, siempre añadiendo una capa extra de malicia, imprudencia o decadencia a una situación. Vomitó sobre su regazo varias veces. Robin, el guitarrista de Nine Inch Nails cuyo pene yo había chupado en el escenario, estaba sentado junto a él. Él hizo lo que cualquiera en su situación habría hecho: tomó el vómito y me lo lanzó. Yo lo lancé a alguien mas, y pronto ya no estábamos a la mitad de una guerra de comida, sino en una de postcomida. Twiggy en este punto estaba realmente vomitando en las manos de Robin, quien compartía su riqueza con el resto de nosotros. Para cuando regresamos al hotel, aquellos de nosotros que no habían vomitado estaban listos para hacerlo. En gran parte a costa de las regalías de Head Like a Hole, dejamos que el contenido de la camioneta se cocinara y secara bajo el sol. La primera cosa que vimos al bajar fue un drag queen saliendo de un club, un Mr. Clean negro, calvo, con tutú y guantes dorados. ‘Hola, Mr. Queen,’ dijo alguien, y lo invitó a nuestro cuarto a tomar drogas con nosotros. Una vez dentro, lo primero que hice fue llamar a Missi, quien había decidido salir conmigo de nuevo. Las relaciones nunca terminan limpiamente. Como un jarrón caro, se rompen y son pegadas de nuevo, rotos y pegados, rotos y pegados hasta que las piezas no vuelven a encajar. Estaba cubierto de papas y vómito, tenía una bolsa de huesos bajo la cama, tenía un muñeco de Huggy Bear sobre la mesa lleno de cocaína, y recién había llegado a la conclusión de que no me importaba si alguien a quien conociera moría mientras que yo no tuviera que lidiar con ello. Encima de todo eso, había un travesti con tutú fumando crack sobre la cama junto a mí. No le dije a Missi todo eso. Sólo le dije que me estaba volviendo loco. ‘¿Sabes qué?’ respondió. ‘Debes reflexionar sobre la forma en que estás viviendo tu vida.’ Esa era la última cosa que quería oír en ese momento en particular. Conociendo a los Fans El filete es el corazón de la carne, es la carne en su estado puro; y cualquiera que lo ingiera asimila una fuerza como la de un toro. El prestigio de la carne evidentemente se deriva de su cuasicrudeza. En él, la sangre el visible, natural, densa y compacta. Uno puede bien imaginar la ambrosía de los antiguos como esta especie de sustancia pesada la cual desaparece bajo los dientes en tal forma que hace a uno conciente al mismo tiempo de su fuerza original y de su aptitud para fluir en la sangre misma del hombre.

antes, accedí, haciéndole un tatuaje temporal en forma de estrella. Pasó la totalidad del show a un lado del<br />

escenario, sangrando y tratando de poner Whiskey en nuestras gargantas cada vez que pasábamos. Era el<br />

tipo de conducta que esperaríamos de él.<br />

Después, fuimos a una fiesta en el cuarto de hotel de Wiggins en Sunset Boulevard. Todo el asiento del<br />

baño estaba cubierto de cocaína y el cuarto estaba lleno de pretenciosos tipos de Los Angeles que<br />

entraban diciendo que conocían a alguien famoso. Al mismo tiempo tomaban nota para después entrar a<br />

otra fiesta otra noche diciendo que conocían a Marilyn Manson.<br />

Se nos terminó la cerveza, lo cual resultó en una infructífera expedición al supermercado de Ralph que<br />

tuvo algo que ver con Wiggins ofreciendo quinientos dólares a varios policías para que le compraran<br />

cerveza. De regreso en el hotel, le donó el dinero a Twiggy y todo estuvo bien de nuevo- hasta que se nos<br />

terminaron las drogas. Toda la noche, Twiggy y yo no habíamos querido nada más que hacer que estos<br />

tipos ricos de L.A. fumaran los huesos de Freddy como si fueran la última marca de cigarrillos franceses.<br />

Ahora era nuestra oportunidad. Tomamos una de las costillas de Freddy, le cortamos algunos pedazos y<br />

los pusimos en una pipa. La encendimos y cada uno dio una fumada, dejando que nuestros pulmones se<br />

llenaran de los humos de un cadáver desconocido. Aunque el cuarto pronto se llenó de las peste de un<br />

cadáver quemado, convencimos a dos chicas molestas de que lo intentaran. Ambas vomitaron y salieron<br />

de la habitación, que era lo que queríamos en primer lugar. Twiggy terminó su noche vomitando en el<br />

baño; yo terminé la mía soñando que era poseído por un viejo ministro bautista de la Louisiana de fin de<br />

siglo.<br />

En retrospectiva, la experiencia no fue ni cercanamente tan mala como algunas experiencias que había<br />

tenido con drogas normales. Cuando estábamos con Nine Inch Nails, un poco antes del incidente de fumar<br />

huesos, me ofrecieron uno de los pocos narcóticos que nunca antes había probado: hongos. Pogo, Twiggy,<br />

la mayor parte de Nine Inch Nails y yo ingerimos varias cápsulas y salimos a un lugar llamado Mars Bar.<br />

Se supone que estaba cerca, pero el viaje duró una hora. En el camino, bebimos varias latas de Budwiser.<br />

Pero sin importar cuantas bebiéramos, no pudimos vaciar una sola lata. O alguien en Budwiser era un<br />

genio o los hongos estaban haciendo efecto.<br />

Mars Bar era exactamente el lugar incorrecto para estar en nuestro estado mental. Era un siniestro centro<br />

comercial abandonado en el frente, y la única forma de llegar ahí era tomar un tambaleante elevador<br />

inundado de luz negra. A alguien se le ocurrió la terrible idea de jugar ’molécula,’ y comenzó a girar y a<br />

chocar con todos. Una de las personas con las que estábamos era Bill Kennedy, un notable productor de<br />

heavy metal, y al momento de chocar conmigo se convirtió en un demonio con cabello llameante, cáscaras<br />

de maíz en vez de dientes y serpientes enredadas alrededor de su cintura. Cuando reía, colillas de cigarro<br />

volaban hacia dentro y hacia fuera de su boca como palomitas rebotando en una olla. Era una pesadilla, y<br />

me recordó demasiado tarde porqué no debo tomar drogar psicodélicas.<br />

Cuando la puerta del ascensor finalmente se abrió. Lo hizo en un cuarto lleno de esqueletos cafés. Todo<br />

mundo era delgado y bronceado y, bajo las luces negras, se veían de un color café sobrenatural. Todos los<br />

muebles eran demasiado pequeños como salidos de Alice in Wonderland. Y la música seguía cambiando:<br />

Las canciones que ponían tenían nuevas secciones que yo nunca había oído, o todo lo que yo podía oír<br />

era el platillo de contratiempo. Fuimos llevados por el personal del club hacia una mezcla de jaula y<br />

zoológico para acariciar, donde todos podían vernos y meter sus manos y tocarnos. No había nada que<br />

hacer ahí mas que sentarse y ser observado. Me estaba volviendo loco. Miré a Pogo y tenía una luz roja<br />

brillando justo sobre él como si estuviera a punto de ser raptado por extraterrestres. ‘¿Estás bien?’<br />

pregunté. Él sólo sonrió y respondió, ‘Voy a matar a alguien.’ Y lo dijo en serio, lo cual me aterrorizó.<br />

Una salida me fue conveniente y temporalmente suministrada cuando un tipo de apariencia amistosa se<br />

acercó y dijo que me conocía. Lo recordé vagamente como barman en el Reunion Room, donde habíamos<br />

tocado algunos de nuestros primeros shows. ‘Este es mi club,’ dijo. ‘Yo soy el dueño de este lugar.’<br />

‘Grandioso,’ contesté. ‘¿Hay algún lugar al que puedas llevarme para sacarme de aquí? Me estoy<br />

volviendo loco.’<br />

Me llevó a la parte trasera del club y abrió la puerta de un cuarto gigante. Entré y él me siguió, cerrando la<br />

puerta detrás de él. ‘Sabes,’ dijo, ‘tú salías con una de mis ex novias.’<br />

Fue una cosa cruel para una persona en mi precario estado mental. Me sentí acorralado. Traté de apagarlo<br />

y miré en las escaleras, desde las cuales grotescas gárgolas me miraban amenazadoramente. Traté de<br />

pensar en algo más, y todo lo que pude imaginar fue que probablemente Pogo estaba matando a alguien

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