La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson
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moral. No importaba en donde estuviera ni a que hora –mientras más pequeña fuera la ciudad y menos<br />
propicio el momento, mejor- Tony Wiggins lograba succionar la suciedad, corrupción y decadencia de las<br />
calles y traerla hacia nosotros.<br />
Conocimos a Tony Wiggins en el momento justo, cuando estábamos débiles y vulnerables. Ese primer año<br />
de gira había cobrado su cuota, no sólo en cuanto a nuestra salud y cordura sino también en cuanto a<br />
nuestra amistad y nuestras relaciones. En ese entonces, todos nuestros sencillos habían fallado, nuestra<br />
música no se tocaba en la radio y nadie nos conocía excepto por un pequeño grupo de seguidores de Nine<br />
Inch Nails y unos cuantos fenómenos. Teníamos un nuevo baterista, Ginger Fish, y estábamos listos para<br />
regresar al estudio, intentarlo una vez más y, si nuestros próximos sencillos fallaban, ver si Collapsing<br />
Lungs necesitaba coristas. No queríamos ser una banda underground por toda la vida. Sabíamos que<br />
éramos mejor que eso.<br />
Pero, justo cuando estábamos preparándonos para grabar nuevas canciones en New Orleans, fuimos<br />
invitados a unirnos al tour Spring 1995 de Danzing como grupo abridor. Era una invitación que no pudimos<br />
rehusar porque el sello disquero consideró que era una gran oportunidad para promover Portrait of an<br />
American Family, un álbum que, hasta donde nos importaba, estaba muerto. Así que comenzamos la gira<br />
de mala gana, resentidos y molestos. El hecho de que en nuestro show de práctica una chica me dio crack<br />
(diciéndome que era cocaína) no ayudó en lo más mínimo. Vomité durante todo el show y no pude dormir<br />
durante todo el viaje en autobús hacía nuestro primer show con Danzing en San Francisco.<br />
Salí al escenario esa noche usando una bata de hospital mental, un suspensorio negro y botas. Mis ojos<br />
estaban rojos y vidriosos a causa de mis tres noches sin dormir. Inmediatamente, sentí algo duro y frío<br />
golpear mi rostro. Pensé que era el micrófono, pero cayó al piso y se rompió, enviando astillas de vidrio<br />
que se clavaron en mi pierna. Era una botella que venía del público. Para la segunda canción había<br />
botellas y basura sobre todo el escenario y un musculoso tipo con tatuajes me retaba a una pelea. Estaba<br />
tan furioso en ese momento que tomé una botella de cerveza del piso, la estrellé en la batería y detuve la<br />
canción. “Si quieres pelear conmigo sube al escenario, pendejo,” grité. Entonces tomé la botella rota y la<br />
clavé en un lado de mi pecho, arrastrándola a través de mi piel hasta que llegó al otro lado creando una de<br />
las más profundas y grandes cicatrices sobre la telaraña que ahora es mi torso.<br />
Escurriendo de sangre, me lancé entre el público y aterricé sobre el tipo musculoso. Cuando los de<br />
seguridad me regresaron al escenario, estaba completamente desnudo y casi todos en primera fila estaban<br />
manchados de mi sangre. Tomé el pedestal del micrófono y lo lancé atravesando el bombo de Ginger,<br />
destruyéndolo. Él me miró, molesto y confundido –era su segundo concierto con nosotros desde que había<br />
remplazado a Freddy the Wheel- pero rápidamente comprendió, atravesando su tarola de un puñetazo.<br />
Twiggy levantó su bajo sobre su cabeza y lo estrelló en el monitor. Daisy levantó su guitarra y la dejó caer<br />
sobre su pie. Destruimos todo lo que había en el escenario excepto a nosotros mismos.<br />
Cuando salíamos después de un show de catorce minutos, pasamos junto a Glenn Danzing, quien mide<br />
casi la mitad de mi tamaño (aunque con diez veces mi masa muscular). Le sonreí maliciosamente, como<br />
diciendo, “tú nos trajiste, ahora vas a pagar por ello.”<br />
No queríamos estar en el escenario tocando música. Así que no lo hicimos ninguna noche. Los shows<br />
continuaron siendo pequeñas demostraciones de brutalidad y nihilismo, y el mapa en mi pecho comenzaba<br />
a expandirse con cicatrices, rasguños y ampollas. Todos éramos miserables, exhaustos, contenedores<br />
vacíos, autómatas vueltos locos. Pero justo cuando incluso nuestra propia violencia comenzaba a<br />
aburrirnos y yo estaba sumido en la cueva de la tristeza porque Missi había llamado y dijo que quería<br />
terminar nuestra relación –la primera relación que había significado algo para mí- por que yo nunca estaba<br />
ahí, conocimos a Tony Wiggins.<br />
Emergió del autobús de Danzing vestido con jeans negros, playera negra y lentes oscuros. Se veía como<br />
alguien que te golpearía sin piedad y luego te pediría disculpas. Le hice un cumplido por sus lentes. Él se<br />
los quitó, y sin siquiera dudarlo, dijo, “Toma, son tuyos.”<br />
Desde ese día, ya no estábamos de gira con Danzing. Estábamos de gira con Tony Wiggins, su chofer.<br />
Cada mañana tocaba la puerta de nuestro autobús o de nuestra habitación de hotel y nos despertaba con<br />
una botella de Jagermeister y un puñado de drogas. Cuando su cabello estaba atado en una cola de<br />
caballo, lo cual era raro, significaba que estaba haciendo su trabajo manejado el autobús de Danzing.<br />
Cuando su cabello estaba suelto, él estaba con nosotros, asegurándose de que nuestra autodestrucción no<br />
se limitara al escenario. Una noche en un hotel barato y decrépito de Norfolk, Virginia, él entró al cuarto,<br />
puso unas cuantas líneas en el piso cubierto de suciedad y polvo para matar cucarachas y las inhaló.