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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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descuidada podadora de césped tratando de arrancar. Pero viniendo de un ser humano, era un sonido<br />

monstruoso.<br />

Después de que pasaron diez incómodos minutos, una voz llamó desde arriba de las escaleras. “¡Por el<br />

amor de Dios!” Era mi abuela, y evidentemente había estado gritando por algún tiempo. El tren se detuvo,<br />

los pies se detuvieron. “Jack, ¿qué estás haciendo ahí?” gritó.<br />

Mi abuelo le ladró a través de su traqueotomía, molesto. “Jack, ¿puedes ir a Heinie’s?, se nos terminó el<br />

refresco de nuevo.”<br />

Mi abuelo ladró de nuevo, esta vez aún más molesto. Permaneció inmóvil por un momento, como<br />

decidiendo si ayudarla o no. Entonces lentamente se levanto. Estábamos a salvo, por el momento.<br />

Después de ocultar lo mejor que pudimos el daño que habíamos hecho al cajón de la mesa de trabajo,<br />

Chad y yo corrimos escaleras arriba y hacia el pasillo, donde Chad y yo guardábamos nuestros juguetes.<br />

Juguetes que en este caso eran un par de pistolas de municiones. Además de espiar a mi abuelo, la casa<br />

tenía otras dos atracciones: el bosque cercano, donde nos gustaba dispara a los animales, y las chicas del<br />

vecindario, con las cuales intentábamos tener sexo pero nunca tuvimos éxito hasta mucho después.<br />

A veces íbamos al parque de la ciudad justo pasando el bosque y disparábamos a los niños pequeños que<br />

jugaban foot ball. Hasta el día de hoy, Chad aún tiene una munición alojada bajo la piel del pecho, por que<br />

cuando no encontrábamos ningún otro blanco nos disparábamos entre nosotros. Esta vez, nos mantuvimos<br />

cerca de la casa y tratamos de derribar pájaros de los árboles. Era malévolo, pero éramos jóvenes y no<br />

nos importaba. Esa tarde buscaba sangre y, desafortunadamente, un conejo blanco se cruzó en nuestro<br />

camino. La emoción de dispararle era inconmensurable, pero entonces fui a examinar el daño. Aún estaba<br />

vivo y la sangre manaba de su ojo, empapando su blanco pelaje. Su boca se abría y cerraba lentamente,<br />

tomando aire en un último y desesperado intento de vivir. Por primera vez, me sentí mal por un animal al<br />

cual le había disparado. Tomé una gran roca plana y terminé su sufrimiento con un sonoro y rápido golpe.<br />

Estaba a punto de aprender una lección aún mas dura en sobre matar animales.<br />

Corrimos de regreso a la casa, donde mis padres estaban esperándonos afuera en un Cadillac Coupe de<br />

Ville café, la alegría y orgullo de mi padre desde que se asentó en un trabajo como gerente en una tienda<br />

de alfombras. Él nunca entraba a la casa a buscarme a menos que fuera absolutamente inevitable, y<br />

raramente hablaba con sus padres. Usualmente sólo esperaba afuera intranquilamente, como si temiera<br />

revivir lo que sea que haya experimentado de niño en esa casa.<br />

Nuestro departamento Duplex, tan sólo a unos minutos de distancia, no era menos claustrofóbico que la<br />

casa del abuelo y la abuela Warner. En vez de dejar su casa cuando se casó, mi madre trajo la casa de<br />

sus padres a Canton, Ohio. Así que ellos, los Wyer (mi madre nació como Barb Wyer), vivían en la puerta<br />

de al lado. Gente buena de campo (mi padre los llamaba campiranos) de West Virginia, su padre era<br />

mecánico y su madre una obesa ama de casa cuyos padres solían encerrar en el closet.<br />

Chad cayó enfermo, así que no fui a casa de los padres de mi padre por alrededor de una semana.<br />

Aunque estaba asqueado y asustado, mi curiosidad sobre mi abuelo y su depravación aún no había sido<br />

satisfecha. Para matar el tiempo mientras esperaba a reanudar la investigación, jugaba en nuestro patio<br />

trasero con Aleusha, quien de alguna forma era mi única amiga verdadera además de Chad. Aleusha era<br />

una perra Alaska del tamaño de un lobo y reconocible por sus ojos de distinto color: uno era verde, el otro<br />

era azul. El jugar en casa, sin embargo, venía acompañado de su propio conjunto de paranoias, ya que mi<br />

vecino, Mark, había regresado a casa de la escuela militar para el día de gracias.<br />

Mark era un muchacho gordinflón con un rubio y grasoso peinado de hongo, pero yo lo respetaba porque él<br />

era tres años mayor que yo y mucho más loco. A menudo lo veía en su patio trasero lanzándole rocas a su<br />

pastor alemán o metiéndole varas por el trasero. Empezamos a andar juntos cuando yo tenía ocho o nueve<br />

años, principalmente porque él tenía televisión por cable y a mí me gustaba ver Flipper. El cuarto de la<br />

televisión estaba en el sótano, donde también había un pequeño elevador para la ropa sucia. Después de<br />

ver Flipper, Mark inventaba juegos como “prisión,” el cual consistía en meterse dentro del elevador y<br />

pretender que estábamos en prisión. Ésta no era una prisión ordinaria: lo guardias eran tan estrictos que<br />

no dejaban a los prisioneros tener nada, ni siquiera ropa. Ya que estábamos desnudos en el elevador,<br />

Mark tocaba mi piel con sus manos y trataba de apretar y acariciar mi pene. Después de que esto paso<br />

algunas veces, eché a llorar y le dije a mi madre. Ella fue directo con sus padres, quienes, aunque me<br />

llamaron mentiroso, pronto lo mandaron a una escuela militar. Desde entonces, nuestras familias se<br />

volvieron grandes enemigas, y yo siempre sentí que Mark me culpaba de ser un soplón y de haber

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