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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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No importaba a que hora me llamara el doctor ni a que lugar me invocara, yo planeaba estar ahí. Yo lo<br />

admiraba y respetaba. Teníamos muchas cosas en común: ambos teníamos experiencia como artistas<br />

extravagantes, habíamos puesto maldiciones exitosamente a otras personas, estudiamos criminología y a<br />

los asesinos seriales, encontramos un espíritu similar en los escritos de Nietzsche, y habíamos construido<br />

una filosofía en contra de la represión y a favor del no conformismo. En pocas palabras, ambos habíamos<br />

dedicado la mejor parte de nuestras vidas a echar abajo el cristianismo con el peso de su propia<br />

hipocresía, y como resultado habíamos sido usados como chivos expiatorios para justificar la existencia del<br />

cristianismo.<br />

“Oh,” añadió la mujer antes de colgar. “Asegúrese de venir solo.”<br />

El doctor era el nombre preferido de Anton Szandor LaVey, fundador y alto sacerdote de la Iglesia de<br />

Satanás. Lo que casi todos en mi vida –desde John Crowell hasta Ms. Price- habían malentendido acerca<br />

del satanismo es que no se trata de sacrificios rituales, profanar tumbas o adorar al diablo. El diablo no<br />

existe. El satanismo se trata de adorarte a tí mismo, porque tú eres responsable de tu propio bien y mal. La<br />

guerra del cristianismo contra el demonio siempre ha sido una guerra del hombre contra sus instintos más<br />

naturales –el sexo, la violencia, la autogratificación- y la negación de la pertenencia del hombre al reino<br />

animal. La idea del cielo es tan sólo la forma cristiana de crear un infierno en la Tierra.<br />

No soy y nunca he sido un vocero del satanismo. Es simplemente una parte de mis creencias, junto con el<br />

Dr. Seuss, Dr. Hook, Nietzsche y la Biblia, en la cual también creo. Sólo que tengo mi propia interpretación.<br />

Esa noche en San Francisco, no le dije a nadie a donde iba. Tomé un taxi hasta la casa de LaVey en una<br />

de las calles más transitadas de la ciudad. Vivía en una edificio negro común y corriente rodeado por una<br />

elevada barda de alambre de púas. Después de pagarle al taxista, caminé hasta la puerta y noté que no<br />

había ningún timbre. Mientras consideraba dar vuelta y regresar, la puerta se abrió con un rechinido.<br />

Estaba tan nervioso como emocionado, porque, a diferencia de la mayoría de las experiencias en las que<br />

conoces a alguien que idolatras, yo sabía que esta no me defraudaría.<br />

Tímidamente entré a la casa y no vi a nadie hasta que estaba mitad de las escaleras. Un hombre gordo de<br />

traje con un mechón de cabello negro grasoso cubriéndole la calva estaba de pie en la parte superior. Sin<br />

decir una palabra, me hizo un ademán para que lo siguiera. En todas la veces que visité la casa de LaVey,<br />

el hombre gordo nunca se presentó ni habló.<br />

Me condujo a un pasillo y cerró tras de sí una pesada puerta, que bloqueaba la luz completamente. Ni<br />

siquiera podía ver al hombre gordo para seguirlo. Cuando comenzaba a sentir pánico, me tomó del brazo y<br />

me jaló el resto del camino. Cuando dábamos vuelta por el corredor, mi cadera chocó con la perilla de una<br />

puerta, haciendo que girara brevemente. Furioso, el hombre gordo me alojó de ella de un tirón. Cualquier<br />

cosa que se encontrara tras de ella estaba prohibida para las visitas.<br />

Finalmente abrió una puerta, y me dejó solo en un estudio apenas iluminado. Junto a la puerta había un<br />

retrato generosamente detallado de LaVey de pie junto al león que tenía como mascota. La pared opuesta<br />

estaba cubierta de libros –una mezcla de biografías de Hitler y Stalin, horror de Bram Stoker y Mary<br />

Shelley, filosofía de Nietzsche y Hegel y manuales de hipnosis y control mental. La mayoría del espacio<br />

estaba ocupado por un sofá, sobre el cual colgaban varias pinturas macabras que parecían haber sido<br />

tomadas de Night Gallery de Rod Serling. Las cosas más extrañas en la habitación eran la cuna gigante en<br />

la esquina y la televisión, la cual parecía fuera de lugar, un artículo de consumismo desechable en un<br />

mundo de meditación y desprecio.<br />

A algunas personas les parecería cursi. Para otras sería atemorizante. Para mi, era emocionante. Varios<br />

años atrás había leído la biografía de LaVey escrita por Blanche Barton y me impresionó lo inteligente que<br />

parecía. (En retrospectiva, creo que el libro pudo haber sido un poco predispuesto ya que la autora también<br />

es la madre de uno de sus hijos.) Todo el poder que LaVey tenía lo había ganado gracias al miedo –el<br />

miedo del público a una palabra: Satanás. Al decir a la gente que era satanista, LaVey se convirtió en<br />

Satanás en sus ojos- lo cual no es muy diferente a mi actitud al convertirme en una estrella de rock. “Uno<br />

odia lo que teme,” había escrito LaVey. “He adquirido poder sin ningún esfuerzo consciente, sólo siendo.”<br />

Esas líneas pudieron fácilmente haber sido algo que yo hubiera escrito. Igual de importante, el humor, el<br />

cual no tiene lugar en el cristianismo, es esencial en el satanismo como una reacción válida a un mundo<br />

grotesco y deformado dominado por una raza de cretinos.<br />

LaVey había sido acusado de Nazi y de racista, pero de lo que se trataba en realidad era de elitismo, el<br />

cual es el principio básico detrás de la misantropía. De alguna forma, su elitismo intelectual (y el mío) es en

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