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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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Nuestro primer show fue en Churchill’s Hideaway en Miami. Veinte personas asistieron, aunque ahora que<br />

somos famosos al menos veintiuna dicen haber estado ahí. Brian el peluquero gordo (rebautizado de<br />

acuerdo a nuestra combinación de estrella-asesino serial como Olivia Newton Bundy) tocó el bajo; Perry el<br />

cara de acné (quien se rebautizó a sí mismo como Zsa Zsa Speck) tocó los teclados; y Scott el fascista<br />

dueño de la grabadora de cuatro tracks (Daisy Berkowitz) tocó la guitarra. Usamos la caja de ritmos<br />

Yamaha RX-8 de Scott (la cual, como Scott, nos dejaría un día, aunque de la caja de ritmos nunca más se<br />

volvió a oír).<br />

Siendo demasiado literal, usé una playera de Marilyn Monroe, pero le añadí una swástica al estilo Manson<br />

sobre la frente. Pequeñas gotas de sangre traspasaron la playera, manchando el ojo izquierdo de Marilyn,<br />

resultado de haberme hecho remover recientemente un lunar potencialmente canceroso de debajo de mi<br />

pezón en el mismo punto en que Jesús fue herido por la lanza. Aunque el doctor me advirtió que no tocara<br />

el área alrededor de la incisión, tan pronto como regresé a casa me estiré la piel tan fuerte como pude.<br />

Séptimo círculo: Los Violentos – Contra Sí Mismos<br />

Los resultados fueron mis primeros nuevos pasatiempos como Marilyn Manson: automutilación y<br />

modificación corporal, la cual perseguiría más adelante con ayuda de un cirujano plástico, quien recorto los<br />

colgantes lóbulos de mis orejas a tamaño humano.<br />

El escenario en Churchill’s consistía de varias piezas de contrachapado colocadas sobre columnas de<br />

tabiques. Y el sistema de sonido era básicamente un par de audífonos separados por la mitad y pegados<br />

con cinta adhesiva a ambos lados del escenario. Abrimos con uno de mis poemas favoritos, The<br />

Telephone.<br />

“Soy despertado por el incesante timbre del teléfono,” comencé, mi graznido se convertía en un rugido<br />

mientras me preguntaba si había suficiente caos sobre el escenario para mantener la atención del público.<br />

“Aún tengo sueños cuajados en las esquinas de mis ojos y mi boca está seca y sabe a mierda.<br />

“De nuevo, el timbre. Lentamente me levanto de la cama. Los restos de una erección aún se consumen en<br />

mis calzoncillos como un huésped molesto.<br />

“De nuevo el timbre. Cuidadosamente, me escabullo hasta el baño como no queriendo mostrar mi hombría<br />

a nadie. Ahí, realizo los mecánicos gestos faciales, que siempre parecen preceder mi diaria contribución a<br />

la una vez azul agua del retrete que siempre disfruto convertir en verde.<br />

“De nuevo el timbre. Me sacudo dos veces como la mayoría, y me siento molesto por el pequeño goteo<br />

que siempre parece quedar, causando una pequeña acritud de humedad en el frente de mi ropa interior.<br />

Lentamente, lánguidamente, perezosamente, locamente me tambaleo dentro de la cueva donde mi padre<br />

fuma todo el tiempo. Puros en su silla mecedora.<br />

“¡Oh, la peste!”<br />

La canción siguió, el concierto siguió, y yo perdí la pista de lo que estaba haciendo hasta después, cuando<br />

corrí hasta el baño del club y vomité en el retrete. Pensaba que había sido un show terrible tanto como<br />

para el espectador como para el artista. Pero algo gracioso ocurrió mientras me inclinaba sobre mi pútrida<br />

amalgama de pizza, cerveza y píldoras. Oí aplausos, y súbitamente sentí algo surgir dentro de mí que no<br />

era vómito. Era una sensación de orgullo, realización y autosatisfacción lo suficientemente fuerte como<br />

para eclipsar mi marchita autoestima y mi pasado como saco de golpear. Era la primera vez en mi vida que<br />

me sentía de esa forma. Y quería sentirme así de nuevo. Quería que me aplaudieran, quería que me<br />

gritaran, quería hacer enojar a la gente.<br />

Pocas historias en mi vida no tienen un anticlímax, y este llegó mientras manejaba de regreso a Fort<br />

Lauderdale a las tres de la mañana esa noche en el Fiero rojo de mi madre. En el paso a desnivel que<br />

pasa sobre Little Havana, el radio digital parpadeó. Me detuve a la orilla del camino para ver que andaba<br />

mal, y descubrí que no podía encender el auto de nuevo. La manguera de alternador se había roto, y,<br />

menos de una hora después de haber encontrado mi verdadera vocación, me encontré totalmente solo<br />

buscando en busca de un teléfono en Little Havana, donde las probabilidades de que un payaso cubierto<br />

de maquillaje llamado Marilyn Manson no fuera golpeado eran muy pequeñas. Lo único bueno que obtuve<br />

de esa experiencia es que como la grúa no llegó hasta las 10 am, me acostumbré pronto a no dormir<br />

después de un concierto.

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