La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson
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yo traía amigos a la casa, él les preguntaba, “¿Alguna vez han chupado un pene más dulce que el mío?”<br />
Era una pregunta capciosa porque, aunque dijeran si o no, de todas formas terminaban con su pene en la<br />
boca, al menos en el sentido cómico de la pregunta.<br />
Ocasionalmente, mi padre prometía llevarme a pasear, pero siempre surgía algo mas importante en el<br />
trabajo. Sólo en pocas ocasiones memorables hicimos algo juntos. Usualmente me llevaba en su<br />
motocicleta a una mina de carbón cerca de nuestra casa, donde, usando un rifle que había tomado del<br />
cadáver de un soldado vietnamita, me enseñaba como disparar. Heredé la buena puntería de mi padre, la<br />
cual me sirvió bien tanto para disparar pistolas de aire contra los animales como para lanzar rocas a los<br />
policías. También heredé un mal temperamento que explota a la menor provocación, una ambición<br />
testaruda que sólo puede ser detenida con balas, un extraño sentido del humor, un insaciable apetito de<br />
senos y un ritmo cardiaco irregular, el cual sólo ha empeorado por ingerir demasiadas drogas.<br />
Aunque tenía mucho en común con mi padre, nunca quise admitirlo. La mayor parte de mi infancia y<br />
adolescencia la pasé con temor hacia él. Él constantemente me amenazaba con echarme de la casa y<br />
nunca fallaba en recordarme que yo no servía para nada y que nunca lograría nada. Así que fui un niño de<br />
mamá, consentido por ella y desagradecido. Para asegurarse de que me mantuviera mas cerca de ella de<br />
lo que ya estaba, mi madre trataba de convencerme de que estaba mas enfermo de lo que en realidad<br />
estaba para que pudiera mantenerme en casa y cuidar se mí. Cuando me empezó a salir acné, mi madre<br />
me dijo que era una reacción alérgica a la clara de huevo, y por largo tiempo le creí. Elle quería que fuera<br />
igual que ella, que dependiera de ella, que nunca la dejara. Cuando finalmente lo hice a los veintidós años,<br />
ella se sentaba en mi cuarto todos lo días y lloraba hasta que un día creyó ver la silueta de Jesús sobre la<br />
puerta. Tomando esa visión como una señal de que yo estaba siendo cuidado, dejó de lamentarse y<br />
empezó a cuidar como mascotas a las ratas que se supone debían ser alimento para mi serpiente. En su<br />
propio modo sobreprotector, me remplazó con la rata más enfermiza, la cual llamó Marilyn, y no sólo le dio<br />
respiración de boca a boca a la rata, sino que ahora la tiene en una cámara de oxígeno torpemente<br />
construida de plástico transparente para envolver para prolongar su vida.<br />
Cuando eres niño, aceptas todo lo que sucede en tu familia como normal. Pero cuando llega la pubertad, el<br />
péndulo gira en la dirección contraria, y la aceptación se convierte en resentimiento. En el noveno grado,<br />
empecé a sentirme más solo y frustrado sexualmente. Solía sentarme en mi pupitre en clase con una<br />
navaja de bolsillo, haciendo cortadas por todo mi antebrazo. (Aún tengo docenas de cicatrices debajo de<br />
mis tatuajes.) En general, no me importaba salir bien en la escuela. La mayor parte de mi educación tuvo<br />
lugar después de clases, cuando escapaba a un mundo de fantasía –inmerso en juegos de rol, leyendo<br />
libros como la biografía de Jim Morrison, No One Here Gets Out Alive, escribiendo macabros poemas e<br />
historias cortas, y escuchando discos. Comencé a apreciar la música como una cura universal, la entrada a<br />
un lugar donde podía ser aceptado, un lugar sin reglas y sin prejuicios.<br />
La persona que tuvo que soportar la peor parte de mi frustración fue mi madre. Tal vez mis explosiones<br />
contra ella eran algo más que había heredado de mi padre. Por algún tiempo, mis padres tuvieron violentas<br />
peleas a gritos porque mi padre sospechaba que ella le era infiel con un ex policía que se había vuelto<br />
investigador privado. Mi padre siempre había sido desconfiado por naturaleza y nunca pudo deshacerse de<br />
sus celos incluso por el primer novio de mi madre, Dick Reed, un tipo escuálido cuyo trasero había pateado<br />
mi padre el día que conoció a mi madre a la edad de quince años. Una de sus peleas más escandalosas<br />
tuvo lugar después que mi padre revisó su bolso, sacó una toalla sucia y exigió una explicación. Nunca<br />
supe que era lo sospechoso acerca de esa toalla –si era porque provenía de un hotel extraño o porque<br />
había sido usada para limpiar semen. Recuerdo que el investigador en cuestión había venido a la casa<br />
algunas veces con trayendo metralletas y revistas Soldier of Fortune, las cuales me impresionaban porque<br />
aún estaba interesado en una carrera en el espionaje. Sin embargo, el odio y la rabia son infecciosos, y<br />
pronto empecé a sentir resentimiento por mi madre porque pensé que ella estaba terminando con su<br />
matrimonio. Solí sentarme en mi cama y llorar pensando en lo que pasaría si mis padres se separaran.<br />
Temía tener que escoger a uno de los dos y, como tenía miedo de m padre, terminar mudándome y<br />
viviendo en la pobreza con mi madre.<br />
En mi cuarto con mis posters de Kiss, mis dibujos y mis discos de rock, también tenía una colección de<br />
botellas de vidrio colonia Avon que mi abuela me había dado. Cada una tenía la forma de un auto<br />
diferente, y creo que fue el Excalibur el que envió a mi madre al hospital una noche. Había llegado tarde a<br />
casa y no quería decirme donde había estado. Sospechando de su infidelidad, perdí la cabeza y le lancé la<br />
botella a la cara, abriendo una sangrienta herida sobre su labio y derramando perfume barato y trozos de<br />
vidrio azul sobre el piso.