La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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juliocosdrums
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03.10.2012 Views

Finalmente, hacia el final del décimo grado, a John se le ocurrió un plan a prueba de tontos para que yo pudiera tener sexo: Tina Potts. Tina parecía aún mas un pez que Jennifer, tenía labios más grandes y tenía los dientes de arriba más salidos que los de abajo. Una de las chicas más pobres de la escuela, tenía una postura arqueada que advertía su inseguridad y tristeza interna, como si alguien hubiera abusado de ella de niña. Lo único que tenía a su favor era senos grandes, pantalones ajustados que presumían su trasero bovino y que, según John, ella cogía –lo cual era suficientemente bueno para mí. Así que empecé a hablarle a Tina. Pero, como estaba perdidamente obsesionado por mi reputación, sólo hablaba con ella después de clases cuando no había nadie más. Después de unas cuantas semanas, logré juntar el valor suficiente para pedirle que nos encontráramos en el parque. Previamente, Chad y yo fuimos a la casa de mis abuelos, robamos uno de los decrépitos condones genéricos del gabinete del sótano, y vaciamos media botella de Jim Beam de la alacena de mi abuela en mi termo de Kiss. Sabía que no era Tina a quien tenía que embriagar –sino a mí. Para cuando llegamos a casa de Tina, la cual estaba a casi media hora de distancia, el termo ya estaba vacío y yo casi me caía de borracho. Chad se fue a casa y yo toque el timbre de su puerta. Caminamos juntos hasta el parque y nos sentamos en la falda de una colina. En un instante empezamos a acariciarnos, y en cuestión de minutos ya tenía la mano debajo de su pantalón. La primera cosa que pasó por mi mente fue lo velluda que estaba. Tal vez no tenía una madre que le ensañara a rasurase la línea del bikini. Lo siguiente que pasó por mi mente mientras la masturbaba y apretaba sus senos era que estaba a punto de eyacular en mis pantalones porque estaba tan cerca de tener sexo. Para evitarlo, sugerí que diéramos un paseo. Caminamos colina abajo hasta un campo de base ball y, debajo de un árbol, justo detrás del plato de home, la llevé al piso, sin darme cuenta siquiera de la trascendencia del lugar en que estábamos. Luché con sus pantalones ajustados, eventualmente arrancándolos de su trasero, después me bajé los pantalones hasta las rodillas y abrí el descolorido paquete del viejo látex del abuelo como si fuera el premio de una caja de cereal. Colocándome entre sus piernas, empecé a deslizarme dentro de ella. Tan sólo la emoción de la penetración fue suficiente para producirme un orgasmo, y aún antes de que estuviera completamente dentro, ya había terminado. Para preservar lo poco que quedaba de mi dignidad, pretendí que no había eyaculado antes de tiempo. “Tina,” chillé. “Quizá no deberíamos estar haciendo esto... Es demasiado pronto.” Ella no protestó. Tan sólo se levantó y se puso los pantalones sin decir una palabra. Durante todo el camino a casa, yo seguía oliendo mi mano, la cual parecía permanentemente manchada con el olor de la vagina de una chica de preparatoria. En su mente, ni siquiera habíamos tenido sexo. Pero para mí y mis amigos, ya no era un chico desesperado. Era un hombre desesperado. No hablé mucho con Tina después de eso. Pero pronto tuve que probar mi propia medicina –cortesía de la chica más adinerada y popular de la escuela, Mary Beth Kroger. Después de observarla lascivamente por tres años, invoqué todo mi valor y la invité a salir a una fiesta cuando estábamos en último año. Para mi sorpresa, ella aceptó. Terminamos en mi casa bebiendo cerveza, conmigo sentado incómodamente junto a ella y demasiado asustado para hacer algún movimiento porque ella me parecía toda una dama. Pero mi ideal de Mary Beth Kroger se desintegró rápidamente cuando ella se quito toda la ropa, brincó encima de mí y, sin molestarse siquiera en usar un condón, me cogió como un animal salvaje montado sobre un aparato de ejercicios a toda velocidad. Al siguiente día en la escuela, Mary Beth se puso de nuevo su máscara de perfección y procedió a ignorarme como siempre lo había hecho. Todo lo que gané fueron unos profundas marcas de uñas sobre toda mi espalda, las cuales mostré orgullosamente a mis amigos, quienes, en honor de Freddy Krueger, la rebautizaron como Mary Beth Krueger. Para entonces, mi primera cogida, Tina, tenía siete meses de embarazo. El padre irónicamente, era la persona que me había arreglado la cita con ella: John Crowell. Ya no vi mucho a John después de eso, porque él estaba ocupado lidiando con las consecuencias de no usar condón. A veces me pregunto si se casaron, se establecieron y criaron niñas drogadictas de senos grandes juntos. * * *

Castigando al Gusano Una vez que Tina abrió las compuertas, entré en un desenfreno. No en un desenfreno de tener sexo, sino de intentar tener sexo. Cuarto círculo: Los Derrochadores Después de meses de rechazo y masturbación, conocí a una porrista rubia llamada Louise cuando estaba ebrio de Colt 45 durante un juego de foot ball preparatoriano en una comunidad campesina fuera de Canton llamada Louisville. Aunque yo no lo sabía en ese momento, ella era la Tina Potts de Louisville: la puta local. Ella tenía labios gruesos, nariz chata y grandes y ardientes ojos, como si fuera mitad mulata y mitad Susana Hoffs de The Bangles. También tenía cierto parecido con Shirley Temple, porque era bajita y de pelo rizado, pero parecía interesarle más el sexo que el baile. Ella fue la primera chica en darme sexo oral. Pero desafortunadamente eso no fue lo único que me dio. Casi todos los días pasaba a recogerla y la traía a mi habitación cuando mis padres aún estaban en el trabajo. Escuchábamos Moving Pictures de Rush o Scary Monsters de David Bowie y, ahora que tenía más experiencia en controlar el orgasmo, teníamos sexo normal adolescente. Me hizo tantos chupetones que en cierto momento mi cuello estaba demasiado adolorido hasta para moverlo. Pero no me importaba, porque podía mostrarlos como medallas de honor en la escuela. También me daba sexo oral, lo cual me daba más derecho a fanfarronear. Un día me trajo una corbata de moño color azul brilloso que se veía como algo que usaría un bailarín de Chippendale. Creo que quería que intentáramos interpretar personajes, pero lo más parecido que había hecho era jugar Dungeons & Dragons. Después de una semana de tener sexo, Louise dejó de regresar mis llamadas. Me preocupaba que la hubiera embarazado, por que no había usado condón todas las veces. Me imaginaba a su madre enviándola lejos a un convento y dando a su/nuestro hijo en adopción. O tal vez Louise iba a hacerme pagar los gastos de su hijo por el resto de mi vida. También estaba la posibilidad se que se hubiera practicado un aborto, que algo hubiera salido mal, que hubiera muerto, y ahora sus padres intentaran asesinarme. Después de no haber oído de ella en varias semanas, decidí llamarla una vez más, disfrazando mi voz con un trapo sobre el teléfono en caso de que sus padres contestaran. Afortunadamente, ella contestó. “Siento no haberte llamado en tanto tiempo,” se disculpo. “Estaba enferma.” “¿Enferma de qué?,” pregunte lleno de pánico. “No tienes fiebre, ¿verdad? ¿Vomitas en la mañana o algo por el estilo?” Resultó que simplemente me estaba evitando porque era una cualquiera y el tener un novio arruinaría su reputación. Esas no fueron exactamente sus palabras, pero eso fue básicamente lo que quiso decir. Unos días después durante la clase de matemáticas, comencé a tener comezón en los testículos. Continuó todo el día, extendiéndose por todo mi vello púbico. Cuando regresé a casa fui directamente al baño, me bajé los pantalones y me subí al lavabo para poder examinarme. Al instante noté tres o cuatro costras negras directamente sobre mi pene. Arranque una, y mientras la estaba observando, le escurrió un poco de sangre. Todavía creía que era un pedazo de piel muerta, pero cuando la acerqué mas a la luz, noté que tenía piernas –y se estaban moviendo. Grité de impresión y de asco. Después la aplasté en el lavabo, pero no se destripó como pesé que pasaría. Crujió como un pequeño crustáceo. Sin saber que hacer, llamé a mi madre y le pregunté que era. “Oh, tienes piojos,” suspiró con naturalidad. ”Probablemente las pescaste de la cama bronceadora.” Aunque sea vergonzoso admitirlo, en ese entonces tomaba bronceados artificiales. Tenía una piel terrible – mi cara estaba literalmente hinchada por el acné- y el dermatólogo me dijo que había un nuevo tipo de cama bronceadora que secaría mi piel y ayudaría a mi vida social.

Castigando al Gusano<br />

Una vez que Tina abrió las compuertas, entré en un desenfreno. No en un desenfreno de tener sexo, sino<br />

de intentar tener sexo.<br />

Cuarto círculo: Los Derrochadores<br />

Después de meses de rechazo y masturbación, conocí a una porrista rubia llamada Louise cuando estaba<br />

ebrio de Colt 45 durante un juego de foot ball preparatoriano en una comunidad campesina fuera de<br />

Canton llamada Louisville. Aunque yo no lo sabía en ese momento, ella era la Tina Potts de Louisville: la<br />

puta local. Ella tenía labios gruesos, nariz chata y grandes y ardientes ojos, como si fuera mitad mulata y<br />

mitad Susana Hoffs de The Bangles. También tenía cierto parecido con Shirley Temple, porque era bajita y<br />

de pelo rizado, pero parecía interesarle más el sexo que el baile. Ella fue la primera chica en darme sexo<br />

oral. Pero desafortunadamente eso no fue lo único que me dio.<br />

Casi todos los días pasaba a recogerla y la traía a mi habitación cuando mis padres aún estaban en el<br />

trabajo. Escuchábamos Moving Pictures de Rush o Scary Monsters de David Bowie y, ahora que tenía más<br />

experiencia en controlar el orgasmo, teníamos sexo normal adolescente. Me hizo tantos chupetones que<br />

en cierto momento mi cuello estaba demasiado adolorido hasta para moverlo. Pero no me importaba,<br />

porque podía mostrarlos como medallas de honor en la escuela. También me daba sexo oral, lo cual me<br />

daba más derecho a fanfarronear. Un día me trajo una corbata de moño color azul brilloso que se veía<br />

como algo que usaría un bailarín de Chippendale. Creo que quería que intentáramos interpretar<br />

personajes, pero lo más parecido que había hecho era jugar Dungeons & Dragons.<br />

Después de una semana de tener sexo, Louise dejó de regresar mis llamadas. Me preocupaba que la<br />

hubiera embarazado, por que no había usado condón todas las veces. Me imaginaba a su madre<br />

enviándola lejos a un convento y dando a su/nuestro hijo en adopción. O tal vez Louise iba a hacerme<br />

pagar los gastos de su hijo por el resto de mi vida. También estaba la posibilidad se que se hubiera<br />

practicado un aborto, que algo hubiera salido mal, que hubiera muerto, y ahora sus padres intentaran<br />

asesinarme. Después de no haber oído de ella en varias semanas, decidí llamarla una vez más,<br />

disfrazando mi voz con un trapo sobre el teléfono en caso de que sus padres contestaran.<br />

Afortunadamente, ella contestó.<br />

“Siento no haberte llamado en tanto tiempo,” se disculpo. “Estaba enferma.”<br />

“¿Enferma de qué?,” pregunte lleno de pánico. “No tienes fiebre, ¿verdad? ¿Vomitas en la mañana o algo<br />

por el estilo?”<br />

Resultó que simplemente me estaba evitando porque era una cualquiera y el tener un novio arruinaría su<br />

reputación. Esas no fueron exactamente sus palabras, pero eso fue básicamente lo que quiso decir.<br />

Unos días después durante la clase de matemáticas, comencé a tener comezón en los testículos. Continuó<br />

todo el día, extendiéndose por todo mi vello púbico. Cuando regresé a casa fui directamente al baño, me<br />

bajé los pantalones y me subí al lavabo para poder examinarme. Al instante noté tres o cuatro costras<br />

negras directamente sobre mi pene. Arranque una, y mientras la estaba observando, le escurrió un poco<br />

de sangre.<br />

Todavía creía que era un pedazo de piel muerta, pero cuando la acerqué mas a la luz, noté que tenía<br />

piernas –y se estaban moviendo. Grité de impresión y de asco. Después la aplasté en el lavabo, pero no se<br />

destripó como pesé que pasaría. Crujió como un pequeño crustáceo. Sin saber que hacer, llamé a mi<br />

madre y le pregunté que era.<br />

“Oh, tienes piojos,” suspiró con naturalidad. ”Probablemente las pescaste de la cama bronceadora.”<br />

Aunque sea vergonzoso admitirlo, en ese entonces tomaba bronceados artificiales. Tenía una piel terrible –<br />

mi cara estaba literalmente hinchada por el acné- y el dermatólogo me dijo que había un nuevo tipo de<br />

cama bronceadora que secaría mi piel y ayudaría a mi vida social.

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