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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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padres. “Escuchen,” explique, “quiero ir a una escuela pública, porque yo no pertenezco aquí. Ellos están<br />

en contra de todo lo que yo creo.”<br />

Pero ellos no me hicieron caso. No porque querían que tuviera una educación religiosa, sino porque<br />

querían que tuviera una buena educación. La escuela pública de nuestro vecindario, Glen Oak East, era<br />

pésima. Y yo estaba decidido a ir ahí.<br />

Así que comenzó la rebelión. En la Christian Heritage School, no se necesitaba mucho para ser rebelde. El<br />

lugar estaba construido sobre reglas y conformidad. Había extrañas reglas en cuanto a la vestimenta: los<br />

lunes, miércoles y viernes, teníamos que usar pantalón azul, una camisa blanca de botones y, si<br />

queríamos, algo rojo. Los martes y jueves teníamos que usar pantalón verde oscuro y camisa blanca o<br />

amarilla. Si nuestro cabello tocaba nuestras orejas, debía ser cortado. Todo era reglamentado y ritualista, y<br />

a nadie se le permitía ser mejor o diferente de los demás. No era una preparación muy útil para el mundo<br />

real: dejar ir a todos esos graduados cada año con la esperanza de que la vida es justa y de que todos<br />

serán tratados con igualdad.<br />

Desde los doce años, me embarqué en una campaña progresiva para ser echado de la escuela. Comenzó,<br />

inocentemente, con dulces. Siempre me sentí relacionado con Willy Wonka. Incluso a esa edad, pude notar<br />

que él era un héroe defectuoso, un icono para lo prohibido. Siendo lo prohibido en este caso el chocolate,<br />

una metáfora para la indulgencia y todo lo que supuestamente no deberías tener, ya fuera sexo, drogas,<br />

alcohol o pornografía. Cada vez que pasaban Willy Wonka and the Chocolate Factory en el Star Channel o<br />

en el cine local, yo la veía obsesivamente mientras comía bolsas y bolsas de dulces.<br />

En la escuela, los dulces y golosinas –excepto por los pastelillos Little Debbie en el menú del comedor-<br />

eran contrabando. Así que iba a Ben Franklin´s Five and Ten, una tienda del vecindario que parecía una<br />

fuente de sodas, y me cargaba de Pop Rocks, Zotz, Lik-M-Stix y esas tabletas de color pastel que vienen<br />

envueltas en papel blanco y que son imposibles de comer sin digerir también pequeños pedazos de papel.<br />

Tercer círculo: Los Glotones<br />

Ahora que lo pienso, sentía una inclinación por los dulces que más se parecían a las drogas. La mayoría<br />

de ellos no sólo eran dulces, también producían una reacción química. Hacían ruidos en tu boca o te<br />

ponían los dientes negros.<br />

Así que me convertí en traficante de dulces, distribuyendo la mercancía tan cara como yo quería porque<br />

nadie más tenía acceso a dulces durante las clases. Hice una fortuna –al menos quince dólares en<br />

monedas de un cuarto y de diez centavos- en el primer mes. Entonces alguien me delató. Tuve que<br />

entregar a las autoridades todos mis dulces y el dinero que había ganado. Desdichadamente, no fui<br />

echado de la escuela, sólo suspendido.<br />

Mi segundo proyecto fue una revista. En la tradición de Mad y Cracked, se llamaba Stupid. La mascota era,<br />

no muy diferente a mí, un chico dientón, narigón y con acné que usaba una gorra de base ball. La vendía<br />

por veinticinco centavos, los cuales eran pura ganancia porque fotocopiaba las páginas gratis en Carpet<br />

Bran, donde mi padre trabajaba. La máquina era barata y gastada, con un olor agrio como a carbón y<br />

nunca fallaba en ensuciar todas las seis páginas de la revista. Sin embargo, en una escuela hambrienta de<br />

porquería y bromas sucias, Stupid rápidamente tuvo éxito -hasta que me atraparon de nuevo.<br />

La Directora, Carolyn Cole –una mujer alta y jorobada, con anteojos y cabello castaño y rizado apilado<br />

sobre su rostro de pájaro- me llamó a su oficina, donde me esperaba un cuarto lleno de administradores.<br />

Ella puso la revista en mis manos y exigió que explicara las caricaturas sobre mexicanos, escatología y,<br />

especialmente, el Kuwatch Sex Aid Adventure Kit, el cual era anunciado conteniendo un látigo, dos<br />

vibradores tamaño gigante, una caña de pescar, flecos para pezones, lentes protectores, un par de medias<br />

de red y una placa de perro de bronce. Como sucedería después muchas veces mas en mi vida, me<br />

interrogaban incesantemente sobre mi trabajo –sin entender si se trataba de arte, entretenimiento o<br />

comedia- y me pedían una explicación. Entonces exploté y, en mi rabia, lancé los papeles al aire. Antes de<br />

que el último tocara el piso, Mrs. Cole, con la cara roja, me ordeno que tomara mis tobillos. De la esquina<br />

de la habitación, tomó un palo, el cual había sido tan sadisticamente diseñado por un amigo en clase de<br />

taller que tenía pequeños agujeros para minimizar la resistencia del viento. Recibí tres fuertes y rápidos<br />

azotes cristianos.<br />

Para entonces, yo estaba verdaderamente perdido. Durante los seminarios de los viernes, las chicas<br />

ponían sus bolsos bajo las sillas de madera sobre las cuales se sentaban. Cuando se agachaban, yo me

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