La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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juliocosdrums
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03.10.2012 Views

Cada semana, llamaba al escenario a una gran variedad de gente minusválida y supuestamente los curaba frente a millones de televidentes. Apuntaba su dedo a la oreja de un sordo o al ojo de un ciego, gritando “salgan espíritus malignos” o “say baby,” y después agitaba su dedo hasta que la persona se desmayaba. Sus sermones eran similares a los de la escuela, con el Reverendo pintando el inminente Apocalipsis en todo su horror –excepto que aquí había gente gritando, desmayándose y hablando en lenguas a mi alrededor. En una parte del servicio, todos arrojaban dinero al escenario. Llovía cientos de cuartos, dólares de plata y billetes arrugados mientras el Reverendo continuaba testificando sobre el firmamento y la furia. A lo largo de las paredes de la iglesia había litografías numeradas que él vendía representando macabras escenas como los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgando a través de un pueblo pequeño no muy diferente de Canton durante la puesta de sol, dejando detrás un camino de gargantas cortadas. Los servicios duraban de tres a cinco horas, y si me quedaba dormido, me regañaban y me llevaban a un cuarto separado donde daban seminarios especiales a los jóvenes. Aquí, nos advertían a mí y a otra docena mas de chicos sobre sexo, drogas, rock y el mundo material hasta que estábamos listos para vomitar. Era como un lavado de cerebro: estábamos cansados y no nos daban comida a propósito para que estuviéramos hambrientos y vulnerables. Lisa y su madre eran completamente devotas a la iglesia, principalmente porque Lisa estaba medio sorda cuando nació y supuestamente el Reverendo había agitado su dedo en su oreja y restaurado su oído durante un servicio. Como ella era adepta a la iglesia y su hija había sido bendecida por un milagro de Dios, la madre de Lisa siempre adoptaba un aire de superioridad conmigo, como si ella y su familia fueran mejores y más justos. Cada vez que me dejaban en casa después del servicio, me imaginaba a la madre de Lisa obligándola a lavarse las manos porque habían tocado las mías. Yo siempre estaba angustiado por el viaje, pero iba a la iglesia con ellas de todas formas porque era la única forma de ver a Lisa fuera de la pista de patinaje. Nuestra relación, sin embargo, pronto se volvió rara. Ocasionalmente, algo pasa que cambia irrevocablemente la opinión que tienes sobre alguien, que rompe el ideal que habías creado alrededor de una persona y te fuerza a verla como la defectuosa y humana criatura que es en realidad. Esto pasó un día cuando íbamos a casa después de la iglesia, jugando en el asiento trasero del auto de su madre. Lisa se burlaba de lo delgado que yo era, y yo puse mi mano sobre su boca para callarla. Cuando comenzó a reír, arrojó una gran plasta de moco verde sobre mi mano. No parecía real, lo cual lo hacía mas asqueroso. Cuando retiré mi mano, una larga hebra de moco colgaba entre mis manos y su cara como un taffy de manzana. Lisa, su madre y yo estábamos igualmente horrorizados y avergonzados. No podía deshacerme de la sensación de su moco estirado y pegado entre mis dedos. En mi mente, ella se había rebajado y mostrado su verdadera naturaleza, probando ser un monstruo detrás de una máscara, justo como había imaginado que sería el Reverendo Angley. Ella no era mejor que yo, como su madre me obligaba a creer. No volví a dirigirle la palabra –ni entonces ni nunca. La desilusión comenzaba a aparecer en la escuela también. Un día en cuarto grado llevé una foto que la abuela Wyer había tomado en un vuelo de West Virginia a Ohio, en la cual parecía haber un ángel en las nubes. Era una de mis posesiones favoritas y estaba emocionado de compartirla con mis maestros, porque aún creía todo lo que me enseñaban a cerca del cielo y quería mostrarles que mi abuela lo había visto. Pero ellos dijeron que era un fraude, me reprendieron y me mandaron a casa por ser blasfemo. Ése fue mi intento mas honesto de encajar en su idea de cristianismo, de probar mi conexión con sus ideas, y fui castigado por eso. Eso confirmó lo que yo ya sabía desde el principio –que yo no sería salvado como todos los demás. Lo sabía cada día que iba a la escuela temblando por el miedo de que el mundo terminase, yo no iría al cielo ni volvería a ver a mis padres de nuevo. Pero después que pasó un año, y otro, y otro, y de que Ms. Price y Brian Warner y las prostitutas que habían vuelto a nacer aún estaban ahí, me sentí engañado. Gradualmente, empecé a sentirme molesto con la escuela cristiana y a dudar de todo lo que me habían dicho. Se volvió claro que el sufrimiento del cual rezaban por ser liberados era un sufrimiento que ellos mismos se habían impuesto -y que ahora nos imponían a nosotros. La bestia de la cual vivían atemorizados era en realidad ellos mismos: Era el hombre, no algún demonio mitológico, quien a final iba a destruir al hombre. Y esta bestia había sido creada de su miedo. Las semillas de quien soy ahora habían sido plantadas. “Los tontos no nacen,” escribí en mi cuaderno un día durante la clase de ética. “son regados y cultivados como hierbas por instituciones como el cristianismo.” Durante la cena de esa noche, le confesé todo a mis

padres. “Escuchen,” explique, “quiero ir a una escuela pública, porque yo no pertenezco aquí. Ellos están en contra de todo lo que yo creo.” Pero ellos no me hicieron caso. No porque querían que tuviera una educación religiosa, sino porque querían que tuviera una buena educación. La escuela pública de nuestro vecindario, Glen Oak East, era pésima. Y yo estaba decidido a ir ahí. Así que comenzó la rebelión. En la Christian Heritage School, no se necesitaba mucho para ser rebelde. El lugar estaba construido sobre reglas y conformidad. Había extrañas reglas en cuanto a la vestimenta: los lunes, miércoles y viernes, teníamos que usar pantalón azul, una camisa blanca de botones y, si queríamos, algo rojo. Los martes y jueves teníamos que usar pantalón verde oscuro y camisa blanca o amarilla. Si nuestro cabello tocaba nuestras orejas, debía ser cortado. Todo era reglamentado y ritualista, y a nadie se le permitía ser mejor o diferente de los demás. No era una preparación muy útil para el mundo real: dejar ir a todos esos graduados cada año con la esperanza de que la vida es justa y de que todos serán tratados con igualdad. Desde los doce años, me embarqué en una campaña progresiva para ser echado de la escuela. Comenzó, inocentemente, con dulces. Siempre me sentí relacionado con Willy Wonka. Incluso a esa edad, pude notar que él era un héroe defectuoso, un icono para lo prohibido. Siendo lo prohibido en este caso el chocolate, una metáfora para la indulgencia y todo lo que supuestamente no deberías tener, ya fuera sexo, drogas, alcohol o pornografía. Cada vez que pasaban Willy Wonka and the Chocolate Factory en el Star Channel o en el cine local, yo la veía obsesivamente mientras comía bolsas y bolsas de dulces. En la escuela, los dulces y golosinas –excepto por los pastelillos Little Debbie en el menú del comedor- eran contrabando. Así que iba a Ben Franklin´s Five and Ten, una tienda del vecindario que parecía una fuente de sodas, y me cargaba de Pop Rocks, Zotz, Lik-M-Stix y esas tabletas de color pastel que vienen envueltas en papel blanco y que son imposibles de comer sin digerir también pequeños pedazos de papel. Tercer círculo: Los Glotones Ahora que lo pienso, sentía una inclinación por los dulces que más se parecían a las drogas. La mayoría de ellos no sólo eran dulces, también producían una reacción química. Hacían ruidos en tu boca o te ponían los dientes negros. Así que me convertí en traficante de dulces, distribuyendo la mercancía tan cara como yo quería porque nadie más tenía acceso a dulces durante las clases. Hice una fortuna –al menos quince dólares en monedas de un cuarto y de diez centavos- en el primer mes. Entonces alguien me delató. Tuve que entregar a las autoridades todos mis dulces y el dinero que había ganado. Desdichadamente, no fui echado de la escuela, sólo suspendido. Mi segundo proyecto fue una revista. En la tradición de Mad y Cracked, se llamaba Stupid. La mascota era, no muy diferente a mí, un chico dientón, narigón y con acné que usaba una gorra de base ball. La vendía por veinticinco centavos, los cuales eran pura ganancia porque fotocopiaba las páginas gratis en Carpet Bran, donde mi padre trabajaba. La máquina era barata y gastada, con un olor agrio como a carbón y nunca fallaba en ensuciar todas las seis páginas de la revista. Sin embargo, en una escuela hambrienta de porquería y bromas sucias, Stupid rápidamente tuvo éxito -hasta que me atraparon de nuevo. La Directora, Carolyn Cole –una mujer alta y jorobada, con anteojos y cabello castaño y rizado apilado sobre su rostro de pájaro- me llamó a su oficina, donde me esperaba un cuarto lleno de administradores. Ella puso la revista en mis manos y exigió que explicara las caricaturas sobre mexicanos, escatología y, especialmente, el Kuwatch Sex Aid Adventure Kit, el cual era anunciado conteniendo un látigo, dos vibradores tamaño gigante, una caña de pescar, flecos para pezones, lentes protectores, un par de medias de red y una placa de perro de bronce. Como sucedería después muchas veces mas en mi vida, me interrogaban incesantemente sobre mi trabajo –sin entender si se trataba de arte, entretenimiento o comedia- y me pedían una explicación. Entonces exploté y, en mi rabia, lancé los papeles al aire. Antes de que el último tocara el piso, Mrs. Cole, con la cara roja, me ordeno que tomara mis tobillos. De la esquina de la habitación, tomó un palo, el cual había sido tan sadisticamente diseñado por un amigo en clase de taller que tenía pequeños agujeros para minimizar la resistencia del viento. Recibí tres fuertes y rápidos azotes cristianos. Para entonces, yo estaba verdaderamente perdido. Durante los seminarios de los viernes, las chicas ponían sus bolsos bajo las sillas de madera sobre las cuales se sentaban. Cuando se agachaban, yo me

Cada semana, llamaba al escenario a una gran variedad de gente minusválida y supuestamente los curaba<br />

frente a millones de televidentes. Apuntaba su dedo a la oreja de un sordo o al ojo de un ciego, gritando<br />

“salgan espíritus malignos” o “say baby,” y después agitaba su dedo hasta que la persona se desmayaba.<br />

Sus sermones eran similares a los de la escuela, con el Reverendo pintando el inminente Apocalipsis en<br />

todo su horror –excepto que aquí había gente gritando, desmayándose y hablando en lenguas a mi<br />

alrededor. En una parte del servicio, todos arrojaban dinero al escenario. Llovía cientos de cuartos, dólares<br />

de plata y billetes arrugados mientras el Reverendo continuaba testificando sobre el firmamento y la furia.<br />

A lo largo de las paredes de la iglesia había litografías numeradas que él vendía representando macabras<br />

escenas como los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgando a través de un pueblo pequeño no muy<br />

diferente de Canton durante la puesta de sol, dejando detrás un camino de gargantas cortadas.<br />

Los servicios duraban de tres a cinco horas, y si me quedaba dormido, me regañaban y me llevaban a un<br />

cuarto separado donde daban seminarios especiales a los jóvenes. Aquí, nos advertían a mí y a otra<br />

docena mas de chicos sobre sexo, drogas, rock y el mundo material hasta que estábamos listos para<br />

vomitar. Era como un lavado de cerebro: estábamos cansados y no nos daban comida a propósito para<br />

que estuviéramos hambrientos y vulnerables.<br />

Lisa y su madre eran completamente devotas a la iglesia, principalmente porque Lisa estaba medio sorda<br />

cuando nació y supuestamente el Reverendo había agitado su dedo en su oreja y restaurado su oído<br />

durante un servicio. Como ella era adepta a la iglesia y su hija había sido bendecida por un milagro de<br />

Dios, la madre de Lisa siempre adoptaba un aire de superioridad conmigo, como si ella y su familia fueran<br />

mejores y más justos. Cada vez que me dejaban en casa después del servicio, me imaginaba a la madre<br />

de Lisa obligándola a lavarse las manos porque habían tocado las mías. Yo siempre estaba angustiado por<br />

el viaje, pero iba a la iglesia con ellas de todas formas porque era la única forma de ver a Lisa fuera de la<br />

pista de patinaje.<br />

Nuestra relación, sin embargo, pronto se volvió rara. Ocasionalmente, algo pasa que cambia<br />

irrevocablemente la opinión que tienes sobre alguien, que rompe el ideal que habías creado alrededor de<br />

una persona y te fuerza a verla como la defectuosa y humana criatura que es en realidad. Esto pasó un día<br />

cuando íbamos a casa después de la iglesia, jugando en el asiento trasero del auto de su madre. Lisa se<br />

burlaba de lo delgado que yo era, y yo puse mi mano sobre su boca para callarla. Cuando comenzó a reír,<br />

arrojó una gran plasta de moco verde sobre mi mano. No parecía real, lo cual lo hacía mas asqueroso.<br />

Cuando retiré mi mano, una larga hebra de moco colgaba entre mis manos y su cara como un taffy de<br />

manzana. Lisa, su madre y yo estábamos igualmente horrorizados y avergonzados. No podía deshacerme<br />

de la sensación de su moco estirado y pegado entre mis dedos. En mi mente, ella se había rebajado y<br />

mostrado su verdadera naturaleza, probando ser un monstruo detrás de una máscara, justo como había<br />

imaginado que sería el Reverendo Angley. Ella no era mejor que yo, como su madre me obligaba a creer.<br />

No volví a dirigirle la palabra –ni entonces ni nunca.<br />

La desilusión comenzaba a aparecer en la escuela también. Un día en cuarto grado llevé una foto que la<br />

abuela Wyer había tomado en un vuelo de West Virginia a Ohio, en la cual parecía haber un ángel en las<br />

nubes. Era una de mis posesiones favoritas y estaba emocionado de compartirla con mis maestros, porque<br />

aún creía todo lo que me enseñaban a cerca del cielo y quería mostrarles que mi abuela lo había visto.<br />

Pero ellos dijeron que era un fraude, me reprendieron y me mandaron a casa por ser blasfemo. Ése fue mi<br />

intento mas honesto de encajar en su idea de cristianismo, de probar mi conexión con sus ideas, y fui<br />

castigado por eso.<br />

Eso confirmó lo que yo ya sabía desde el principio –que yo no sería salvado como todos los demás. Lo<br />

sabía cada día que iba a la escuela temblando por el miedo de que el mundo terminase, yo no iría al cielo<br />

ni volvería a ver a mis padres de nuevo. Pero después que pasó un año, y otro, y otro, y de que Ms. Price y<br />

Brian Warner y las prostitutas que habían vuelto a nacer aún estaban ahí, me sentí engañado.<br />

Gradualmente, empecé a sentirme molesto con la escuela cristiana y a dudar de todo lo que me habían<br />

dicho. Se volvió claro que el sufrimiento del cual rezaban por ser liberados era un sufrimiento que ellos<br />

mismos se habían impuesto -y que ahora nos imponían a nosotros. La bestia de la cual vivían<br />

atemorizados era en realidad ellos mismos: Era el hombre, no algún demonio mitológico, quien a final iba a<br />

destruir al hombre. Y esta bestia había sido creada de su miedo.<br />

Las semillas de quien soy ahora habían sido plantadas.<br />

“Los tontos no nacen,” escribí en mi cuaderno un día durante la clase de ética. “son regados y cultivados<br />

como hierbas por instituciones como el cristianismo.” Durante la cena de esa noche, le confesé todo a mis

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