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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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prácticamente los llenaba de júbilo en anticipación del Apocalipsis por venir, porque iban a ser salvados –<br />

muertos pero en el cielo y libres de sufrimiento.<br />

Fue entonces cuando empecé a tener pesadillas –pesadillas que aún hoy continúan. Estaba<br />

completamente aterrorizado por la idea del fin del mundo y el Anticristo. Así que me obsesioné con ella,<br />

viendo películas como The Exorcist y The Omen y leyendo libros proféticos como Centuries de<br />

Nostradamus, 1984 de George Orwell y la versión literaria de la película A Thief In The Night, la cual<br />

describía muy gráficamente como las personas eran decapitadas porque no tenían tatuado el 666 sobre<br />

sus frentes. Combinado con los discursos semanales en la escuela cristiana, todo esto hacía al Apocalipsis<br />

parecer tan real, tan tangible, tan cercano que yo era constantemente acechado por pesadillas y<br />

preocupaciones sobre lo que pasaría si yo descubriera quien era el Anticristo. ¿Arriesgaría mi vida para<br />

salvar a todos los demás? ¿Que tal si yo ya tenía la marca del Anticristo en alguna parte de mi cuerpo –<br />

debajo de mi cuero cabelludo o en mi trasero donde yo no podía verlo? ¿Que tal si el Anticristo era yo?<br />

Estaba lleno de miedo y confusión en una etapa en la cual, aún sin la influencia de la escuela cristiana, mi<br />

vida era un caos porque estaba pasando por la pubertad.<br />

Clara evidencia de esto es que a pesar de los atemorizantes seminarios de Ms. Price detallando el<br />

inminente destino del mundo, yo encontraba algo sexy en ella. Al mirarla presidir la clase como un gato<br />

siamés, con los labios apretados, el cabello perfectamente peinado, blusas de seda escondiendo un<br />

cuerpo tentador y su arrogante caminar, pude darme cuenta de que había algo vivo y humano y<br />

apasionado esperando salir de esa fachada cristiana.<br />

Segundo círculo: Los Lujuriosos<br />

La odié por darme pesadillas durante toda mi adolescencia. Pero creo que la odié aun más por los sueños<br />

húmedos que me inspiró.<br />

Yo era episcopal, lo cual es básicamente católico light (el mismo gran dogma pero ahora con menos<br />

reglas) y la escuela no era de ninguna religión en particular. Pero eso no detenía a Ms. Price. Algunas<br />

veces empezaba su clase de Biblia preguntando, “¿Hay algún católico en el salón?” Habiendo visto que<br />

nadie contestaba, la tomaba contra los católicos y episcopales, contándonos sobre como ellos<br />

malinterpretaban la Biblia y adoraban ídolos falsos al dirigir sus rezos al Papa y a la Virgen María. Yo me<br />

sentaba ahí, callado y rechazado, sin poder decidir si culparla a ella o a mis padres por educarme como un<br />

episcopal.<br />

Aún más humillación personal tenía lugar durante las reuniones de los viernes, cuando los oradores<br />

invitados hablaban sobre como habían vivido como prostitutas, drogadictos y practicantes de magia negra<br />

hasta que encontraron a Dios, escogieron Su camino justo y nacieron de nuevo. Era como una reunión de<br />

Satanistas Anónimos. Una vez que terminaban, todos se inclinaban en oración. Si había alguien que no<br />

hubiera nacido de nuevo, el frustrado pastor le pedía que subiera al escenario para tomarse de las manos<br />

y salvar su alma. Todas las veces yo sabía que debía haber subido, pero estaba demasiado petrificado<br />

para pararme en el escenario enfrente de toda la escuela y demasiado avergonzado para admitir que<br />

estaba moralmente, espiritualmente y religiosamente debajo de todos los demás.<br />

El único lugar en que sobresalía era en la pista de patinaje sobre ruedas, pero incluso eso pronto se vio<br />

inexplicablemente ligado al Apocalipsis. Mi sueño era convertirme en un campeón del patinaje sobre<br />

ruedas, y para ese fin convencí a mis padres de gastar el dinero que habían ahorrado para una escapada<br />

de fin de semana en unos patines profesionales que costaron mas de cuatrocientos dólares. Mi pareja<br />

regular de patinaje era Lisa, una chica enfermiza eternamente congestionada pero sin embargo uno de mis<br />

primeros amores. Ella venía de una estricta familia religiosa. Su madre era la secretaria del Reverendo<br />

Ernest Angley, uno de los más notables sanadores televangelistas de la época. Nuestras pseudocitas<br />

después de las prácticas de patinaje usualmente comenzaban preparando “suicidios” en la fuente de sodas<br />

de la pista de patinaje –descoloridas combinaciones de Coca Cola, 7up, Sunkist y cerveza de raíz- y<br />

terminaban con un viaje a la ultraopulenta iglesia del Reverendo Angley.<br />

El Reverendo era una de las personas más atemorizantes que había conocido: sus dientes perfectamente<br />

derechos brillaban como azulejos, un peluquín descansaba colocado sobre su cabeza como un sombrero<br />

de cabello mojado del que se queda atrapado en el desagüe de la tina de baño y siempre usaba un traje<br />

azul claro con una corbata verde menta. Todo en él apestaba a falsedad, desde su apariencia plástica<br />

súper pulida hasta su nombre, el cual se suponía evocara la frase earnest angel (ángel diligente).

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