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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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y me daba miedo. Era algo extraño y traté de deshacerme de él. Cerca del amanecer, Trent me llevó a<br />

casa y entré, con miedo de despertar a Missi. Pero las luces de la recamara estaban encendidas, y Missi<br />

estaba acostada de espaldas sobre la cama, sin cobijas. Estaba temblando, pero su piel estaba empapada<br />

de sudor, el cual había humedecido las sábanas a su alrededor. Ni siquiera se dio cuenta de mi presencia:<br />

sus ojos se habían ido hacia atrás.<br />

La agité y le hablé, poniendo una mano sobre su frente ardiente. Pero ella no mostró ningún signo de<br />

conciencia. Me maldije por no haber regresado a casa antes, por no haber puesto atención antes cuando<br />

Missi dijo que se sentía mal, por ni siquiera haber traído a casa la medicina que quería, por todas las veces<br />

que había peleado con ella y maldecido su existencia en los pasados seis meses. Y después me pregunté<br />

si mi indulgencia egocentrista era lo que la había matado.<br />

Ella era la única persona que quedaba por la que era capaz de sentir amor, y el perderla destruiría mi única<br />

oportunidad de regresar al mundo normal humano de los sentimientos, sensaciones y pasiones –destruiría,<br />

en esencia, a mí mismo.<br />

Entré en pánico. No sólo estaba demasiado drogado para conducir sino que incluso si quería hacerlo, no<br />

podía porque el auto de Missi tenía las velocidades trabadas. A pesar de nuestras diferencias recientes,<br />

Trent era aún la única persona con la que podía contar en New Orleans. Lo llamé a su teléfono celular y,<br />

juntos, llevamos a Missi al hospital, al mismo al que ella me había llevado cuando había tenido la<br />

sobredosis. Las enfermeras la llevaron en silla de ruedas al cuarto de emergencias y le inyectaron<br />

adrenalina para mantenerla con vida, su temperatura era de casi 107 grados, suficientemente alta para<br />

freír el cerebro de la mayoría de las personas. Muchas horas después, cuando el sol se levantaba para<br />

anunciar otro terrible día, dos doctores trajeron a Missi a la sala de espera, donde yo estaba sentado aún<br />

con Trent a mi lado. Trent no necesitaba estar ahí: no era su responsabilidad. Pero ahí estaba. Tal vez mi<br />

opinión sobre la amistad de Trent había estado equivocada. Después de todo, en muchas formas, durante<br />

los tres años anteriores Trent se había convertido en el hermano que nunca tuve.<br />

Los doctores explicaron que Missi tenía tres meses de embarazo y, si decidía practicarse un aborto, tenía<br />

que esperar hasta que su resfriado se fuera. Sabía que durante el curso de nuestra larga relación yo había<br />

deformado su personalidad para acomodarse a la mía. Ahora me daba cuenta de que también había<br />

deformado su cuerpo.<br />

La noche siguiente, mientras estaba sentado solo en el cuarto de control del estudio, toqué las mezclas<br />

que habíamos grabado de Tourniquet, una canción inspirada por una de mis muchas pesadillas<br />

apocalípticas. Pensaba que estaba escuchándola para tratar de determinar si debía ser grabada de nuevo,<br />

pero en realidad estaba tratando de encontrarme a mí mismo en la canción, para ver si podía encontrar<br />

alguna pista, alguna respuesta, alguna solución, alguna salida del desastre en que se habían convertido mi<br />

vida y mi carrera. La escuché una y otra vez hasta que me volví insensible a ella, sin poder decir más si la<br />

canción era buena o mala, o incluso si era mía o de alguien más. Aturdido, levanté el micrófono que estaba<br />

conectado a la computadora, comenzando a sentir una de las pérdidas de conocimiento que había estado<br />

experimentando más frecuentemente. Muy lenta y firmemente tamborileé la mesa con mi mano izquierda<br />

como si estuviera pidiendo ayuda por un telégrafo y susurré al micrófono: ’Este... es... mi... momento...<br />

más... vulnerable...’ cambié la grabación de dirección, para que quedara al revés, y la añadí al inicio de la<br />

canción, una llamada de auxilio que nadie podía oír excepto yo.<br />

Me colapsé en la silla giratoria y trate de aclarar mi cabeza. Las palabras venían de una lugar dentro de mí<br />

tan rosado y sensible como la cabeza de un recién nacido. Me pregunté si la humillada, desmoralizada y<br />

degradada monstruosidad en que me había convertido estaba muriendo (o siendo asesinada), dando lugar,<br />

como Anton LaVey había predicho más de un año antes, a algo nuevo, algo confiable, algo emocional, algo<br />

terrible y hermoso y poderoso, el Anticristo Superestrella –un redentor del mundo al que nadie permitiría<br />

nacer. Lo que ni yo ni nadie a mi alrededor habíamos notado era que el mismo corrosivo que me había<br />

quitado mi humanidad era también responsable por tratar de matar al Anticristo Superestrella en la matriz:<br />

la traición. Era una palabra que hacía eco en mi mente como una hoja de lata oxidada cada vez que algo<br />

salía mal. Desde mis abuelos hasta Chad y mis maestros en la escuela cristiana y hasta mis primeras<br />

novias, nadie se había mantenido fiel al rol que interpretaba en público. Gastaban sus vidas tratando de<br />

vivir las mentiras que habían creado para sí mismos. Sólo en privado eran capaces de ser los demonios,<br />

hipócritas y pecadores que eran en realidad, y ay de aquellos que los atraparan en su juego, porque lo<br />

único peor que una mentira es una mentira descubierta. Pensé que había aprendido a protegerme de la<br />

traición al no confiar en nadie. Pero en las semanas que siguieron, iba a experimentar más traición en<br />

menos tiempo de lo que pensé posible. Cada una era como un martillo haciendo un agujero más y más<br />

profundo en mi pecho.

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