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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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orinar. Traté de no mirar, pero ella me llamó. ‘Mira esto,’ dijo, señalando un arete en su clítoris y otro en el<br />

lugar en que su muslo se junta con su entrepierna. ‘Me hice estos cuando tenía quince años.’<br />

‘Que bien,’ dije, asqueado por la enrojecida piel alrededor de ambas perforaciones y por la carne irritada<br />

que rodeaba toda su área genital, la cual había sido afeitada recientemente. No sabía si se suponía que<br />

debía lamerla, masturbarla o cogerla, así que tan sólo me quedé ahí de pie torpemente, diciéndole que me<br />

iban a atrapar. En vez de salir, se subió las pantaletas y buscó en su bolsillo, sacando una pequeña bolsa<br />

de plástico con cierre. Siempre me he preguntado quien hace esas minúsculas bolsas con cierre. ¿Qué<br />

sándwich va a caber en una de esas?<br />

‘Todos mis novios están muertos o en la cárcel,’ me informó mientras cortaba una línea de cocaína en la<br />

tapa del tanque del retrete. Tan pronto como la inhalé, mi nariz comenzó a arder, seguida por mis ojos, los<br />

cuales se llenaron de lágrimas. Sus drogas definitivamente estaban rebajadas con anfetaminas o vidrio o<br />

dulces o algo. Mientras me senté ahí tambaleándome por las malas drogas y el alcohol, ella tomó mi rostro<br />

y comenzó a besarme, cubriéndome con brillo incriminador. Mis pantalones estaban casi abajo y ella sacó<br />

mi pene flácido. Ya no pensaba en ser atrapado: todo en lo que podía pensar era en orinar. Parecía haber<br />

inhalado algo de orina, porque era lo único que podía oler, y aún tenía que orinar. La peste llenó mi cabeza<br />

e inundó mi cuerpo. Sentí que iba a vomitar. Metí mi mano en sus pantaletas y violentamente jalé el anillo<br />

de su clítoris, haciéndola gritar de dolor, placer o sorpresa. Entonces inserté mi pulgar dentro de ella,<br />

curveando mi dedo medio a su alrededor y metiéndolo en su ano. ‘¿Por qué estoy haciendo esto?’ pensé.<br />

No estaba tratando de excitarla a ella o a mí. Tan sólo trataba de ser sucio. La situación parecía<br />

demandarlo. Pude igualmente haber metido mi mano en un bote de basura y haber logrado la misma cosa.<br />

Saqué mis dedos tan rápido como los había insertado, oriné y salí del baño apara encontrar a Missi. Pero<br />

ella ya se había ido, sin duda furiosa, dejándome varado con la reina disco y tan molesto con Missi que<br />

estaba determinado a hundirme más en la sórdida zanja que yo mismo había cavado. Mientras preguntaba<br />

a todos si sabían a donde había ido Missi, una chica gorda de baja estatura con una barriga que colgaba<br />

sobre sus jeans ajustados y una blusa blanca empapada de sudor que revelaba sus senos colgantes sin<br />

sostén caminó directamente hacia mí, puso su rostro a pulgadas de distancia del mío y me miró fijamente.<br />

‘¿Qué?’ pregunté, molesto e incómodo.<br />

Ella respondió lanzándome su trago en la cara –no sólo el líquido, sino también el vaso. Yo le lancé mi<br />

botella de cerveza, y pronto estuve cubierto de manos que trataban de detenerme y sacarme del bar. Ella<br />

me siguió afuera y comenzó a gritar algo ininteligible, lo más probable es que hubiera sido algo referente a<br />

que me vendí o a que apestaba o a que era demasiado cool para ella. Parecía sufrir la ilusión de que su<br />

vida era lo suficientemente importante para que yo pretendiera no reconocerlo.<br />

Con la esfera disco aún siguiéndome, corrí mareado hasta un callejón cercano a un lado de una gran<br />

iglesia española blanca y me escondí en la esquina. Una casa de oración era probablemente el último<br />

lugar en que los policías me buscarían. Había metido la bolsita de plástico en mi caja de maquillaje, así<br />

que la saqué e inhalé algunas veces con las llaves de mi casa. No sé porque tomé más de las drogas de<br />

esa chica además del hecho de que estaban ahí. Pero tan pronto como lo hice, me arrepentí. Mi corazón<br />

comenzó a sentirse como si fuera a explotar. Corrí, dejando a la chica a tras como a la década a la que<br />

parecía pertenecer, y tomé un taxi. El conductor, un animal blanco de camiseta blanca con gran bigote<br />

castaño y cabello grasoso, al instante inició una conversación.<br />

‘¿Alguna vez has visto El Planeta de los Simios?’ preguntó. ‘¿No es esto igual que El Planeta de los<br />

Simios? Todos esos malditos negros por todos lados.’<br />

‘¿De qué diablos estás hablando?’<br />

‘Bueno, mira a tu alrededor.’<br />

‘El Sur puede ser tan encantador,’ dije con un aire de asco, evidentemente visible para él.<br />

‘¿Eres marica o algo así?’ respondió maliciosamente.<br />

No recuerdo exactamente lo que dije a continuación, pero sin duda contenía algo de lo siguiente –‘vete al<br />

diablo,’ ‘idiota,’ o ‘chúpame la verga’- porque se detuvo a mitad de la calle, estrelló su puño de simio en mí<br />

y me dijo que saliera de su auto.

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