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Esfera, Pez y Hexagrama: - Fundación Pablo Neruda

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moria que privilegia el tiempo circular de<br />

la realidad material y que con ello deviene<br />

memoria dialógica, incluyente y abarcadora<br />

de la realidad de la experiencia humana.<br />

El discurso del sujeto posmoderno<br />

de Estravagario, al contener su pasado en<br />

cuanto memoria-aprendizaje, da cuenta del<br />

derrumbe de ese gran relato moderno: «Ya<br />

está de cuanto amé / mi pequeño universo, /<br />

el sistema estrellado de las olas, / el desorden<br />

abrupto de las piedras. / Lejos, una ciudad<br />

con sus harapos, / llamándome, pobre<br />

sirena, / para que nunca, no, se desamore /<br />

mi corazón de sus duros deberes, / y yo con<br />

cielo y lira / en la luz de lo que amo, / inmóvil,<br />

indeciso, / levantando la copa de mi canto.»<br />

(“Pacaypallá”).<br />

Pero tal derrumbe abre también el acceso<br />

a una nueva mirada que —más certera—<br />

define los cimientos, las posibilidades,<br />

las impotencias; es decir, el acceso a<br />

otra representación del mundo. Así, en una<br />

suerte de retiro hacia costumbres de loco<br />

bañado en muerte, el sujeto proyecta su<br />

nueva cosmovisión carnavalesca que subvierte<br />

las categorías ordenadoras del mundo,<br />

propias de su discurso poético anterior,<br />

como el tiempo progresivo, la preeminencia<br />

de lo alto sobre lo bajo (aristocratismo)<br />

en la autorrepresentación, la acción como<br />

vida y la inacción como muerte, la identidad<br />

y la conciencia como un sistema coherente<br />

y unitario, la correspondencia del<br />

individuo con lo histórico más que con lo<br />

natural, etcétera.<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

De ahí que en Estravagario el poeta<br />

ya no solamente está en el mundo: ahora<br />

el mundo también está en él: «Yo estuve<br />

sentado y el tren / andaba dentro de mi<br />

cuerpo / aniquilando mis fronteras, / de<br />

pronto era el tren de la infancia, / el humo<br />

de la madrugada, / el verano alegre y amargo»<br />

(“Sueños de trenes”). Aunque también<br />

acontece ahora que el poeta se reencuentre<br />

separado, solo en la orilla del mundo, orilla<br />

que es su propio lenguaje: «He vuelto y<br />

todavía el mar / me dirige extrañas espumas,<br />

/ no se acostumbra con mis ojos, / la<br />

arena no me reconoce. / … / Por eso tengo<br />

que aprender / a nadar dentro de mis sueños,<br />

/ no vaya a venir el mar / a verme cuando<br />

esté dormido! / Si así sucede estará bien<br />

/ y cuando despierte mañana, / las piedras<br />

mojadas, la arena / y el gran movimiento<br />

sonoro / sabrán quién soy y por qué vuelvo,<br />

/ me aceptarán en su instituto.» (“Desconocidos<br />

en la orilla”).<br />

La unión entre lo cultural del poeta y<br />

lo natural del mundo sólo puede ocurrir,<br />

entonces, en el ámbito del sueño (que en<br />

Estravagario es el sueño de su lenguaje<br />

poético carnavalesco: “Sueño de gatos”,<br />

“Sueños de trenes”). Desde allí el poeta<br />

experimenta la correspondencia excepcional<br />

entre él y lo natural. Pero en tal sueño,<br />

en tal correspondencia, el saber anterior<br />

debe disolverse: el “Yo Soy” moderno de<br />

Canto general debe diluirse en el<br />

posmoderno “Muchos somos” de<br />

Estravagario. La identidad en lo natural<br />

[ 13 ]<br />

es absurda y no es ambivalente, la unidad<br />

del Yo cultural debe ser dejada como un<br />

traje: así, el Yo deja de serlo para devenir<br />

geografía integradora.<br />

Luego del sueño de integración total<br />

a lo natural, el poeta da cuenta de un regreso<br />

al mundo. Ya trae un saber integrador<br />

de dos lenguajes, el cultural alimentado<br />

por el natural: un saber resultante<br />

de una honesta experiencia de amor con<br />

el mundo: «Amo todas las cosas, / y entre<br />

todos los fuegos / sólo el amor no gasta, /<br />

por eso voy de vida en vida, / de guitarra<br />

en guitarra, / y no le tengo miedo / a la<br />

luz ni a la sombra, / y porque casi soy de<br />

tierra pura / tengo cucharas para el infinito»<br />

(“Aquí vivimos”).<br />

Lo anterior se complementa con la<br />

categoría de dulzura que el poeta precisa<br />

traducir a su lenguaje poético. Es un<br />

re-conocimiento de calidad carnavalesca<br />

que aminora el miedo y subvierte la<br />

seriedad de la relación hostil con el<br />

mundo revelando al mismo tiempo el<br />

contacto primigenio, el saber amable de<br />

las cosas: «Por qué esas materias tan<br />

duras? / Por qué para escribir las cosas /<br />

y los hombres de cada día / se visten los<br />

versos de oro, / con antigua piedra espantosa?<br />

/ … / Sin nosotros o con nosotros<br />

/ lo dulce seguirá viviendo / y es infinitamente<br />

vivo, / eternamente redivivo,<br />

/ porque en plena boca del hombre / para<br />

cantar o para comer / está situada la dulzura»<br />

(“Dulce siempre”).

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