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Esfera, Pez y Hexagrama: - Fundación Pablo Neruda

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NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

nerudiana<br />

<strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> Santiago Chile nº 3 Agosto 2007 Director Hernán Loyola<br />

<strong>Esfera</strong>, <strong>Pez</strong> y <strong>Hexagrama</strong>:<br />

el LOGO de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

ENRIQUE ROBERTSON / HERNÁN LOYOLA<br />

Bielefeld, Alemania / Sássari, Italia<br />

Se intentará en este ensayo: 1) aclarar el origen<br />

y significado del logo nerudiano; 2)<br />

identificar al artista que lo diseñó. Tarea pendiente<br />

que, según veremos, Osvaldo Rodríguez<br />

Musso inició hace unos veinte años.<br />

Según el diccionario, logo o logotipo es un<br />

símbolo formado por letras y/o por imágenes. El<br />

logo de <strong>Neruda</strong> está formado por las seis letras del<br />

sigue en p. 2<br />

escriben<br />

Fernando Benítez<br />

Dominique Casimiro<br />

Edmundo Olivares<br />

Sara Reinoso Canelo<br />

Enrique Robertson<br />

Gonzalo Rojas<br />

Waldo Rojas<br />

Mario Valdovinos<br />

[ 1 ]


[ 2 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Sumario<br />

<strong>Esfera</strong>, <strong>Pez</strong> y <strong>Hexagrama</strong>: 1<br />

el LOGO de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

ENRIQUE ROBERTSON / HERNÁN LOYOLA<br />

En el centenario de<br />

Miguel Prieto 8<br />

(España 1907—México 1956)<br />

Estravagario:<br />

la posmodernidad nerudiana<br />

en clave carnavalesca 10<br />

SARA REINOSO CANELO<br />

Sublimación, virtualidad del<br />

sonido y voz poemática<br />

en Canto general (l950)<br />

de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> 14<br />

DOMINIQUE CASIMIRO<br />

Temuco 1908:<br />

una ciudad...<br />

un niño... un incendio... 17<br />

EDMUNDO OLIVARES<br />

Huellas de<br />

Rimbaud en <strong>Neruda</strong> 20<br />

MARIO VALDOVINOS<br />

Notas<br />

La CIA contra <strong>Neruda</strong> (1963) 22<br />

Publicaciones 24<br />

Documentos 29<br />

“<strong>Pablo</strong>, volvamos” (1954) 32<br />

GONZALO ROJAS<br />

Los juicios y opiniones vertidos en los artículos<br />

y demás materiales aquí publicados, son responsabilidad<br />

de sus respectivos autores.<br />

nerudiana<br />

nº 3 agosto 2007<br />

director<br />

Hernán Loyola<br />

editor<br />

Mario Valdovinos<br />

diseño y diagramación<br />

Juan Alberto Campos<br />

secretaría de edición<br />

Adriana Valenzuela<br />

FUNDACIÓN PABLO NERUDA<br />

Fernando Márquez de la Plata 0192<br />

Providencia.<br />

Santiago Chile<br />

nombre y por la horizontal imagen de un<br />

pez que mira hacia la izquierda, rodeado<br />

por unos anillos que esquemáticamente representan<br />

una antigua esfera armilar.<br />

La esfera armilar, perfeccionada hace<br />

medio milenio por el sabio danés Tycho<br />

Brahe, es un fáustico instrumento compuesto<br />

de anillas –círculos armillares, los llama<br />

<strong>Neruda</strong>– que representan los círculos de la<br />

esfera celeste, en cuyo centro se coloca un<br />

(fig. 1)<br />

globo que figura a la Tierra. Además de<br />

Brahe, otros sabios —Képler, Cardán,<br />

Newton— usaron estos instrumentos para<br />

resolver difíciles problemas de trigonometría<br />

esférica; problemas con los que <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>, imposible de cálculos, nunca nada<br />

tuvo que ver. En su colección de curiosidades<br />

<strong>Neruda</strong> tuvo dos o tres de estos miste-<br />

(fig. 2)<br />

riosos artefactos, cuya representación gráfica,<br />

hoy como ayer, confiere su fuerza simbólica<br />

a grabados, ex libris, logotipos, etc.<br />

En el centro de la esfera armilar del<br />

logo nerudiano, en lugar de la Tierra –y<br />

sin que sepamos por qué– está el <strong>Pez</strong>.<br />

Una antigua ilustración del Fausto de<br />

Goethe nos informa que el protagonista tiene<br />

en su laboratorio una esfera armilar. ¡Y<br />

un pez disecado colgando del techo! No<br />

hay indicios de que <strong>Neruda</strong> haya conocido<br />

esa ilustración, ni tampoco la imagen del<br />

nodo cardánico trazada por el también<br />

fáustico sabio Jerónimo Cardán (Girólamo<br />

Cardano: Pavia 1501-Roma 1576) (fig. 1),<br />

cuya reproducción (fig. 2) envió Osvaldo<br />

Rodríguez Musso (el Gitano) a Hernán<br />

Loyola hace dos décadas, convencido de<br />

que el logo nerudiano era una variante de<br />

dicha imagen [Invención cinco veces centenaria,<br />

el nodo cardánico –dicho sea de<br />

paso– se utiliza todavía hoy en el sistema<br />

de transmisión de los automóviles.] La idea<br />

de Rodríguez Musso no era descabellada.<br />

Basta inscribirle un pez, y la imagen del<br />

nodo cardánico se transmuta en logo<br />

nerudiano. ¡Alquimia pura!<br />

El nodo de Cardán nos llevó a la<br />

hexagonal representación gráfica del elemento<br />

agua en un antiguo libro de Képler<br />

(fig. 3), otro fáustico personaje de aquellos<br />

tiempos. La imagen muestra unos peces<br />

y el signo Cáncer de nuestro poeta.<br />

(fig. 3)<br />

¿Debería sorprendernos que al ubicar las<br />

letras del nombre <strong>Neruda</strong> en cada punta<br />

del hexágono, se obtiene otro interesante<br />

logo nerudiano? (fig. 4). Sugiere posibilidades<br />

de interpretación basadas en los


(fig. 4)<br />

vínculos del poeta con los misterios del mar<br />

y sus navegaciones, que hacen casi obligatorio<br />

que lo simbolizado en el logo sea<br />

marinero o marítimo.<br />

La abundancia de alegorías náuticas<br />

en Isla Negra casi no deja ver otros objetos<br />

simbólicos que hay allí, como el gran<br />

locomóvil del sur con sus dos tremendas<br />

ruedas volantes (fig. 5), cada una de ellas<br />

con seis radios como la rueda de la fortuna,<br />

corazón del Tarot. Intentando no ver el<br />

(fig. 5)<br />

logo nerudiano como esfera, tratemos de<br />

percibirlo plano como la rueda de un timón.<br />

Conseguimos esto al fijar la atención<br />

en las seis letras que ornan la periferia del<br />

círculo; como si éstas estuviesen allí para<br />

ser asidas por un timonel. Tal vez el número<br />

seis, semioculto en el logo, significa algo<br />

importante en su simbología.<br />

A todo nombre de seis letras como<br />

<strong>Neruda</strong> el logo viene como anillo al dedo.<br />

Por eso no nos extrañó encontrar la estrella<br />

de seis puntas en el escudo de armas de<br />

Goethe (fig. 6). Partiendo de las seis letras,<br />

y dirigiendo radialmente la mirada<br />

hacia el centro de la figura, pareciera que<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

¿Quién diseñó el LOGO de <strong>Neruda</strong>? ¿De<br />

dónde salió ese «pez horizontal que<br />

encierran o desencierran dos círculos<br />

armillares», inscrito en la bandera azul que<br />

ondea sobre su casa en Isla Negra y que<br />

identifica sus libros en todo el mundo? El<br />

poeta escribió algunas líneas sobre el<br />

emblema mismo, pero no dejó información<br />

sobre su autor ni sobre su historia.<br />

A este asunto dedicamos nuestro dossier<br />

de apertura, que incluye dos textos:<br />

uno sobre los antecedentes y significados<br />

del LOGO, y otro sobre Miguel Prieto, su<br />

más seguro diseñador. Del múltiple artista<br />

español, amigo de <strong>Neruda</strong> en Madrid y<br />

después en México (donde murió en 1956),<br />

se cumple en este 2007 el primer centenario<br />

de su nacimiento en Almodóvar del<br />

Campo. Una razón más para hacer justicia<br />

y dar mayor visibilidad a un artista de enorme<br />

valor y muy representativo de las artes<br />

visuales (pintura, escenografía, diagramación,<br />

gráfica en general) de la primera mitad<br />

del siglo XX, pero prácticamente desconocido<br />

fuera de México.<br />

Se cumplen también 50 años de la<br />

escritura de Estravagario, trabajada por<br />

<strong>Neruda</strong> durante el largo viaje que hizo con<br />

Matilde en 1957 hacia los lugares sagrados<br />

que había vivido o visitado antes de<br />

conocerla (Birmania, Ceilán, China, rincones<br />

o barrios de París y Berlín). Viaje<br />

de iniciación para su nueva compañera de<br />

vida, fresca aún la separación entre el poeta<br />

y Delia del Carril. Acerca de este libro<br />

de rupturas, inicio de la escritura<br />

posmoderna de <strong>Neruda</strong>, incluimos un penetrante<br />

ensayo en clave «carnavalesca»<br />

(es decir, en conexión con teorías de<br />

Mijaíl Bajtín) de Sara Reinoso Canelo.<br />

En el plano de las relaciones de<br />

<strong>Neruda</strong> con otros escritores, rescatamos un<br />

artículo sobre su vínculo con Rimbaud, de<br />

Mario Valdovinos, y reproducimos dos cartas<br />

cruzadas entre Juan Larrea y Vicente<br />

Huidobro (inédita la primera) en 1935, año<br />

en que <strong>Neruda</strong> explota con su “Aquí estoy”<br />

contra las agresiones de De Rokha y<br />

Huidobro que viene soportando, en público<br />

EDITORIAL<br />

silencio, desde su regreso a Chile en 1932.<br />

Estas cartas anticipan aquí su publicación<br />

dentro del Epistolario Huidobro-Larrea-<br />

Guillermo de Torre, volumen de actualísima<br />

aparición en Madrid, por gentileza de su<br />

editor Gabriele Morelli (Università di<br />

Bèrgamo), especialista en literaturas hispánicas<br />

de vanguardia.<br />

Una evocación (por Edmundo<br />

Olivares) del incendio de Temuco en 1908<br />

(nunca olvidado por un Neftalí de 3 ó 4<br />

años que suponemos fascinado cuanto aterrorizado)<br />

y un comentario sobre los esfuerzos<br />

de la CIA para impedir que <strong>Neruda</strong> obtuviera<br />

el Nobel en 1963 y 1964, son textos<br />

que el lector encontrará en el nivel crónica<br />

de nuestra revista. Así como señalamos<br />

el importante libro de Frances Stonor<br />

Saunders sobre la Guerra Fría cultural en<br />

América Latina, así nuestras reseñas reclaman<br />

atención hacia recientes trabajos de<br />

David Schidlowsky, Greg Dawes (ambos<br />

pertenecen a la nueva promoción de<br />

nerudistas) y Jaime Concha.<br />

Otros aniversarios jalonan 2007, en<br />

particular el centenario del nacimiento de<br />

Laura Reyes Candia, muy querida hermana<br />

del poeta, y el de Laura Arrué, una<br />

de sus amantes de juventud. No olvidemos<br />

que 1917 fue el año de la primera<br />

publicación de Neftalí Reyes: “Entusiasmo<br />

y perseverancia”, en La Mañana de<br />

Temuco (18 de julio), y que en 1927<br />

<strong>Neruda</strong> inició —con su travesía del<br />

Atlántico y con breves permanencias en<br />

Madrid y París— los cinco años de su<br />

exilio en Oriente, que por un lado fue su<br />

saison en enfer, y por otro la experiencia<br />

decisiva para su desarrollo como hombre,<br />

ciudadano y poeta. Lo demostrarán<br />

la publicación en 1937 de España en el<br />

corazón, y diez años más tarde, en 1947,<br />

la de una “Carta íntima para millones de<br />

hombres” en El Nacional de Caracas,<br />

preclaros hitos del creciente compromiso<br />

político en su vida y en su escritura.<br />

—El Director<br />

loyolalh@gmail.com<br />

[ 3 ]


[ 4 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

(fig. 6)<br />

la imagen pierde su forma esférica y tiende<br />

a aplanarse evocando una especie de<br />

medalla con bajorrelieves, con un pez pasando<br />

medio cuerpo a través de una hendidura,<br />

biojival como una mándorla (fig. 7).<br />

(fig. 7)<br />

Las tres vocales y las tres consonantes<br />

de N-E-R-U-D-A se distribuyen en su<br />

logo como los números pares de la esfera<br />

de un reloj. La N en lugar del doce [A propósito<br />

de la conexión logo-reloj, ver también<br />

Carlos Blanco V., “Reflexiones sobre<br />

el emblema de la <strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>”, en Pharos, revista de la Universidad<br />

de las Américas, número 2, Santiago,<br />

2003.] Pero la N, según declaró el poeta,<br />

está en el norte de su logo. Habrá querido<br />

decir que ese punto lo ubicaba en el<br />

nocturno clitorial de la mándorla. Porque<br />

sabemos que los puntos cardinales no dividen<br />

el horizonte en seis direcciones. Tampoco<br />

suman seis el elemento agua y los<br />

otros tres principios fundamentales —tierra,<br />

aire y fuego—, lo que complica nuestra<br />

tarea descifradora.<br />

El logo debutó con la edición príncipe<br />

de Canto general (México, 1950), y<br />

desde entonces ha sido impreso en la portada<br />

de casi todos los libros de <strong>Neruda</strong>. No<br />

conocemos documentación del logo anterior<br />

a esa fecha. Su historia misma se reduce<br />

a comentarios del propio <strong>Neruda</strong> en<br />

Una casa en la arena (1966) y a lo que<br />

dice Aitana Alberti en La arboleda compartida.<br />

En una entrega de estas memorias<br />

(ver ABC Cultural, 99, Madrid,<br />

24.09.1993) la hija de Rafael Alberti asegura<br />

que el diseño del logo nerudiano sería<br />

obra del periodista español Darío<br />

Carmona. De ser así, debió diseñarlo en<br />

México para el primer libro de <strong>Neruda</strong> en<br />

que aparece, Canto general, cuya contemporánea<br />

edición chilena no lo trae. Y efectivamente<br />

Darío Carmona fue —por un<br />

breve tiempo— secretario de <strong>Neruda</strong> durante<br />

su gestión consular en México. Pero<br />

en la Navidad de 1941 o 1942 <strong>Neruda</strong> (desde<br />

México) escribe a Alberti (en Buenos<br />

Aires): «Darío se fue a Chile, y me siento<br />

más solo porque me ayudaba muchísimo a<br />

vivir aquí», aludiendo con toda probabilidad<br />

a Carmona, quien no nos resulta haber<br />

regresado a México a fines de la década<br />

(cuando el poeta organizó la edición de su<br />

Canto general con el logo en la cubierta).<br />

En suma, la aseveración de Aitana Alberti<br />

no aparece refrendada por otras fuentes, ni<br />

siquiera por el interesado.<br />

Quienquiera fuese, el o la dibujante<br />

del logo debió seguir muy precisas instrucciones<br />

del poeta, porque de seguro <strong>Neruda</strong><br />

tenía ya una idea clara al respecto. Pero el<br />

encargo original fue un ex libris (lo afirma<br />

Volodia Teitelboim), que sólo tras su<br />

publicación en 1950 devino logo para el<br />

poeta. Fruto de sus exactas instrucciones o<br />

proposición del artista gráfico, lo cierto es<br />

que a <strong>Neruda</strong> el diseño le gustó de tal manera<br />

que no sólo lo estampó en sus libros<br />

como el logo que conocemos: lo izó también<br />

como bandera en su casa de Isla Negra<br />

(fig. 8):<br />

…mi bandera es azul y tiene un pez<br />

horizontal que encierran o desencierran<br />

dos círculos armillares. En<br />

invierno, con mucho viento y nadie<br />

por estos andurriales, me gusta oír<br />

la bandera restallando y el pescado<br />

nadando en el cielo como si viviera.<br />

— <strong>Neruda</strong>, Una casa en la arena<br />

(fig. 8)<br />

Según Carl Gustav Jung, entre otros,<br />

para los primeros cristianos la imagen del<br />

pez simbolizaba a Cristo. Sobre el pez de<br />

su ex libris –logo– bandera, <strong>Neruda</strong> aclaró<br />

(ibíd.):<br />

Y por qué ese pez, me preguntan.<br />

Es místico? Sí, les digo, es el simbólico<br />

ictiomín, el precristense, el<br />

cisternario, el lucicrático, el<br />

fritango, el verdadero, el frito, el<br />

pescado frito.<br />

Vale decir, el pez nerudiano no reconoce<br />

su origen (ni su significado simbólico)<br />

en la iconografía cristiana. ¿De dónde,<br />

entonces? Tres conjeturas al respecto.<br />

Primera. Hay un pequeño pez al pie<br />

de la tarjeta que anuncia el nacimiento de<br />

Malva Marina Reyes Hagenaar el<br />

18.08.1934 en Madrid (fig. 9). El anóni-<br />

(fig. 9)


mo diseñador de la tarjeta sería el artista<br />

español Miguel Prieto, ya entonces amigo<br />

de <strong>Neruda</strong> y experto en diseño de viñetas<br />

(son suyas las que ilustrarán Nuevo canto<br />

de amor a Stalingrado, cuadernillo de 14<br />

páginas editado en México, 1943).<br />

Segunda. Hay otro pez —¿también<br />

de Prieto?— en el libro-almanaque 1934<br />

de la revista Cruz y Raya de Madrid, que<br />

con seguridad <strong>Neruda</strong> conoció (fig. 10).<br />

(fig. 10)<br />

José Bergamín, director de Cruz y Raya y<br />

de las ediciones conexas, incluirá importantes<br />

colaboraciones de su amigo <strong>Neruda</strong><br />

en el sucesivo libro-almanaque, el de 1935,<br />

y en septiembre de ese mismo año publicará,<br />

en primera edición conjunta, los dos<br />

volúmenes de Residencia en la tierra.<br />

Tercera. Todavía otro pez que <strong>Neruda</strong><br />

no podrá ignorar: el de la bandera de Nyon<br />

(pueblo al borde del lago de Ginebra, Suiza),<br />

que será testigo —mudo como buen<br />

pez— de los clandestinos amores del Capitán<br />

y Rosario en 1951 (fig. 11). [Esta conjetura<br />

la debemos a Sergio Olivares. Ella<br />

(fig. 11)<br />

no vale para la invención del logo<br />

nerudiano, que es anterior, pero sí, probablemente,<br />

para la idea de inscribirlo en una<br />

bandera.]<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Preferimos la primera de estas conjeturas,<br />

que además sale al paso a los infatigables<br />

practicantes del «proceso a <strong>Neruda</strong>»<br />

(al capítulo de acusación: haber olvidado<br />

a su hija). La segunda nos recuerda que el<br />

pez mira de derecha a izquierda, o sea de<br />

oriente a occidente, en sugestiva conexión<br />

con las navegaciones del poeta-capitán.<br />

Juan Larrea escribió alguna vez que<br />

el nombre <strong>Neruda</strong> traduciría esa condensación<br />

simbólica de Europa y de Asia que<br />

es América. Al elegirlo, el chileno habría<br />

revelado otra de sus inclinaciones polares:<br />

la India, a cuya eufonía responde plenamente<br />

dicho apellido (Larrea 1944: 242).<br />

Con Larrea hay que andar con cautela, se<br />

sabe, pero buscando lo hindú que <strong>Neruda</strong><br />

pudiese haber incorporado a su logo, topamos<br />

en efecto con el pseudónimo<br />

Kundalini, usado por Neftalí Reyes en<br />

1919, a los 15 años de edad, para firmar el<br />

poema “Comunión ideal” que envía al concurso<br />

de los Juegos Florales del Maule<br />

(Cauquenes). ¿Sólo efímera resonancia de<br />

orientalismos por entonces de moda en la<br />

literatura chilena, estimulados en parte por<br />

el Premio Nobel asignado a Rabindranath<br />

Tagore en 1913? La elección del pseudónimo<br />

presupone en todo caso que Neftalí<br />

conoce a través de sus lecturas adolescentes<br />

(libros y magazines) nociones que hoy<br />

son fácilmente accesibles en Google, por<br />

ejemplo: «Kundalini Maha Yoga se basa<br />

en un principio muy simple: en cada ser<br />

humano hay una fuente de energía divina.<br />

El término sánscrito para esa fuente de<br />

energía es Kundalini... Esa divina energía<br />

se manifiesta bajo forma cósmica y bajo<br />

forma personal».<br />

Para Neftalí esa tántrica palabra hindú<br />

(Kundalini) quizás simbolizaba lo que<br />

él después llamaría el río invisible (fig. 12).<br />

Kundalini es una suerte de energía potencial<br />

que reside encerrada —como una serpiente<br />

dormida— en la shakra basal (hay<br />

además, otras seis shakras principales). Al<br />

ser liberado, Kundalini comienza a fluir<br />

como un río hacia otras shakras, eliminando<br />

los obstáculos que encuentra en su ascenso.<br />

Primeramente serpentea desde la<br />

shakra basal hasta la Anaata o shakra del<br />

corazón, que es centro del amor, de la sen-<br />

[ 5 ]<br />

sibilidad y de la percepción de la belleza y<br />

armonía en la naturaleza y en las artes (según<br />

Juvencio Valle, hay en <strong>Neruda</strong> un «corazón<br />

que mira»). Después, en su ascendente<br />

fluir, el serpenteante Kundalini se<br />

enfrentará a obstáculos de mucho mayor<br />

grado de dificultad, cuando lo que se intente<br />

sea la realización de principios ya<br />

impersonales, divinos según el tantrismo,<br />

sitos en la quinta, sexta y séptima shakra.<br />

Un más profundo estudio del tema lo dejamos<br />

a Jung y a sus discípulos, limitándonos<br />

por ahora a interpretar Kundalini<br />

como sublimación de la energía sexual.<br />

(fig. 12)<br />

En la fig. 12 vemos la representación<br />

gráfica de las shakras o ruedas. De abajo<br />

hacia arriba, la cuarta es la shakra del corazón,<br />

con su estrella de seis puntas (fig.<br />

13). En este caso el hexagrama no representa<br />

el escudo de David o el sello de<br />

Salomón: la estrella de seis puntas es un<br />

símbolo de honda significación no sólo<br />

(fig. 13)


[ 6 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

para la cultura hebrea. Aparte la shakra del<br />

corazón, también la encontramos en el escudo<br />

de Goethe, y es de gran importancia<br />

en la símbología masónica.<br />

Esta estrella resulta de una suerte de<br />

diálogo entre dos triángulos, uno femenino<br />

y otro masculino. Ahora bien, resulta<br />

fácil descubrir la presencia de dos triángulos<br />

en el logo de <strong>Neruda</strong>, que se hacen visibles<br />

al unir en triángulo las tres letras vocales<br />

por un lado, y las tres consonantes<br />

por otro. Los dos triángulos forman, engarzados,<br />

una perfecta estrella de seis pun-<br />

(fig. 14)<br />

tas (fig. 14). Es pues, posible ver un<br />

hexagrama en el logo nerudiano que, a la<br />

luz del Kundalini, alcanzaría un significado<br />

equivalente o afín al de la shakra del<br />

corazón. El pintor chileno Víctor Ramírez<br />

nos hace notar —desde Barcelona, donde<br />

vive— que <strong>Neruda</strong> residenció en la tierra,<br />

frente al mar de su casa en Isla Negra, un<br />

<strong>Hexagrama</strong> cuya alma son seis campanas.<br />

Ese macrocósmico <strong>Hexagrama</strong> al aire libre<br />

—el campanario del poeta— no necesita<br />

otro círculo limítrofe que el del universo<br />

(fig. 15).<br />

En el Shivah-Shakti, sistema dual del<br />

Kundalini-Yoga, el engarce de los triángulos<br />

simboliza el diálogo entre dos ideas.<br />

El del vértice superior (triángulo de las consonantes)<br />

simboliza la idea fundamental de<br />

la masculinidad. Y el del vértice inferior<br />

(triángulo de las vocales), la de la femineidad.<br />

(fig. 15)<br />

En el logo nerudiano, ese diálogo está<br />

reiterado por la presencia del <strong>Pez</strong> y del<br />

Yoni. El Yoni —en occidente: Mándorla—<br />

es la almendrada estilización de la<br />

vulva, que obviamente remite al principio<br />

de femineidad, así como el <strong>Pez</strong> (= falo)<br />

remite al de masculinidad. Más aún: el pez<br />

del logo podría ser Vishnu, divinidad representada<br />

a veces como un pez (o saliendo<br />

de las fauces de un pez) y encargada de<br />

que los principios Shivah y Shakti se renueven<br />

y mantengan. Lo que correspondería<br />

a la fórmula para nacer he nacido,<br />

y a esa suerte de Shivah-Shakti que actúa<br />

como principio original, fundante y<br />

desencadenante de la obra nerudiana: «por<br />

una parte el bosque, cóncavo y negro, que<br />

representa a la tierra, la madre, la hembra;<br />

y por otro, el mar, el principio activo, masculino»<br />

(Loyola).<br />

Quizás Juan Larrea no andaba descaminado<br />

al afirmar que una de las inclinaciones<br />

polares de <strong>Neruda</strong> fue la India. En<br />

1919, la misma vía de curiosidad que llevó<br />

al quinceañero Neftalí hasta Kundalini<br />

lo hizo topar también, muy probablemente,<br />

con el término Niruddha (¿talvez<br />

transcrito Niruda?) que nombra al quinto<br />

estado de conciencia, el máximo o supremo<br />

a que puede aspirar el iniciado en la<br />

práctica del Yoga. No es temerario suponer<br />

que una casual resonancia de ese término<br />

reforzará un año más tarde, en octubre<br />

de 1920, la elección del apellido que<br />

Neftalí buscaba para el ya elegido nombre<br />

<strong>Pablo</strong> [Detalles al respecto en Robertson<br />

1999 y en Loyola 2006: 409-410] .<br />

Volvamos al <strong>Hexagrama</strong>, que para la<br />

Alquimia medieval simbolizaba la materia<br />

prima, la que incluye en sí a todos los<br />

elementos. Y recordemos el arduo conflicto<br />

(uno de tantos) que con la Iglesia tuvo<br />

el sabio Girólamo Cardano —de azarosa<br />

y novelesca vida— por su osado sostener<br />

que la hexagrámica materia prima tenía<br />

alma. A punto estuvo de acabar en la hoguera<br />

por decir tal herejía. Se dice que el<br />

mismísimo Papa tuvo que intervenir para<br />

salvarlo.<br />

Por histórica afinidad, en los siglos<br />

sucesivos habrá sellos masónicos que en<br />

el centro de un hexagrama llevan una escuadra<br />

y un compás, o bien un triángulo y<br />

un ojo. Son los más conocidos. Pero hay<br />

un diseño de Goethe, masón célebre, que<br />

pareciendo un sello masónico no lo es; o<br />

talvez sí. Es el círculo cromático con que<br />

ilustró su Teoría de los Colores —teoría<br />

que se consideró insostenible frente a la<br />

de Newton, pero que Goethe defendió<br />

como si se tratase de un dogma religioso.<br />

Su ilustración se parece mucho al dibujo<br />

de la shakra del corazón.<br />

Aunque <strong>Neruda</strong> —que sepamos—<br />

nunca fue miembro de logia masónica alguna,<br />

sí tuvo muchos amigos en la cofradía,<br />

a comenzar por personajes de su infancia<br />

como Rudecindo Ortega Masson<br />

(hijo de la tía Telésfora y más tarde dirigente<br />

de la FECH, abogado, joven diputado,<br />

ministro durante la presidencia de<br />

Aguirre Cerda, senador del Partido Radical)<br />

y Alejandro Serani, compañero de liceo<br />

en Temuco, que con los años llegó a<br />

ser Gran Maestre. Otros amigos lo eran<br />

también, como Acario Cotapos y Julio<br />

Ortiz de Zárate, del grupo de Los Diez de<br />

Pedro Prado y Magallanes Moure. A lo<br />

largo de su existencia <strong>Neruda</strong> tuvo innumerables<br />

oportunidades de contactar con<br />

masones, de Chile y de otros países, en<br />

especial con los de España. Muchos fueron<br />

los militantes de la Unión Republicana,<br />

el partido de Diego Martínez Barrio<br />

(dos veces presidente de la República<br />

y grado 33 de la Masonería), que hubieron<br />

de marchar al destierro para no ser


asesinados. Franco había creado —«en<br />

una unificación e identidad inverosímil»,<br />

según el periodista Haro Tecglen— el<br />

Tribunal de Represión de la Masonería y<br />

el Comunismo. Numerosos republicanos<br />

se exiliaron en Chile y en México. Algunos,<br />

amparados en Francia por la masonería<br />

de ese país, fueron pasajeros del<br />

Winnipeg.<br />

Si Darío Carmona hubiera sido quien<br />

diseñó el logo de <strong>Neruda</strong>, él mismo lo habría<br />

dicho o lo habría documentado en alguno<br />

de sus escritos. Se sabría. Su nombre<br />

no habría faltado en el Canto general mexicano<br />

de 1950 porque Miguel Prieto, responsable<br />

de esa edición, incluyó al cierre<br />

un detallado colofón con todos los datos y<br />

créditos concernientes. Tras los nombres<br />

de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros,<br />

que dibujaron las guardas del libro, habría<br />

debido registrar, obligadamente, el nombre<br />

del diseñador del estrepitoso (por lo<br />

ostensible) LOGO de la cubierta.<br />

¿Por qué no lo hizo? Hay un solo<br />

motivo que lo puede explicar. Miguel Prieto<br />

fue el diagramador y responsable de la<br />

gráfica del libro y así lo acreditó destacadamente<br />

el colofón. Para Miguel Prieto el<br />

ex libris de la cubierta era sólo un elemento<br />

de la diagramación y de la gráfica del<br />

volumen: su autoría del diseño era por lo<br />

tanto obvia y no requería ser puntualizada<br />

aparte. Lo que el artista español no imaginó<br />

(y al parecer tampoco <strong>Neruda</strong> en ese<br />

momento) fue que ese fragmento de su trabajo<br />

iba a alcanzar una vida y una función<br />

propias, autónomas, independientes del<br />

Canto general mexicano No imaginó que<br />

su ex libris original iba a convertirse en<br />

LOGO, vale decir, en el emblema (más<br />

aún, en la bandera) de un poeta que<br />

subconscientemente olvidará (por eso nunca<br />

lo dijo) el nombre de quien lo diseñó.<br />

Así como desde mucho antes ya había olvidado<br />

(también de modo subconsciente)<br />

por qué se autobautizó <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, a<br />

quién o a qué debía su verdadero nombre.<br />

En ambos casos no fue por mala fe ni menos<br />

por ingratitud, sino por complejas e<br />

íntimas razones que aquí sería excesivo e<br />

inoportuno detallar, aparte que no tenemos<br />

espacio para ello (pero remitimos al res-<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

pecto a Robertson 1999 y Loyola 2006, p.<br />

78 y siguientes).<br />

Pues lo que en cambio nos importa<br />

destacar aquí es la figura —hasta ahora<br />

invisible en Chile— del inmenso artista que<br />

elaboró para <strong>Neruda</strong> no sólo su insignia<br />

personal y poética, su bandera, sino también<br />

un signo secreto, evocador de su hija<br />

Malva Marina. Rindamos por ello un homenaje<br />

indispensable al tipógrafo, artista<br />

gráfico y pintor Miguel Prieto, español y<br />

mexicano, que en este 2007 habría cumplido<br />

cien años.♦<br />

REFERENCIAS:<br />

[ 7 ]<br />

Larrea, Juan. “El Surrealismo entre Viejo y<br />

Nuevo Mundo”, en Cuadernos Americanos, 5, México<br />

(septiembre-octubre 1944), pp. 235-256, y en su<br />

Del surrealismo a Machupicchu (México, editor Joaquín<br />

Mortiz, 1967), pp. 15-100.<br />

Loyola, Hernán. <strong>Neruda</strong> / La biografía literaria,<br />

vol. I, La formación de un poeta (1904-1932).<br />

Santiago, Seix Barral, 2006.<br />

<strong>Neruda</strong>, <strong>Pablo</strong>. Una casa en la arena.<br />

Barcelona, Lumen, 1966.<br />

Robertson, Enrique. “<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: el enigma<br />

inaugural”, en América Sin Nombre, número 1,<br />

Alicante (diciembre 1999), pp. 50-64.<br />

Teitelboim, Volodia. <strong>Neruda</strong>, edición revisada.<br />

Santiago, Sudamericana, 1996.


[ 8 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Pintor y gráfico español, Miguel<br />

Prieto nació en Almodóvar del<br />

Campo, Ciudad Real, 1907. Estudió<br />

en la prestigiosa Academia de San Fernando,<br />

Madrid. Durante los años ’30 participó<br />

en el Teatro Guiñol de La Tarumba<br />

(nombre que le sugirió <strong>Neruda</strong>) y en la fundación<br />

de La Barraca con Federico García<br />

Lorca. Durante la Guerra Civil Española<br />

combatió por la República, padeció en un<br />

campo de concentración en Francia y luego<br />

emigró con su familia a México en<br />

1939. «Prieto fue el fundador de la tipografía<br />

[mexicana] de la segunda mitad del<br />

siglo XX, y a pesar de su muerte prematura<br />

en 1956, fue el diseñador más importante<br />

de los años ’40 y ’50 en el campo de<br />

la prensa cultural» (Cuauhtémoc Medina).<br />

La revista Romance (1940-1941), dirigida<br />

en México por el poeta Juan Rejano,<br />

fue elaborada gráficamente por Miguel<br />

Prieto. En ella convivieron intelectuales españoles<br />

e hispanoamericanos. «Admirable<br />

su labor al frente del Departamento de Ediciones<br />

del INBA [Instituto Nacional de<br />

Bellas Artes] de 1949 a 1954. En todos los<br />

impresos aparecían incluso letras hechas a<br />

mano con extrema minuciosidad, así la<br />

diagramación en todos los detalles de<br />

Diego Rivera. Cincuenta años de su labor<br />

artística (1949) o sus impecables faenas<br />

en México en el Arte, revista de la Universidad<br />

de México.» (Jorge de la Luz).<br />

<strong>Neruda</strong> y Prieto se conocieron y entablaron<br />

amistad en Madrid, 1934. Muy probablemente<br />

Miguel diseñó la tarjeta (pez incluido)<br />

con que <strong>Pablo</strong> anunció en agosto de<br />

ese año el nacimiento de su hija Malva<br />

Marina. Y tuvo a su cargo la diagramación<br />

de la primera edición de Canto general<br />

(México, 1950). Fue, por lo tanto, el<br />

diseñador del LOGO nerudiano que en ese<br />

volumen apareció impreso por primera vez.<br />

En el centenario de<br />

Miguel Prieto<br />

(España 1907—México 1956)<br />

Miguel Prieto y la Alianza de<br />

Intelectuales para la defensa de la<br />

Cultura (AIDC)<br />

Al comienzo de la Guerra Civil Española,<br />

en Valencia, las dos grandes organizaciones<br />

de artistas, la Unión de Escritores y Artistas<br />

Proletarios (UEAP) y Acció d’Art se unen<br />

creándose la Alianza de Intelectuales<br />

para la Defensa de la Cultura (AIDC).<br />

También se suma al proyecto un grupo de<br />

escritores independientes, entre los que<br />

destaca Juan Gil-Albert.<br />

Fue el medio de que se valió el<br />

Gobierno del Frente Popular para<br />

sensibilizar la conciencia popular y urgirla<br />

a actuar en pro de la república. En los<br />

salones del Palacio de la calle Trinquete<br />

de Caballeros, número 9, se daban cita los<br />

componentes de la Alianza. De aquel<br />

reducto salieron para ocupar cargos<br />

importantes en el mundo de la política, las<br />

letras y las artes, preclaros prohombres<br />

valencianos. Así, por ejemplo, José Renau<br />

fue designado Director General de Bellas<br />

Artes.<br />

La revista El Buque Rojo (Nº 1 del<br />

03.09.1936) fue la primera publicación de<br />

la Aliança Valenciana, siendo sus<br />

responsables Arturo Souto, Miguel Prieto,<br />

Rodríguez Luna, Juan Gil-Albert, A.<br />

Sánchez Barbudo y Ramón Gaya. Su<br />

nombre es alusión directa al barco soviético<br />

Konsomol, símbolo de la solidaridad<br />

internacional, destruido por la aviación<br />

facciosa. La revista proclamaba: «poner la<br />

imaginación al servicio de la causa popular<br />

no es, para nosotros, otra cosa que ponerla<br />

al servicio de la verdad». Solamente se<br />

editó un número. A partir de enero de 1937<br />

la Alianza pasará a editar Hora de España<br />

y Nueva Cultura.<br />

La Aliança contaba con cuatro<br />

secciones: Literatura, Música, Publicaciones<br />

y Artes Plásticas. Esta última<br />

—animada por Miguel Prieto— se<br />

subdividió en cuatro talleres: taller de<br />

propaganda gráfica, bocetistas, arte popular<br />

y taller de agitación y propaganda.<br />

* * *<br />

Recuerdo de Miguel Prieto<br />

FERNANDO BENÍTEZ<br />

escritor mexicano, 1912-2000<br />

Miguel Prieto fue uno de los exiliados republicanos<br />

españoles que enriquecieron la<br />

cultura de nuestro país. Lo recuerdo con<br />

emoción. Era un joven muy apuesto, de<br />

pequeña estatura, vivaz y de gran simpatía;<br />

un pintor nada desdeñable pero sobre<br />

todo un diseñador genial desde los primeros<br />

años de su estancia en México. Él diseñó<br />

el formato de la inolvidable revista


Romance, el Canto general de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>, hoy convertido en una joya bibliográfica<br />

muy difícil de obtener, las ediciones<br />

del primer Instituto Nacional de Bellas<br />

Artes y también hizo hermosos dibujos<br />

para La Celestina.<br />

Cuando se me dio la oportunidad de<br />

hacer el suplemento México en la Cultura<br />

del diario Novedades, el primer as que saqué<br />

de mi manga fue Miguel Prieto. Su formato<br />

estaba de tal manera fuera de los cánones<br />

que la imprenta del diario debió adaptarse<br />

con dificultad a su diseño. Ya desde el<br />

primer número llamó la atención de un vasto<br />

público. Se trataba de un formato de gran<br />

elegancia, ligeramente barroco.<br />

Miguel se movía en los talleres como<br />

un pez en el agua. Lo veo inclinado sobre<br />

las mesas de plomo, corrigiendo las cabezas,<br />

las ilustraciones y textos. Muchas veces<br />

él sugería los temas y cada número,<br />

durante más de cinco años, causaba un<br />

efecto estético apreciado de los lectores.<br />

Por desgracia enfermó de un cáncer<br />

generalizado. Su agonía fue lenta y dolorosa,<br />

y nunca a pesar de las evidencias se<br />

creyó afectado de cáncer.<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Vaya este breve apunte como un póstumo<br />

y tardío homenaje a la memoria de<br />

Miguel Prieto, iniciador del moderno diseño<br />

gráfico mexicano, ahora que numerosos<br />

ejemplos de su obra tipográfica se<br />

resumen en un libro.<br />

Miguel Prieto<br />

PABLO NERUDA<br />

* * *<br />

Prieto, pequeño árbol de ojos azules, nutre<br />

sus raíces en el terreno pedregoso y<br />

polvoriento de la soledad castellana, y de<br />

pronto es todo ramos y flor, primavera<br />

incandescente y petulante, por entre los<br />

azules pasa el crepúsculo frío, el fuego de<br />

las aldeas, los solitarios costados del mar.<br />

Joven pintor acendrado y devorador, árbol<br />

de mucha miel, hay en su ser la armonía y<br />

la furia: las dos sales del mundo.<br />

— en El Nacional, México D.F., 19.10.1941, y<br />

en OC, IV, 2001, p. 474<br />

Una “Calavera” Anónima<br />

[ 9 ]<br />

El suplemento México en la Cultura del<br />

diario Novedades solía publicar en los años<br />

’40 y ’50 del siglo XX unos pseudoepitafios<br />

o ‘versainas’ fúnebres en la más<br />

pura tradición mexicana de la familiaridad<br />

satírica o ‘carnavalesca’ con la Muerte<br />

(cuya máxima expresión fueron las<br />

célebres “calaveras” de Posada).<br />

En su edición del 30.10.1949 el<br />

suplemento públicó la siguiente Calavera<br />

Anónima dedicada a su propio diagramador,<br />

Miguel Prieto, y en la que se alude a<br />

la mítica bailarina Tongolele, célebre<br />

entonces como Shakira hoy:<br />

Si, como suele decirse,<br />

según populares normas,<br />

Miguel ya no se las huele,<br />

murió viendo a Tongolele,<br />

por su respeto a las formas.♦<br />

Fuente:Marc Hanrez (ed.), Los escritores y la guerra<br />

de España, Barcelona. Libros de Monte Avila, 1977.<br />

Miguel Prieto manejando una de las marionetas del guiñol<br />

revolucionario La Tarumba.


[ 10 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Estravagario:<br />

la posmodernidad nerudiana en clave<br />

carnavalesca<br />

SARA REINOSO CANELO<br />

Universidad de Chile<br />

Intento aquí plantear las bases de una<br />

lectura carnavalesca de las particularidades<br />

posmodernas en Estravagario<br />

(Buenos Aires, Losada, 1958) de <strong>Neruda</strong>.<br />

Tal lectura implica, por un lado, la comprensión<br />

del complejo diálogo entre la modernidad<br />

y la posmodernidad nerudianas<br />

en la obra citada y, por otro, la captación<br />

de un sistema de imágenes que cristalizan<br />

un cambio de época y al mismo tiempo una<br />

modificación en la direccionalidad poética<br />

del autor. Considerando el despliegue<br />

‘narrativo’ de la obra de <strong>Neruda</strong>, Estravagario<br />

sería el gozne que une dialógicamente<br />

y refracta la traducción de dos mundos:<br />

el alto de la modernidad y el bajo de<br />

la posmodernidad. <strong>Neruda</strong> ciudadano y<br />

poeta transita por ambos, problematizándolos,<br />

en la progresión histórica que su<br />

poesía representa. En Estravagario tal progresión<br />

encuentra la suspensión necesaria<br />

para el despliegue de una reformulación y<br />

de un complejo desaprendizaje de los supuestos<br />

o dispositivos ‘modernistas’ de su<br />

poesía anterior.<br />

Esta suspensión que advierto en<br />

Estravagario adquiere, aparte los matices<br />

ideológicos propios de la experiencia de<br />

posmodernidad, la tonalidad del género<br />

carnavalesco y la cosmovisión implícita<br />

en dicho género (ver principalmente Bajtín,<br />

1987), donde el carnaval y su cosmovisión<br />

representan el principio material y corporal<br />

de la experiencia humana. Ello supone<br />

postular la semejanza entre Rabelais y<br />

<strong>Neruda</strong> como traductores literarios de un<br />

profundo cambio de época, hipótesis que<br />

por razones de espacio no podré desarrollar<br />

cabalmente en esta ocasión. La naturaleza<br />

material que nutre las imágenes<br />

nerudianas y la cosmovisión grotesco-realista<br />

que Bajtín mismo asignó explícitamente<br />

a la obra del poeta chileno (de quien<br />

escribió: «continúa la tradición del realismo<br />

grotesco y de la cultura popular, reflejando<br />

a veces la influencia directa de las<br />

formas carnavalescas»: 1987, p. 47), adquieren<br />

en Estravagario una radicalidad<br />

que sólo podría haberse producido en el<br />

contexto de la posmodernidad.<br />

El intento modernista de unir en la<br />

escritura la poesía como sueño (como “funesto<br />

alegórico”) y la poesía como acción,<br />

en el presente de Estravagario desaparece<br />

voluntariamente provocando la tendencia<br />

del hablante hacia el “sueño” poético para<br />

interrogarlo precisamente en cuanto portador<br />

del mundo material y cultural. En<br />

Estravagario el poeta alquimista desaparece<br />

para emerger en su lugar el poeta ‘profundamente’<br />

bufón que cambia, gustoso, la<br />

profecía por la visión carnavalesca.<br />

La imagen carnavalesca en Estravagario<br />

se vincula y dialoga con los motivos<br />

implícitos en las Residencias y en Canto<br />

general, como la muerte, el tiempo, el<br />

amor, la identidad, el sonido, la acción, el<br />

silencio, la inacción, el nombre, el motivo<br />

del ‘deber’ profético y otros. La alteración<br />

o desaparición de tales motivos elabora, en<br />

su conjunto, la cosmovisión carnavalesca<br />

en el libro de 1958. Transfiguración que<br />

busca el detenimiento de un oscilar entre<br />

el tiempo circular de la realidad natural y<br />

el tiempo histórico de la realidad social, es<br />

decir, la verbalización del desaprendizaje.<br />

Términos como silencio e inacción<br />

resultan centrales para comprender el tránsito<br />

de la modernidad a la posmodernidad<br />

nerudianas en Estravagario vale decir, su<br />

cosmovisión carnavalesca. Pero, a diferencia<br />

de la dualidad sonido/silencio de la<br />

poesía anterior, la noción de acción sigue<br />

presente en Estravagario como ausencia,<br />

como inacción. Para el yo enunciador de<br />

las Residencias la acción era un ‘deber’<br />

ínsito en su poesía. En Estravagario la contrapartida<br />

o inversión del ‘deber’ es la inacción,<br />

o sea la inmersión en el lenguaje<br />

poético como catalizador de un nuevo saber<br />

sobre el mundo, saber que —como dijo<br />

Lorca sobre <strong>Neruda</strong>— se sustenta en la<br />

pasión, la ternura y la honestidad. Estravagario<br />

inaugura una poética de la muerte<br />

en el sentido carnavalesco del término,<br />

conjugando modernidad y posmodernidad<br />

como discursos de una ‘narrativa’ histórica<br />

que la literatura discute, subvierte,<br />

ironiza y parodia. Más aún, el texto discute,<br />

subvierte, ironiza y parodia aquella poética<br />

moderna de <strong>Neruda</strong> que había sido alimentada<br />

por el metarrelato histórico (que<br />

diría Lyotard), elaborando un punto de fuga<br />

hacia lo más honesto de su poesía, hacia<br />

su fundamento último: la relación con la


materia con la dimensión grotesco-realista<br />

del mundo. Así, Estravagario sería el<br />

ars poetica de un <strong>Neruda</strong> en íntima y amarga<br />

confrontación con la muerte (intuida,<br />

prevista) de la Utopía modernista, pero al<br />

mismo tiempo en reencuentro con la vida<br />

del amor posible (Matilde Urrutia).<br />

Este ars poetica carnavalesco de 1958<br />

aborda tres ámbitos: el del hablante como<br />

conciencia ideológica de características<br />

posmodernas, que se mira desde un abajo<br />

proyectándose en un tránsito narrativo utópico<br />

anterior: el de las imágenes carnavalescas<br />

del mundo natural representado y el<br />

del lenguaje poético alimentado y<br />

reformulado que se convierte, por adquirir<br />

calidad de cosmovisión carnavalesca, en<br />

un saber profundo del mundo. Este ámbito<br />

del lenguaje poético de Estravagario<br />

permite la continuidad de la unión no problemática<br />

entre el ciudadano <strong>Neruda</strong> y el<br />

poeta. Vale decir, permite al personaje/autor<br />

solucionar la aporía clásica: «Este ser<br />

y no ser fecundo / que me dio la naturaleza»<br />

(“Testamento de otoño”).<br />

Tal poesía dialógica pareciera entregar<br />

la noción de una nueva armonía carente<br />

de utopía moderna. Pero en la profundidad<br />

del texto hay siempre la búsqueda de<br />

la realidad histórica y las bases más evidentes<br />

de una epistemología sobre esa realidad.<br />

En este sentido, encontramos a un<br />

hablante que debe suicidarse desde la plataforma<br />

de lo cultural e intentar capturar,<br />

mediante la muerte, la renovación de su<br />

pasada dimensión de realidad: le es nece-<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

sario «darse un baño de tumba / y desde la<br />

tierra cerrada / mirar hacia arriba el orgullo.<br />

/ Entonces se aprende a medir. / Se<br />

aprende a hablar, se aprende a ser.» (“No<br />

tan alto”). Instalada así la lógica original<br />

del mundo al revés, es decir, la contradicción<br />

y la permutación, los coronamientos<br />

y derrocamientos bufonescos (Bajtín, 16)<br />

se abre el territorio problemático del lenguaje<br />

poético del <strong>Neruda</strong> posmoderno.<br />

La palabra ahora es enfáticamente<br />

ambivalente y es el requisito formal del<br />

carnaval de Estravagario. En el poema recién<br />

citado la ironía manifiesta explícitamente<br />

sus dos direcciones: la poética del<br />

pasado, orientación de supuestos equívocos<br />

—al estar determinada por una poesía<br />

que incluía la acción, es decir, lo histórico,<br />

lo cultural—, y la posibilidad de otra medida<br />

de tiempo, de espacio y de hombre,<br />

esto es, de realidad. Nótese que la segunda<br />

direccionalidad sólo puede entenderse en<br />

[ 11 ]<br />

términos de posibilidad y no de imperativo,<br />

dado que el ironista jamás sentencia<br />

cosa alguna. Es desde tal circunstancia que<br />

el hablante dará inicio a su retiro, que es<br />

también su viaje, hacia la región imprecisa<br />

y altamente compleja de la nueva medición<br />

del mundo mediante un lenguaje poético<br />

por explorar.<br />

La acción, que fue una medida central<br />

para el poeta moderno, se desplaza<br />

subversivamente hacia las virtudes de la<br />

inacción (inacción de la palabra). Caído<br />

desde la modernidad utópica a la cual ascendió<br />

en el pasado, este hablante pide silencio,<br />

llama a callar, exponiendo tangencialmente<br />

el cansancio provocado por la<br />

energía histórica y advirtiendo en lo natural<br />

una entidad que reconoce y que cree<br />

central para redirigir el abordaje poético.<br />

A partir del silencio es posible ese otro lenguaje,<br />

esa otra escritura que mientras más<br />

se aleja del discurso que mira a la moder-


[ 12 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

nidad, cuestionándolo, más se aproxima al<br />

ámbito álgido de un puro presente<br />

carnavalesco. La inacción, que tiene como<br />

finalidad el desaprendizaje (de una óptica<br />

y de un lenguaje precedentes) y que lleva<br />

a la cosmovisión carnavalesca, también<br />

complejiza el ser del hablante en un<br />

ambivalente no ser: «Quiero no saber ni<br />

soñar. / Quién puede enseñarme a no ser, /<br />

a vivir sin seguir viviendo?» (“Estación<br />

inmóvil”). El que sabe y sueña lo hace en<br />

la medida de su aprendizaje histórico y lo<br />

buscado es la radical distancia con tal<br />

aprendizaje.<br />

La no-acción está lejos de poseer correspondencia<br />

con la muerte, antes bien,<br />

es la acción de lo no cultural, de lo natural<br />

inferior donde el tiempo y la muerte como<br />

conceptualizaciones históricas no existen.<br />

El poeta que pregunta a lo cultural y no<br />

tiene respuesta («Cuánto vive el hombre,<br />

por fin?») acude a la inmovilidad para acceder<br />

a los signos de la materia, para ser<br />

también cualidad de esa materia: «Inmóvil,<br />

con secreta vida / como una ciudad<br />

subterránea / para que resbalen los días /<br />

como gotas inabarcables: / nada se gasta<br />

ni se muere / hasta nuestra resurrección, /<br />

hasta regresar con los pasos / de la primavera<br />

enterrada, / de lo que yacía perdido, /<br />

inacabablemente inmóvil / y que ahora<br />

sube desde no ser / a ser una rama florida»<br />

(“Estación inmóvil”). Lo inferior, esa «ciudad<br />

subterránea», sube en este punto a la<br />

superficie, otorgando una concepción del<br />

tiempo que no puede ser definida ya por<br />

los días, medida cultural, sino por las estaciones,<br />

medida natural del ser, en donde<br />

«nada se gasta ni se muere» porque tal<br />

acontecer es transformación, es decir, resurrección,<br />

en donde el no ser es siempre<br />

posibilidad y potencia de existencia.<br />

El poeta que ha ingresado a otro lenguaje<br />

carente de la forma solemne, alta,<br />

sublime, expresamente escapa del monótono.<br />

El nuevo sonido a veces sarcástico y<br />

en general irónico es matizado, alimentado<br />

por la dulzura, noción-acción que une<br />

a la poesía con la realidad de la experiencia<br />

humana y provoca la risa ambivalente<br />

llena de significado. El posmoderno poeta,<br />

cansado y a veces perplejo, aparece<br />

ironizando la crisis de un sistema dentro<br />

del cual se mira a sí mismo y donde ese sí<br />

mismo refracta la crisis. En poemas como<br />

“Sobre mi mala educación”, “Estación inmóvil”<br />

o “Muchos somos”, emerge el dispositivo<br />

irónico, como mecanismo central<br />

en la elaboración y constitución del mundo<br />

al revés: «Cuando todo está preparado/<br />

para mostrarme inteligente / el tonto que<br />

llevo escondido / se toma la palabra en mi<br />

boca» (“Muchos somos”). En el ámbito del<br />

carnaval la figura-forma del tonto (o del<br />

loco) sugiere precisamente lo contrario de<br />

la medida cultural. Todo Estravagario es<br />

el discurso enloquecido del hablante y en<br />

esa perspectiva se crea el mundo, que como<br />

mundo carnavalesco, implica la subversión<br />

de su equivalente monológico. Esta característica<br />

del poeta-enunciador sugiere el<br />

desarraigo de las costumbres sociales y al<br />

mismo tiempo la instalación de la libertad<br />

del individuo. La visión del loco desmantela<br />

la seriedad y el miedo respecto al<br />

mundo cultural en crisis.<br />

El poeta, que ya se mira a sí mismo<br />

como lo inverso (que es una forma de contener<br />

aquello que se invierte) de lo serio<br />

cultural, ironiza al mismo tiempo sobre las<br />

características del individuo moderno cerrado<br />

y concluso, seguro de sí mismo:<br />

«Cómo puedo rehabilitarme? / Todos los<br />

libros que leo / celebran héroes refulgentes<br />

/ siempre seguros de sí mismos: / me muero<br />

de envidia por ellos, / y en los filmes de<br />

vientos y balas / me quedo envidiando al<br />

jinete, / me quedo admirando al caballo”<br />

(“Muchos somos”). Pero al mismo tiempo<br />

se disfraza de aquel ciudadano profundo,<br />

«patriota de ferreterías», que también es.<br />

Éste es uno de los momentos intensamente<br />

carnavalescos de Estravagario en cuanto<br />

superación de su (moderna) autobiografía<br />

sublime. El capitán es ahora tripulación<br />

alzada, el oráculo es sólo pregunta, el alquimista<br />

es ahora bufón. Este momento de<br />

intensa reflexión no deja de ser festivo y no<br />

alcanza magnitud de seriedad total, porque<br />

la visión de la inversión es de suyo una<br />

amplificación de la conciencia del poeta.<br />

La órbita más profunda en que opera<br />

el desaprendizaje es la memoria del sujeto<br />

enunciador. Alterando su saber del mundo<br />

y en consecuencia su saber de sí, el poeta<br />

intenta una diversa disposición de la me-


moria que privilegia el tiempo circular de<br />

la realidad material y que con ello deviene<br />

memoria dialógica, incluyente y abarcadora<br />

de la realidad de la experiencia humana.<br />

El discurso del sujeto posmoderno<br />

de Estravagario, al contener su pasado en<br />

cuanto memoria-aprendizaje, da cuenta del<br />

derrumbe de ese gran relato moderno: «Ya<br />

está de cuanto amé / mi pequeño universo, /<br />

el sistema estrellado de las olas, / el desorden<br />

abrupto de las piedras. / Lejos, una ciudad<br />

con sus harapos, / llamándome, pobre<br />

sirena, / para que nunca, no, se desamore /<br />

mi corazón de sus duros deberes, / y yo con<br />

cielo y lira / en la luz de lo que amo, / inmóvil,<br />

indeciso, / levantando la copa de mi canto.»<br />

(“Pacaypallá”).<br />

Pero tal derrumbe abre también el acceso<br />

a una nueva mirada que —más certera—<br />

define los cimientos, las posibilidades,<br />

las impotencias; es decir, el acceso a<br />

otra representación del mundo. Así, en una<br />

suerte de retiro hacia costumbres de loco<br />

bañado en muerte, el sujeto proyecta su<br />

nueva cosmovisión carnavalesca que subvierte<br />

las categorías ordenadoras del mundo,<br />

propias de su discurso poético anterior,<br />

como el tiempo progresivo, la preeminencia<br />

de lo alto sobre lo bajo (aristocratismo)<br />

en la autorrepresentación, la acción como<br />

vida y la inacción como muerte, la identidad<br />

y la conciencia como un sistema coherente<br />

y unitario, la correspondencia del<br />

individuo con lo histórico más que con lo<br />

natural, etcétera.<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

De ahí que en Estravagario el poeta<br />

ya no solamente está en el mundo: ahora<br />

el mundo también está en él: «Yo estuve<br />

sentado y el tren / andaba dentro de mi<br />

cuerpo / aniquilando mis fronteras, / de<br />

pronto era el tren de la infancia, / el humo<br />

de la madrugada, / el verano alegre y amargo»<br />

(“Sueños de trenes”). Aunque también<br />

acontece ahora que el poeta se reencuentre<br />

separado, solo en la orilla del mundo, orilla<br />

que es su propio lenguaje: «He vuelto y<br />

todavía el mar / me dirige extrañas espumas,<br />

/ no se acostumbra con mis ojos, / la<br />

arena no me reconoce. / … / Por eso tengo<br />

que aprender / a nadar dentro de mis sueños,<br />

/ no vaya a venir el mar / a verme cuando<br />

esté dormido! / Si así sucede estará bien<br />

/ y cuando despierte mañana, / las piedras<br />

mojadas, la arena / y el gran movimiento<br />

sonoro / sabrán quién soy y por qué vuelvo,<br />

/ me aceptarán en su instituto.» (“Desconocidos<br />

en la orilla”).<br />

La unión entre lo cultural del poeta y<br />

lo natural del mundo sólo puede ocurrir,<br />

entonces, en el ámbito del sueño (que en<br />

Estravagario es el sueño de su lenguaje<br />

poético carnavalesco: “Sueño de gatos”,<br />

“Sueños de trenes”). Desde allí el poeta<br />

experimenta la correspondencia excepcional<br />

entre él y lo natural. Pero en tal sueño,<br />

en tal correspondencia, el saber anterior<br />

debe disolverse: el “Yo Soy” moderno de<br />

Canto general debe diluirse en el<br />

posmoderno “Muchos somos” de<br />

Estravagario. La identidad en lo natural<br />

[ 13 ]<br />

es absurda y no es ambivalente, la unidad<br />

del Yo cultural debe ser dejada como un<br />

traje: así, el Yo deja de serlo para devenir<br />

geografía integradora.<br />

Luego del sueño de integración total<br />

a lo natural, el poeta da cuenta de un regreso<br />

al mundo. Ya trae un saber integrador<br />

de dos lenguajes, el cultural alimentado<br />

por el natural: un saber resultante<br />

de una honesta experiencia de amor con<br />

el mundo: «Amo todas las cosas, / y entre<br />

todos los fuegos / sólo el amor no gasta, /<br />

por eso voy de vida en vida, / de guitarra<br />

en guitarra, / y no le tengo miedo / a la<br />

luz ni a la sombra, / y porque casi soy de<br />

tierra pura / tengo cucharas para el infinito»<br />

(“Aquí vivimos”).<br />

Lo anterior se complementa con la<br />

categoría de dulzura que el poeta precisa<br />

traducir a su lenguaje poético. Es un<br />

re-conocimiento de calidad carnavalesca<br />

que aminora el miedo y subvierte la<br />

seriedad de la relación hostil con el<br />

mundo revelando al mismo tiempo el<br />

contacto primigenio, el saber amable de<br />

las cosas: «Por qué esas materias tan<br />

duras? / Por qué para escribir las cosas /<br />

y los hombres de cada día / se visten los<br />

versos de oro, / con antigua piedra espantosa?<br />

/ … / Sin nosotros o con nosotros<br />

/ lo dulce seguirá viviendo / y es infinitamente<br />

vivo, / eternamente redivivo,<br />

/ porque en plena boca del hombre / para<br />

cantar o para comer / está situada la dulzura»<br />

(“Dulce siempre”).


[ 14 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

He intentado aquí un mínimo abordaje<br />

a Estravagario en cuanto complejo<br />

problema discursivo que emerge de la actitud<br />

dialógica del poeta (sujeto enunciador)<br />

con su propia palabra. La conciencia<br />

organizadora de Estravagario devela, en<br />

la no coincidencia consigo misma<br />

(metaficción), un ánimo de destronamiento<br />

carnavalesco cuyos indicios o signos he<br />

podido sólo insinuar aquí. Porque comprender<br />

a <strong>Neruda</strong> en este inicio de su fase<br />

posmoderna exige, obviamente, afrontar su<br />

compleja ruptura con la modernidad que<br />

hasta entonces había encarnado. Y afrontar<br />

a la vez la imprevista aparición de una<br />

poesía que se lee a sí misma, que efectúa<br />

un cambio certero para lograr una modulación<br />

nueva, radicalmente diversa, y sin<br />

embargo también proveniente —como la<br />

moderna modulación precedente— de una<br />

voluntad histórica y colectiva. Estravagario<br />

es el resultado de la lectura que el<br />

poeta <strong>Neruda</strong> hizo del derrumbe vivido<br />

por el ciudadano <strong>Neruda</strong> en su proyecto<br />

mítico personal, en su relación con el<br />

mundo y con la historia, a partir de 1956.<br />

Lectura que nos permite comprender, desde<br />

abajo, la crisis de la poética nerudiana<br />

y su evolución (desde la escritura anterior<br />

a la que seguirá). No existe otra obra<br />

de <strong>Neruda</strong> que, a través de una negación<br />

aparente, abra tal acceso a una comprensión<br />

—afirmativa e integradora— de su<br />

‘narrativa’ total.♦<br />

BIBLIOGRAFÍA<br />

Bajtín, Mijaíl. La cultura popular en la Edad<br />

Media y en el Renacimiento. El contexto de François<br />

Rabelais. Alianza Universidad, Madrid, 1987, 429 pp.<br />

Jameson, Fredric. Postmodernism / Or, The<br />

Cultural Logic of Late Capitalism. Durham, Duke<br />

University Press, 1991, 430 pp.<br />

Loyola, Hernán. “<strong>Neruda</strong> moderno / <strong>Neruda</strong><br />

posmoderno”, en revista América Sin Nombre n° 1,<br />

Alicante (1999), pp. 21-32.<br />

Loyola, Hernán. <strong>Neruda</strong>. La Biografía<br />

Literaria, vol. I. Santiago, Planeta - Seix Barral, 2006,<br />

565 pp.<br />

<strong>Neruda</strong>, <strong>Pablo</strong>. Estravagario [1958] en Obras<br />

Completas, edición de Hernán Loyola, vol. II<br />

(Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999), pp. 623-740.<br />

Sublimación, virtualidad del sonido<br />

y voz poemática en Canto general (l950)<br />

de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

El oído no sirve sólo para nombrar los<br />

ruidos o las cosas habitualmente<br />

sonoras: designa con permanencia el<br />

sonido que es el fundamento de la<br />

cosmogonía nerudiana y sobre todo la<br />

fuente de todo escrito poético. El poema<br />

es un dar nacimiento a formas vivas,<br />

significantes, sonoras. Sonidos y sentidos,<br />

significante y significado van de par en este<br />

trabajo poético. En definitiva el sonido eksiste<br />

a través de ese movimiento por el cual<br />

sale lo que el silencio tiene de más profundo<br />

en sí, para abrirse al mundo y darle<br />

sentido. El sonido entra en comunicación,<br />

simpática o antipática, con los seres y las<br />

cosas que lo hacen único y plural a la vez.<br />

Cuando el sujeto lírico llega al Canto<br />

general, el sonido pretende englobar todo<br />

lo que existe en su desorden y en su<br />

heterogeneidad caótica, sin marco.<br />

Desprovisto de toda mistificación, no se<br />

define a partir de lo que es, sino a partir de<br />

lo que no es, o sea, a partir del silencio y<br />

de lo que se encuentra fuera del sujeto<br />

lírico.<br />

La “hora de los silencios que no tienen<br />

palabras” 1 acaba de sonar. El Canto II toca<br />

un límite infranqueable y lo desborda. Los<br />

DOMINIQUE CASIMIRO<br />

Université de la Sorbonne Nouvelle (Paris III)<br />

muertos de Macchu Picchu no sólo han<br />

desaparecido: han vivido sólo para morir.<br />

Así el hablante puede abordar, después de<br />

“Alturas de Macchu Picchu”, las víctimas<br />

de las masacres de l946, los muertos<br />

desconocidos y los muertos conocidos<br />

como Miguel Hernández (“A Miguel<br />

Hernández asesinado en los presidios de<br />

España”, quinto poema del Canto XII “Los<br />

ríos del canto”). Así también el Canto V,<br />

“La arena traicionada”, irrumpe con un<br />

poema que desaprueba el olvido y exalta<br />

la apertura de los labios:<br />

Tal vez, pero mi plato es otro, mi alimento<br />

es distinto:<br />

mis ojos no vinieron para morder olvido:<br />

mis labios se abren sobre todo el tiempo, y<br />

todo el tiempo,<br />

no sólo una parte del tiempo ha gastado<br />

mis manos. 2<br />

El hablante intenta vaciarse de sí para<br />

incorporar al Otro, anónimo y silencioso,<br />

en una hermandad de palabras, en una voz<br />

humana y un canto de amor cuyo objeto<br />

amado es la patria, América, los pueblos,<br />

las gentes, los individuos. El hablante<br />

lírico no cesa de reafirmar su vocación<br />

poética, su voluntad de canto. La empresa<br />

poética es profundamente política (en el<br />

sentido más fuerte y más noble del<br />

término) y humanista en su esencia. Por<br />

entonces y hacia adelante, el hablante<br />

nerudiano se encuentra comprometido con<br />

las luchas cotidianas contra el silencio y<br />

descubre, en su combate, otras virtualidades<br />

lingüísticas que van a alimentar y<br />

renovar su poesía, a modificar las<br />

estructuras de los textos, los ritmos de las<br />

palabras, los registros y las entonaciones<br />

de voz.


Cuando el sujeto poético, eje<br />

predilecto de la armadura poética,<br />

conduzca al canto octavo, el discurso<br />

mezclará entonces varios lenguajes y<br />

distintos registros, del mismo modo que<br />

prestará a sus locutores intratextuales<br />

facultades de escucha y de expresión tan<br />

ricas y múltiples como las suyas. Frente a<br />

un mundo humana y materialmente plural,<br />

también el Sonido optará por la multiplicidad<br />

a través de la voz de los Otros.<br />

Así lo afirma el locutor de Canto general<br />

en “Dicho en Pacaembú (Brasil, 1945)”,<br />

versos 65-73:<br />

Yo quisiera contarte Brasil, muchas cosas<br />

calladas,<br />

llevadas estos años entre la piel y el alma,<br />

sangre, dolores, triunfos, lo que deben decirse<br />

los poetas y el pueblo: será otra vez , un día.<br />

Hoy pido un gran silencio de volcanes y ríos.<br />

Un gran silencio pido de tierras y varones.<br />

Pido silencio a América de la nieve a la pampa.<br />

Silencio: La Palabra al Capitán del Pueblo.<br />

Silencio: Que el Brasil hablará por su boca. 3<br />

A este nivel de su evolución sonora,<br />

la voz poética se prepara a la gran coralidad<br />

que será el canto VIII, “La tierra se llama<br />

Juan”, una vez que el sonido habrá<br />

germinado desde la tierra:<br />

Los hondos pueblos de la arcilla,<br />

los telares sacrificados,<br />

las húmedas casas de arena<br />

dicen en silencio: “Túpac”<br />

y Túpac es una semilla<br />

dicen en silencio: “Túpac”<br />

y Túpac se guarda en el surco,<br />

dicen en silencio: “Túpac”<br />

y Túpac germina en la tierra. 4<br />

En un estudio 5 consagrado a la<br />

enunciación en el octavo canto, “La tierra<br />

se llama Juan”, Hervé Le Corre ha sabido<br />

demostrar perfectamente el carácter mixto<br />

de esas voces antes mudas, en estos trozos<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

cantados con las mismas palabras del<br />

pueblo, por medio de la voz del «poeta<br />

intermediario». Lo que dicen los<br />

protagonistas de este canto, tras los dos<br />

primeros poemas que ratifican o<br />

prefiguran la esperanza revolucionaria, es<br />

el silencio en el que han siempre vivido,<br />

esa herida infligida por la alienación o la<br />

humillación. Y, como por magia, la<br />

palabra toma el relevo ya que el cuerpo<br />

se inmoviliza, muere. El sujeto poético,<br />

este sujeto «intermediario», está previsto<br />

para dar una palabra, un sonido a estos<br />

silencios. El susurro de la palabra y la<br />

palabra como testigo quedan como los<br />

únicos medios a los que Benilda Varela,<br />

entre tantos otros, podría esperar<br />

aferrarse. La necesidad de la palabra se<br />

hace entonces urgencia, como lo subraya<br />

esta temporalidad del verbo en presente:<br />

[ 15 ]<br />

«Si no he muerto, es para decirles<br />

camaradas…»<br />

Después de la catástrofe de Sewell,<br />

todos se encuentran enterrados, incluso la<br />

palabra. Abandonados, ellos comienzan su<br />

viaje al infierno, ese mismo viaje que<br />

experimentaría, algunos versos más<br />

adelante, el sujeto residenciario, él también<br />

en la tierra.<br />

Sin embargo, y felizmente, se trata de<br />

una palabra antes enterrada, pero en<br />

adelante encontrada, tomada y transferida.<br />

“La tierra se llama Juan”, no lo olvidemos.<br />

Lo que circula es la palabra de la cual los<br />

hablantes, comprendido el poeta, son los<br />

relevos. Lo que se sugiere, lo que surge y<br />

germina del silencio es un auténtico y<br />

original «tejido de voz» (Hervé Le Corre).<br />

Las voces de los hablantes están extraordinariamente<br />

incrustadas, superpuestas,


[ 16 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

mezcladas. Aunque el misterio planea a<br />

veces, como cuando nos interrogamos<br />

sobre la identidad del hablante de los<br />

paréntesis en “Olegario Sepúlveda<br />

(Zapatero, Talcahuano)”, del mismo canto<br />

VIII:<br />

(Oh! dolores del filo abierto<br />

de la miseria, lepra del mundo,<br />

arrabal de muertos, gangrena<br />

acusadora y venenosa!<br />

( …)<br />

ya no quedan más lágrimas ni odio?) 6<br />

Aunque si ninguna palabra parece<br />

asignable a una entidad enunciadora, esta<br />

pieza encubre virtuosismo y virtualidad<br />

sonoros. En varios textos de este canto VIII<br />

tiende a imponerse una enunciación plural,<br />

una enunciación que incluiría el sujeto<br />

lírico en un conjunto más vasto. Sin<br />

embargo, contrariamente a lo que se podría<br />

pensar, “Olegario Sepúlveda (Zapatero,<br />

Talcahuano)” presenta al interior mismo de<br />

su cuerpo una comunicación perfecta entre<br />

palabras de Olegario y palabras del sujeto<br />

nerudiano. Aquí, la voz poemática, la voz<br />

del poema es resultado de las locuciones<br />

del hablante nerudiano virtualmente<br />

confundidas con las del zapatero.<br />

A mi entender, el sujeto lírico delata<br />

su inclinación por las sonoridades<br />

marcadas por el acento gráfico. Ahora bien,<br />

si adoptamos este código de lectura<br />

adivinamos una continuidad, una fusión y<br />

una porosidad de la palabra poética. Y<br />

entonces muy otro poema es el que leemos:<br />

Olegario Sepúlveda ha sido víctima de la<br />

presencia asfixiante de la tierra: «la boca<br />

se me llenó de tierra», v. 7; «una montaña<br />

de polvo / enterró las palabras», vv. 13-14.<br />

Lo que estaba enterrado eran el cuerpo y<br />

la palabra de Olegario. Sin embargo, sólo<br />

la palabra del zapatero inscribirá en el<br />

espacio del poema la huella del hablante<br />

nerudiano. Englobada por “Sepúlveda”,<br />

toda la historia de la voz poética aparece<br />

resumida aquí, subliminalmente. Una<br />

oposición deíctica (ahí / aquí) reaviva la<br />

trayectoria poética: «Allí grité… la boca se<br />

me llenó… grité más… me dormí…<br />

enterró»; «Aquí… único… sombrío<br />

Pacífico… pústulas… lágrimas». Una vez<br />

más estas palabras que llevan un acento<br />

gráfico se nos presentan como notas<br />

musicales. Una música subliminal que canta<br />

y cuenta la aventura ontológica del hablante,<br />

prisionero de un silencio centrípeto —ahí—<br />

que se abre aquí hacia el Otro.<br />

Esta vez es el hablante Olegario quien<br />

subliminalmente se retira a un segundo<br />

plano para que lleguen a la superficie del<br />

texto los sonidos y las palabras idas.<br />

Intercambio de buenas maneras: poseído<br />

de una misión mesiánica y de solemne<br />

gravedad, el hablante nerudiano escucha<br />

generalmente a ese Otro:<br />

No puedo apartar mi voz de cuanto sufre<br />

(…)<br />

todos los fértiles fermentos<br />

de las vidas y de los bosques<br />

me esperan con su teoría<br />

de inagotables humedades<br />

pero no puedo, no puedo<br />

sino arrancar tu silencio<br />

una vez más la voz del pueblo,<br />

elevarla como la pluma<br />

más fulgurante de la selva,<br />

dejarla a mi lado y amarla<br />

hasta que cante por mis labios. 7<br />

Al dar expresión a estas voces del<br />

pueblo, el sujeto lírico revela un coro, una<br />

sonoridad heterofónica, hija del silencio.<br />

La sonoridad y sus manifestaciones siguen<br />

sus mutaciones, para convertirse en canto<br />

global, suplicio escrito y cantado que<br />

orquesta la totalidad de esta sinfonía en la<br />

que los solos se producen de manera<br />

coherente y con precisa oportunidad. El<br />

cuerpo mismo aparece trabajado por el<br />

poder metafórico del lenguaje. El<br />

oxímoron final del texto citado más arriba<br />

(«tus raíces / cantan bajo la tierra y en<br />

silencio») nos demuestra que todo es sólo<br />

cuestión de sublimación. La palabra<br />

enterrada resurge y mide su valor en la onza<br />

del silencio. Silencio, agente revelador.<br />

Nos encaminamos hacia una pluralidad<br />

convergente de voces y hacia una comunidad<br />

co-hablante: «vamos a hablar nosotros».<br />

La voz poética ya no se presenta sólo<br />

como origen de la palabra: el silencio la<br />

ha puesto en situación de hablar. El silencio<br />

es, por lo tanto, un momento de su tránsito.<br />

Esta palabra transitiva, anclada en la<br />

experiencia humana, se dirige hacia el<br />

Otro. A través de ella el sujeto inventa<br />

—más que designa— un lugar, una nueva<br />

residencia, la tierra, colocada bajo el<br />

régimen utópico de una nominación por<br />

venir, futura, pero ya presente en la palabra<br />

poética. Y si ha sucedido que esta palabra<br />

se aliena —pensemos en las Residencias—<br />

su ambición es precisamente la desalienación<br />

a través del trabajo poético, en la<br />

fluencia de la palabra de los Otros.<br />

(…)<br />

pero mi canto fue buscando hilos del bosque,<br />

secretas fibras, ceras delicadas,<br />

y fue cortando ramas, perfumando<br />

la soledad con labios de madera.<br />

Amé cada materia, cada gota<br />

de púrpura o metal, agua y espiga<br />

y entré en espesas capas resguardadas<br />

por espacio y arena temblorosa,<br />

hasta cantar con boca destruida,<br />

como un muerto, en las uvas de la tierra. 8<br />

En fin de cuentas, el sujeto lírico<br />

acaba de dibujar las curvas y volutas del<br />

otro perfíl del lenguaje. Agregándose al<br />

discurso, este lenguaje ya no está solamente<br />

destinado a la comunicación. Es un<br />

lugar de creación verbal constante. Es<br />

precisamente el carácter silencioso y<br />

latente de este lenguaje, primitivo en su<br />

flexibilidad y simple en sus operaciones,<br />

lo que lo torna fulgurante.♦<br />

NOTAS<br />

1 El hondero entusiasta, poema 8.<br />

2 Canto general, V, pórtico.<br />

3 Canto general, IV, xli.<br />

4 Canto general, IV, xviii.<br />

5 Hervé Le Corre, “La tierra se llama Juan: vers une<br />

poétique de l’énonciation”, en Revue des Langues<br />

Néo-Latines, mars 2001, pp. 19-36.<br />

6 Canto general, VIII, iv.<br />

7 Canto general, IV, xl.<br />

8 Canto general, XV, xv.<br />

— traducción del francés : Elena Ballerino


La imagen que tenemos del niño Neftalí<br />

Ricardo –entre los dos y los diez años–<br />

es más bien difusa y fragmentaria, apenas<br />

delineada por unos breves testimonios recogidos<br />

de parientes y amigos y por una<br />

sola fotografía –la de Temuco, a los 2 años–<br />

bastante conocida y frecuentemente incluida<br />

en diarios y revistas.<br />

Del archivo de Lola Falcón proviene<br />

una reproducción hecha por ella misma de<br />

la fotografía original que, a la usanza de la<br />

época, estaba adherida a una cartulina que<br />

llevaba el nombre del estudio fotográfico<br />

de Temuco que la realizó.<br />

Sin embargo se conjetura –es posible–<br />

la existencia de algunas fotos familiares de<br />

los Reyes-Candia, entre las cuales pudiera<br />

aparecer, uno entre muchos, el futuro poeta.<br />

Debe recordarse, no obstante, que en el<br />

Temuco de comienzos del 1900 todo parecía<br />

conspirar contra la conservación y supervi-<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Temuco 1908:<br />

una ciudad... un niño... un incendio...<br />

EDMUNDO OLIVARES<br />

<strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

vencia de libros, revistas, papeles y documentos.<br />

Álbumes fotográficos incluidos.<br />

Ocurría lo que ocurría en esos territorios.<br />

Repetidos incendios. Frecuentes temporales.<br />

Desastrosas inundaciones. A lo<br />

cual habría que añadir ocasionales traslados<br />

de domicilio. Larga podría ser la enumeración<br />

de las muchas peripecias y circunstancias<br />

que iban deteriorando o destruyendo<br />

la documentación de las familias<br />

del Temuco de aquellos años.<br />

En 1954 –en el marco de las actividades<br />

con que se festejan sus 50 años– la primera<br />

conferencia en la Universidad de<br />

Chile 1 trae un relato sobre sus días infantiles<br />

donde leemos:<br />

A veces, en la mañana, la casa del frente<br />

se despertaba sin techo. El viento se lo había<br />

llevado a doscientos metros de distancia. Las<br />

[ 17 ]<br />

calles eran grandes ríos de barro. Las carretas<br />

se empantanaban. Por las veredas, pisando en<br />

una piedra y en otra, con frío y lluvia,<br />

andábamos hacia el colegio. Los paraguas se<br />

los llevaba el viento. [...] Luego venían las<br />

inundaciones que se llevaban las poblaciones<br />

donde vivía la gente más pobre, junto al río.<br />

También la tierra se sacudía, temblores. Otras<br />

veces en la cordillera asomaba un penacho de<br />

luz terrible: el volcán Llaima despertaba.<br />

Pero lo peor eran los incendios. En el año<br />

1906 o 1907, no recuerdo bien, fue el gran<br />

incendio de Temuco. Las casas ardían como<br />

cajitas de fósforos. Se quemaron veintidós<br />

manzanas. No quedó nada, pero si los sureños<br />

saben hacer algo de prisa, son las casas. No las<br />

hacen bien, pero las hacen. Cada sureño tiene<br />

tres o cuatro incendios totales en su vida. Tal<br />

vez el recuerdo más remoto de mi propia<br />

persona es verme sentado sobre unas mantas<br />

frente a nuestra casa que ardía por segunda o<br />

tercera vez.<br />

Casas de madera, cocinas a leña, iluminación<br />

a vela, braseros indispensables<br />

(más de uno en cada casa): el origen para<br />

los incendios no faltaba. Pero la mayoría<br />

eran incendios localizados, que afectaban<br />

a una o dos familias.<br />

Sin embargo, el que menciona <strong>Neruda</strong><br />

ha de ser sin duda el Gran Incendio de<br />

Temuco de 1908, cuando contaba con apenas<br />

cuatro años de edad.<br />

Una crónica de la época<br />

Sobre este gran incendio (que se inició el<br />

18 de enero de 1908 al mediodía y que duró<br />

hasta la medianoche) quedan un importante<br />

artículo y diez fotografías que la revista<br />

Zig-Zag de Santiago publicó en su edición<br />

del 26 de enero.<br />

Este reportaje, sin firma, huye de los<br />

sensacionalismos habituales en aquella<br />

época para tratar grandes catástrofes, y presenta<br />

los hechos de manera precisa, con el<br />

agregado de algunos oportunos y breves<br />

comentarios. He aquí el texto (con ortografía<br />

actualizada):<br />

Incendio de Temuco<br />

La floreciente ciudad de Temuco, de la cual<br />

hace algún tiempo dimos una serie de vistas


[ 18 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

fotográficas interesantísimas, ha estado a punto<br />

de ser totalmente destruida por un incendio. El<br />

fuego principió en un edificio cercano a la Plaza<br />

de Armas e impulsado por un fuerte viento del<br />

oeste, tomó proporciones tales que llenó a la<br />

población de consternación y espanto.<br />

Veintiuna manzanas fueron totalmente<br />

reducidas a escombros. Las bombas del pueblo<br />

y las que pudieron ir de Concepción y otras<br />

ciudades de la frontera fueron impotentes para<br />

contener la impetuosidad de las llamas y se<br />

limitaron a defender de su voracidad las casas<br />

que servían de margen a aquel verdadero<br />

torrente de fuego.<br />

No menos de 3.500 personas quedaron sin<br />

hogar y en la más absoluta miseria. Las pérdidas<br />

avaluables en dinero pasan de 1.500.000 pesos.<br />

El fuego abarcó una extensión de quince<br />

cuadras de largo por ocho de ancho y terminó<br />

en la noche después que hubo consumido todo<br />

el combustible que encontró en su derrotero,<br />

en el Hotel Leguas por el sur y la Bodega de<br />

Mac Kay por el norte.<br />

Contemplando el plano de la ciudad de<br />

Temuco, que publicamos en otra página, puede<br />

comprenderse la verdadera magnitud del<br />

incendio. Descartando las manzanas que se<br />

hallan más allá de la línea férrea, de la Avenida<br />

de 30 metros y el rincón formado por ambas<br />

que están despobladas, puede decirse que las<br />

llamas consumieron la tercera parte de la<br />

ciudad.<br />

Es, pues, completamente explicable la<br />

consternación que se apoderó de los habitantes<br />

ante tamaña desgracia y el eco que ella ha<br />

tenido en toda la República.<br />

En la noche la ciudad presentaba un<br />

aspecto horrible. La vista abarcaba la enorme<br />

extensión comprendida entre la estación y la<br />

calle Vicuña, y espantaba ver cómo quince<br />

cuadras ardían siniestramente, miles de<br />

montones de fuego en medio de los edificios<br />

caídos.<br />

Al día siguiente, en la extensa y ancha<br />

avenida abierta por el fuego, veíanse palos<br />

carbonizados, una que otra chimenea de cal y<br />

ladrillo, troncos de árboles quemados, postes<br />

de luz eléctrica carbonizados, máquinas,<br />

alambres telefónicos por el suelo, montones de<br />

zinc quemados, ruinas, desolación y por todas<br />

partes escombros humeantes.<br />

Desde los primeros momentos del incendio<br />

la gente se entregó al pillaje, sin que hubiera la<br />

fuerza de policía necesaria para evitarlo.<br />

Calcúlase que la tercera parte de la ropa y<br />

mobiliario desaparecido es obra de los ladrones.<br />

A pretexto de salvamento, la gente llevábase<br />

carretonadas y montones enormes de objetos<br />

robados. Hubo también casos en que personas<br />

aseguradas impidieron que por dentro de sus<br />

casas se sacaran muebles de sus vecinos no<br />

asegurados.<br />

A causa de la caída de los postes desde el<br />

primer momento faltó el telégrafo y el teléfono<br />

y esparcida esta noticia por la ciudad,<br />

contribuyó en no pequeño grado a aumentar el<br />

pánico, pues se llegó a creer que en la<br />

imposibilidad de poderse comunicar con el norte,<br />

de acá no podrían enviársele socorros.<br />

Aprovechando la situación angustiosa en que<br />

quedó tanta gente sin hogar, algunos comerciantes<br />

poco escrupulosos comenzaron a explotar el<br />

hambre, pidiendo el doble por los artículos de<br />

primera necesidad. En esta emergencia el<br />

gobierno impartió instrucciones a los ferrocarriles<br />

para movilizar trenes de norte a sur, especiales<br />

para los damnificados por el fuego.<br />

En medio de las ruinas se han visto escenas<br />

dolorosas. Mujeres pobres llorando al lado de<br />

sus pobres viviendas reducidas a cenizas. Según<br />

cálculo aproximado se han quemado 25 a 30<br />

manzanas, en su tercera parte las más<br />

importantes de la ciudad, que con este desastre<br />

queda arruinada talvez para no volver a<br />

levantarse antes de diez años. El fuego se<br />

ramificó en varios brazos, pues dentro del área<br />

quemada han quedado pedazos intactos.<br />

Con natural retardo, esta crónica de<br />

Zig-Zag del día 26 de enero es la primera<br />

que resume lo esencial de los hechos y<br />

publica impresionantes fotografías. La<br />

prensa de Santiago, entretanto, a partir del<br />

domingo 19 había comenzado a dar sucesivas<br />

y fragmentarias informaciones. El<br />

diario El Mercurio (19.01.’08) titula:<br />

“Temuco consumido por las llamas. Se<br />

quemaron 30 manzanas. Irreparables pérdidas.<br />

La desesperación del pueblo. Auxilios<br />

de Valdivia, Victoria y Traiguén.”<br />

Lamentando la infausta noticia, la<br />

nota señala: «Pocas ciudades, ninguna<br />

talvez, en el país, ha alcanzado como<br />

Temuco en tan corto lapso de tiempo, un<br />

desarrollo tan formidable en la agricultura,<br />

el comercio y la industria.»<br />

Aquello era lo que existía. Pero al progreso<br />

y desarrollo de ayer se contrapone la<br />

imagen que hoy ofrece gran parte de la ciudad<br />

que «semeja los campos después del<br />

roce».<br />

Al día siguiente, y contrariando la noticia<br />

de que el incendio se había iniciado en la<br />

tienda La Proveedora del Hogar, la información<br />

indica que el fuego comenzó a un costado<br />

de ese edificio, en Avenida Prat esquina<br />

de Manuel Montt, en «un montón de madera»,<br />

un mínimo fuego que en sus inicios pudo<br />

haberse controlado fácilmente.


Como es natural, la prensa chilena e<br />

incluso la extranjera dan cuenta del desastre,<br />

y no faltan los textos en que, aludiéndose<br />

al terrible y reciente terremoto de Valparaíso,<br />

se comenta la fatalidad que esta nueva tragedia<br />

representa para Chile.<br />

Perder es morir un poco...<br />

En aproximación sumaria a un tema que<br />

podríamos denominar el sentimiento de<br />

pérdida en la obra de <strong>Neruda</strong>, se diría que<br />

el poeta se confronta desde muy niño con<br />

la ocurrencia de pérdidas esenciales (la de<br />

su madre, para comenzar), seguida de otras<br />

pérdidas lacerantes que de una u otra manera<br />

crean una sensación de desamparo.<br />

Sin memoria aún, pero ciertamente<br />

con algún grado de aguda conciencia de<br />

orfandad, se ve expuesto a sucesivos desarraigos:<br />

un ama de leche transitoria, un<br />

abuelo fantasmal, un padre que va y viene,<br />

presencias cambiantes y desdibujadas; todo<br />

ello en medio de lugares diversos que son<br />

y no son su casa, que constituyen su pequeño,<br />

precario y cambiante mundo. En<br />

suma, ha de experimentar todo un período<br />

de dolorosa transición hasta que se produce<br />

el asentamiento definitivo de su padre<br />

en Temuco y allí aparece, instaurando el<br />

hogar, la Mamadre.<br />

En Temuco, el niño siente que puede<br />

echar raíces. Que tiene un sitio bajo el sol.<br />

Sus memorias hablarán de ese rasgo de<br />

carácter: «Yo adonde llego asumo un sueño<br />

vegetal, me fijo un sitio y trato de echar<br />

alguna raíz, para pensar, para existir...»<br />

Sin embargo Temuco no es el paraíso<br />

ni el refugio. Dista mucho de serlo. El niño<br />

no tardará en descubrir que en Temuco también<br />

ronda la fatalidad, la mano del destino.<br />

Existen fuerzas naturales imposibles de<br />

controlar. Abundan las catástrofes de diferente<br />

signo. La enumeración ya consta en<br />

los primeros párrafos de «Infancia y poesía».<br />

Pero entre todas estas situaciones,<br />

serán los incendios los que causen algunas<br />

de las pérdidas expresamente lamentadas<br />

por el poeta.<br />

Examinemos esas referencias y las<br />

pérdidas que conllevan:<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Primera. Unos muebles. Un álbum<br />

fotográfico<br />

En esta casa de los Mason había también<br />

un salón al que no nos dejaban entrar a<br />

los chicos sino en contadas ocasiones.<br />

Nunca supe el verdadero color de los<br />

muebles, porque estuvieron cubiertos<br />

con fundas blancas hasta que se los llevó<br />

un incendio. Había allí un álbum con<br />

fotografías de la familia. Estas fotos eran<br />

más finas y más delicadas que las<br />

terribles ampliaciones iluminadas que<br />

invadieron después la frontera.<br />

Segunda. Una oveja recibida de regalo<br />

de manos de un niño desconocido<br />

Era una oveja de lana desteñida. Las<br />

ruedas con que se deslizaba se habían<br />

escapado. Nunca había visto yo una<br />

oveja tan linda. Fui a mi casa y volví con<br />

un regalo que dejé en el mismo sitio: una<br />

piña de pino, entreabierta, olorosa y<br />

balsámica que yo adoraba.<br />

Nunca más vi la mano del niño. Nunca más<br />

he vuelto a ver una ovejita como aquélla.<br />

La perdí en un incendio. Y aún ahora, en<br />

estos años, cuando paso por una juguetería,<br />

miro furtivamente las vitrinas. Pero es inútil.<br />

Nunca más se hizo una oveja como aquélla.<br />

Tercera. Un incendio criminal<br />

[ 19 ]<br />

El último incendio que vi en Temuco fue<br />

el del diario de Orlando Mason. Se lo<br />

incendiaron de noche. El incendio en la<br />

frontera era un arma nocturna.<br />

Pérdida o circunstancia particularmente<br />

sensible esta última, puesto que,<br />

como sabemos, fue en ese diario donde el<br />

joven estudiante Neftalí Ricardo Reyes vio<br />

publicado en 1917 su primer artículo.<br />

Su primera contribución al mundo de<br />

las letras.♦<br />

NOTA:<br />

1 Se trata del texto “Infancia y poesía”, recogido en Obras<br />

completas, edición Hernán Loyola, vol. IV (Barcelona,<br />

Galaxia Gutenberg, 2001). Un texto que con<br />

algunas variantes <strong>Neruda</strong> incluirá posteriormente<br />

tanto en sus memorias de O Cruzeiro Internacional<br />

(1962) como en el libro póstumo Confieso que<br />

he vivido.


[ 20 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Desde la adolescencia <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

experimentó, en su vida y en su obra, el<br />

influjo de Jean-Arthur Rimbaud. Los primeros<br />

indicios corresponden a una atmósfera<br />

que el poeta francés ha irradiado desde<br />

su centelleante aparición y ejercicio<br />

de la literatura, desde los 16 a los 20<br />

años, hasta hoy. Rimbaud es un contemporáneo<br />

de la vanguardia, un<br />

eterno adelantado, y la adhesión<br />

que provoca surge de dos afluentes:<br />

el hecho de menospreciar la<br />

poesía a temprana edad, cuando<br />

cree consumada la tarea porque su<br />

continuación llevaría a la clausura,<br />

y el acto concreto de dedicarse<br />

a reproducir y, paradójicamente, a<br />

rechazar lo anunciado por las palabras.<br />

Lo prueban sus desplazamientos<br />

hacia el Oriente, parecidos a una<br />

fuga, que constituyen en su medio histórico,<br />

el siglo XIX, el espejismo de lo exótico<br />

y la respuesta al cansancio producido<br />

por la urbe oficial y su cultura, pero también<br />

la nueva veta sirve para acarrear mercancías<br />

a la metrópoli, que son el producto<br />

de un desembozado saqueo. En suma,<br />

la huida de Rimbaud tiene un propósito,<br />

en primera instancia, literario y, acto seguido,<br />

comercial.<br />

Solidariza con La Comuna, pero ni las<br />

explosiones de pólvora ni los himnos de<br />

guerra tocan al joven ambiguo, de rostro<br />

desafiante y angelical. Ya no se fatiga sin<br />

sentido viajando desde Charleville a París,<br />

donde sólo encontrará decepciones:<br />

ahora la ambición guía sus zancadas hacia<br />

las antípodas de Europa. Empieza a quedar<br />

atrás el vidente: se trata de vivir de<br />

acuerdo al desorden premeditado de los<br />

sentidos. Rimbaud busca en su propósito<br />

Huellas de Rimbaud en <strong>Neruda</strong><br />

MARIO VALDOVINOS<br />

Universidad Finis Terrae, Santiago<br />

tornarse rico, olvida la literatura, escribe<br />

sólo epístolas de comercio, es administrador<br />

de factorías coloniales y vende armas.<br />

En medio de la neblinosa mitología que lo<br />

envuelve, y que su vida y su silencio final<br />

estimulan, se transforma en traficante de<br />

esclavos y agota su cuerpo, mientras el<br />

tiempo pasa.<br />

El grandioso derrotado<br />

<strong>Neruda</strong> conoce sus textos siendo muy joven,<br />

en traducciones precarias o directamente<br />

del francés. Presiente el deseo de<br />

Pero en definitiva él botó esta basura.<br />

— Enrique Lihn<br />

Rimbaud como algo inabarcable y por eso<br />

lo hace suyo. El primer acercamiento corresponde<br />

al espíritu compartido por<br />

Rimbaud con Baudelaire y Mallarmé –también<br />

poetas malditos– y es coherente con<br />

la consubstancial rebeldía juvenil expresada<br />

en hostilidad a la figura paterna y<br />

en la búsqueda de una vida llena de<br />

desdichas cuyo acicate es el dolor del<br />

universo. Para este efecto ofrece ante<br />

la realidad una presencia de enlutado,<br />

al mismo tiempo, visceral y<br />

conscientemente anárquico. Las<br />

desmesuras de Rimbaud, desplegadas<br />

por Europa y África, no estaban<br />

claras ni siquiera para él. Los pasos<br />

que persiguieron opio y pedrerías y<br />

lo cubrieron de spleen, configuran un<br />

ideograma grabado en la escritura y en<br />

sus tempestuosas correrías por el Mar<br />

Rojo, Abisinia y Somalía, obsesionado por<br />

el oro y furioso por alcanzar de una vez la<br />

sentencia: yo es otro.<br />

En el itinerario de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> la<br />

primera huella visible del grandioso derrotado,<br />

como lo llama, es más bien una actitud,<br />

una situación espiritual que el poeta<br />

chileno asume junto al (neo) romanticismo<br />

presente en la composición de sus textos<br />

inaugurales, de allí al constante acicate<br />

del deseo en el temple de esos poemas<br />

(Crepusculario, Veinte poemas de amor y<br />

una canción desesperada, Tentativa del<br />

hombre infinito). Cuando se traslada a<br />

Oriente como cónsul, en medio del olvido<br />

y del desarraigo, cae en la lectura recurrente<br />

de Rimbaud y experimenta con dolor la<br />

pasión telúrica: «Djibouti me pertenece. Lo<br />

he dominado paseando bajo su sol en las<br />

horas temibles: el mediodía, la siesta, cuyas<br />

patadas de fuego rompieron la vida de


Arthur Rimbaud…» (“Danza de África”,<br />

crónica de viaje en La Nación, Santiago,<br />

20.11.1927, y en OC, IV, Barcelona 2001,<br />

p. 335).<br />

Cuerpo y escritura<br />

En este punto se cruzan cuerpo y escritura,<br />

la palabra se hace carne y ésta literatura.<br />

Así, uno de los senderos reiterados de<br />

la poesía nerudiana de ese tiempo (ver Residencia<br />

en la tierra) es la esterilidad provocada<br />

por la situación física del poeta ante<br />

el mundo natural. La embriaguez de la<br />

botánica corrosiva, capaz de configurar una<br />

inmovilidad frente a la naturaleza, alcanza<br />

a la sociedad y a la historia de esa «desventurada<br />

familia humana», como llama a<br />

los indios y birmanos, y en cierto modo lo<br />

contagia. Lo que antes fue consuelo a sus<br />

devaneos afectivos en los libros iniciales,<br />

ahora se transforma en la desesperación de<br />

observar una catástrofe sin poder intervenir<br />

en ella o modificarla (véanse los poemas<br />

residenciarios “Walking Around” y<br />

“Ritual de mis piernas”).<br />

El humanismo desarrollado por los<br />

dos poetas es muy diverso. El de Rimbaud<br />

no tiene salida posible, ninguna experiencia<br />

conocida lo puede redimir, está «más<br />

allá de todo», y por lo tanto no puede acotar<br />

los términos de su situación. Su concepto<br />

del hombre emerge del acto de vagabundear,<br />

del escapismo del deber, la suya<br />

es un alma en perpetua ansiedad por hallar<br />

el lugar y la fórmula. Se vuelve un contemplativo,<br />

más que nada volcado a su interior,<br />

pero ha llegado a esa condición por<br />

una paradoja: dejando atrás el problema<br />

humano, quiso comprometerse con la raíz<br />

de los hechos, y, al no lograrlo, accede a la<br />

situación opuesta, al menosprecio del mundo.<br />

Entonces examina la realidad desde la<br />

postura del vidente, del observador, del<br />

voyeur, del mirón. El mundo es una apariencia<br />

hermética, enemiga y desordenada,<br />

y el poeta intenta cifrarlo en unos cuantos<br />

signos que se niegan a sí mismos. Este<br />

recorrido no quiere decir superficialidad:<br />

la perspectiva irónica sobre los hechos<br />

implica previamente el acto de asumirlos<br />

y dominarlos, de ese modo surgen a su paso<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

obreros, construcciones, puentes, ciudades,<br />

ferrocarriles, países en desarrollo, que él ve<br />

como territorios de exilio. En síntesis, la<br />

parafernalia de la modernidad, con la que<br />

entra en conflicto.<br />

Lo suyo es un compromiso contradictorio<br />

con el hombre, de amor y odio con la<br />

materia de su ser, un humanismo misantrópico<br />

compuesto por temporadas en el<br />

infierno y por iluminaciones. El primer tramo<br />

del recorrido es, así lo cree, el verbo<br />

Rimbaud, a la edad de 18 años, dibujo realizado por<br />

Paul Verlaine, en junio de 1872.<br />

clarividente y transformador y, el segundo,<br />

las obsesiones por el mercado y el poder<br />

material. El anhelo de sus últimos años<br />

es enmudecer y regresar rico y coronado<br />

al continente europeo, sin saber si ese retorno<br />

incluye una nueva inserción en la<br />

cultura oficial o sumirse, sin más, en el acto<br />

irreversible del olvido.<br />

La visión de <strong>Neruda</strong> sobre el estado<br />

de las cosas evoluciona con las etapas de<br />

su poesía, más extensas que las de<br />

Rimbaud. En ningún momento de ellas<br />

decae su confianza en el canto: es una poesía<br />

que cree en sí misma, que cíclicamente<br />

[ 21 ]<br />

asume la existencia como algo dramático<br />

pero susceptible de corregir mediante un<br />

sistema de relaciones sociales más justo.<br />

Para este deseo ofrece propuestas de construcción<br />

de un nuevo concepto del hombre<br />

y de la sociedad, es decir, una antropología<br />

poética plena de certeza en el progreso<br />

y en la perfectibilidad del ser humano.<br />

La conciencia en expansión del hablante<br />

nerudiano cambia al vaivén de las catástrofes<br />

históricas que protagoniza: desde<br />

el congénito joven rebelde al ensimismado<br />

diplomático en Oriente, al adulto<br />

atormentado ante el drama de España, al<br />

hombre maduro perseguido por el fascismo.<br />

Cada vivencia arrastra un ideario poético<br />

y un camino de ascenso en la desolación<br />

del individuo, sin excluir intuiciones,<br />

entrañas, ingenuidades ideológicas, escepticismos<br />

repentinos, retrocesos, períodos alternados<br />

de dogmatismo y descreimiento.<br />

La patria poética<br />

Tras la muerte de <strong>Neruda</strong>, la etiqueta de<br />

poeta oficial acecha a su legado. El paso<br />

siguiente es contemplarlo resecarse en estatuas<br />

y calles con su nombre. Tal comportamiento<br />

‘oficial’ y mediático frente a<br />

la vigencia de <strong>Neruda</strong> aparece privilegiado<br />

por sobre la lectura y el conocimiento<br />

de su obra, la que en cambio precisa ser<br />

incorporada a la práctica de una sociedad<br />

con una perspectiva diversa, replanteando<br />

de paso la función del escritor y de la literatura.<br />

Sus versos aún están lejos de ocupar<br />

un sitio en el imaginario chileno.<br />

El embriagador humanismo de<br />

<strong>Neruda</strong> emerge de su confianza, mantenida<br />

hasta último momento, en la palabra y<br />

en la patria poéticas. Nunca las considera<br />

un conjunto de actos fallidos o imágenes<br />

inútiles: no sólo una geografía, o quizás<br />

un territorio, sino la posibilidad de instaurar<br />

un sistema verdaderamente antropocéntrico.<br />

Al menos ésa fue su postura pública.<br />

En privado, según Jorge Edwards en Adiós,<br />

poeta…, murió lleno de dolor e incertidumbre,<br />

con la patria en tinieblas.<br />

Resulta transparente en este sentido<br />

la “Oda a Jean-Arthur Rimbaud”. Compuesta<br />

durante un período optimista en el


[ 22 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

plano político, la década de los cincuenta,<br />

plantea «al más atroz de los desesperados»<br />

la invitación a dejar su soledad y a incorporarse,<br />

por medio de una nueva evolución<br />

de su discurso, a la alborada (socialista)<br />

aparentemente muy cercana: «Hoy es más<br />

simple, somos / países, somos / pueblos, /<br />

los que garantizamos / el crecimiento de la<br />

poesía, / el reparto del pan, el patrimonio /<br />

del olvidado. Ahora / no estarías / solitario.»<br />

(de Nuevas odas elementales: en OC,<br />

II, Barcelona 1999, p. 393).<br />

El temprano acercamiento de <strong>Neruda</strong><br />

a la poesía y vida de Rimbaud no se diluye<br />

al calor de la confianza ideológica depositada<br />

en los socialismos reales de Europa<br />

del Este –recuérdese que muere antes de<br />

su caída–, aun cuando contrasta con la<br />

transgresión cultivada por el poeta francés.<br />

Al contrario, persiste –si bien con las ondulaciones<br />

reseñadas– y va a culminar en<br />

esa cita de Rimbaud incluida por <strong>Neruda</strong><br />

en su discurso de recepción del Premio<br />

Nobel, precisamente para confirmar solemnemente<br />

su plena fe en el surgimiento de<br />

un mundo solidario: «sólo con una ardiente<br />

paciencia conquistaremos la espléndida<br />

ciudad que dará luz, justicia y dignidad a<br />

todos los hombres», (en OC, V, Barcelona<br />

2002, p. 341).<br />

Jean-Arthur vivió obsesionado por<br />

borrar de una plumada el rastro de sus poemas,<br />

después de todo apenas unos cuantos<br />

signos escritos sobre hojas de papel, y partió<br />

en busca del oro africano, para encontrar<br />

sólo la asfixiante palabra que lo mencionaba.<br />

<strong>Neruda</strong> siguió las huellas de Rimbaud<br />

hasta el fin, aunque sólo fuese el surco de<br />

un fantasma.♦<br />

— Versión revisada de un texto originalmente<br />

publicado en La Época, Santiago, 25.08.1996.<br />

Notas<br />

La CIA contra <strong>Neruda</strong> (1963)<br />

A fines de 1963 el periodista Luis Alberto<br />

Mansilla publica una crónica bajo el título “Intriga<br />

internacional le arrebató Premio Nobel / Una gran<br />

conspiración contra <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>” (en El Siglo,<br />

Santiago, 15.12.1963). Se sabe que ese año<br />

<strong>Neruda</strong> fue, con Sartre y Beckett, uno de los<br />

candidatos más cotizados. Arthur Lundkvist<br />

—miembro de la Academia y amigo de <strong>Neruda</strong>—<br />

había publicado un elogioso artículo en BLM -<br />

Bonniers Litterära Magasin de Estocolmo. Pero<br />

la virulencia misma de la contracampaña<br />

confirma cuán cerca estuvo <strong>Neruda</strong> de obtener el<br />

Premio ese año. El escritor uruguayo Ricardo<br />

Paseyro, caso extremo de un ex comunista<br />

transformado de improviso en un antinerudiano<br />

profesional, publica una “Carta abierta a la<br />

Academia Sueca” (en Combat, París, 21.10.1963)<br />

que se une a las acusaciones de Octavio Paz y de<br />

Jean-Clarence Lambert sobre una presunta<br />

conexión de <strong>Neruda</strong> con el asesinato de Trotski<br />

en México, y a otras maniobras (todo ello<br />

denunciado en cartas de Sun Axelsson y Giuseppe<br />

Bellini) que condicionarán la decisión de la<br />

Academia.<br />

La crónica de Mansilla sostiene que se trató<br />

de una operación internacional fraguada por una<br />

organización muy discutida entonces y conocida<br />

como Congreso por la Libertad de la Cultura,<br />

de clara orientación antisoviética, bajo la<br />

conducción de otro ex comunista, el español<br />

Julián Gorkin. La desclasificación de documentos<br />

secretos del gobierno norteamericano<br />

(relativos a esos años) ha certificado, no hace<br />

mucho, el financiamiento y las directivas de la<br />

CIA para esa organización. El enfoque de la<br />

crónica de Mansilla, que en esos años pudo ser<br />

leída en clave de Guerra Fría (vale decir, con<br />

las reservas que podía generar un texto publicado<br />

en un diario comunista como era El Siglo), ha<br />

sido recientemente confirmado por la escritora<br />

e investigadora británica Frances Stonor<br />

Saunders en su importantísimo libro Who Paid<br />

the Piper? The CIA and the Cultural Cold War<br />

(London, Granta Books, 1999), traducido por


Rafael Fontes con el título La CIA y la<br />

Guerra Fría cultural (Madrid, Editorial<br />

Debate, 2001). Esos mismos datos de<br />

Saunders han sido recogidos y ampliados<br />

por Adam Feinstein en su <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>:<br />

a Passion for Life (London, Bloomsbury,<br />

2004), páginas 333 y siguientes.<br />

Entre los personajes estelares del libro<br />

de Saunders figuran John Hunt, Michael<br />

Josselson y Melvin Lasky (ver foto de<br />

portada de la edición española), funcionarios<br />

encargados de asuntos culturales desde<br />

1947. Ellos, con Keith Botsford, lanzaron<br />

la operación destinada a impedir el Premio<br />

Nobel a <strong>Neruda</strong> a través de Gorkin, Paseyro<br />

y René Tavernier: «cuando Irving Kristol le<br />

preguntó a Hunt si era cierto que el<br />

Congreso (por la Libertad de la Cultura)<br />

estaba ‘difundiendo rumores’ sobre <strong>Neruda</strong>,<br />

Hunt replicó socarronamente que era<br />

inevitable que la candidatura del poeta al<br />

Premio Nobel suscitara controversias» (p.<br />

486). Michael Josselson murió en enero de<br />

1978. Su viuda Diana Dodge, funcionaria<br />

ella misma, en entrevista con Saunders<br />

(1997) declaró: «Es evidente que<br />

organizaron una campaña para que <strong>Neruda</strong><br />

no obtuviera el Premio Nobel. Es un hecho<br />

cierto.» (p. 488). Feinstein resume: el<br />

Congreso, «sponsored by the Central<br />

Intelligence Agency», operaba en unos 35<br />

países, incluidos los de América Latina. Y<br />

uno de sus blancos principales fue <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>. (p. 334).<br />

La operación tuvo éxito y el Premio<br />

Nobel 1963 no lo ganó <strong>Neruda</strong> (tampoco<br />

Sartre ni Beckett) sino el poeta griego<br />

Guiorgos Seferis. Seguramente fue un duro<br />

golpe para las naturales expectativas de<br />

<strong>Neruda</strong>, acentuadas ese año por los<br />

pronósticos de la prensa mundial, pero el<br />

poeta respondió con dignidad y elegancia<br />

a través de un hermoso artículo: “El Premio<br />

Nobel en Isla Negra”, publicado en el<br />

diario El Siglo (24.11.1963), más tarde<br />

recogido en el libro Una casa en la arena<br />

(1966) y ahora en el volumen III de mi<br />

edición de Obras completas (Barcelona,<br />

Galaxia Gutenberg, 2000), páginas 111-<br />

114. En ese artículo <strong>Neruda</strong> toma el asedio<br />

de los periodistas (antes de la asignación<br />

del Premio) como pretexto y marco para<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

una bellísima secuencia de la aparición y<br />

desarrollo de la primavera en torno a su<br />

casa. La mirada del poeta se detiene sobre<br />

cada una de las plantas y flores de su jardín,<br />

las examina y las describe con precisión<br />

de botánico, hasta completar un espléndido<br />

ramillete de formas y colores vegetales. Al<br />

final del texto, uno de esos toques sutiles<br />

del maestro.<br />

Por último hablaré de las docas (que) llevan<br />

un nombre griego: aizoaceae. El esplendor<br />

de Isla Negra en estos tardíos días de<br />

primavera son las aizoaceae que derraman<br />

una invasión marina, como la emanación<br />

de la gruta del mar, de los racimos que<br />

acumuló en su bodega Neptuno Marinero.<br />

/ Y, justo en este momento, la radio nos<br />

anuncia que un buen poeta griego ha<br />

obtenido el renombrado Premio. Ya,<br />

Matilde y yo, nos quedamos tranquilos.<br />

Con solemnidad retiramos el gran candado<br />

del viejo portón para que todo el mundo<br />

siga entrando sin llamar a las puertas de<br />

mi casa, sin anunciarse. Como la<br />

primavera.<br />

No hace falta mucha perspicacia para<br />

captar el enlace que el texto instaura entre<br />

los nombres griegos de las flores y del<br />

poeta triunfador. Así respondió <strong>Neruda</strong>,<br />

como escritor de raza que fue, a la sordidez<br />

y miseria de la operación actuada en su<br />

contra aquel año de 1963.♦<br />

<strong>Neruda</strong> en Poitiers (12.07.2004)<br />

— Hernán Loyola<br />

Oh, metamorfosis mística / de todos los<br />

sentidos fundidos en uno, escribe<br />

Baudelaire acerca de la memoria. Hoy día,<br />

cuando se cumple el centenario del<br />

nacimiento de <strong>Neruda</strong>, a más de treinta<br />

años de su muerte, plazo en que generalmente<br />

se inscribe el desarrollo de una<br />

generación, y a algo más también de<br />

cuarenta años de nuestras relecturas<br />

juveniles de la Residencia, quisiéramos<br />

encontrar incólumes en el recuerdo el<br />

rumor interior, inefable, de las emociones<br />

de esos instantes. Volver a ellos como se<br />

reencuentra el pasado en los efluvios de<br />

[ 23 ]<br />

un perfume, en un sabor, un fraseo<br />

musical, un tacto inadvertido. Un pasado<br />

mental y emocional, fantasmal, en una<br />

palabra, y como todo pasado revisitado<br />

por nuestros sentidos, bordado de<br />

fugacidades, entretejido de motivos<br />

translúcidos y deshilachados. Luego de<br />

años de frecuentar sus poemas, y gracias<br />

a uno de esos giros propicios de la vida,<br />

se me ofreció la fortuna de conocer al<br />

poeta en su persona; un encuentro hecho<br />

de ocasiones escasas, si se quiere, pero<br />

en circunstancias que siguen siendo para<br />

mí sucesos marcadores. Mi vínculo con<br />

su poesía no fue, no es todavía, de ningún<br />

modo sereno, ni se ha congelado en una<br />

sola forma de aceptación o de rechazo. Y<br />

en eso mismo aquella relación ha sido la<br />

de un diálogo. ¿Hay otro modo auténtico<br />

de entrar en contacto con un clásico?<br />

Porque si no hay gran mérito en reconocer<br />

hoy día que <strong>Neruda</strong> es uno de ellos, y de<br />

los más indiscutibles, en mi opinión lo es<br />

sobre todo por todas y cada una de las<br />

páginas de aquella formidable obra de<br />

juventud.<br />

Pero, ¿qué es ser un clásico? La<br />

respuesta a esta pregunta la encontré en las<br />

líneas de una entrevista a George Steiner.<br />

Dice el filósofo: “es ser releído constantemente,<br />

continuar siendo inagotable y<br />

seguir provocando profundas disensiones…<br />

pero es igualmente ser mal leído”.<br />

Y da enseguida como ejemplo unas páginas<br />

de crítica de La Ilíada debidas a la pluma<br />

de la filósofa francesa Simone Weil.<br />

Lectura “errónea de punta a cabo”<br />

—asevera Steiner—, y se apresura en<br />

agregar: “pero sólo alguien como Homero<br />

es susceptible de provocar una tal interpretación”.<br />

Fuente de errores y de revelaciones,<br />

en este mismo sentido, la Residencia es<br />

más que perfecta porque obra incumplida<br />

en un contexto de perfección. Se trata,<br />

pues, de un clásico, y seguirá siéndolo<br />

porque nada nos asegura que no se seguirán<br />

haciendo malas lecturas suyas, e incluso<br />

lecturas tan malas como la mía…♦<br />

— Waldo Rojas<br />

París


[ 24 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

Publicaciones<br />

David SCHIDLOWSKY, Las furias y<br />

las penas: <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> y su tiempo,<br />

dos tomos, Berlín, Wissenschaftlicher<br />

Verlag, 2004. –1337 pp.<br />

Voy a tratar de comprender<br />

lo que no debo hacer y hacerlo,<br />

y así poder justificar<br />

los caminos que se me pierdan,<br />

porque si yo no me equivoco<br />

quién va a creer en mis errores?<br />

Si continúo siendo sabio<br />

nadie me va a tomar en cuenta.<br />

[“Partenogénesis”, Estravagario]<br />

Una de las lecciones que imparte la<br />

vida y la obra de <strong>Neruda</strong> es precisamente<br />

ésa: la de ser autocrítico, y que esa negación<br />

lleve a su superación. Esto lo han señalado<br />

varios críticos, pero pienso en particular<br />

en Hernán Loyola quien dice —en<br />

su magnum opus, <strong>Neruda</strong>: la biografía literaria—<br />

que «<strong>Neruda</strong> no fue un santo, ni<br />

mucho menos, pero fue un hombre íntegro».<br />

1 Es por esa combinación dialéctica<br />

de esperanzas y desilusiones, logros y errores,<br />

posturas dignas y algunas indignas, que<br />

el poeta fue, según Gabriel García<br />

Márquez, «el mejor poeta del siglo XX,<br />

en la lengua que sea» 2 y que seguimos<br />

como lectores volviendo a su obra porque,<br />

como afirma José Emilio Pacheco, «no<br />

hacerlo empobrecería nuestra vida». 3 Se<br />

trata entonces de ver los errores y las contradicciones<br />

como fenómenos productivos<br />

que forman parte de un todo: <strong>Neruda</strong>, su<br />

poesía y su cosmovisión política.<br />

Siempre se corre el riesgo de desprender<br />

el fragmento del todo, de concentrarse<br />

excesivamente en aquél y no éste, trátese<br />

de los errores o el elogio de la forma poética.<br />

Si los lectores que dudan del don poético<br />

de <strong>Neruda</strong> son pocos y muchos los que<br />

se alimentan de su obra, hay quienes pue-<br />

den apreciar su poesía por su brillo formal<br />

y por el manejo magistral de las técnicas y<br />

los tropos y, sin embargo, frenar ante la<br />

plasmación del contenido, sobre todo en<br />

cuanto atañe a lo político. De hecho, como<br />

se sabe, la crítica nerudiana sigue dividiéndose<br />

nítidamente entre aquellos críticos que<br />

comparten los ideales marxistas del poeta y<br />

aquellos que se oponen rotunda u oblicuamente<br />

a esa postura aun en esta época supuestamente<br />

desprovista de los conflictos<br />

de la guerra fría. La enorme biografía reciente<br />

de David Schidlowsky, Las furias y<br />

las penas: <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> y su tiempo, se<br />

acomoda con el segundo grupo pese a las<br />

intenciones del autor de ser objetivo. El que<br />

sea así no quiere decir que no tenga méritos:<br />

incluye valiosos documentos inéditos,<br />

corrige errores registrados en otras biografías,<br />

propone una narrativa que es una “extensa<br />

cronología biográfica”, y es el fruto<br />

de años de labor intensa. Y hay pasajes sugerentes<br />

en que el crítico logra captar el<br />

momento histórico y el papel que desempeña<br />

el poeta en él, como por ejemplo,<br />

“Años 30: <strong>Neruda</strong> y los Congresos de Escritores<br />

para la Defensa de la Cultura”, que<br />

se publicó en el último número de<br />

Nerudiana. Pero el partidismo del autor se<br />

refleja en su método que, como indicó<br />

Schidlowsky en una entrevista en El Mercurio,<br />

sigue las pautas de su ex-director de<br />

tesis doctoral en la Freie Universität (Berlín),<br />

Víctor Farías. Todos los documentos<br />

acumulados y la provechosa labor empleada<br />

se dejan regir por ese método que destaca,<br />

ante todo, las fallas del poeta para así<br />

poner en duda el carácter de <strong>Neruda</strong> y la<br />

legitimidad de sus posturas políticas.<br />

Podría ofrecer muchos ejemplos al<br />

respecto, pero me limitaré a cinco que se<br />

hallan condensados ya en la introducción<br />

del libro y luego elucidados en los dos tomos<br />

de la biografía. Empecemos por el<br />

título: Las furias y las penas: <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

y su tiempo. De entrada esto muestra señas<br />

de una selección particular, tendenciosa,<br />

al elegir un poema de la Tercera residencia<br />

y sugerir que eso representa la<br />

quintaesencia de su vida y obra. Así se le<br />

juzga según una época desolada de su peregrinación<br />

vital que el mismo poeta sometió<br />

una y otra vez a una crítica severa y<br />

que declaró haber superado en numerables<br />

textos, entre ellos, “Alturas de Macchu<br />

Picchu”. Es decir, la enajenación que sufre<br />

y que se despliega en su obra en los<br />

años 20 y 30 llega a absorber toda una etapa<br />

de la obra del Nobel chileno. Basta comparar<br />

los títulos de las biografías sobre<br />

<strong>Neruda</strong> —<strong>Neruda</strong> (Volodia Teitelboim),<br />

<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: A Passion for Life (Adam<br />

Feinstein), y la ya mencionada <strong>Neruda</strong>: la<br />

biografía literaria (Hernán Loyola)— para<br />

darse cuenta del punto de vista del biógrafo.<br />

Un autor más imparcial habría señalado<br />

que “Las furias y las penas” encaja en<br />

la unidad de la Tercera residencia como<br />

momento que, en la dialéctica de la obra,<br />

se ve eclipsado por las etapas posteriores<br />

en ese mismo poemario.<br />

Así Schidlowsky retrata a un <strong>Neruda</strong><br />

angustiado y oportunista que no dejó pasar<br />

ocasión en su vida para conseguir la<br />

fama y el reconocimiento que tanto<br />

añoraba. Insistentemente sostiene a lo largo<br />

de la biografía y en la introducción que<br />

<strong>Neruda</strong> cultivó sus amistades con el fin<br />

calculado de conseguir lo que quería: «Desde<br />

su juventud serán de gran trascendencia<br />

para el joven Neftalí Reyes y futuro


<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, sus relaciones sociales, sus<br />

amistades y enemistades que tendrá a lo<br />

largo de su vida. Son sus vecinos y compañeros<br />

de colegio los que lo ayudarán a<br />

publicar sus primeros poemas». Así también<br />

cuando se refiere a la época de la guerra<br />

de España alega que sus nuevos amigos<br />

comunistas y su relación con Delia del<br />

Carril, «fomentarán fuertemente el desarrollo<br />

[de] su fama literaria». «Es esta especial<br />

aptitud de <strong>Neruda</strong> para hacer y cultivar<br />

amistades», afirma Schidlowsky, «la<br />

que contribuirá en mucho a que su talento<br />

poético logre en vida una enorme popularidad<br />

y reconocimiento» (12). Para alcanzar<br />

la fama o para salir de apuros <strong>Neruda</strong>,<br />

según lo ve Schidlowsky, recurre a sus<br />

amigos. «Para huir del hambre, la ciudad<br />

fría, la bohemia santiaguina y la sociedad<br />

burguesa, busca y obtiene, otra vez con<br />

ayuda de amigos, un puesto como Cónsul<br />

Particular de Elección» (13). Esta crítica<br />

algo sutil de la persona de <strong>Neruda</strong> llega a<br />

explicitarse con las afirmaciones de Mario<br />

Vargas Llosa en relación con el poeta.<br />

Según el gran novelista peruano y<br />

anticomunista, entre 1959 y 1964 a <strong>Neruda</strong><br />

se le considera un “poeta bonachón y el<br />

soberano absoluto” que hace campañas por<br />

el Premio Nobel y es objeto de rumores<br />

antinerudianos (17). Como se puede apreciar<br />

hasta ahora, el retrato de <strong>Neruda</strong> que<br />

emerge de estas descripciones es de un<br />

hombre egocéntrico, manipulador y sin<br />

embargo débil (porque depende de otras<br />

personas).<br />

Cuando no es así, insinúa Schidlowsky,<br />

se porta como alguien lamentable, cruel<br />

o deshonesto. En el primer caso se trata<br />

de omitir parte de la información u ofrecer<br />

información contradictoria. Así, por ejemplo,<br />

el biógrafo aclara que en 1936 <strong>Neruda</strong><br />

sale de Madrid con su esposa (la Maruca)<br />

e hija y luego ellas se instalan en<br />

Montecarlo para luego pasar a Holanda.<br />

No cuenta aquí que en 1934 <strong>Neruda</strong> conoció<br />

a Delia del Carril y se enamoró de ella<br />

—dato que aparece en otro momento dado<br />

en la biografía— y por eso quería separarse<br />

el poeta de Maruca. Y sin embargo<br />

Schidlowsky considera que «la vida de<br />

<strong>Neruda</strong> alcanza su nivel humano más la-<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

mentable» porque «había dejado a su mujer<br />

Maruca Reyes y su hija enferma en una<br />

Holanda ocupada por la Alemania nazi,<br />

cumple malamente con la promesa de mandar<br />

una modesta remesa mensual, dejándolas<br />

en una situación dramática» (15).<br />

Ahora bien, el lector puede asombrarse<br />

ante estos hechos, criticar a <strong>Neruda</strong> o lo<br />

que quiera, pero también desde la óptica<br />

de la conducta humana imperfecta, se puede<br />

entender perfectamente bien que <strong>Neruda</strong><br />

haya querido separarse definitivamente de<br />

Maruca para vivir con Delia, con quien ya<br />

llevaba dos años de romance. En algún<br />

momento eso tenía que pasar, se supone.<br />

Pero nótese también la contradicción inherente<br />

a las dos citas. En la primera dice<br />

que <strong>Neruda</strong> las dejó en Montecarlo; en la<br />

segunda alega que el poeta «había dejado<br />

a su mujer Maruca Reyes y su hija enferma<br />

en una Holanda ocupada por la Alemania<br />

nazi» (15). El hecho trágico es que<br />

Maruca y su hija abandonaron Montecarlo<br />

—sin <strong>Neruda</strong>— y se fueron a su tierra natal<br />

(Holanda). Pero los acontecimientos, tal<br />

como los presenta Schidlowsky, hacen pensar<br />

que <strong>Neruda</strong> es un desalmado que con<br />

crueldad abandonó a su mujer e hija sabiendo<br />

que iban a vivir en una Holanda<br />

ocupada por los nazis.<br />

Si bien remite Schidlowsky al papel<br />

de <strong>Neruda</strong> durante la Guerra Civil en España,<br />

su compromiso con la República y<br />

con el movimiento comunista internacional,<br />

alude al hecho de que el poeta «en cartas<br />

a sus superiores jerárquicos en el Ministerio<br />

de RR.EE. chileno... desmiente ser<br />

comunista». Y niega «haber conversado o<br />

tener amistad con el escritor soviético Ilya<br />

Ehrenburg» (13). Sin el contexto necesario,<br />

el fragmento suscita confusión y asombro<br />

que hace pensar que <strong>Neruda</strong> es deshonesto.<br />

Pero si se examina la situación, el<br />

tejido en el cual se encuentra este cabo<br />

suelto, nos damos cuenta que <strong>Neruda</strong> temía<br />

perder su trabajo por su voto de neutralidad<br />

como cónsul de Chile en España.<br />

Y la verdad es que en ese momento no era<br />

miembro del Partido Comunista pero sí era<br />

antifascista. De hecho, Schidlowsky cita<br />

de una carta en la que Maquieira hace mención<br />

de los «cargos concomitancias comu-<br />

[ 25 ]<br />

nistas formulado prensa chilena» (270),<br />

cosa que evidentemente preocuparía a<br />

<strong>Neruda</strong> dado que perdería el trabajo. Se<br />

refiere a ese mismo tema —no haber tenido<br />

nada que ver con el PCE en ese momento—<br />

en una carta del 20 de agosto<br />

1937 a Moisés Vargas, Encargado de Negocios<br />

de Chile. Y agrega en esa carta que<br />

niega «la aseveración contenida allí y según<br />

la cual yo sería amigo íntimo y vecino<br />

del escritor soviético Ehrenburg», afirmación<br />

que es cierta porque en ese momento<br />

dado apenas lo había conocido. Pero añade<br />

<strong>Neruda</strong> esta oración significante: «No<br />

creo que frecuentar a un escritor como<br />

Ehrenburg sea deshonroso, ni vaya en contra<br />

de la moral funcionaria de un Cónsul<br />

de Chile, pero el hecho es ese: no frecuenté<br />

ni veo jamás a Ehrenburg» (299-300).<br />

Como se ve, no se trata de deshonestidad<br />

de parte del poeta, sino de un caso en el<br />

que temía perder su puesto por razones<br />

económicas (habiendo pasado años, como<br />

se sabe, viviendo con sueldos muy bajos).<br />

Pasamos al último punto que voy a<br />

abordar acá, que es la cuestión de los prejuicios<br />

raciales en <strong>Neruda</strong>. En este sentido<br />

la investigación de Schidlowsky coincide<br />

con la de Farías en relación con Salvador<br />

Allende por su afán de aislar los putativos<br />

comentarios de la totalidad de los<br />

69 años de vida del poeta y así sembrar<br />

dudas con respecto de la personalidad y,<br />

por ende, el marxismo de <strong>Neruda</strong>. «No<br />

deja de sorprender que en artículos, poemas,<br />

discursos y cartas hasta 1945 <strong>Neruda</strong><br />

asuma algunos prejuicios raciales existentes<br />

en la sociedad chilena» (15).<br />

Schidlowsky considera irónico que los<br />

anticomunistas hayan atacado al poeta por<br />

«judío degenerado» dado que se supone<br />

que <strong>Neruda</strong> hizo comentarios racistas y<br />

antisemitas. Los dos casos de antisemitismo<br />

incluyen la referencia a un «judío cursi»,<br />

que bien puede ser una manera descriptiva<br />

de hacer alusión a, como lo pone<br />

Schidlowsky, Max Jacob y por lo tanto no<br />

tiene por qué ser algo peyorativo. El enojo<br />

es evidente, pero eso no hace de <strong>Neruda</strong><br />

un antisemita (226-229). Al biógrafo también<br />

le extraña que en 1947 en el Senado<br />

<strong>Neruda</strong> sostuviera que «el diplomático


[ 26 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

chileno Enrique Bernstein, por ser de origen<br />

judío [debiera] mostrar una actitud positiva<br />

frente a la Unión Soviética, donde<br />

los judíos eran tratados con respeto y no<br />

asesinados como en el resto de Europa»<br />

(15-16). Lo interesante en este caso es que<br />

<strong>Neruda</strong> rehusara considerar a Bernstein<br />

únicamente como descendiente hebreo o<br />

creyente en el judaísmo y que tomara en<br />

cuenta el impacto nocivo del antisemitismo<br />

a lo largo de la historia. Por lo cual le<br />

recomienda la URSS porque cree que la<br />

política de ese país socialista milita contra<br />

el antisemitismo.<br />

En resumidas cuentas, esta biografía<br />

proporciona al lector una plétora de<br />

documentos por consultar que, junto con<br />

los que se publicaron en las obras completas<br />

de Galaxia-Gutenberg, ofrecen información<br />

sumamente útil y aleccionadora.<br />

Sin embargo, todo depende de cómo<br />

queramos interpretar los datos. La metodología,<br />

por muy objetiva que pueda ser<br />

a ratos, nos precipita a la conclusión de<br />

que <strong>Neruda</strong> era un hombre con mucho<br />

talento pero era inhumano, insensible,<br />

egocéntrico y antipático. Al fin de cuentas,<br />

el <strong>Neruda</strong> de Schidlowsky que emerge<br />

de estas 1.337 páginas es un ser atormentado<br />

que lucha con las furias y las penas<br />

y que se ahoga en los errores cometidos.<br />

No es el que aparece en los versos arriba<br />

citados que ve el error como algo productivo,<br />

como parte de la dialéctica de ese<br />

gran todo: la vida. Siguiendo el camino<br />

del excepcionalismo, Schidlowsky elige<br />

una parte y sostiene que representa el<br />

todo. Es más: difícilmente puede el lector<br />

o el crítico desligar la vida de <strong>Neruda</strong><br />

de su comunismo, así que al fin de cuentas<br />

el biógrafo sugiere que su marxismo<br />

—aún en su forma más elaborada y dialéctica<br />

como se manifiesta tan a menudo<br />

en la obra de <strong>Neruda</strong>— fue un proyecto<br />

fallido. Resultado que <strong>Neruda</strong>, desde luego,<br />

negaba rotundamente.♦<br />

—Greg Dawes<br />

North Carolina State University<br />

NOTAS<br />

1 Hernán Loyola, <strong>Neruda</strong>: La biografía literaria,<br />

volumen 1: 1904-1932. Santiago: Planeta-Seix<br />

Barral, 2006: pág. 12.<br />

2 De la portada de <strong>Neruda</strong>: Selected Poems, edición<br />

y prólogo de Nathaniel Tarn. Nueva York:<br />

Houghton Mifflin, 1990.<br />

3 José Emilio Pacheco, “Prólogo: Para llegar a Isla<br />

Negra” en <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, Memorial de Isla Negra,<br />

edición y notas de Hernán Loyola, Barcelona:<br />

Random House Mondadori, 2004: pág. 8.<br />

* * *<br />

Greg DAWES, Verses Against the<br />

Darkness / <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>’s Poetry and Politics. Lewisburg:<br />

Bucknell<br />

University Press, 2006. – 325 pages.<br />

El profesor Gregory Dawes (North<br />

Carolina State University) ya es una figura<br />

muy conocida en el campo de los estudios<br />

latinoamericanos en los Estados Unidos,<br />

principalmente por su libro titulado<br />

Aesthetics and Revolution: Nicaraguan<br />

Poetry, 1979-1990 y por su labor como<br />

fundador y editor de la valiosa revista electrónica<br />

A contracorriente (www.ncsu.edu/<br />

project/acontracorriente/). Ahora su perfil<br />

en la profesión aumentará notablemente<br />

por la reciente publicación de Verses<br />

Against the Darkness: <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>’s<br />

Poetry and Politics (Lewisburg: Bucknell<br />

University Press, 2006). Se trata de un<br />

aporte fundamental que abrirá, sin duda,<br />

muchos caminos para futuras investigaciones<br />

sobre <strong>Neruda</strong>, especialmente con respecto<br />

a la compleja imbricación de sus<br />

posturas políticas y su praxis como poeta.<br />

Como señala el propio Dawes, lanzarse<br />

a hacer otro estudio sobre <strong>Neruda</strong><br />

puede parecer un gesto un tanto desfasado.<br />

No sólo ha menguado el interés académico<br />

por este ganador del Premio Nobel<br />

en tiempos recientes (por una serie de motivos<br />

complejos vinculados con el momento<br />

histórico) sino que existe un bien arraigado<br />

canon crítico cuyo prestigio es tal que<br />

llevaría a almas más tímidas a no atreverse<br />

a incursionar en su “coto vedado”.<br />

Ésta es, precisamente, una de las virtudes<br />

principales del libro de Dawes. El<br />

peso colectivo de las lecturas de <strong>Neruda</strong><br />

realizadas por Emir Rodríguez Monegal,<br />

René de Costa, Enrico Mario Santí y Manuel<br />

Durán/Margery Safir es tal que pocos<br />

estudiosos estarían dispuestos a desafiarlas.<br />

La casi ritualizada denigración del<br />

<strong>Neruda</strong> “político” (frecuentemente acusado<br />

de “propagandizar” en su poesía), la<br />

tendencia a destacar la gran “ruptura” que<br />

se dio en su obra después de Residencia<br />

en la tierra, el cuestionamiento de la sinceridad<br />

de la “conversión” al comunismo<br />

de <strong>Neruda</strong> —todos forman parte íntegra<br />

de la lectura ortodoxa de <strong>Neruda</strong>, particularmente<br />

en la academia norteamericana.<br />

A pesar del prestigio que disfrutan estos<br />

nerudistas canónicos, Dawes no manifiesta<br />

temor de arremeter contra sus ideas<br />

centrales a través de Verses. Al mismo<br />

tiempo, Dawes entra en debate con ellos<br />

de una manera que muestra el pleno respeto<br />

que siente por sus provechosas contribuciones,<br />

aun cuando estas últimas tal vez<br />

hagan más difícil la tarea de desarrollar sus<br />

propios argumentos (De hecho, a veces<br />

creo que resulta demasiado comprensivo<br />

con ellos). Por otra parte, el crítico pone<br />

sobre la mesa sus propias cartas ideológicas<br />

al reconocer sus deudas respecto a otro<br />

núcleo de representantes del nerudismo<br />

canónico, el constituido por Alain Sicard,<br />

Jaime Concha y Hernán Loyola, más aso-


ciado con planteamientos hechos desde la<br />

izquierda.<br />

Al delinear una coherente y unitaria<br />

evolución en el pensamiento sociopolítico<br />

y la praxis poética de <strong>Neruda</strong> en vez de<br />

una trayectoria marcada por la “ruinosa”<br />

interrupción que ocurre una vez que se hace<br />

miembro del Partido Comunista, Dawes<br />

realiza el tipo de ceñido análisis textual<br />

que, desgraciadamente, se ha vuelto poco<br />

usual en los estudios literarios tal como se<br />

practican en los Estados Unidos hoy en día.<br />

Existe la irritante tendencia cada vez más<br />

común, especialmente entre los estudiosos<br />

más jóvenes, de hacer aseveraciones trascendentes<br />

y tajantes basándose en mínimas<br />

pruebas textuales. Dawes, en cambio, cree<br />

en la necesidad de anclar sus argumentos<br />

señalando pasajes específicos en las obras<br />

bajo consideración. Estemos o no de acuerdo<br />

con sus conclusiones, siempre podemos<br />

ver la materia prima sobre la que trabaja<br />

su análisis (Por cierto, la editorial de la<br />

Bucknell University, importante divulgadora<br />

de estudios sobre literatura española<br />

y latinoamericana, merece nuestro aplauso<br />

por haberle permitido a Dawes incluir<br />

tantas citas relativamente extensas de los<br />

poemas de <strong>Neruda</strong>).<br />

Entre las virtudes mayores del enfoque<br />

general de Dawes está su disposición,<br />

sin reparo alguno, a tratar cuestiones<br />

estilísticas, o bien más estrechamente estéticas,<br />

de un modo que no se encuentra a<br />

menudo en lo que podríamos llamar los<br />

enfoques “sociocríticos”. Dada la perfectamente<br />

comprensible tendencia de este<br />

tipo de crítica a centrarse en el contexto<br />

histórico, en la dinámica sociopolítica,<br />

etc., a menudo se hace caso omiso de las<br />

preocupaciones de los estudios literarios<br />

más tradicionales. Dawes comprende que<br />

esta área hacia la que estas preocupaciones<br />

se dirigen no puede ser entregada simplemente<br />

a los que están sentados al otro<br />

lado de la mesa ideológica. Corriendo el<br />

riesgo de parecer anticuado, Dawes no tiene<br />

miedo de invocar la belleza de la poesía<br />

de <strong>Neruda</strong>, amén de su fuerza politicoretórica.<br />

Otro aspecto arcaicamente refrescante<br />

del libro de Dawes es su disposición a<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

tratar abiertamente el tema de la ética y<br />

de la moralidad. Estemos convencidos o<br />

no del empleo por Dawes del concepto<br />

de “realismo moral” tal como lo desarrolla<br />

el politólogo Alan Gilbert (yo mismo<br />

tengo un par de dudas), su certera inclinación<br />

a hacer argumentos políticos concentrándose<br />

en la distinción entre lo moralmente<br />

justo/correcto y lo moralmente<br />

reprobable es vigorizante en esta época<br />

de “indeterminación” posmoderna. Fuerzas<br />

progresistas en muchas partes del<br />

mundo, y especialmente en los Estados<br />

Unidos de George W. Bush, han cedido<br />

el terreno de la moralidad y de la ética a<br />

la derecha con demasiada facilidad—a un<br />

costo político altísimo, diría yo. El que<br />

Dawes esté dispuesto a referirse de manera<br />

abierta al “bien” y al “mal” en su<br />

análisis —algo que seguramente suscitará<br />

la ira de sus colegas de simpatías<br />

posmodernizantes— es una jugada sólida<br />

para romper ese monopolio santurrón.<br />

Pero la mayor contribución del libro<br />

a los estudios sobre <strong>Neruda</strong> sería, a mi entender,<br />

la de destacar Tercera residencia<br />

como un texto clave que nos puede ayudar<br />

a entender la transición entre el <strong>Neruda</strong><br />

temprano y el abiertamente comprometido.<br />

En efecto, constituye una especie de<br />

“eslabón perdido”, la identificación del<br />

cual hace más comprensible la trayectoria<br />

en su conjunto. El esfuerzo de Dawes por<br />

demostrar que Residencia en la tierra en<br />

sí no corresponde bien a lo que los susodichos<br />

críticos canónicos nos han presentado<br />

como única lectura, también ayuda a<br />

comprender esa trayectoria.<br />

Lejos de retratar una temporada marcada<br />

por un solipsismo de orientación<br />

proto-surrealista que se desenvuelve dentro<br />

de un (ahistórico) mundo interno, la<br />

primera Residencia registra formas de enajenación<br />

plenamente arraigadas en ese rincón<br />

de la Historia llamada el “Asia colonizada”.<br />

Esa experiencia se desemboca casi<br />

“lógicamente” en la fase posterior de la<br />

vida de <strong>Neruda</strong> en la que éste se enfrenta<br />

al sistema socioeconómico que él considera<br />

el principal culpable de la variante del<br />

infierno que había presenciado. Si bien<br />

Dawes no es el primero en presentar este<br />

[ 27 ]<br />

argumento (se beneficia del trabajo realizado<br />

por Sicard y Concha), contribuye muchísimo<br />

al hacerlo más convincente.<br />

Es más, Dawes convence no sólo sobre<br />

este punto sino sobre muchos otros justamente<br />

por su capacidad de deslindarse<br />

un tanto del árbol genealógico crítico del<br />

cual procede al reconocer lo que él llama<br />

las “idiosincrasias individuales” que influyen<br />

en la configuración de la obra poética<br />

de <strong>Neruda</strong>. Es decir, tiende a restarle importancia<br />

en muchos momentos a la<br />

sobredeterminación social e histórica para<br />

reconocer más enérgicamente el papel de<br />

esos factores vinculados a los rincones menos<br />

asequibles del proceso creador de cualquier<br />

artista.<br />

Ahora bien, no lo hace simplemente<br />

para “ganar puntos” con el aparato<br />

académico liberal con el que tiene que<br />

habérselas en el país donde trabaja, sino<br />

porque reconoce las auténticas limitaciones<br />

de ciertos enfoques historicistas. Pero ojo:<br />

tampoco termina remitiendo a los<br />

“misterios de la creación” de un modo que<br />

clausure el debate de forma abrupta como<br />

ocurre con gran frecuencia.<br />

A fin de cuentas, estoy seguro que Verses<br />

dejará una huella notable en los estudios<br />

nerudianos, muy probablemente contribuyendo<br />

a aflojar la hegemonía de la escuela<br />

interpretativa Monegal—Costa—<br />

Santí—Durán/Safir, especialmente aquí en<br />

los Estados Unidos. Claro, también haría<br />

mucho bien si este texto se difundiera en<br />

círculos intelectuales y académicos en<br />

Latinoamérica, especialmente en este momento<br />

de un resurgimiento de la izquierda<br />

en muchos países. La voz nerudiana hace<br />

falta tal vez más que nunca, esto es, sin los<br />

deformantes filtros a través de los cuales ha<br />

tenido que pasar en tiempos recientes. La<br />

reivindicación de un <strong>Neruda</strong> “puro y duro”<br />

podría contribuir a la muy necesaria neutralización<br />

de las variantes del descreído<br />

pensamiento posmodernista cuya implantación<br />

en Latinoamérica, por conductos bien<br />

curiosos a veces, ha contribuido a la<br />

desactivación política de importantes sectores<br />

de la intelectualidad del continente.<br />

Huelga decir que para que el libro de Dawes<br />

tenga un papel en toda esta dinámica,


[ 28 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

tendría que ser traducido al español y publicado<br />

en algún lugar de Latinoamérica. Se<br />

me ocurre que Chile mismo sería el lugar<br />

más sensato.<br />

— James Iffland<br />

Boston University<br />

Otras opiniones de académicos<br />

norteamericanos sobre este importante<br />

libro de Greg Dawes:<br />

— «Verses Against the Darkness posee una<br />

rara condición: la de ser un experto y<br />

maduro estudio monográfico basado, al<br />

mismo tiempo, en el impecable examen<br />

crítico de la nerudología precedente y en<br />

un riguroso y amplio dominio personal del<br />

tema. Quienes lo lean saldrán enriquecidos<br />

no sólo con una magistral e historizada<br />

introducción a la vida y obra de <strong>Neruda</strong>,<br />

sino también con un nivel de comprensión<br />

de las complejidades de la poesía misma<br />

verdaderamente nuevo y profundo. Estudio<br />

de larga gestación, devendrá obligado<br />

trabajo de referencia... Con esta completa<br />

y utilísima publicación, el profesor Dawes<br />

confirma su reputación de estudioso mayor<br />

en el campo nerudiano y en amplias áreas<br />

de la poesía latinoamericana.»<br />

— Neil Larsen, University of<br />

California, Davis.<br />

— «Este libro abre nuevos territorios<br />

en nuestra comprensión del pensamiento<br />

y arte de <strong>Neruda</strong>. Dawes nos lleva más<br />

allá de las comúnmente aceptadas interpretaciones<br />

del joven maestro como<br />

surrealista, proponiéndolo más bien como<br />

un realista cuya poesía, en sintonía con la<br />

de Baudelaire, se ocupa de la moderna vida<br />

urbana. Al recorrer el itinerario de cambios<br />

en el estilo poético de <strong>Neruda</strong>, Dawes ve<br />

las Odas elementales como celebraciones<br />

de objetos no mercantilizados, y no como<br />

simples versos acerca de la existencia<br />

cotidiana. Tiene una visión completa de la<br />

obra de <strong>Neruda</strong> y esa visión la despliega<br />

con habilidad, finura e inteligencia.»♦<br />

— Gene Bell-Villada, Williams College.<br />

Jaime CONCHA, En torno a un Centenario.<br />

Cuatro estudios sobre <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>. Messina (Sicilia), Andrea<br />

Lippolis Editore, 2006.—157 pp.<br />

Colección “La Estantería Ibérica” nº 8.<br />

Los siempre valiosos y estimulantes<br />

ensayos del profesor Jaime Concha (en<br />

particular los que se refieren a <strong>Neruda</strong>) suelen<br />

ser de acceso problemático porque están<br />

dispersos en revistas y actas de congresos<br />

internacionales. Por eso la publicación de este<br />

pequeño volumen es, y no exagero, un<br />

acontecimiento digno de celebrar. Lo<br />

debemos a Doménico Antonio Cusato,<br />

catedrático italiano de literatura hispanoamericana<br />

en la Universidad de Catania,<br />

quien desde hace algunos años edita y publica<br />

en Messina, donde vive, los deliciosos<br />

tomitos de la colección “La Estantería<br />

Ibérica” (información: cusato@unict.it ).<br />

Como se sabe, Concha enseña desde<br />

hace más de 20 años en la Universidad de<br />

California – San Diego (sede La Jolla),<br />

habiendo sido profesor en la Universidad<br />

Austral de Valdivia y en la de Concepción<br />

hasta 1973 y, durante los primeros años de<br />

su exilio, en las universidades de Clermont-<br />

Ferrand (Francia) y Seattle (USA). Muy<br />

joven saltó a la fama académica en Chile<br />

con un magistral ensayo sobre Residencia<br />

en la tierra (en revista Mapocho n° 2, 1963)<br />

y antes de dejar el país publicó un volumen<br />

hoy mítico, <strong>Neruda</strong> 1904-1936<br />

(Universitaria, 1972).<br />

Los cuatro ensayos aquí reunidos<br />

giran en torno a las Residencias: «A la<br />

postre, esta época de más de un veintenio<br />

(1925-1947), fue la morada creadora más<br />

honda de la poesía nerudiana. Su residencia<br />

en la tierra, planetaria y geográfica<br />

primero, se hizo luego patria histórica y<br />

social, en la tierra española de su tercer<br />

libro.» (de la “Nota preliminar” del autor).<br />

En los cuatro ensayos resplandece, una vez<br />

más, la perspicacia estilística y simbólica<br />

que caracteriza el método interpretativo de<br />

Jaime Concha.<br />

El primero persigue el itinerario de<br />

la Noche como núcleo del imaginario<br />

nerudiano, deteniéndose en los análisis del<br />

segundo de los Veinte poemas y de “Serenata”<br />

y “Alianza (sonata)” en Residencia. Día y<br />

Noche: «Dos órdenes heterogéneos pueblan<br />

la realidad; en ellos le toca vivir al habitante<br />

del planeta, al ‘residente en la tierra’. Si, para<br />

Dante, el Amor es el que mueve el sol y las<br />

estrellas, para el <strong>Neruda</strong> de las Residencias<br />

es el eros nocturno el que crea este dinamismo<br />

cósmico que une sol y tierra, y a cuya sombra<br />

sucede el tiempo de los humanos.» (p. 35).<br />

El segundo ensayo es un asedio al<br />

tríptico de madrigales de la primera<br />

Residencia, “Madrigal escrito en<br />

invierno”, “Fantasma” y “Lamento lento”<br />

(que en origen fueron titulados<br />

“Dolencia”, “Tormentas” y “Duelo<br />

decorativo”, respectivamente), conectados<br />

los tres a la figura de Albertina Azócar, la<br />

amada reticente, y estructurados en<br />

versificación menor que contrasta con la<br />

dominante: «Residencia en la tierra está<br />

hecha de versos anchos, alas de aliento y<br />

de vasta respiración, y de miniaturas más<br />

frágiles, de verso exiguo, de neta<br />

preferencia por el eneasílabo y un sonido<br />

angustiado y angustioso» (p. 42). De estas<br />

miniaturas, precisamente, se ocupa el<br />

ensayo.


El tercero profundiza las dimensiones<br />

del Tiempo y del Recuerdo a través de<br />

poemas situados en sectores extremos de<br />

Residencia: “Galope muerto”, en apertura<br />

del libro, y al cierre “El reloj caído en el<br />

mar”, “Vuelve el otoño” y “Josie Bliss”.<br />

Este ensayo repropone y ejemplifica<br />

con particular densidad la temática<br />

residenciaria a la que Jaime Concha ha<br />

dado una de sus contribuciones mayores.<br />

Un aspecto de Tercera residencia<br />

interesa, en fin, al último de los cuatro<br />

ensayos: “La guerra en España en el<br />

corazón: el tema y sus formas”. Es el más<br />

extenso y —para mi gusto— el más<br />

novedoso de los cuatro. Comienza por<br />

situar el texto de 1937 en el decurso<br />

hispánico de la relación entre guerra y<br />

poesía: «Veo la poesía española, la grande<br />

por lo menos, no demasiado regida por el<br />

tic guerrero —¡gracias a Dios!», salvo los<br />

casos del juglar de Mío Cid, de Ercilla, de<br />

Herrera y algún otro. Pero los más altos<br />

poetas del siglo XX (Jiménez, Machado,<br />

Lorca) se opusieron al clima beligerante<br />

en que les tocó vivir. «Todo esto nos lleva<br />

a calibrar, por la afinidad que unía a estos<br />

poetas con <strong>Neruda</strong>, lo fuerte que debió ser<br />

el desafío que tuvo que enfrentar el chileno<br />

cuando decidió, en medio de la refriega y<br />

de la tragedia española, escribir poesía de<br />

combate para ayudar al pueblo en armas<br />

que sostenía y defendía a la República.<br />

Nada de su obra anterior hacía prever esto;<br />

nada lo preparaba para esta eventualidad.<br />

España en el corazón es fruto de una tensa<br />

e intensa remoción de sus hábitos poéticos<br />

y significa un cambio completo en su<br />

repertorio de temas.» (p. 112).<br />

De esta consideración parten, sea el<br />

examen global de la obra que el análisis<br />

específico de algunos textos representativos<br />

(“Canto a las madres de los<br />

milicianos muertos”, “Canto sobre unas<br />

ruinas”). Destaca Concha la doble<br />

formatación —diseño tipográfico y diseño<br />

gráfico— de la edición Ercilla de 1937.<br />

Por un lado la tipografía dispuso<br />

deliberadamente los textos (por ejemplo<br />

“Explico algunas cosas”) como fragmentos<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

de un solo Texto unitario, en coherencia<br />

con el subtítulo en singular, Himno a las<br />

glorias del pueblo en la guerra (así como<br />

en 1925 los fragmentos de Tentativa del<br />

hombre infinito habían sido también<br />

unificados en la portada por un subtítulo<br />

en singular: poema y no ‘poemas’). Por<br />

otro lado, la diagramación agregó al Texto<br />

notables fotografías, collages y arreglos<br />

visuales del artista plástico Pedro Olmos,<br />

lo que entonces implicó una gran novedad<br />

en la bibliografía de <strong>Neruda</strong>. Novedad que<br />

retomará en Canto general (1950), en<br />

Estravagario (1958), en Las piedras de<br />

Chile (1961), en Una casa en la arena<br />

(1966), para no hablar de las especiales<br />

reediciones ilustradas de las obras más<br />

conocidas del poeta, habituales desde que<br />

Losada devino su editor en los años<br />

cuarenta.♦<br />

— Hernán Loyola<br />

Documentos<br />

[ 29 ]<br />

Huidobro y Larrea:<br />

dos cartas (1935)<br />

Del libro VICENTE HUIDOBRO. Epistolario<br />

con Gerardo Diego, Juan Larrea y Guillermo<br />

de Torre, edición de Gabriele Morelli, Madrid,<br />

Publicaciones de la Residencia de Estudiantes,<br />

2007. Volumen de inminente aparición en<br />

España. De las cartas que siguen la de Larrea<br />

es inédita, mientras la respuesta de Huidobro,<br />

aquí tomada directamente del manuscrito y<br />

poco conocida, fue publicada hace años por<br />

David Bary desde una copia que le envió el<br />

mismo Larrea en 1962. Agradezco al editor<br />

Gabriele Morelli (Università di Bèrgamo, Italia)<br />

su autorización para anticiparlas aquí. Las<br />

publicamos sin comentarios en el contexto del<br />

bien conocido conflicto de Huidobro con<br />

<strong>Neruda</strong>, que incluye aquí sus reiteradas (cuanto<br />

grotescas) acusaciones contra Diego Muñoz<br />

y Tomás Lago. Sobre ese conflicto remito<br />

principalmente a notorios trabajos de David<br />

Bary, René de Costa, Volodia Teitelboim y<br />

Faride Zerán. – HL<br />

[Carta manuscrita de Juan Larrea a<br />

Vicente Huidobro]<br />

El Plantío [Madrid], 13 de junio de 1935<br />

Querido Vicente:<br />

[...] Mucho me duele tu lucha cotidiana<br />

contra el vacío. ¿No podrás nunca,<br />

Vicente, anular con la comprensión ese<br />

aspecto de tu temperamento que te<br />

pone a merced de cualquiera que te desafía?<br />

Es ese quijotismo excesivo el<br />

que al reducir los problemas a cuestiones<br />

personales te arrebata el tiempo<br />

necesario para tu pleno desenvolvimiento


[ 30 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

y te amarga la vida. Ahora mismo<br />

aún no he podido comprender qué graves<br />

consideraciones te han impulsado a<br />

emprender campaña [Al margen izquierdo<br />

Huidobro pone de su puño la<br />

siguiente frase, entre paréntesis: «No<br />

existe tal campaña. Sólo una pequeña<br />

respuesta a ciertas infamias.»] contra<br />

<strong>Neruda</strong>, buen muchacho inofensivo. Ya<br />

imagino que es este mismo aspecto el<br />

que te irrita, porque no admites que<br />

el nombre excelso de poeta pueda aplicarse<br />

a quien es movido por ambiciones<br />

de menor cuantía. Pero esto no me parece<br />

suficiente para que tú, que<br />

aspiras a otra cosa, emprendas esta campaña<br />

que no hará sino acarrearte<br />

molestias de toda especie. Déjalo que<br />

vivan y «adelante por el vasto azur<br />

siempre adelante». 1 El constructor no se<br />

hace consciente sino cuando en vez<br />

de lamentarse por ejemplo de la ausencia<br />

de hermosos mármoles para sus<br />

construcciones hace posible con su búsqueda<br />

que sea descubierto el cemento.<br />

Sí, de muchísimas cosas tendríamos que<br />

hablar. Mas ocasión llegará,<br />

Vicente, en que podamos hacerlo con esa<br />

sacra libertad de quienes buscan el<br />

triunfo de la vida en toda su indescriptible<br />

magnificencia. El día que te<br />

sienta fuera de ti mismo será para mi<br />

gusto uno de los más radiosos que he<br />

conocido. Porque a veces me asalta el<br />

temor de que te suceda algo de lo que<br />

pasó a Colón que, por discutir derechos<br />

sobre el mundo que descubrió, no<br />

llegó a saber lo que era el Nuevo Mundo.<br />

Su temperamento no le dejaba<br />

percibir las realidades psicológicas, de<br />

las que, al enajenarse las<br />

voluntades, fue finalmente víctima.<br />

Como verás te hablo con toda franqueza.<br />

Ojalá pueda en ti la conciencia libertaria<br />

de la idea de yo hasta comprender que el<br />

acto en apariencia más meritorio no es<br />

fruto del individuo sino de la vida impersonal<br />

como consecuencia de todo el trabajo<br />

colectivo anterior por exigencias de<br />

la creación siempre presente, dentro<br />

de un mecanismo tan automático como el<br />

de nuestra vida vegetativa. Toda idea de<br />

mérito personal significa reclamación de<br />

derechos, creencia en la jerarquía, deseo<br />

de explotación. Pensar que el más inteligente<br />

está hecho para recibir el tributo de<br />

los que no lo son me parece una inversión<br />

de términos ocasionada por la ambición<br />

explorativa del yo. El más inteligente,<br />

si no se queda a medio camino, se verá<br />

obligado a comprender (y a justificar) al<br />

que lo es menos. Parece un absurdo pensar<br />

que los menos inteligentes se ven en<br />

la obligación de entender al que lo es<br />

más.[...].<br />

[Carta manuscrita de Vicente Huidobro<br />

a Juan Larrea]<br />

Santiago, 5 de julio de 1935<br />

Querido Juan:<br />

Ah! Si tu libro va a hacer que ocurra<br />

lo que aguardamos con tantas ansias, si<br />

tu libro va a hacer llover, que venga<br />

pronto: todas las estatuas del mundo me<br />

parecerían pocas para glorificarte. 2<br />

Yo vivo en una jaula de gruesos barrotes.<br />

La salud de mi madre me impide hacer<br />

muchas cosas que debiera hacer y que no<br />

puedo por no acarrearle disgustos. Es<br />

terrible vivir en esta contrainte. A veces<br />

me digo: partiré a Europa. Pero su salud<br />

tampoco me lo permite. Y piensa que<br />

nunca sabrá ella todo el sacrificio que<br />

vivo por ella. Las olas no me desgarran<br />

sino que me gustaría, entre ola y ola,<br />

poder hablar, con alguien, encontrar un<br />

oído y una garganta afín. Me desespera<br />

ver estas gentes tan por debajo de cada<br />

cosa y de cada problema.<br />

No quiero que el advenimiento de la<br />

maravilla viviente por la cual he<br />

trabajado tantos años y que tanto he esperado<br />

me encuentre en un campo de<br />

sandías y que no pueda recibirla como se<br />

merece.<br />

Me hablas de una campaña contra<br />

<strong>Neruda</strong>. No, querido Juan, tú no puedes<br />

dejarte engañar, eso está bueno para los<br />

otros, tú no puedes marchar en esa<br />

combina. Yo no he empezado ninguna<br />

campaña contra ese señor que no es tan<br />

[tachado: «inofensivo»] buen muchacho<br />

como aparenta sino un admirable<br />

hipócrita. Es precisamente al revés, es él<br />

quien emprendió una campaña en mi<br />

contra. Te mando ese número de Vital<br />

para que lo veas. Yo fui obligado a defenderme<br />

porque ese señor me calumniaba en<br />

todas partes. Desde Argentina escribía<br />

verdaderas circulares calumniándome y<br />

ahora manda versos de insultos en mi<br />

contra desde España. Esto no me importa,<br />

lo que yo no podía tolerarle eran sus<br />

bajezas. Figúrate que este señor al partir<br />

de Chile para Argentina [tachado: «se»]<br />

envió una serie de cartas anónimas, creo<br />

que también en forma de circular, a muchos<br />

escritores argentinos, diciendo:<br />

’Ahí va <strong>Neruda</strong>, espía militar chileno’ —<br />

o algo por el estilo. A todas luces<br />

lo que quería era hacerse el interesante y<br />

promover revuelo en torno a su persona.<br />

Armó el revuelo y entonces el infame<br />

escribió desde allá a Chile, haciéndose la<br />

víctima, es su política habitual y conocida<br />

por todo el mundo— y señalando<br />

cómo posibles autores de esas cartas a


«Huidobro o algún creacionista»; te<br />

transcribo sus palabras, pues me han<br />

mostrado esas circulares, «o a <strong>Pablo</strong> de<br />

Rokha o a Isaac Echegaray ». ¿Ves la<br />

infamia? ¿Crees tú que yo le iba a tolerar<br />

semejante villanía?<br />

Debo advertirte que cuando en la Asociación<br />

de Escritores y Artistas<br />

Revolucionarios se habló mal de él, recién<br />

llegado yo a Chile, yo fui el único<br />

en defenderle. En varias ocasiones al<br />

acusarse su actitud turbia yo le defendí.<br />

Asimismo cuando <strong>Pablo</strong> de Rokha le<br />

insultó [escrito encima de la línea: «groseramente»]<br />

yo hablé con él y le dije que<br />

hacía mal en insultar así a un compañero.<br />

Luego cuando entre los jóvenes comunistas<br />

se le acusó de andar con dos policías<br />

[escrito encima de la línea: «sus íntimos<br />

amigos»] para arriba y para abajo yo<br />

traté de disculparlo. De todo esto hay<br />

muchos testigos. Entretanto el infame no<br />

hacía otra cosa que hablar mal de mí por<br />

debajo y por detrás. Esto lo he sabido yo<br />

ahora por otros que se han peleado con él<br />

y me lo han contado. [Escrito encima de<br />

la línea: «Algunos como Pilo Yáñez y su<br />

mujer me han contado las frases y campañas<br />

que el hipócrita hacía en mi contra.»]<br />

Hoy se presenta con su actitud de<br />

indio vencido e hipócrita diciendo con<br />

voz compungida: ‘Yo no sé qué tiene<br />

Huidobro en contra mía, qué le ha dado<br />

por arrancarme y hacerme campañas’.<br />

El pequeño canallete sabe muy bien que<br />

nadie le recibió con mayor cordialidad<br />

que yo mientras él y sus amigos vivían<br />

tratando de socavarme.<br />

El único choque que tuve yo con él lo<br />

tuve en casa de Yáñez y precisamente<br />

por tu poesía y creo que la de algunos<br />

otros españoles jóvenes. De ti<br />

recuerdo, y puedes decírselo a él en su<br />

cara, de ti hablamos y yo defendí tu poesía.<br />

De los otros españoles no recuerdo<br />

con certeza y por otra parte él es superior<br />

en mi concepto [escrito encima de la<br />

línea: «a»] casi todos ellos, excepción<br />

hecha de ti, así es que sus palabras no me<br />

habrían chocado mucho por ese lado.<br />

Esta es la verdad, Juan, tú me conoces y<br />

NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

sabes que tengo razón. Puedes creerme<br />

que si él no me hubiera calumniado y<br />

hecho que dos amigos suyos [escrito<br />

encima de la línea: «ambos de la Policía<br />

Secreta»] me insultaran en el diario Las<br />

Últimas Noticias yo jamás me habría<br />

ocupado de él ni para bueno ni para<br />

malo. Fue él quien emprendió campaña<br />

en contra mía y no yo en contra de él.<br />

En el asunto del plagio no tuve arte ni<br />

parte. Claro está que él dijo que era yo el<br />

autor. Así se presenta como víctima o<br />

trata de hacer creer que las gentes le tienen<br />

odio por envidia. Es su sueño. Y es<br />

tanto lo que sueña que no se da cuenta de<br />

que le tenemos desprecio y no odio.<br />

No creas que este asunto me acarree molestias,<br />

apenas si me hace reír. El puede<br />

emprender en España todas las campañas<br />

que quiera en mi contra.<br />

España no me interesa, quiero decir la<br />

España literaria. La otra me interesa muchísimo.<br />

Toda la intelectualidad española<br />

para mí se reduce a una sola persona:<br />

Juan Larrea. Tú lo sabes muy bien. El<br />

resto me parece igual que Bolivia. Nunca<br />

he podido olvidar la frase tremenda de<br />

Picasso a su regreso de España: «España,<br />

todo tan largo, tan largo y tan tonto». Y<br />

tú recordarás la frase de nuestro amigo<br />

Juan Gris: España es el único país del<br />

mundo que todavía no ha aprendido que<br />

hay que decir cosas grandes y bellas en<br />

lenguaje familiar y sin énfasis.<br />

Son profesores de retórica. Escriben aún<br />

en la Edad Media, con tizona, larga capa<br />

y sombrero con pluma. Todavía no saben<br />

que el arte de escribir bien consiste en<br />

escribir mal. Son retóricos, terriblemente<br />

retóricos.<br />

Sacúdeles un poco. Por eso tu misión es<br />

grande, porque debes despertar y modificar<br />

a un gran pueblo.<br />

Ximena [Amunátegui] está escribiendo a<br />

Guite, encantada de haber recibido una<br />

larga carta. Dale un gran abrazo mío y<br />

muchos cariños a mis sobrinitos Lucienne<br />

y Jaime. Vladimir [Huidobro] les manda<br />

un abrazo y un beso a cada uno y otro a<br />

sus tíos.<br />

Por este correo te mando En la luna y<br />

[ 31 ]<br />

Tres inmensas novelas que escribimos<br />

en colaboración con [Hans] Arp en<br />

Arcachon.<br />

Cada vez que pienso en lo que eres y lo<br />

que vales te quiero más y me siento<br />

orgulloso de mí mismo. De haber sabido<br />

encontrar un amigo como tú. Nunca he<br />

dejado de quererte y estimarte, ni aun en<br />

los momentos en que tu obra podía<br />

gustarme menos o ciertos aspectos de<br />

ella, siempre te he sentido cerca y<br />

siempre tan excepcional, tan por encima<br />

de los demás que eres consuelo y<br />

ejemplo. Ojalá te vean como hay que<br />

verte y sirva tu ejemplo.<br />

Ese abrazo mío especial para ti Vicente<br />

[Huidobro]<br />

[post scriptum a lápiz:]<br />

[...] Mira qué cosa triste y qué pobre.<br />

Y ve con qué habilidad [escrito encima<br />

de la línea: «al atacarme»] ha cambiado<br />

los roles y se hace la víctima. Pero tú,<br />

Juan, tú no puedes caer en la trampa.<br />

Te figuras tú el boche que habrían armado<br />

los jóvenes en Francia por un<br />

señor cuyos íntimos y mejores amigos<br />

son Diego Muñoz y Tomás Lago de la<br />

Policía Secreta de Santiago. Si en España<br />

esto les parece poco... Allá ellos.<br />

Es triste para España.♦<br />

NOTAS:<br />

1 Larrea cita el último verso del poema “Pegaso” de<br />

Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza, 1905,<br />

que reza: «adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!»<br />

2 Huidobro alude talvez a Versión celeste, libro que<br />

Larrea publicará por primera vez en Italia muchos<br />

años más tarde (1969), o más probablemente<br />

a Orbe, el libro que proyectaba publicar en 1936<br />

(pero la Guerra Civil lo impidió).


[ 32 ] NERUDIANA – nº 3 – 2007<br />

<strong>Pablo</strong>, volemos<br />

de aquí.<br />

Volvamos<br />

(1904)<br />

al año cuatro, a tus pulmones<br />

recién nacidos, al minuto<br />

que te cortaron de tu madre<br />

sangrienta, a tu estrella.<br />

Volvamos<br />

(1914)<br />

a tu niñez, al día oscuro<br />

de Temuco, al relámpago<br />

de tus diez años.<br />

¿Oyes<br />

en la lluvia ese tren, con el beso<br />

de tu padre?<br />

Hijo mío, volvamos<br />

(1924)<br />

a tus veinte años libres, a tu<br />

velocísima estrella.<br />

Subamos<br />

al sol terrible, a la revelación<br />

del amor en el mundo<br />

y abajo,<br />

<strong>Pablo</strong>, volvamos<br />

(1954)<br />

GONZALO ROJAS<br />

abajo esa tristeza de morir<br />

en la mujer y en el placer.<br />

Volvamos<br />

(1934)<br />

a la tierra, a la multiplicidad<br />

y a la unidad profunda de la tierra,<br />

al vértigo del ser, a descubrir<br />

que el hombre solo es nada, hasta que el hombre<br />

(1944)<br />

el hombre entra en los hombres como el sol,<br />

y empiezas a ser, <strong>Pablo</strong>,<br />

empiezas a ser pan, vida, volcán<br />

de Chile, ese minero<br />

que es el poeta, y te hundes y nos sacas del fondo<br />

cada día más luz.<br />

Pero volvamos<br />

(1954)<br />

a este día otra vez, a esta alegría<br />

de vernos y callarnos,<br />

tú con tu medio siglo y con tus siglos,<br />

yo con mi corazón, con mi trabajo,<br />

a este día de todos, a este día<br />

de tu estrella.<br />

Volvamos.<br />

NOTA:<br />

Texto inédito que apareció entre los papeles conservados por la <strong>Fundación</strong>, con esta nota sin<br />

fecha: «Querido <strong>Pablo</strong>: Te escribí estos versos a toda prisa. Son mi saludo personal. Perdona la<br />

demora. Cariñosamente, Gonzalo Rojas.»<br />

Enviado desde Concepción, fue leído durante la celebración de los 50 años de <strong>Neruda</strong> (1954).<br />

Se publica con autorización del autor.

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