Esperadme en el cielo Maruja Torres - El País

Esperadme en el cielo Maruja Torres - El País Esperadme en el cielo Maruja Torres - El País

11.05.2013 Views

Esperadme en el cielo (DESTINO).qxp:- 19/1/09 12:19 Página 10 una nueva colección de nuestra casa editora compartida. Difuntos, extintos, fallecidos los tres. Primero, Terenci, luego Manolo. Ahora parecía haberme tocado a mí. Los tres en nuestra sesentena, yo la más joven. Seguían en silencio. Temí que el Más Allá les hubiera vuelto mudos, amén de sinsustancias o, algo peor, transustanciados en menos sustanciosos. —Un poco de seriedad —supliqué, al borde de las lágrimas—. No guardáis duelo por mí, vuestra amiga del Barrio... —Mira que eres burra. El exabrupto me llegó directamente al cerebro, y no es una figura literaria. Recibí una concisa descarga telepática que se alojó en mi mente sin pasar por los conductos auditivos y que, al pronto, me desconcertó, más por el continente que por el contenido. Porque no sólo eran sincrónicos. ¡Eran estereofónicos! Manolo ponía los bajos y Terenci los agudos, además de la frase en su literalidad, que le pertenecía. Cuántas veces no me la había repetido, cariñosamente, cuando le confiaba mis aflicciones amorosas, teñidas de obcecación: nadie se mostraba más comprensivo que él, mi buen amigo, no menos grandilocuente que yo en sus operísticos romances. No obstante, ser llamada burra nada más cruzar el Incierto Umbral es algo que no le apetece a nadie. Una se vuelve recelosa. Me preguntaba si, en el Otro Allá, el sinónimo de pollino, utilizado como adjetivo, adquiría características más defini- 10

Esperadme en el cielo (DESTINO).qxp:- 19/1/09 12:19 Página 11 tivas. Y lo más grave: ¿también Manolo había deseado, en el desertado ayer, llamarme burra en más de una oportunidad, y había echado el freno a su lengua por mor de su apocamiento legendario? Ah, ¿qué clase de fiambre era yo, que ni siquiera ahora podía desprenderme de la ponzoñosa inseguridad que siempre me había atormentado? —Tienes razón —añadieron—. Somos telepáticos (menos cuando dormimos), estéreos y nos remoríamos de ganas de decirte a la cara lo insoportable, pedante y pomposa que te has vuelto. —Esto no es una bienvenida, ¡es un ultraje! —bramé. Di una patada en el suelo y, al ser éste inexistente, es decir, al no ser, me desequilibré y empecé a caer, con un alarido de pánico. Mis amigos, sin dejar de sonreír, se colocaron el sombrero de copa bajo el brazo y ejecutaron una parsimoniosa cabriola antes de sujetarme. Situada entre los dos, que no me soltaban, y sintiéndome algo afianzada, gruñí: —¿Por qué soy tan bajita? Ya sé que la muerte encoge los humanos cuerpos, pero a vosotros, que lleváis más tiempo aquí, os veo altísimos, algo que nunca fuisteis. —No te empeñes en hablar —me aleccionaron—. Leemos tus pensamientos. Tu calamitosa mente no guarda secretos para nosotros. —Si no me organizo en forma de diálogo, me pierdo —protesté—. La costumbre de escribir, supongo. 11

<strong>Esperadme</strong> <strong>en</strong> <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o (DESTINO).qxp:- 19/1/09 12:19 Página 11<br />

tivas. Y lo más grave: ¿también Manolo había deseado,<br />

<strong>en</strong> <strong>el</strong> desertado ayer, llamarme burra <strong>en</strong> más<br />

de una oportunidad, y había echado <strong>el</strong> fr<strong>en</strong>o a su<br />

l<strong>en</strong>gua por mor de su apocami<strong>en</strong>to leg<strong>en</strong>dario?<br />

Ah, ¿qué clase de fiambre era yo, que ni siquiera<br />

ahora podía despr<strong>en</strong>derme de la ponzoñosa inseguridad<br />

que siempre me había atorm<strong>en</strong>tado?<br />

—Ti<strong>en</strong>es razón —añadieron—. Somos t<strong>el</strong>epáticos<br />

(m<strong>en</strong>os cuando dormimos), estéreos y nos remoríamos<br />

de ganas de decirte a la cara lo insoportable,<br />

pedante y pomposa que te has vu<strong>el</strong>to.<br />

—Esto no es una bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida, ¡es un ultraje!<br />

—bramé.<br />

Di una patada <strong>en</strong> <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y, al ser éste inexist<strong>en</strong>te,<br />

es decir, al no ser, me desequilibré y empecé a<br />

caer, con un alarido de pánico. Mis amigos, sin dejar<br />

de sonreír, se colocaron <strong>el</strong> sombrero de copa<br />

bajo <strong>el</strong> brazo y ejecutaron una parsimoniosa cabriola<br />

antes de sujetarme. Situada <strong>en</strong>tre los dos,<br />

que no me soltaban, y sintiéndome algo afianzada,<br />

gruñí:<br />

—¿Por qué soy tan bajita? Ya sé que la muerte<br />

<strong>en</strong>coge los humanos cuerpos, pero a vosotros, que<br />

lleváis más tiempo aquí, os veo altísimos, algo<br />

que nunca fuisteis.<br />

—No te empeñes <strong>en</strong> hablar —me aleccionaron—.<br />

Leemos tus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. Tu calamitosa<br />

m<strong>en</strong>te no guarda secretos para nosotros.<br />

—Si no me organizo <strong>en</strong> forma de diálogo, me<br />

pierdo —protesté—. La costumbre de escribir, supongo.<br />

11

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!