Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario
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que amará mañana lo que ama hoy. Así, todos nuestros proyectos de felicidad para esta vida<br />
son quimeras. Aprovechemos el contento de espíritu cuando acude. Guardémonos de<br />
alejarlo por nuestra culpa, pero no hagamos proyectos para encadenarlo, pues que tales<br />
proyectos son puras locuras. He visto pocos hombres felices, quizás ninguno, pero he visto<br />
con frecuencia corazones contentos, y de todos los objetos que me han impresionado, éste es<br />
el que más me ha contentado a mí mismo. Creo que es una consecuencia natural del poder<br />
de las sensaciones sobre mis sentimientos internos. La dicha carece de enseña exterior; para<br />
conocerla sería preciso leer en el corazón del hombre dichoso; pero el contento se lee en los<br />
ojos, en el porte, en el acento, en el paso, y parece comunicarse al que lo percibe. ¿Hay goce<br />
más dulce que ver a un pueblo entero entregarse a la alegría un día de fiesta, y a todos los<br />
corazones abrirse a los rayos expansivos del placer que pasa rápido, pero vivamente, a través<br />
de las nubes de la vida?<br />
Hace tres días que el señor P. vino con diligencia extraordinaria a enseñarme el elogio de<br />
la señora Geoffrin por el señor D'Alembert. La lectura estuvo precedida de largas y sonoras<br />
carcajadas sobre el ridículo neologismo de la obra y sobre los jocosos juegos de palabras de<br />
que, según decía, estaba llena. Comenzó a leer sin dejar de reír, le escuché con un aplomo<br />
que le calmó, y viendo que no le imitaba, dejó finalmente de reír. El artículo más largo y<br />
más rebuscado de la obra versaba sobre el placer que sentía la señora Geoffrin al ver a los<br />
niños y hacerles hablar. El autor infería con acierto de esta disposición una prueba de buen<br />
natural y de malignidad a quienes carecían del mismo gusto, hasta el punto de decir que si se<br />
interrogara sobre ello a los que se conduce al cadalso o a la rueda todos convendrían en que<br />
no les habían gustado los niños. Tales asertos, en el lugar en que estaban, producían un<br />
efecto singular. Aun dándolo por cierto, ¿era ocasión de decirlo y había que mancillar el<br />
elogio de una mujer estimable con imágenes de suplicio y de malhechor? Comprendí<br />
fácilmente el motivo de esta afectación ruin, y cuando el señor P. hubo acabado de leer, al<br />
poner de relieve lo que me había parecido bien en el elogio, agregué que al escribirlo el<br />
autor tenía en el corazón menos amistad que odio.<br />
Al día siguiente, como el tiempo era bastante bueno, aunque frío, fui a hacer una<br />
excursión hasta la Escuela Militar, contando con encontrar allí musgos en plena flor.<br />
Mientras caminaba, absorto en la visita de la víspera y en el escrito del señor D'Alembert,<br />
iba pensando que el episódico pasaje no había sido colocado allí sin propósito, y la sola