Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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11.05.2013 Views

sensible; cuando menos pienso en ello, un gesto, una mirada siniestra que percibo, una palabra envenenada que oigo, un malquiriente que me encuentro basta para trastornarme. Cuanto en semejante caso puedo hacer es olvidar a toda prisa y huir. La turbación de mi corazón desaparece con el objeto que la ha causado y vuelvo a la calma tan pronto como estoy solo. O si algo me inquieta, es el temor de reencontrar a mi paso algún nuevo sujeto de dolor. Esa es mi única cuita; pero basta para alterar mi dicha. Alójome en el centro de París. Al salir de mi casa, suspiro en pos del campo y la soledad, pero hay que ir a buscarlo tan lejos que, antes de poder respirar a mis anchas, encuentro en mi camino mil objetos que me oprimen el corazón, y la mitad de la jornada se pasa en angustias antes de que haya alcanzado el refugio que voy buscando. Dichoso al menos cuando se me deja acabar mi ruta. Es delicioso el momento en que escapo al cortejo de malvados, y no bien me veo bajo los árboles, en medio del verdor, creo verme en el paraíso terrenal y siento un placer interno tan vivo como si fuera el más feliz de los mortales. Recuerdo perfectamente que durante mis cortas prosperidades, estos mismos paseos solitarios que hoy día me son tan deliciosos, me eran insípidos y molestos. Cuando estaba en el campo en casa de alguien, la necesidad de hacer ejercicio y de respirar el airo puro me hacía con frecuencia salir solo, y escapándome como un ladrón me iba a pasear por el parque o por el campo; pero en vez de encontrar allí la calma dichosa que hoy día experimento, me llevaba encima la agitación de las vanas ideas que me había ocupado en el salón; el recuerdo de la compañía que había dejado me seguía en la soledad, los vapores del amor propio y el tumulto del mundo empañaban a mis ojos la frescura de los bosquecillos y turbaban la paz del retiro. Por más que huyera al fondo de los bosques, una multitud importuna me seguía por doquier y velada para mí toda la naturaleza. Sólo después de haberme desligado de las pasiones sociales y de su triste cortejo, la he vuelto a encontrar con todos sus encantos. Convencido de la imposibilidad de contener estos primeros movimientos involuntarios, he suspendido todos mis esfuerzos para ello. A cada ataque dejo esconderse a mi sangre, a la cólera y a la indignación adueñarse de mis sentidos, cedo a la naturaleza esta primera explosión que todas mis fuerzas no podrían detener ni suspender. Solamente trato de detener las consecuencias antes de que aquélla haya producido algún defecto. Los ojos chispeantes, el fuego del rostro, el temblor de los miembros, los sofocantes pálpitos, todo esto pertenece

al mero físico y el discernimiento nada puede; pero después de haber dejado hacer al natural su primera explosión, se pude volver a ser dueño de sí mismo recobrando poco a poco los sentidos: eso es lo que he intentado hacer durante largo tiempo sin éxito, pero con más ventura al final. Y al dejar de emplear mi fuerza en vana resistencia, aguardo el momento de vencer dejando obrar a mi razón, porque ella no me habla más que cuando puede hacerse escuchar. ¡Ah... qué digo, aymé!, ¿mi razón? Muy mal haría además concediéndole el honor de este triunfo, pues que no tiene parte en él. Todo viene igualmente de un temperante versátil que un viento intempestuoso agita, pero que vuelve de nuevo a la calma en el instante en que el viento deja de soplar. Es mi natural ardiente el que me agita, es mi natural indolente el que me apacigua. Cedo a todos los impulsos presentes, todo choque me provoca un movimiento intenso y corto; no bien deja de haber choque, el movimiento cesa; nada transmitido puede prolongarse en mí. Todas las vueltas de la fortuna, todas las maquinaciones de los hombres tienen escasa opción sobre un hombre así constituido. Para afectarme con cuitas duraderas sería menester que la impresión se renovara a cada instante. Porque por breves que sean los intervalos, bastan para devolverme a mí mismo. Soy lo que a los hombres les place, en tanto pueden obrar sobre mis sentidos; mas al primer instante de tregua, vuelvo a ser lo que la naturaleza ha querido; ése es, hágase lo que se haga, mi estado más constante, y por el cual experimento a despecho de mi destino una dicha para la que me siento constituido. He descrito este estado en una de mis ensoñaciones. Me conviene tanto que no deseo otra cosa que su duración y no temo más que verlo turbado. El daño que los hombres me han hecho no me afecta en suerte alguna; el solo temor del que aún pueden hacerme es capaz de agitarme- pero seguro de que carecen ya de ocasión nueva por la que pueden afectarme con un sentimiento permanente, me río de todas sus tramas y gozo de propio a despecho suyo. NOVENO PASEO La dicha es un estado permanente que no parece hecho aquí abajo para el hombre. 'Podo en la tierra está en un flujo continuo que no permite que algo tome una forma constante. Todo cambia en torno nuestro. Cambiamos nosotros mismos y nadie puede asegurarse de

al mero físico y el discernimiento nada puede; pero después de haber dejado hacer al natural<br />

su primera explosión, se pude volver a ser dueño de sí mismo recobrando poco a poco los<br />

sentidos: eso es lo que he intentado hacer durante largo tiempo sin éxito, pero con más<br />

ventura al final. Y al dejar de emplear mi fuerza en vana resistencia, aguardo el momento de<br />

vencer dejando obrar a mi razón, porque ella no me habla más que cuando puede hacerse<br />

escuchar. ¡Ah... qué digo, aymé!, ¿mi razón? Muy mal haría además concediéndole el honor<br />

de este triunfo, pues que no tiene parte en él. Todo viene igualmente de un temperante<br />

versátil que un viento intempestuoso agita, pero que vuelve de nuevo a la calma en el<br />

instante en que el viento deja de soplar. Es mi natural ardiente el que me agita, es mi natural<br />

indolente el que me apacigua. Cedo a todos los impulsos presentes, todo choque me provoca<br />

un movimiento intenso y corto; no bien deja de haber choque, el movimiento cesa; nada<br />

transmitido puede prolongarse en mí. Todas las vueltas de la fortuna, todas las<br />

maquinaciones de los hombres tienen escasa opción sobre un hombre así constituido. Para<br />

afectarme con cuitas duraderas sería menester que la impresión se renovara a cada instante.<br />

Porque por breves que sean los intervalos, bastan para devolverme a mí mismo. Soy lo que a<br />

los hombres les place, en tanto pueden obrar sobre mis sentidos; mas al primer instante de<br />

tregua, vuelvo a ser lo que la naturaleza ha querido; ése es, hágase lo que se haga, mi estado<br />

más constante, y por el cual experimento a despecho de mi destino una dicha para la que me<br />

siento constituido. He descrito este estado en una de mis ensoñaciones. Me conviene tanto<br />

que no deseo otra cosa que su duración y no temo más que verlo turbado. El daño que los<br />

hombres me han hecho no me afecta en suerte alguna; el solo temor del que aún pueden<br />

hacerme es capaz de agitarme- pero seguro de que carecen ya de ocasión nueva por la que<br />

pueden afectarme con un sentimiento permanente, me río de todas sus tramas y gozo de<br />

propio a despecho suyo.<br />

NOVENO PASEO<br />

La dicha es un estado permanente que no parece hecho aquí abajo para el hombre. 'Podo<br />

en la tierra está en un flujo continuo que no permite que algo tome una forma constante.<br />

Todo cambia en torno nuestro. Cambiamos nosotros mismos y nadie puede asegurarse de

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