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Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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generación, sin explicación, sin dudar, sin vergüenza y sin que pudiera al menos llegar a<br />

saber nunca la causa de esta extraña revolución. Me debatí con violencia y no hice sino<br />

trabarme más. Quise forzar a mis perseguidores a explicarse conmigo, se guardaban de<br />

hacerlo. <strong>De</strong>spués de haberme atormentado largo tiempo sin éxito, hubo que tomar aliento.<br />

Esperaba empero siempre, me decía: una ceguera tan estúpida, una tan absurda prevención<br />

no puede ganarse a todo el género humano. Hay hombres de juicio que no comparten ese<br />

delirio, hay almas justas que detestan la trapacería y a los traidores. Busquemos, quizás<br />

encuentre por fin un hombre; si lo encuentro, están confundidos. He buscado vanamente, no<br />

lo he encontrado. La liga es universal, sin excepción, sin remisión, y estoy seguro de acabar<br />

mis días en esta horrorosa proscripción, sin penetrar nunca su misterio.<br />

Es en tal estado deplorable donde tras largas angustias, en lugar de la desesperación que<br />

parecía debe ser finalmente mi dicha, encontré la serenidad, la tranquilidad, la paz, incluso la<br />

dicha, pues que cada día de mi vida me recuerda con placer el de la víspera, y no deseo otro<br />

distinto para el día siguiente.<br />

¿<strong>De</strong> dónde viene esta diferencia? <strong>De</strong> una sola cosa. Y es que he aprendido a llevar el<br />

yugo de la necesidad sin rechistar. Es que me esforcé por tener apego a mil cosas y que,<br />

habiéndoseme escapado arreo todos estos asideros, reducido a mí mismo, he recobrado por<br />

fin mi sitio. Hostigado por doquier, permanezco en equilibrio porque, al no atarme ya a<br />

nada, sólo me apoyo en mí.<br />

Cuando con tanto ardor me alzaba contra la opinión, aún llevaba su yugo sin que me<br />

percatase de ello. <strong>Un</strong>o quiere ser estimado por las personas a las que estima, y en tanto pude<br />

juzgar favorablemente a los hombres, o a ciertos hombres al menos, los juicios que ellos<br />

hacían de mí no podían serme indiferentes. Veía que los juicios del público son con<br />

frecuencia equitativos, pero no veía que esta misma equidad era efecto del azar, que las<br />

reglas sobre las que los hombres basan sus opiniones no son extraídas más que de sus<br />

pasiones o de los prejuicios que son obra suya, y que incluso cuando juzgan bien, estos<br />

buenos juicios nacen con frecuencia todavía de un mal principio, como cuando figuran<br />

honrar por algún éxito el mérito de un hombre, no por espíritu de justicia sino para darse un<br />

aire imparcial calumniando a su antojo al mismo hombre en otros puntos.<br />

Pero cuando, tras largas y vanas búsquedas, les vi quedarse a todos sin excepción en el<br />

más inicuo y absurdo sistema que espíritu infernal alguno pudo inventar; cuando vi que en lo

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