Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario
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ese terrible Hippophaee, que, según me dijo todo el mundo en Grenoble al día siguiente, envenena en pequeñísimas dosis. La aventura me pareció tan graciosa que nunca la recuerdo sin reírme de la singular discreción del abogado señor Bovier, Todas mis correrías botánicas, las diversas impresiones del ámbito de los objetos que me han llamado la atención, las ideas que ha hecho surgir en mí, los accidentes que se han mezclado, todo ello me ha dejado impresiones que se renuevan con la vista de las plantas herborizadas en esos mismos lugares. No volveré ya a ver aquellos hermosos paisajes, aquellos peñascos, aquellas montañas, cuyo aspecto siempre ha conmovido mi corazón, pero ahora que no puedo ya recorrer aquellas venturosas comarcas, no tengo más que abrir el herbario y enseguida éste me transporta allí. Los fragmentos de las plantas que he recorrido bastan para recordarme todo aquel magnífico espectáculo. Este herbario es para mí un diario de herborizaciones que hace que las recomience con un nuevo encanto y produce el efecto de un óptico que las pintara nuevamente en mis ojos. En esta cadena de ideas accesorias la que me vincula a la botánica. Reúne y recuerda a mi imaginación todas las ideas que más halagan. Los prados, las aguas, los bosques, la soledad, la paz sobre todo y el reposo que se halla en medio de todo eso son de nuevo trazados por ella incesantemente en mi memoria. Me hace olvidar las persecuciones de los hombres, su odio, su desprecio, sus ultrajes y todo el daño con que han pagado mi tierno y sincero cariño por ellos. Me transporta a habitaciones apacibles en medio de personas sencillas y buenas como aquéllas con las que viví. Me recuerda mi edad moza y mis placeres inocentes, hace que los goce de nuevo, y con más frecuencia aún me hace feliz en medio de la más triste suerte que jamás haya sufrido mortal alguno. OCTAVO PASEO El meditar sobre las disposiciones de mi alma en todas las situaciones de mi vida, me ha sorprendido extraordinariamente ver tan escasa proporción entre las diversas combinaciones de mis destino y los sentimientos habituales de bienestar o malestar con que me han afectado. Los diversos intervalos de mis cortas prosperidades no me han dejado casi ningún
ecuerdo agradable de la manera íntima y permanente en que me han afectado, y por el contrario, en todas las miserias de mi vida, me sentía constantemente lleno de sentimientos tiernos, conmovedores, deliciosos, que derramando un bálsamo saludable sobre las heridas de mi afligido corazón, parecían convertir su dolor en voluptuosidad, y cuyo amable recuerdo vuelve solo a mí, desprendido del de los males que al mismo tiempo padecía. Me parece que he sentido más la dulzura de la existencia, que realmente he vivido más, cuando mis sentimientos, apretados por así decir en torno a mi corazón por mi destino, no iban evaporándose hacia afuera por sobre todos los objetos de la estima de los hombres, que tan poco merecen por sí mismos y que constituyen la única ocupación de personas a las que creemos felices. Cuando todo en mi derredor estaba en orden, cuando estaba contento con todo lo que me rodeaba y con la esfera en la que tenía que vivir, la llenaba con mis afectos. Mi alma expansiva se extendía sobre otros objetos, y atraída sin cesar lejos de mí por gustos de mil especies, por vínculos amables que sin cesar ocupaban mi corazón, me olvidaba en cierta manera de mí mismo, participaba por entero de lo que me era extraño y sentía en la continua agitación de mi corazón toda la vicisitud de las cosas humanas. Esta tortuosa vida no me dejaba ni paz en los adentros, ni reposo fuera. En apariencia dichoso, `no tenía un solo sentimiento que pudiera soportar la prueba de la reflexión y en el que pudiera deleitarme verdaderamente. Nunca estaba totalmente contento, ni de otro ni de mí mismo. El tumulto del mundo me aturdía, la soledad me hastiaba, tenía continuamente necesidad de cambiar de sitio y no esta bien en ninguna parte. Sin embargo, era agasajado, muy estimado, bien recibido, acariciado por doquier. No tenía un solo enemigo, ni malqueriente ni envidioso. Como no se buscaba sino complacerme, con frecuencia yo mismo tenía el placer de complacer a mucha gente, y sin bienes, sin empleo, sin fautores, sin grandes talentos bien desarrollados ni bien conocidos, gozaba de las ventajas añadidas a todo aquello y no veía a nadie en estado alguno cuya suerte pareciérame preferible a la mía. ¿Que me faltaba entonces para ser feliz? Lo ignoro; pero sé que no lo era. ¿Qué me falta hoy día para ser el más infortunado de los mortales? Nada de cuanto los hombres han podido poner de su parte para ello. Y que, ni siquiera en este deplorable estado cambiaría yo de ser y de destino por el más afortunado de entre ellos, y prefiero aún ser yo con toda mi miseria que ser alguno de ésos con toda su prosperidad. Reducido a mí mismo,
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ecuerdo agradable de la manera íntima y permanente en que me han afectado, y por el<br />
contrario, en todas las miserias de mi vida, me sentía constantemente lleno de sentimientos<br />
tiernos, conmovedores, deliciosos, que derramando un bálsamo saludable sobre las heridas<br />
de mi afligido corazón, parecían convertir su dolor en voluptuosidad, y cuyo amable<br />
recuerdo vuelve solo a mí, desprendido del de los males que al mismo tiempo padecía. Me<br />
parece que he sentido más la dulzura de la existencia, que realmente he vivido más, cuando<br />
mis sentimientos, apretados por así decir en torno a mi corazón por mi destino, no iban<br />
evaporándose hacia afuera por sobre todos los objetos de la estima de los hombres, que tan<br />
poco merecen por sí mismos y que constituyen la única ocupación de personas a las que<br />
creemos felices.<br />
Cuando todo en mi derredor estaba en orden, cuando estaba contento con todo lo que me<br />
rodeaba y con la esfera en la que tenía que vivir, la llenaba con mis afectos. Mi alma<br />
expansiva se extendía sobre otros objetos, y atraída sin cesar lejos de mí por gustos de mil<br />
especies, por vínculos amables que sin cesar ocupaban mi corazón, me olvidaba en cierta<br />
manera de mí mismo, participaba por entero de lo que me era extraño y sentía en la continua<br />
agitación de mi corazón toda la vicisitud de las cosas humanas. Esta tortuosa vida no me<br />
dejaba ni paz en los adentros, ni reposo fuera. En apariencia dichoso, `no tenía un solo<br />
sentimiento que pudiera soportar la prueba de la reflexión y en el que pudiera deleitarme<br />
verdaderamente. Nunca estaba totalmente contento, ni de otro ni de mí mismo. El tumulto<br />
del mundo me aturdía, la soledad me hastiaba, tenía continuamente necesidad de cambiar de<br />
sitio y no esta bien en ninguna parte. Sin embargo, era agasajado, muy estimado, bien<br />
recibido, acariciado por doquier. No tenía un solo enemigo, ni malqueriente ni envidioso.<br />
Como no se buscaba sino complacerme, con frecuencia yo mismo tenía el placer de<br />
complacer a mucha gente, y sin bienes, sin empleo, sin fautores, sin grandes talentos bien<br />
desarrollados ni bien conocidos, gozaba de las ventajas añadidas a todo aquello y no veía a<br />
nadie en estado alguno cuya suerte pareciérame preferible a la mía. ¿Que me faltaba<br />
entonces para ser feliz? Lo ignoro; pero sé que no lo era.<br />
¿Qué me falta hoy día para ser el más infortunado de los mortales? Nada de cuanto los<br />
hombres han podido poner de su parte para ello. Y que, ni siquiera en este deplorable estado<br />
cambiaría yo de ser y de destino por el más afortunado de entre ellos, y prefiero aún ser yo<br />
con toda mi miseria que ser alguno de ésos con toda su prosperidad. Reducido a mí mismo,