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Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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montaña, y de bosque en bosque, de peña en peña, llegué a un reducto tan escondido que en<br />

mi vida he visto aspecto más salvaje. Negros abetos entremezclados con hayas prodigiosas,<br />

varias de las cuales, caídas de vejez y entrelazadas unas con otras, cerraban este reducto con<br />

barreras impenetrables, algunos claros que dejaba aquel sombrío recinto no ofrecían más allá<br />

sino peñas cortadas a pico y horribles precipicios que sólo me atrevía a mirar acostado bajo<br />

abajo. El búho, la lechuza y el quebrantahuesos hacían oír sus gritos en las hendiduras de la<br />

montaña, algunos pajarillos raros aunque familiares temperaban, empero, el horror de<br />

aquella soledad. Allí encontré la <strong>De</strong>ntarla heptaphillos, el Ciclamen, el Nidus avis, el gran<br />

Lacerpitium y algunas otras plantas que me encantaron v me entretuvieron largo rato. Pero<br />

insensiblemente dominado por la fuerte impresión de los objetos, olvidé la botánica y las<br />

plantas, me senté sobre almohadas de Lycopodium y musgo y me puse a soñar a mis anchas<br />

pensando que me hallaba en un refugio ignorado por todo el universo, donde mis<br />

perseguidores no me descubrirían. Pronto un movimiento de orgullo se mezcló con esta<br />

ensoñación. Me comparaba a los grandes viajeros que descubren una isla desierta, y me<br />

decía con complacencia: soy sin duda el primer mortal que ha penetrado hasta aquí; me<br />

consideraba casi como otro Colón. Mientras me crecía con la idea, oí no lejos de mí cierto<br />

traqueteo que creí reconocer; escuché: el mismo ruido se repitió y se multiplicó. Sorprendido<br />

y curioso, me levanté, me abrí camino a través de una espesura de malezas por el lado de<br />

donde venía el ruido y, en una cañada de veinte pasos del mismo lugar donde creía haber<br />

sido el primero en<br />

llegar, vi una manufactura de medias.<br />

No sabría expresar la agitación confusa y contradictoria que sentí en mi corazón ante<br />

aquel descubrimiento. Mi primer movimiento fue un sentimiento de alegría por encontrarme<br />

entre humanos donde me había creído totalmente solo. Pero este movimiento, más rápido<br />

que una centella, pronto dio paso a un sentimiento doloroso más duradero, como no<br />

pudiendo en los antros mismos de los alpes escapar a las crueles manos de los hombres,<br />

ensañados en atormentarme. Porque estaba por demás seguro de que no había quizás ni dos<br />

hombres en aquella fábrica que no estuvieran iniciados en el complot cuyo jefe habíase<br />

hecho predicante Montmollin y cuyos móviles primeros arrastraba de más lejos. Me<br />

apresuré a descartar esta triste idea y acabé por reírme de mí mismo y de mi pueril vanidad y<br />

de la cómica manera en que había sido castigado.

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