Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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11.05.2013 Views

sin progreso, y que, viejo chocho, ya caduco y pesado, sin facilidad, sin memoria, me devuelve a los ejercicios de la juventud y a las lecciones de un escolar. Es esta una rareza que quisiera explicarme; me parece que, bien aclarada, podría arrojar alguna luz nueva sobre el conocimiento de mí mismo a cuya adquisición he consagrado mis últimos ocios. A veces he pensado con bastante profundidad; pera raramente con placer, casi siempre mal de mi grado y como por fuerza: la ensoñación me descansa y me divierte, la reflexión me fatiga y me entristece; pensar fue siempre para mí una ocupación penosa y sin encanto. A veces mis ensoñaciones acaban en la meditación, pero más a menudo mis meditaciones acaban en la ensoñación, y durante estos extravíos mi alma erra y planea por el universo en las alas de la imaginación en éxtasis que superan a cualquier otro goce. Mientras disfruté de ésta en toda su pureza, cualquier otra ocupación me resultó siempre insípida. Pero cuando, una vez lanzado en la carrera literaria merced a extraños impulsos, sentí la fatiga del trabajo del espíritu y lo importuno de una celebridad desgraciada, al mismo tiempo sentí languidecer y entibiarse mis dulces ensoñaciones, y muy pronto obligado a ocuparme, a pesar mío, de mi triste situación, no pude volver a encontrar ya, sino raramente, los queridos éxtasis que durante cincuenta años me habían valido de fortuna y de gloria, y sin más gasto que la del tiempo, me habían hecho en la ociocidad el más feliz de los mortales. Incluso había de temer en mis ensoñaciones que mi imaginación amedrentada por mis infortunios no volviera finalmente de ese lado su actividad, y que el continuo sentimiento de mis penas, al encogerme el corazón por grados, no me abrumara finalmente con su peso. En tal caso, un instinto que me es natural, haciéndome huir de toda idea entristecedora, impuso silencio a mi imaginación, y fijando mi atención sobre los objetos que me rodeaban, me hizo detallar por primera vez el espectáculo de la naturaleza, que casi no había contemplado hasta entonces más que en masa y en su conjunto. Los árboles, los arbustos, las plantas son el adorno y el vestido de la tierra. Nada hay tan triste como la vista de una campiña desnuda y pelada que no ofrece a los ojos más que piedras, limo y arena. Pero vivificada por la naturaleza y ataviada con su traje de bodas en medio del curso de las aguas y del canto de los pájaros, la tierra ofrece al hombre en la armonía de los tres reinos lleno de vida, de interés y de encanto, el único espectáculo en el mundo del que sus ojos y su corazón no se cansan jamás.

Cuanto más sensible tiene el alma un contemplador, más se entrega a los éxtasis que en él excita ese equilibrio. Una ensoñación dulce y profunda se apodera entonces de sus sentidos, y él se pierde con una deliciosa embriaguez en la inmensidad de ese hermoso sistema con el que se siente nada más que en el todo. Es preciso que alguna circunstancia particular restrinja sus ideas y circunscriba su imaginación para que pueda observar por partes este universo que se esforzaba con abrazar. Eso es lo que me ocurrió de modo natural cuando mi corazón, encogido por la zozobra, reunía y concentraba todos sus movimientos en su derredor para conservar el resto de calor pronto a evaporarse y a extinguirse en el abatimiento en el que por grados iba cayendo. Vagaba indolentemente por los bosques y las montañas, sin atreverme a pensar por miedo a atizar mis dolores. Mi imaginación, que rehusa los objetos penosos, dejaba que mis sentidos se entregaran a las impresiones ligeras pero dulces de los objetos circundantes. Mis ojos se paseaban sin cesar de uno a otro, y no era posible que en una variedad tan grande no se encontrara alguno que los fijara más y los detuviera más tiempo. Tomé gusto por esta recreación de los ojos que en el infortunio descansa, distrae, divierte al espíritu y suspende el sentido de las cuitas. La naturaleza de los objetos ayuda mucho a esta diversión y la hace más seductora. Los suaves olores, los colores vivos, las más elegantes formas parecen disputarse a porfía el derecho a fijar nuestras atención. Para entregarse a tan dulces sensaciones, tan sólo hace falta amar el placer, y si este efecto no se produce en todos aquellos que son impresionados por ellas, es por falta de sensibilidad natural en unos, y en la mayoría porque, demasiado ocupado su espíritu en otras ideas, no se entrega sino a hurtadillas a los objetos que impresionan sus sentidos. Otra cosa contribuye además a apartar del reino vegetal la atención de las gentes de gusto; y es el hábito de no buscar en las plantas más que drogas y remedios. Teofrasto procedió distintamente, y puede considerarse a este filosofo como el único botánico de la antigüedad: conque apenas es conocido entre nosotros; pero gracia a un tal Dioscórides, gran compilador de recetas, y a sus comentaristas, la medicina se ha adueñado de tal forma de las plantas transformadas en simples que no se ve en ellas más que lo que no se ve, o sea las pretendidas virtudes que place a un tercero y a un cuarto atribuirles. No se concibe que la organización vegetal pueda merecer por sí misma cierta atención; personas que se pasan la vida ordenando sabiamente cascarillas se burlan de la botánica como de un estudio inútil

Cuanto más sensible tiene el alma un contemplador, más se entrega a los éxtasis que en él<br />

excita ese equilibrio. <strong>Un</strong>a ensoñación dulce y profunda se apodera entonces de sus sentidos,<br />

y él se pierde con una deliciosa embriaguez en la inmensidad de ese hermoso sistema con el<br />

que se siente nada más que en el todo. Es preciso que alguna circunstancia particular<br />

restrinja sus ideas y circunscriba su imaginación para que pueda observar por partes este<br />

universo que se esforzaba con abrazar.<br />

Eso es lo que me ocurrió de modo natural cuando mi corazón, encogido por la zozobra,<br />

reunía y concentraba todos sus movimientos en su derredor para conservar el resto de calor<br />

pronto a evaporarse y a extinguirse en el abatimiento en el que por grados iba cayendo.<br />

Vagaba indolentemente por los bosques y las montañas, sin atreverme a pensar por miedo a<br />

atizar mis dolores. Mi imaginación, que rehusa los objetos penosos, dejaba que mis sentidos<br />

se entregaran a las impresiones ligeras pero dulces de los objetos circundantes. Mis ojos se<br />

paseaban sin cesar de uno a otro, y no era posible que en una variedad tan grande no se<br />

encontrara alguno que los fijara más y los detuviera más tiempo.<br />

Tomé gusto por esta recreación de los ojos que en el infortunio descansa, distrae, divierte<br />

al espíritu y suspende el sentido de las cuitas. La naturaleza de los objetos ayuda mucho a<br />

esta diversión y la hace más seductora. Los suaves olores, los colores vivos, las más<br />

elegantes formas parecen disputarse a porfía el derecho a fijar nuestras atención. Para<br />

entregarse a tan dulces sensaciones, tan sólo hace falta amar el placer, y si este efecto no se<br />

produce en todos aquellos que son impresionados por ellas, es por falta de sensibilidad<br />

natural en unos, y en la mayoría porque, demasiado ocupado su espíritu en otras ideas, no se<br />

entrega sino a hurtadillas a los objetos que impresionan sus sentidos.<br />

Otra cosa contribuye además a apartar del reino vegetal la atención de las gentes de<br />

gusto; y es el hábito de no buscar en las plantas más que drogas y remedios. Teofrasto<br />

procedió distintamente, y puede considerarse a este filosofo como el único botánico de la<br />

antigüedad: conque apenas es conocido entre nosotros; pero gracia a un tal Dioscórides, gran<br />

compilador de recetas, y a sus comentaristas, la medicina se ha adueñado de tal forma de las<br />

plantas transformadas en simples que no se ve en ellas más que lo que no se ve, o sea las<br />

pretendidas virtudes que place a un tercero y a un cuarto atribuirles. No se concibe que la<br />

organización vegetal pueda merecer por sí misma cierta atención; personas que se pasan la<br />

vida ordenando sabiamente cascarillas se burlan de la botánica como de un estudio inútil

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