Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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Tan sólo me son siquiera indiferentes en lo que me atañe; porque en las relaciones entre ellos pueden aún interesarme y emocionarme como los personajes de un drama que estuviera viendo representar. Sería preciso que mi ser moral fuera aniquilado para que la justicia se me volviera indiferente. El espectáculo de la injusticia y de la maldad hace aún que me hierva la sangre de cólera; los actos de virtud en que no veo ni fanfarronería ni ostentación me hacen siempre vibrar de alegría y todavía me arrancan dulces lágrimas. Pero es menester que los vea y los aprecie yo mismo; porque, después de mi propia historia, tendría que ser un insensato para adoptar sobre lo que fuera el juicio de los hombres, y para creer algo en base a la fe de otro. Si mi semblante y mis facciones les fueran perfectamente desconocidas a los hombres como lo son mi carácter y mi natural, aún viviría entre ellos sin esfuerzo. Incluso su sociedad podría complacerme en tanto les fuera totalmente extraño. Entregado sin coacción a mis inclinaciones naturales, los amaría aún si no se ocuparan nunca de mí. Ejercería sobre ellos una benevolencia universal y completamente desinteresada: pero sin conformar nunca vínculo particular, y sin llevar el yugo de deber alguno, haría para con ellos libremente y de propio todo lo que tanto trabajo les cuesta hacer a ellos, incitados por su amor propio y constreñidos por todas sus leyes. Si hubiera seguido libre, oscuro, cual estaba hecho para serlo, sólo habría obrado el bien: pues que no tengo en el corazón el germen de ninguna pasión perjudicial. Si hubiese sido invisible y todopoderoso como Dios, habría sido benefactor y bueno como él. Son la fuerza y la libertad las que hacen hombres excelentes. La debilidad y la esclavitud nunca hacen más que malvados. Si hubiese sido el poseedor del anillo de Giges, él me habría sacado de la dependencia de los hombres y les habría puesto bajo la mía. Con frecuencia me ha preguntado, en mis castillos en el aire, qué uso habría hecho yo de este anillo, pues desde luego es ahí donde la tentación de abusar debe de estar más cerca del poder. Dueño de satisfacer mis deseos, pudiéndolo todo sin poder ser engañado por nadie, ¿qué habría podido desear con cierta prosecución? Una sola cosa: la de ver todos los corazones contentos. El aspecto de la felicidad pública hubiera podido por sí solo conmover mi corazón con un sentimiento permanente, y el ardiente deseo de concurrir a ella habría sido mi más constante pasión. Siempre justo sin parcialidad y siempre bueno sin debilidad, me habría preservado asimismo de las desconfianzas ciegas y de los odios implacables; porque viendo a los

hombres tal cual son y leyendo tranquilamente en el fondo de sus corazones, habría encontrado pocos lo bastante amables como para merecer todo mis afectos, pocos lo bastante odiosos como para merecer todo mi odio, y su misma maldad me habría predispuesto a compadecerlos por el conocimiento certero del mal que se hacen a ellos mismos al querer hacérselo a otro. Puede que en momentos de alegría hubiera cometido la niñería de operar algunos prodigios: pero perfectamente desinteresados para mí mismo, y no teniendo por ley más que mis inclinaciones naturales, por unos cuantos actos de justicia severa, habría hecho milagros más sabios y más útiles que los de la leyenda dorada y los de la tumba de Saint- Médard. Tan sólo hay un punto en el que la facultad de penetrar de forma invisible por doquier hubiera podido hacerme buscar tentaciones a las que habría resistido mal, y una vez en tales vías de extravío, ¿adónde no hubiese sido yo conducido por ellas? Sería desconocer la natu- raleza y a mí mismo si me preciara de que tales facilidades no me habrían seducido, o de que la razón me habría detenido en esa fatal pendiente. Seguro de mí por sobre todo otro artículo, por éste solo estaba perdido. Quien pone su poder por encima del hombre debe estar por encima de las debilidades de la humanidad, sin lo cual este exceso de fuerza no serviría más que para ponerlo efectivamente por debajo de los demás y de lo que él mismo habría estado si hubiese permanecido su igual. Bien mirado todo, creo que haría mejor tirando mi anillo mágico antes de que me haga cometer algún disparate. Si los hombres se obstinan en verme distinto de como soy, y si mi aspecto irrita su injusticia, para privarles de esta vista hay que huirlos, pero no eclipsarme entre ellos. A ellos les toca esconderse ante mí, ocultarme sus manejos, huir de la luz del día, meterse bajo tierra como los topos. Por mí, que me vean si pueden, tanto mejor, pero eso les es imposible; en mi lugar nunca verán sino a Jean-Jacques que ellos se han hecho y que han hecho según su corazón, para odiarle a su antojo. Conque haría mal afectándome por el modo en que me ven: no debo prestar ningún interés auténtico, pues que no es a mí a quien así ven. El resultado que puedo inferir de todas estas reflexiones es que jamás he sido verdaderamente apto para la sociedad civil, donde todo es molestia, obligación, deber, y donde mi natural independiente me hizo siempre incapaz de las sujeciones necesarias para quien quiere vivir con los hombres. Mientras actúo libremente, soy bueno y sólo hago el

Tan sólo me son siquiera indiferentes en lo que me atañe; porque en las relaciones entre<br />

ellos pueden aún interesarme y emocionarme como los personajes de un drama que estuviera<br />

viendo representar. Sería preciso que mi ser moral fuera aniquilado para que la justicia se me<br />

volviera indiferente. El espectáculo de la injusticia y de la maldad hace aún que me hierva la<br />

sangre de cólera; los actos de virtud en que no veo ni fanfarronería ni ostentación me hacen<br />

siempre vibrar de alegría y todavía me arrancan dulces lágrimas. Pero es menester que los<br />

vea y los aprecie yo mismo; porque, después de mi propia historia, tendría que ser un<br />

insensato para adoptar sobre lo que fuera el juicio de los hombres, y para creer algo en base<br />

a la fe de otro.<br />

Si mi semblante y mis facciones les fueran perfectamente desconocidas a los hombres<br />

como lo son mi carácter y mi natural, aún viviría entre ellos sin esfuerzo. Incluso su<br />

sociedad podría complacerme en tanto les fuera totalmente extraño. Entregado sin coacción<br />

a mis inclinaciones naturales, los amaría aún si no se ocuparan nunca de mí. Ejercería sobre<br />

ellos una benevolencia universal y completamente desinteresada: pero sin conformar nunca<br />

vínculo particular, y sin llevar el yugo de deber alguno, haría para con ellos libremente y de<br />

propio todo lo que tanto trabajo les cuesta hacer a ellos, incitados por su amor propio y<br />

constreñidos por todas sus leyes.<br />

Si hubiera seguido libre, oscuro, cual estaba hecho para serlo, sólo habría obrado el bien:<br />

pues que no tengo en el corazón el germen de ninguna pasión perjudicial. Si hubiese sido<br />

invisible y todopoderoso como Dios, habría sido benefactor y bueno como él. Son la fuerza<br />

y la libertad las que hacen hombres excelentes. La debilidad y la esclavitud nunca hacen más<br />

que malvados. Si hubiese sido el poseedor del anillo de Giges, él me habría sacado de la<br />

dependencia de los hombres y les habría puesto bajo la mía. Con frecuencia me ha<br />

preguntado, en mis castillos en el aire, qué uso habría hecho yo de este anillo, pues desde<br />

luego es ahí donde la tentación de abusar debe de estar más cerca del poder. Dueño de<br />

satisfacer mis deseos, pudiéndolo todo sin poder ser engañado por nadie, ¿qué habría podido<br />

desear con cierta prosecución? <strong>Un</strong>a sola cosa: la de ver todos los corazones contentos. El<br />

aspecto de la felicidad pública hubiera podido por sí solo conmover mi corazón con un<br />

sentimiento permanente, y el ardiente deseo de concurrir a ella habría sido mi más constante<br />

pasión. Siempre justo sin parcialidad y siempre bueno sin debilidad, me habría preservado<br />

asimismo de las desconfianzas ciegas y de los odios implacables; porque viendo a los

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