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Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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me ha anulado. Impedido de hacer el bien, sea para mí mismo o para otro, me abstengo de<br />

actuar; y este estado, que sólo es inocente porque es forzado, hace que encuentre una especie<br />

de dulzura en entregarme plenamente sin reproche a mi inclinación natural. Seguramente<br />

voy demasiado lejos, pues que evito las ocasiones de actuar, incluso donde no veo sino un<br />

bien que hacer. Pero convencido de que no me dejan ver las cosas como son, me abstengo de<br />

juzgar por la apariencias que se les da, y pese a que se cubren los motivos para actuar por<br />

cierta añagaza, basta que tales motivos se dejen a mi alcance para estar seguro de que son<br />

engañosos.<br />

Mi destino parece haberme tendido, desde la infancia, la primera trampa que me ha hecho<br />

durante largo tiempo tan susceptible de caer en todas las demás. Nací el más confiado de los<br />

hombres y durante cuarenta años completos esta confianza no fue burlada ni una sola vez.<br />

Caído repentinamente en otro orden de cosas y de personas, he dado en mil emboscadas sin<br />

jamás apercibir ninguna, y apenas han bastado veinte años para esclarecerme sobre mi<br />

suerte. <strong>Un</strong>a vez convencido de que no hay más mentira y falsedad en las afectadas<br />

demostraciones que se me prodigan, he pasado rápidamente al otro extremo: porque cuando<br />

nos hemos salido una vez de nuestro natural, ya no hay límites que nos contengan. <strong>De</strong>sde<br />

entonces, me he hartado de los hombres, y mi voluntad, que coincide en este punto con la<br />

suya, me mantiene aún más alejado de ellos de lo que consiguen sus maquinaciones.<br />

Que hagan lo que quieran: esta repugnancia no puede llegar nunca hasta la aversión. Al<br />

pensar en la dependencia de mí en que se han puesto para tenerme en la suya, me producen<br />

una piedad real. Si yo soy desventurado, ellos también lo son, y cada vez que penetro en mí,<br />

los encuentro siempre dignos cíe compasión. Puede que el orgullo se mezcle aún en estos<br />

juicios, me siento muy por encima de ellos para odiarlos. Como mucho pueden interesarme<br />

hasta el desprecio, pero nunca hasta el odio: en fin, me amo demasiado a mí mismo como<br />

para odiar a nadie. Sería estrechar, comprimir mi existencia, y querría más bien extenderla<br />

por todo el universo.<br />

Prefiero huirlos a odiarlos. Su aspecto hiere mis sentidos, y a su través mi corazón, con<br />

impresiones que mil miradas crueles me hacen penosas; pero el malestar cesa no bien<br />

desaparece el objeto que lo causa. Me ocupo de ellos, y bien a mi pesar, por su presencia,<br />

pero nunca por su recuerdo. Cuando no los veo, son para mí como si no existieran.

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