Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario
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Comienzo a veces con esfuerzo, pero este esfuerzo me cansa y me agota enseguida, no<br />
podría continuar. Para cualquier cosa imaginable, lo que no hago con placer pronto me es<br />
imposible hacerlo.<br />
Hay más. La coacción en consonancia con mi deseo basta para aniquilarlo y trocarlo en<br />
repugnancia, incluso en aversión, a poco que aquélla actué intensamente, y eso es lo que me<br />
hace penosa la buena obra que se exige y que yo hacía de propio cuando no se me exigía. <strong>Un</strong><br />
favor puramente gratuito es ciertamente una obra que me gusta hacer. Más cuando quien lo<br />
ha recibido hace de él un título para exigir la continuación sopena de su odio, cuando me<br />
decreta ser para siempre su benefactor por haber tenido primero el placer de serlo, entonces<br />
comienza el malestar y el placer se desvanece. Lo que a la sazón hago si cedo es debilidad y<br />
mala vergüenza, pero la voluntad ya no existe, y antes de aplaudirme en mis adentros, me<br />
reprocho en mi conciencia el obrar bien de mala gana.<br />
Sé que hay una especie de contrato, puede que hasta el más santo de todos, entre el<br />
benefactor y el reconocido. Es una suerte de sociedad que forman el uno con el otro, más<br />
estrecha que la que une a los hombres en general, y si el reconocido se compromete<br />
tácitamente al agradecimiento, el benefactor se compromete asimismo a conservar para el<br />
otro, mientras no se vuelva indigno de ello, la misma buena voluntad que acaba de<br />
testimoniarle, y a renovarle los actos cuantas veces pueda y sea requerido. No son esas<br />
condiciones expresas, sino efectos naturales de la relación que acaba de establecerse entre<br />
ellos. Quien la primera vez rehúsa un servicio gratuito que se le pide, no da ningún derecho<br />
a quejarse a aquel a quién ha rechazado; pero quien en parecido caso rehúsa al mismo la<br />
merced que le concedió anteriormente, frustra una esperanza que le había autorizado a<br />
concebir; burla y desmiente una expectativa que había hecho nacer. En este rechazo se siente<br />
un no sé qué injusto y más duro que en el otro; no es menos, empero, el efecto de una<br />
independencia que ama el corazón y a la que la que no renuncia sin esfuerzo. Cuando pago<br />
una deuda, se trata de un deber que cumplo, cuando hago un donativo, se trata de un placer<br />
que me doy. Ahora bien, el placer de cumplir con los deberes es de aquéllos que el solo<br />
hábito de la virtud hace nacer: aquéllos que nos vienen inmediatamente de la naturaleza no<br />
se elevan tan alto.<br />
<strong>De</strong>spués de tan tristes experiencias, he aprendido a prever de lejos las consecuencias de<br />
mis primeros movimientos consecutivos, y con frecuencia me he abstenido de una buena