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Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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SEXTO PASEO<br />

Apenas tenemos movimiento maquinal cuya causa no podamos encontrar en nuestro<br />

corazón si sabemos buscarla bien. Ayer, al pasar por el nuevo bulevar para ir a herborizar a<br />

lo largo del Biévre, del lado de Gentilly, rodeé por la derecha, aproximándome a la Barriére<br />

d' Enfer y alejándome hacia el campo, fui por la carretera de Fontainebleau hasta ganar los<br />

altores que bordean este riachuelo. La caminata era en sí misma totalmente indiferente, pero<br />

al acordarme que había tomado varias veces maquinalmente el mismo desvío, busqué en mí<br />

mismo la causa y no pude menos que reír cuando conseguí desenmarañarla.<br />

En una esquina del bulevar, a la salida de la Barriére d'Enfer, se instala diariamente en<br />

verano una mujer que vende fruta, tisana y panecillos. La mujer tiene un mozuelo atentísimo<br />

pero cojo que, renqueando con sus muletas, se dedica con bastante buen gracejo a pedir<br />

limosna a los que pasan. Yo había trabado una suerte de conocimiento con este pobre infeliz;<br />

cada vez que pasaba no dejaba de venir a hacerme su pequeño cumplido seguido siempre de<br />

mi pequeña dádiva. Las primeras veces estuve encantado de verle, le daba de muy buen<br />

grado y continué haciéndolo algún tiempo con el mismo placer, añadiéndole incluso las más<br />

de las veces el de excitar y escuchar su palique que parecíame agradable. Convertido<br />

gradualmente este placer en costumbre, acabó transformado, no sé como, en una especie de<br />

deber cuyo malestar sentí bien pronto, sobre todo a causa de la arenga preliminar que había<br />

de escuchar, y en la que nunca dejaba de llamarme frecuentemente señor <strong>Rousseau</strong> para<br />

demostrar que conocía bien, lo cual me indicaba asaz, por el contrario, que no me conocía<br />

más que quienes le habían instruido. <strong>De</strong>sde entonces pasé por allí de peor grado, y<br />

finalmente adquirí maquinalmente la costumbre de tomar más a menudo un desvío cuando<br />

me acercaba a aquel atajo.<br />

Hasta aquí cuanto descubrí al reflexionar sobre ello: porque nada de aquello se había<br />

ofertado hasta entonces distintamente a mi pensamiento. La observación me ha ido<br />

recordando arreo multitud de otras que me han confirmado que los verdaderos y primeros<br />

motivos de la mayoría de mis actos no son para mí mismo tan claros como durante largo<br />

tiempo me lo había figurado. Sé y siento que hacer el bien es la más auténtica dicha que el<br />

corazón humano puede sentir; mas hace mucho tiempo que esa dicha ha sido puesta fuera de

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