Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario
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En esto, como en todo lo demás, mi temperamento ha incluido mucho sobre mis<br />
máximas, o mejor, sobre mis hábitos; porque casi no he actuado con reglas o casi no he<br />
seguido otras reglas en cualquier cosa que los impulsos de mi natural. Nunca mentira<br />
premeditada rondó mi pensamiento, nunca he mentido por mi interés; mas con frecuencia he<br />
mentido por vergüenza, para salir de un apuro en cosas indiferentes o que a lo más me<br />
interesaban a mí solo, cuando teniendo que mantener una entrevista, la lentitud de mis ideas<br />
y la aridez de mi conversación me obligaban a recurrir a las ficciones para tener algo que<br />
decir. Cuando hay que hablar necesariamente y no se me ocurren lo bastante pronto<br />
verdades entretenidas, voy refiriendo historias para no permanecer mudo; pero en la<br />
invención de estas fábulas pongo tanto cuidado como puedo en que no sean mentiras, es<br />
decir, que no vulneren ni la justicia ni la verdad debida y que no sean sino ficciones<br />
indiferentes para todo el mundo y para mí. Mi deseo sería entonces sustituir al menos la<br />
verdad de los hechos por una verdad moral; o sea: representar bien los efectos naturales del<br />
corazón humano y deducir siempre una enseñanza útil, hacer, en una palabra, cuentos<br />
morales, apólogos; pero se precisaría más presencia de ánimo de la que yo tengo y más<br />
facilidad de palabra para saber aprovechar en pro de la instrucción la facundia de la<br />
conversación. Su curso, más rápido que el de mis ideas, al obligarme casi siempre a hablar<br />
antes de pensar, me ha sugerido con frecuencia necedades e inepcias que mi razón<br />
desaprobaba y que mi corazón desautorizaba a medida que iban escapando de mi boca, pero<br />
que, al preceder a mi propio juicio, no podía ya ser reformadas por su censura.<br />
Es también por causa de este primer e irresistible impulso del temperamento por lo que en<br />
momentos imprevistos y rápidos, la vergüenza y la timidez me arrancan a menudo mentiras<br />
en las que no toma parte mi voluntad, pero que, en cierto modo, la preceden por la necesidad<br />
de responder al instante. La profunda impresión del recuerdo de la pobre Marion tiene por<br />
demás capacidad para detener siempre aquéllas que pudieran ser perjudiciales para los<br />
demás, pero no las que pueden sacarme de un apuro cuando se trata solamente de mí, lo cual<br />
no va menos contra mi conciencia y mis principios que aquéllas que pueden influir en la<br />
suerte ajena.<br />
Pongo al cielo por testigo de que si en el instante después pudiera retirar la mentira que<br />
me excusa y decir la verdad que me abruma sin baldonarme de nuevo al retractarme, lo haría<br />
de todo corazón; pero la vergüenza de cogerme en falta a mí mismo me retiene aún, y me