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Rousseau_JeanJacques-Suenos De Un Paseante Solitario

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egla de lo que se debe hacer o creer: y sea cual sea el efecto que produzca la verdad, uno<br />

siempre es exculpable cuando la ha dicho, porque no ha puesto en ella nada de lo propio.<br />

Pero esto es zanjar la cuestión sin resolverla. No se trataba de pronunciarse sobre si sería<br />

bueno decir siempre la verdad, sino sobre si se estaba siempre obligado igualmente a ello, y<br />

distinguir, partiendo de la definición que examinaba al suponer que no, los casos en que la<br />

verdad es rigurosamente debida de aquéllos en que se la puede callar sin injusticia y<br />

disfrazarla sin mentira: porque he descubierto que tales casos existían realmente. <strong>De</strong> lo que<br />

se trata entonces es de buscar una regla segura para conocerlos y determinarlos bien.<br />

Pero, ¿de dónde sacar esta regla y la prueba de su infabilidad? En todas las cuestiones de<br />

moral difíciles corno ésta, siempre me ha sentado bien resolverlas mediante el dictamen de<br />

mi conciencia antes que mediante las luces de mi razón. Jamás me ha engañado el instinto<br />

moral: hasta aquí, ha conservado su pureza en mi corazón 1 bastante para que pueda<br />

confiarme a él, y si alguna vez se calla ante mis pasiones en mi conducta, recobra bien su<br />

imperio sobre ellas en mis recuerdos. Siendo así que me juzgo a mi mismo con tanta<br />

severidad quizás como con la que seré juzgado por el juez soberano después de esta vida.<br />

Juzgar los discursos de los hombres por los efectos que producen supone con frecuencia<br />

apreciarlos mal. Además de que estos efectos no siempre son sensibles y fáciles de conocer,<br />

varían hasta el infinito, como las circunstancias en las que tales discursos se desarrollan.<br />

Pero es únicamente la intención de quien los desarrolla la que les pone precio y determina su<br />

grado de malicia o de bondad. <strong>De</strong>cir falsedad no es mentir sino por la intención de engañar,<br />

y la misma intención de engañar, lejos de ir siempre unida a la de perjudicar, tiene a veces<br />

un fin por demás contrario. Pero para volver inocente una mentira no basta con que la<br />

intención de perjudicar no sea expresa, es preciso además la certeza de que el error en que se<br />

hace caer a quienes se habla no puede perjudicar a ellos ni a nadie en modo alguno. Es raro y<br />

difícil que se pueda tener esta certeza; también es difícil y raro que una mentira sea<br />

perfectamente inocente. Mentir para ventaja propia es impostura; mentir para ventaja ajena<br />

es fraude, mentir para menoscabar es calumnia; ésta es la peor clase de mentira. Mentir sin<br />

provecho y sin menoscabo propio ni ajeno no es mentir: no es mentira, es ficción.<br />

Las ficciones que tienen un objeto moral se llaman apólogos o fábulas, y como su objeto<br />

no es o no debe ser otro que el de envolver verdades útiles en formas sensibles y agradables,

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