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COMPROMISO SOCIAL - Universidad Iberoamericana

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Dos factores esenciales para esa distribución del poder<br />

inimaginable en una era en que el PRI era el partido invencible,<br />

cuya omnipotencia contrastaba con la impotencia de sus<br />

adversarios, fueron los partidos y los órganos electorales. Pero<br />

demasiado pronto unos y otros dieron de sí, se convirtieron<br />

en lastre de la transformación que estuvieron llamados a protagonizar.<br />

El financiamiento público a los partidos, necesario<br />

para equilibrar la fuerza de la oposición con la del gobierno y<br />

su partido, envenenó la vida partidaria y la convirtió en arena<br />

de disputas internas por el dinero, que se tradujo en creciente<br />

distanciamiento de las necesidades de la sociedad. En una afirmación<br />

general que, por lo mismo requiere de matices, puede<br />

decirse que los partidos son hoy aparatos burocráticos que viven<br />

para sí y no para los ciudadanos.<br />

Los órganos electorales, que entre 1996 y 2003 propiciaron<br />

el desarrollo de comicios bien arbitrados en que los<br />

votos se contaban y se contaban bien, se deterioraron en el<br />

trienio siguiente, y con sus insuficiencias, sesgos y aun ilegalidades<br />

contribuyeron al retorno de la desconfianza ciudadana en<br />

materia electoral. Ante una elección muy reñida, en que el re-<br />

sultado formal consistió en una diferencia mínima entre los dos<br />

candidatos presidenciales más votados (0.51 por ciento, 230 mil<br />

votos en un universo de 42 millones de sufragios) el Instituto<br />

Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la<br />

Federación quedaron por debajo de la exigencia planteada por<br />

la elección misma y por los reclamos de la sociedad.<br />

De ese modo, hemos involucionado. Cuando supusimos<br />

que al éxito de la democracia electoral sucedería la ventura de<br />

la democracia plena, cabal, al menos entendida de la manera<br />

módica en que la proclama la Constitución (no sólo como<br />

estructura jurídica y régimen político sino como un sistema de<br />

vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y<br />

cultural del pueblo) nos encontramos con que es preciso volver<br />

a empezar. Pero tal vez hemos aprendido la lección. Quizá hoy<br />

sabemos que no es necesario, ni prudente, proceder por etapas,<br />

sino que es preciso el avance simultáneo en los diversos ámbitos<br />

de la democracia. En un país atenaceado por la pobreza y la inequidad,<br />

la democracia que no persiga eliminar esos lastres, que<br />

no camine hacia el bien general (el bien estar y el bien ser) y no<br />

equilibre a la sociedad para que no haya opulencia insultante al<br />

lado de miseria degradante, no es una democracia.<br />

Hace falta incorporar a las formas democráticas (al<br />

mismo tiempo que se las restaure) contenidos impregnados<br />

por diversas formas del compromiso social. Se requiere<br />

establecer ese compromiso entre el gobierno y los gobernados,<br />

dentro de los partidos, en la vida social. Entendido<br />

como la conjunción de voluntades que conciba a las personas<br />

como centros de imputación de derechos y deberes<br />

sociales, no sólo políticos, el compromiso social debe ser<br />

un instrumento para superar los obstáculos crecientes a la<br />

vida humana plena, para devolver a la sociedad la capacidad<br />

de convivencia en que se expresa la vocación gregaria de<br />

las personas.<br />

Definir e instrumentar las diversas formas de compromiso<br />

social es tarea que concierne en muy amplia medida a la<br />

sociedad, a los ciudadanos, al pueblo, a la gente o como quiera<br />

que nos nombremos a nosotros mismos. Durante las décadas<br />

del dominio autoritario priísta, causa y efecto de esa manera de<br />

gobernar que prescindía de los ciudadanos fue la invertebración<br />

social, la nula o escasa existencia de grupos comunitarios. Los<br />

había para fines productivos o de esparcimiento o de propa-<br />

En un país atenaceado por la pobreza y la<br />

inequidad, la democracia que no persiga eliminar<br />

esos lastres, que no camine hacia el bien general<br />

(el bien estar y el bien ser) y no equilibre a la<br />

sociedad para que no haya opulencia insultante al<br />

lado de miseria degradante, no es una democracia.<br />

gación de la fe y de prácticas caritativas. No faltaban en las<br />

ciudades de tamaño medio los “clubes de servicio” trasplantados<br />

de los Estados Unidos que a los convivios de sus socios<br />

agregaban alguna forma de “labor social”. Pero en general los<br />

ciudadanos andaban desperdigados, sin fijarse metas que excedieran<br />

su propia energía.<br />

En la última veintena de años, al contrario de lo<br />

que ocurría bajo el autoritarismo pleno, se han multiplicado<br />

las agrupaciones civiles, llamadas organismos no<br />

gubernamen tales conforme al léxico de la diplomacia internacional,<br />

oenegés por sus siglas. Aunque se han colado<br />

en su universo la charlatanería y la simulación, en general<br />

esas agrupaciones han roto el aislamiento de las personas, la<br />

invertebración de la sociedad. Dedicadas a una amplia variedad<br />

de propósitos (los más de ellos en torno de diversas<br />

maneras de defensa y promoción de los derechos humanos),<br />

constituyen redes de acción ciudadana de las que cabe<br />

esperar que dinamicen el compromiso social, es decir la<br />

conciencia y la acción que conduzcan a eliminar las condiciones<br />

de vida infrahumanas que son el dato dominante de<br />

nuestra estructura social. ●<br />

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