COMPROMISO SOCIAL - Universidad Iberoamericana

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36 COMPROMISO SOCIAL palabra viva › LITERATURA, PERIODISMO Y REALIDAD SOCIAL ENTREVISTA CON ELENA PONIATOWSKA Juan Domingo Argüelles Nacida en París el 19 de mayo de 1932, Elena Poniatowska Amor llegó a México a los diez años de edad. Mexicana por herencia y por residencia, muy joven se inició en el periodismo y, casi inmediatamente después, en la literatura. Su obra tanto periodística como literaria está estrechamente vinculada al compromiso social, desde sus primeros escritos que datan de 1953. En 1954 publicó su primer libro, Lilus Kikus, un breve volumen de cuentos, y en 2006 El tren pasa primero, inspirado en la lucha social de los ferrocarrileros mexicanos, que obtuvo un año después el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Autora de una vasta obra literaria y periodística, ha cultivado el cuento, la novela, el reportaje, la crónica, el ensayo, la entrevista y la poesía. Además de los ya mencionados, son sobresalientes sus libros Todo empezó en domingo (1960), Hasta no verte Jesús mío (1969), La noche de Tlatelolco Elena Poniatowska (al centro), con su madre y su hija. Fotografía de Rogelio Cuéllar. (1971), De noche vienes (1979), Fuerte es el silencio (1980), ¡Ay vida, no me mereces! (1985), La Flor de Lis (1988), Nada, nadie: las voces del temblor (1988), Tinísima (1992), Luz y luna, las lunitas (1994), La piel del cielo (2001) y Rondas de la niña mala (2008). Entre 1990 y 2003 reunió, en ocho volúmenes, sus entrevistas con personalidades del arte y la cultura, con el título general Todo México.

¿Cómo asume Elena Poniatowska, desde la literatura, el compromiso social? Siempre me impresionó lo que decían de José Revueltas, a quien todos queríamos y admirábamos: que no había sido un gran escritor, a pesar de su indudable talento, porque entregó más tiempo a los compromisos sociales y políticos que a la literatura; que de haberse dedicado más a la escritura y menos a la política, hubiera sido un gran escritor. Y creo que, de algún modo, esto es cierto. En mi caso, yo nunca he partido de la premisa de que soy o que quiero ser una gran escritora, y ello quizá se deba a que mis inicios en la escritura se dieron en el periodismo. No negaré, sin embargo, que me gustaría escribir una gran novela, como supongo que lo desea todo novelista, del mismo modo que, supongo, un poeta ambiciona escribir un gran poema. Por supuesto, desearlo es una cosa, y conseguirlo, otra. Escribir ha sido mi vida. El periodismo me llevó a la escritura diaria, sin más pretensiones que informar y decir, en una nota, en un reportaje, en un artículo, en una entrevista, algo útil a los lectores. La literatura es, desde luego, muy diferente. Escribir una novela es un acto de soledad, y debo decir que me aterra mucho la soledad ante la mesa de trabajo. La gran aventura empieza sobre esa mesa donde hay papeles de diversos temas y, de repente, el tema que buscamos surge de lo impalpable; no de lo que está en la mesa, sino de lo que está en nuestra memoria y en nuestra inteligencia. Esto no quiere decir que, cuando escribimos una novela, no esté presente en nosotros la tragedia diaria de la realidad. ¿Cómo juzgas hoy tu profesión periodística? Tal y como lo he conversado varias veces contigo y con otras personas, yo he hecho periodismo sin parar, durante casi toda mi vida. Llevo 55 años en los periódicos. Creo que fue Chateaubriand el que dijo que para escribir literatura se requerían manos limpias y tranquilidad, para que estés en contacto contigo mismo. En cambio, el periodismo es como escribir en una estación del ferrocarril, llena de ruido y de trajín. Respecto de tu novela-biografía Hasta no verte Jesús mío, ¿cómo llega a ti Jesusa Palancares o de qué modo llegas tú a ella, para reconstruir la historia de ese personaje popular tan entrañable? Ése es un regalo de Dios; de la divina providencia. Jesusa es una mujer a la que yo oí hablar y me pareció maravilloso lo que platicaba y cómo lo decía: la fuerza con la que expresaba las cosas y cómo las sentía. Trabajaba de lavandera y tenía una gran sabiduría. Además, me llamó mucho la atención el que hubiese sido soldadera y conocido a Zapata y a Carranza. La busqué para que me platicara de su vida, con un enorme miedo de que ella se negara a conversar o que me rechazara. Y fue esto, exactamente, lo que pasó. Se negó a hablar, me rechazó, y sólo me aceptó, tiempo después, luego de ponerme a prueba. Me pidió que sacara a asolear sus gallinas a la calle y que lavara los overoles que ella tenía que lavar: unas prendas tan sucias, tan percudidas que parecían de cartón; y lo tenía que hacer sobre una tablita, en su pequeño cuarto, porque ella no quería ir a los lavaderos. Me decía: “¡Usted es una catrina de esas que no sirven para nada!”. Luego de mucho insistir y después de haber pasado por todas esas pruebas, acabó aceptándome, entre refunfuños y, con el tiempo, poco a poco, nació cierto cariño. Las primeras veces ni siquiera me invitaba a pasar, y cuando yo iba acompañada por ejemplo de Héctor García o le comentaba que algunas amigas querían conocerla, rápido atajaba: “Ya no me ande trayendo tanta gente, ni que no tuviera quehacer”. Yo siempre he dicho que Hasta no verte Jesús mío es un relato que le pertenece a ella. Yo quería que el libro apareciera con su nombre y con el mío, en coautoría, pero ella me dijo que no, y me dio el siguiente argumento: “Usted no entiende ni la mitad de lo que yo le cuento”. Era muy enojona, inconforme, rejega, brava. Su nombre verdadero era Josefina Bórquez y yo se lo cambié a Jesusa Palancares. Por Jesús, obviamente. ¿Crees en Dios? Recuerda que yo me eduqué en un convento de monjas en Estados Unidos, el Convento del Sagrado Corazón de Jesús, y antes tuve también una educación religiosa, pero yo creo que lo que más me ha marcado es la fe: la mía y la de los otros. Por ejemplo, la fe que ponía en Dios mi nana Magdalena Castillo, y la fe de mi mamá (Paulette Dolores Amor) que, aunque no era una mujer muy religiosa, al final de su vida supo aguantar, gracias a su fe, la muerte de su hijo, mi hermano Jan, que murió a los 21 años de edad y a quien yo dedico, precisamente, Hasta no verte Jesús mío. Mi madre se liberó del sufrimiento cuando, en un acto de fe, concluyó que Jan había partido a una mejor vida y que, quizá, si se hubiera quedado a vivir sobre esta tierra hubiera padecido mayores penas, mayores sufrimientos. ¿Qué me dices de La noche de Tlatelolco luego de cuarenta años? Lo veo del siguiente modo: he escuchado muchas veces que los jóvenes de hoy no son iguales que los de hace cuarenta años, en cuanto a la natural rebeldía y la oposición a la injusticia y al autoritarismo. Según esto, los jóvenes de antes eran mucho más combativos. Pero no es verdad. Los jóvenes siguen siendo combativos y se oponen con valentía al autoritarismo y a la injusticia. En este sentido, ¿La noche de Tlatelolco sigue vigente? En estos últimos meses eso se ha hecho más evidente, por las conmemoraciones de los cuarenta años del movimiento estudiantil. Cuatro décadas después, se ha reactivado el interés por el esclarecimiento de la historia; han aparecido nuevos testimonios y se han desclasificado documentos, se han escrito nuevos libro s, entre ellos uno espléndido de Carlos Monsiváis, El 68, la tradición de la resistencia. En general, hay mucha más información: documentales, conferencias, entrevistas con los líderes, rescate de material fotográfico y filmado de gente que ya murió, como Leobardo López Arreche. No hay duda: el 68 sigue vivo. ¿Hemos estado perdiendo la memoria histórica en México? Sí, eso creo. En general, los ricos, los políticos, los grandes empresarios, siempre tienen alguien a su servicio que escribe sobre sus vidas. Hay libros sobre Ruiz Cortines, López Mateos, Carlos Slim, etcétera, pero acerca de los héroes populares o los próceres sociales se escribe siempre muy tarde, si es que se escribe. Hay muchos que se quedan en la oscuridad, casi en el olvido. Por eso los jóvenes no saben quién fue Demetrio Vallejo. 37

¿Cómo asume Elena Poniatowska,<br />

desde la literatura, el compromiso<br />

social?<br />

Siempre me impresionó lo que decían<br />

de José Revueltas, a quien todos queríamos y<br />

admirábamos: que no había sido un gran escritor,<br />

a pesar de su indudable talento, porque<br />

entregó más tiempo a los compromisos sociales<br />

y políticos que a la literatura; que de haberse<br />

dedicado más a la escritura y menos a la política,<br />

hubiera sido un gran escritor. Y creo que, de algún<br />

modo, esto es cierto.<br />

En mi caso, yo nunca he partido de la<br />

premisa de que soy o que quiero ser una gran<br />

escritora, y ello quizá se deba a que mis inicios<br />

en la escritura se dieron en el periodismo.<br />

No negaré, sin embargo, que me gustaría escribir<br />

una gran novela, como supongo que lo<br />

desea todo novelista, del mismo modo que,<br />

supongo, un poeta ambiciona escribir un gran<br />

poema. Por supuesto, desearlo es una cosa, y<br />

conseguirlo, otra.<br />

Escribir ha sido mi vida. El periodismo<br />

me llevó a la escritura<br />

diaria, sin más pretensiones<br />

que informar y<br />

decir, en una nota, en<br />

un reportaje, en un<br />

artículo, en una entrevista,<br />

algo útil a los<br />

lectores. La literatura<br />

es, desde luego, muy<br />

diferente. Escribir una<br />

novela es un acto de<br />

soledad, y debo decir<br />

que me aterra mucho<br />

la soledad ante<br />

la mesa de trabajo.<br />

La gran aventura empieza<br />

sobre esa mesa<br />

donde hay papeles<br />

de diversos temas y,<br />

de repente, el tema<br />

que buscamos surge<br />

de lo impalpable; no<br />

de lo que está en la<br />

mesa, sino de lo que está en nuestra memoria<br />

y en nuestra inteligencia. Esto no quiere<br />

decir que, cuando escribimos una novela, no<br />

esté presente en nosotros la tragedia diaria de<br />

la realidad.<br />

¿Cómo juzgas hoy tu profesión<br />

periodística?<br />

Tal y como lo he conversado varias<br />

veces contigo y con otras personas, yo he<br />

hecho periodismo sin parar, durante casi toda<br />

mi vida. Llevo 55 años en los periódicos. Creo<br />

que fue Chateaubriand el que dijo que para<br />

escribir literatura se requerían manos limpias y<br />

tranquilidad, para que estés en contacto contigo<br />

mismo. En cambio, el periodismo es como<br />

escribir en una estación del ferrocarril, llena de<br />

ruido y de trajín.<br />

Respecto de tu novela-biografía<br />

Hasta no verte Jesús mío, ¿cómo<br />

llega a ti Jesusa Palancares o de<br />

qué modo llegas tú a ella, para<br />

reconstruir la historia de ese<br />

personaje popular tan entrañable?<br />

Ése es un regalo de Dios; de la divina<br />

providencia. Jesusa es una mujer a la que yo<br />

oí hablar y me pareció maravilloso lo que<br />

platicaba y cómo lo decía: la fuerza con la que<br />

expresaba las cosas y cómo las sentía. Trabajaba<br />

de lavandera y tenía una gran sabiduría.<br />

Además, me llamó mucho la atención el que<br />

hubiese sido soldadera y conocido a Zapata y<br />

a Carranza. La busqué para que me platicara<br />

de su vida, con un enorme miedo de que ella<br />

se negara a conversar o que me rechazara. Y<br />

fue esto, exactamente, lo que pasó. Se negó a<br />

hablar, me rechazó, y sólo me aceptó, tiempo<br />

después, luego de ponerme a prueba. Me<br />

pidió que sacara a asolear sus gallinas a la calle<br />

y que lavara los overoles que ella tenía que<br />

lavar: unas prendas tan sucias, tan percudidas<br />

que parecían de cartón; y lo tenía que hacer<br />

sobre una tablita, en su pequeño cuarto,<br />

porque ella no quería ir a los lavaderos. Me<br />

decía: “¡Usted es una catrina de esas que no<br />

sirven para nada!”.<br />

Luego de mucho insistir y después<br />

de haber pasado por todas esas pruebas,<br />

acabó aceptándome, entre refunfuños y, con<br />

el tiempo, poco a poco, nació cierto cariño.<br />

Las primeras veces ni siquiera me invitaba<br />

a pasar, y cuando yo iba acompañada por<br />

ejemplo de Héctor García o le comentaba<br />

que algunas amigas querían conocerla, rápido<br />

atajaba: “Ya no me ande trayendo tanta gente,<br />

ni que no tuviera quehacer”. Yo siempre<br />

he dicho que Hasta no verte Jesús mío es un<br />

relato que le pertenece a ella. Yo quería que<br />

el libro apareciera con su nombre y con el<br />

mío, en coautoría, pero ella me dijo que no,<br />

y me dio el siguiente argumento: “Usted no<br />

entiende ni la mitad de lo que yo le cuento”.<br />

Era muy enojona, inconforme, rejega, brava.<br />

Su nombre verdadero era Josefina Bórquez y<br />

yo se lo cambié a Jesusa Palancares. Por Jesús,<br />

obviamente.<br />

¿Crees en Dios?<br />

Recuerda que yo me eduqué en un<br />

convento de monjas en Estados Unidos, el<br />

Convento del Sagrado Corazón de Jesús, y<br />

antes tuve también una educación religiosa,<br />

pero yo creo que lo que más me ha marcado<br />

es la fe: la mía y la de los otros. Por ejemplo,<br />

la fe que ponía en Dios mi nana Magdalena<br />

Castillo, y la fe de mi mamá (Paulette Dolores<br />

Amor) que, aunque no era una mujer muy<br />

religiosa, al final de su vida supo aguantar,<br />

gracias a su fe, la muerte de su hijo, mi hermano<br />

Jan, que murió a los 21 años de edad y a<br />

quien yo dedico, precisamente, Hasta no verte<br />

Jesús mío. Mi madre se liberó del sufrimiento<br />

cuando, en un acto de fe, concluyó que Jan<br />

había partido a una mejor vida y que, quizá,<br />

si se hubiera quedado a vivir sobre esta tierra<br />

hubiera padecido mayores penas, mayores<br />

sufrimientos.<br />

¿Qué me dices de La noche de<br />

Tlatelolco luego de cuarenta años?<br />

Lo veo del siguiente modo: he escuchado<br />

muchas veces que los jóvenes de hoy<br />

no son iguales que los de hace cuarenta años,<br />

en cuanto a la natural rebeldía y la oposición<br />

a la injusticia y al autoritarismo. Según esto,<br />

los jóvenes de antes eran mucho más combativos.<br />

Pero no es verdad. Los jóvenes siguen<br />

siendo combativos y se oponen con valentía<br />

al autoritarismo y a la injusticia.<br />

En este sentido, ¿La noche de<br />

Tlatelolco sigue vigente?<br />

En estos últimos meses eso se ha<br />

hecho más evidente, por las conmemoraciones<br />

de los cuarenta años del movimiento<br />

estudiantil. Cuatro décadas después, se ha reactivado<br />

el interés por el esclarecimiento de<br />

la historia; han aparecido nuevos testimonios<br />

y se han desclasificado documentos, se han<br />

escrito nuevos libro s, entre ellos uno espléndido<br />

de Carlos Monsiváis, El 68, la tradición<br />

de la resistencia. En general, hay mucha más<br />

información: documentales, conferencias, entrevistas<br />

con los líderes, rescate de material<br />

fotográfico y filmado de gente que ya murió,<br />

como Leobardo López Arreche. No hay duda:<br />

el 68 sigue vivo.<br />

¿Hemos estado perdiendo la<br />

memoria histórica en México?<br />

Sí, eso creo. En general, los ricos, los<br />

políticos, los grandes empresarios, siempre<br />

tienen alguien a su servicio que escribe sobre<br />

sus vidas. Hay libros sobre Ruiz Cortines, López<br />

Mateos, Carlos Slim, etcétera, pero acerca<br />

de los héroes populares o los próceres sociales<br />

se escribe siempre muy tarde, si es que se<br />

escribe. Hay muchos que se quedan en la oscuridad,<br />

casi en el olvido. Por eso los jóvenes<br />

no saben quién fue Demetrio Vallejo.<br />

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