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COMPROMISO SOCIAL - Universidad Iberoamericana

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la Virgen de Guadalupe. Entre los católicos que emigran de<br />

América Latina y los nuevos adherentes que provienen de<br />

las más disímbolas identidades (11% en total), el guadalupanismo<br />

se ha convertido en un credo central en parte del<br />

abigarrado mosaico religioso de Estados Unidos.<br />

La otra estadística reveladora confirma el crecimiento<br />

del protestantismo en México. Los números varían<br />

de censo en censo. Pero en 2008, cuando menos 18% de<br />

todos los creyentes (casi uno de cada cinco) habían optado<br />

por alguno de los diferentes cultos de sus congregaciones<br />

(en 1980 sumaban tan sólo 7%).<br />

Visto desde la perspectiva de sus prácticas y sus<br />

rituales, el guadalupanismo born in USA tiene poco o<br />

nada que ver con el guadalupanismo mexicano. En Los<br />

Ángeles o en Tucson, Guadalupe es una virgen que cada<br />

comunidad se apropia a partir de fusiones culturales locales<br />

y rituales inéditos que no pasan necesariamente por<br />

la sanción de la Iglesia. De igual manera, los códigos y la<br />

experiencia del protestantismo en México se asemejan<br />

más a los del catolicismo que a los que marcaron su diseminación<br />

original.<br />

Hablar por ello<br />

de la “latinización” de la<br />

cultura estadounidense<br />

o de la “norteamericanización”<br />

de la cultura<br />

mexicana es en cierta<br />

manera un anacronismo.<br />

Lo único que se<br />

podría aventurar es que<br />

nos hallamos frente al<br />

nacimiento de nuevas<br />

religiones, que han perdido<br />

gradualmente los<br />

nexos con su origen.<br />

Términos como los de<br />

“mestizaje”, “sincretismo”<br />

o “hibridación”, que aluden a un universo semántico y<br />

conceptual de una era donde la producción de culturas nuevas<br />

se entendía como una reformulación de las ya instituidas,<br />

se han vaciado prácticamente de sentido. Simplemente ya no<br />

logran describir lo que se proponían desdibujar, ni tampoco<br />

expresar lo que debían expresar.<br />

La razón es sencilla y compleja a la vez: vivimos en<br />

un mundo donde las identidades cambian, mutan, desaparecen<br />

o se reformulan con mayor rapidez que el tiempo que<br />

requieren para convertirse en hábitos consumados o formas<br />

sociales duraderas. Mucho antes de que una comunidad<br />

logre producir referentes estables, rituales predecibles y memorias<br />

instituidas, el cambio impredecible de su espacio de<br />

experiencia habrá de sustraer los fundamentos que permiten<br />

transferir una cultura de una generación a la siguiente.<br />

Lo único seguro es que los hijos se educarán en un mundo<br />

radicalmente distinto al de los padres. Y el malestar que esto<br />

produce todavía no tiene formas de ser superado.<br />

Hoy las únicas identidades que logran sortear los<br />

retos de su sobrevivencia son en cierta manera las aidentidades,<br />

las no-identidades, que se muestren capaces de mutar,<br />

transformarse y reciclarse hasta volverse irreconocibles para<br />

sí mismas.<br />

La producción actual de identidades se ha convertido<br />

en un ejercicio aleatorio de elecciones y decisiones<br />

que define a sus sujetos como pasajeros no de un tren que<br />

nunca se puede desabordar, como sucedía hasta hace dos<br />

décadas, sino compañeros fortuitos de viaje que van de<br />

una estación a otra para cambiar de trenes que los conectan<br />

con redes que se acoplan y desacoplan, cuyo único<br />

sentido es simplemente no quedarse fuera del tren o sin<br />

tren alguno.<br />

Un estudio reciente sobre la tipología de los géneros<br />

(a diferencia del binomio de los sexos) tal y como<br />

aparece en los anuncios clasificados personales en Estados<br />

Unidos logró hacer un recuento de 48 identidades<br />

distintas: heterosexuales monogámicos, heterosexuales<br />

poligámicos, heterosexuales unirraciales, heterosexuales<br />

multirraciales, bisexuales monogámicos, bisexuales<br />

Vivimos en un mundo donde<br />

las identidades cambian, mutan,<br />

desaparecen o se reformulan<br />

con mayor rapidez que el tiempo<br />

que requieren para convertirse<br />

en hábitos consumados o<br />

formas sociales duraderas.<br />

multigámicos, homosexuales unirraciales, homosexuales<br />

multirraciales, etcétera, etcétera. El artículo asegura que<br />

este recuento sólo es válido para el año 2006, porque<br />

seguramente en los próximos años las “identidades de género<br />

serán muy distintas”.<br />

Las antiguas identidades están definidas por conceptos<br />

como “el mestizaje” o las “culturas híbridas” han<br />

devenido en un proceso incesante de producción y destrucción,<br />

de constitución y disolución de culturas fusión<br />

que no aguardan (ni pueden aguardar) el futuro predecible<br />

y supuestamente estable que les prometían las signaturas<br />

culturales de la era moderna.<br />

Acaso lo que observamos es el paso a una era<br />

posidentitaria, en que las apelaciones identitarias se han<br />

vuelto líquidas, es decir, apelaciones que no logran asegurar<br />

su forma durante un tiempo duradero.<br />

¿Tendrá el concepto de identidad algún sentido<br />

todavía? ●<br />

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