Atzavares - Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria ...
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<strong>de</strong> esa forma en su habitación pero ella me calló con un suave beso. “¿No estás<br />
enfadada?” pregunté <strong>de</strong> forma insegura. Ella sólo contestó: “Si no he ido al<br />
Polichinela era para que vinieras tú aquí. Era la única forma <strong>de</strong> estar a tu lado<br />
sin tener que soportar las miradas inquisitivas <strong>de</strong> Isidro”.<br />
Y entonces todo sucedió muy rápido, la besé, me besó y la pasión nubló<br />
nuestras mentes. Nos <strong>de</strong>snudamos lentamente, guardando celosamente en<br />
nuestra memoria esa imagen que nadie nos podría arrebatar. Acaricié cada rincón<br />
<strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong> gitana, besando cada centímetro y sintiendo la suavidad<br />
<strong>de</strong> su piel bajo las yemas <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>dos. Ella se estremecía bajo el contacto <strong>de</strong><br />
mis manos que, <strong>de</strong>sesperadas, se paseaban por toda su anatomía. Por primera<br />
vez me sentí mujer, sentí el anhelo <strong>de</strong> la piel y <strong>de</strong>see quedarme así, junto a ella,<br />
por siempre. Hicimos el amor durante horas, embriagadas por los sentimientos,<br />
y <strong>de</strong>spués, simplemente, nos <strong>de</strong>spedimos hasta el día siguiente con varios “te<br />
quiero”. En ese maravilloso instante no podía imaginar que esa sería la última<br />
vez que vería a mi Carmen.<br />
Al día siguiente habíamos quedado en el Polichinela como cada viernes. Esa<br />
tar<strong>de</strong> había bastante revuelo pues se acababa <strong>de</strong> estrenar una obra <strong>de</strong> teatro<br />
en la ciudad y el elenco había <strong>de</strong>cidido celebrarlo a la tasca. Pero ella… nunca<br />
apareció. Isidro me entregó un sobre a escondidas, y me pareció ver una sombra<br />
<strong>de</strong> culpabilidad en su mirada, pero eso nunca lo sabré. Dentro, una carta,<br />
escrita <strong>de</strong> su puño y letra. Una carta don<strong>de</strong> me explicaba que tenía que huir,<br />
alguien la había acusado <strong>de</strong> roja, y la policía la buscaba. Si se quedaba aquí firmaría<br />
su sentencia <strong>de</strong> muerte y la mía, y eso no se lo podría perdonar. Me prometía<br />
que algún día vendría a buscarme, cuando las cosas se hubiesen<br />
calmado. Y me juraba amor eterno, nunca había amado tanto a nadie y nunca<br />
amaría a nadie más.<br />
Escondí la nota y lloré durante días. Durante meses. Durante años.<br />
Pocos días <strong>de</strong>spués mi padre me informó que me casaría con Fernando Avilés,<br />
un ricachón que llegaría a España en unos meses tras haber estudiado en el<br />
extranjero. Y aquí, joven Alfonso, comienzan mis <strong>de</strong>sgracias. Intenté oponerme<br />
al matrimonio, pero compren<strong>de</strong>rás que en la época que corría eso no era una<br />
tarea fácil, podría <strong>de</strong>cirse que casi imposible. Sobra <strong>de</strong>cir que nunca la olvidé.<br />
Jamás quise a mi marido, él me quiso, o eso parecía, hasta que <strong>de</strong>scubrió que<br />
yo era estéril y no podría darle un varón que heredase nuestra fortuna. Tras la<br />
muerte <strong>de</strong>l Generalísmo mi esposo también falleció, <strong>de</strong>jándome, sola, rica y<br />
<strong>de</strong>sdichada porque el amor verda<strong>de</strong>ro se me había escapado entre los <strong>de</strong>dos.<br />
Pero no creas que me quedé <strong>de</strong> brazos cruzados. Fui a buscarla. La busqué<br />
incesantemente por todos los lugares, pero jamás dí con ella. Supongo que<br />
murió hace tiempo, o que para escon<strong>de</strong>rse se cambió los apellidos, incluso<br />
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