Atzavares - Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria ...
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<strong>Atzavares</strong><br />
Quinto Premio <strong>de</strong> Relato Corto • Año 2010<br />
Universidad Miguel Hernán<strong>de</strong>z<br />
<strong>Vicerrectorado</strong> <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> y <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
Delegación <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong><br />
Ciencias Sociales y Jurídicas <strong>de</strong> Elche
<strong>Atzavares</strong><br />
Quinto Premio <strong>de</strong> Relato Corto • Año 2010<br />
Universidad Miguel Hernán<strong>de</strong>z<br />
<strong>Vicerrectorado</strong> <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> y <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
Delegación <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong><br />
Ciencias Sociales y Jurídicas <strong>de</strong> Elche<br />
Dirección: Secretariado <strong>de</strong> <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
Coordinación: Josep Sou<br />
Convoca: <strong>Vicerrectorado</strong> <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> y <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
© Pórtico: Fernando Borrás<br />
© Textos: sus autores<br />
© Diseño y Maquetación: Silvia Viana<br />
© Editor: Logisprimt.cb<br />
ISBN:<br />
Logisprimt impressors<br />
Depòsit legal:
Pórtico<br />
<strong>Atzavares</strong> cumple un lustro, y con la publicación <strong>de</strong> este recopilatorio, don<strong>de</strong> la<br />
fantasía, el análisis y la memoria mantienen el frágil quinqué <strong>de</strong> la literatura alumbrando<br />
el compromiso con la creatividad, po<strong>de</strong>mos elevar nuestra esperanza a lo<br />
largo y ancho <strong>de</strong> los cielos <strong>de</strong> la imaginación. Cada narración es un nuevo mundo<br />
que se <strong>de</strong>scubre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la tierra incógnita i fascinada. Cada cuento que nace <strong>de</strong>sata<br />
la cuenca en los ríos <strong>de</strong> la inteligencia y <strong>de</strong> la inspiración. Pero también se recrecen<br />
la memoria y el conocimiento, porque los impulsos creativos parten <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las<br />
riberas fantásticas don<strong>de</strong> habitan los materiales para la sólida construcción <strong>de</strong> las<br />
historias. Suenan músicas y se escuchan las voces <strong>de</strong> los personajes en la mutación<br />
<strong>de</strong> los sentidos. Chirrían las puertas cuando entreabren luces y proyectan las sombras<br />
<strong>de</strong>l misterio. Los diálogos son parte cómplice <strong>de</strong> los silencios mestizos. Es, claro<br />
está, la literatura, en este formato complejo <strong>de</strong>l cuento, la que germina en la tierra<br />
fecunda <strong>de</strong>l sueño.<br />
Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> estas breves líneas, que sirven <strong>de</strong> pórtico a la publicación que tenemos<br />
en las manos, saludamos el ingenio <strong>de</strong> los autores, y felicitamos el rescate <strong>de</strong> la quimera<br />
que han efectuado, para nosotros, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el territorio en don<strong>de</strong> habitan las<br />
sombras <strong>de</strong> la nada. Estas cosas tiene el talento.<br />
Fernando Borrás Rocher<br />
Vicerrector <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> y <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
Universidad Miguel Hernán<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Elche<br />
5
Jurado<br />
Presi<strong>de</strong>nte: D. Carlos José Navas Alejo, Profesor <strong>de</strong>l Departamento <strong>de</strong> Estudios<br />
Económicos y Financieros <strong>de</strong> la Universidad Miguel Hernán<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Elche.<br />
Vocal: D. Antonio Sempere Bernal, Profesor <strong>de</strong>l Departamento <strong>de</strong> Arte, Humanida<strong>de</strong>s<br />
y Ciencias Sociales y Jurídicas <strong>de</strong> la Universidad Miguel Hernán<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Elche.<br />
Secretaria: Dña. Matil<strong>de</strong> Baño Caballero, Gestora <strong>de</strong>l Secretariado <strong>de</strong> <strong>Extensión</strong><br />
<strong>Universitaria</strong>.<br />
6
Premiados<br />
Primer Premio: Luis Torrús Cortés con el relato Frío.<br />
Segundo Premio: Cristina Suena Varela con el relato El Polichinela.<br />
Tercer Premio: Esteban Ordóñez Chillarón con el relato Historia <strong>de</strong> La Petenera.<br />
Seleccionados para su publicación<br />
• Juan F. Navarro Llinares con el relato Plancha <strong>de</strong> rulo para la lluvia.<br />
• Juan F. Navarro Llinares con el relato Soluciones <strong>de</strong> continuidad.<br />
• Ferran Avià Duart con el relato Reminiscència vital.<br />
• Sergio Buitrago Albarrán con el relato El alma <strong>de</strong> los lápices.<br />
• Jesús Cano Martínez (Nino Rippi) con el relato El Señor Diputado.<br />
• Antonio Marco Sabarter con el relato El círculo.<br />
• Ana Martín Tomás-Biosca con el relato Reinventar la realidad.<br />
• Pablo Poveda Sánchez con el relato Amores protoanarquistas en tazas <strong>de</strong> café.<br />
• José Robledano García con el relato El guardián <strong>de</strong>l arte.<br />
• Hugo Rodrigo Zapata con el relato Cuervos.<br />
7
Relatos
Frío<br />
<strong>de</strong><br />
Luis Torrús Cortés<br />
Primer Premio
A todas las personas que han tejido mi vida<br />
Entrar y salir.<br />
El plan parecía sencillo. Esperar a que la familia Sánchez al completo partiera<br />
a pasar el primer viernes <strong>de</strong> esa espectacular primavera, nacida con una<br />
firme vocación <strong>de</strong> verano, hacia su casa en el campo. Después, profanaría el<br />
primer piso <strong>de</strong> aquel edifico <strong>de</strong> siete plantas, que contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía<br />
una media hora sentado en su coche, forzando sin <strong>de</strong>masiada dificultad las<br />
dos puertas que encontraría a su paso. Nada <strong>de</strong> alarmas, ni perros ni sorpresas.<br />
Cogería los documentos que guardaba el abogado en su <strong>de</strong>spacho, última<br />
puerta <strong>de</strong>l pasillo a la izquierda, tercer cajón <strong>de</strong>l escritorio, y saldría <strong>de</strong> allí<br />
como un fantasma. A las siete <strong>de</strong> esa misma tar<strong>de</strong> en el lugar pactado haría<br />
la entrega y recibiría el dinero.<br />
Aquel encargo no era precisamente <strong>de</strong> sus favoritos. Sólo cuarenta y ocho<br />
antes había recibido la llamada <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus contactos, un intermediario, ofreciéndole<br />
el trabajo, los <strong>de</strong>talles llegaron al día siguiente por correo electrónico.<br />
En realidad, la premura con la que se <strong>de</strong>bían <strong>de</strong>sarrollar los acontecimientos no<br />
alimentaba tanto su <strong>de</strong>sasosiego como que el asalto a la casa tuviera que hacerse<br />
a plena luz <strong>de</strong>l día y sobre todo, el no haber podido estudiar personalmente<br />
los hábitos <strong>de</strong> la familia Sánchez. Una negra intranquilidad crecía y echaba raíces<br />
en su estómago.<br />
No sabía <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong> Juan Sánchez, tan solo que era un abogado <strong>de</strong><br />
lo más corriente, casado y con dos hijos, que los viernes por la tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> comer, se iba a pasar el fin <strong>de</strong> semana con los suyos a su casa <strong>de</strong><br />
campo y que tenía algo que alguien quería, alguien que prefería pagar por<br />
tenerlo antes que pedirlo educadamente. La mala educación y su increíble<br />
habilidad con las puertas blindadas siempre habían sido una buena combinación<br />
para su negocio.<br />
12
Pasadas las cinco y media aparecieron los cuatro. Los reconoció por las fotos<br />
que tenía en el asiento <strong>de</strong>l copiloto junto con un breve dossier, horarios, nombres,<br />
eda<strong>de</strong>s, etc. Nunca antes los había visto en persona.<br />
Juan Sánchez iba a la cabeza, cuarenta y cinco años y esa barriga prominente<br />
<strong>de</strong> quien hace tiempo que perdió todo respeto por su cuerpo. Detrás <strong>de</strong><br />
él su esposa, rubia insulsa, cuarenta y tres otoños, figura <strong>de</strong> gimnasio y privaciones,<br />
y a pocos pasos los dos hijos, Daniel y Marta. Quince años él, dieciséis<br />
ella. Daniel era algo más alto que su hermana y tenía el cabello castaño, largo,<br />
con el típico flequillo <strong>de</strong> los chicos <strong>de</strong> su edad, el típico polo <strong>de</strong> marca y los típicos<br />
pantalones sin sentido. Marta era morena, <strong>de</strong> melena corta y andares <strong>de</strong><br />
bailarina, con una sonrisa <strong>de</strong>masiado bonita que acaparó casi por completo los<br />
pensamientos <strong>de</strong>l ladrón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la chica abandonó el portal y continuó por<br />
la acera, hasta que dobló la esquina para dirigirse al garaje.<br />
Si existiera un mapa <strong>de</strong> miradas los enamorados tendrían que guardar sus<br />
secretos en cajitas <strong>de</strong> latón.<br />
El ladrón no vio como Daniel miraba a Marta, ni vio ni habría sabido ver. No<br />
supo, por tanto, que cada vez que Daniel la veía su corazón latía muy por encima<br />
<strong>de</strong> sus pensamientos, que era toda su vida, que la había llorado cientos <strong>de</strong><br />
veces, que pasaba horas enteras imaginando conversaciones entre ambos, conversaciones<br />
que recitaba una vez tras otra perfeccionándolas hasta el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
la locura, que la amaba incondicionalmente, que le escribía poemas,<br />
Soy tan pequeño a tu lado<br />
que las distancias las mido en milagros<br />
pero te juro amor mío<br />
que llegará el día<br />
en el que acaricie con mis párpados tus mejillas.<br />
que habría dado su vida por ella, que jamás se lo diría, que no bajó al garaje, que<br />
por supuesto no era su hermano y que ni tan siquiera se llamaba Daniel, tan solo era<br />
una nefasta casualidad encarnada en la <strong>de</strong>lgada forma <strong>de</strong> un vecino adolescente.<br />
El verda<strong>de</strong>ro Daniel tenía el lunes un examen <strong>de</strong> cálculo que jamás haría y, por primera<br />
vez en quince años, se quedó en casa a estudiar y no acompañó a su familia.<br />
El ladrón esperó a que la calle estuviera <strong>de</strong>sierta, se puso los guantes y salió<br />
<strong>de</strong>l coche. La primera puerta fue pan comido. Entró, subió un breve tramo <strong>de</strong><br />
13
escaleras y encontró la segunda. La abrió con precisión <strong>de</strong> cirujano y la cerró<br />
como si ajustara el mecanismo <strong>de</strong> una bomba <strong>de</strong> relojería. Cuando estaba a la<br />
mitad <strong>de</strong>l largo pasillo oyó arrastrarse una silla al fondo, el corazón le dio un<br />
vuelco doloroso y contuvo la respiración, unos trágicos pasos se acercaban.<br />
Demasiado tar<strong>de</strong> para huir sin ser visto. Eligió <strong>de</strong>recha, era un aseo y un error.<br />
El chico encendió la luz con una mano a la vez que empujaba la puerta con la<br />
otra mientras canturreaba la canción que escuchaba a través <strong>de</strong> unos auriculares<br />
amarillos. Se vieron en el espejo. Cabello castaño, largo, típico flequillo, típico<br />
polo <strong>de</strong> marca, el parecido era razonable, el fallo imperdonable, el grito y la<br />
violenta sacudida <strong>de</strong> terror que recorrió el cuerpo <strong>de</strong>l chaval esperados. Daniel<br />
se giró y el ladrón se abalanzó sobre él tratando <strong>de</strong> taparle la boca, el muchacho<br />
intentando esquivarlo se echó hacia atrás y resbaló. Cayó hacia su izquierda<br />
y la cabeza tomó entonces la trágica trayectoria <strong>de</strong> un bidé que nadie había<br />
usado jamás.<br />
Tres sonidos y una melodía<br />
El primero hueso contra cerámica.<br />
El segundo el crujido sobrecogedor <strong>de</strong> dos vértebras cervicales al romperse,<br />
C4 y C5.<br />
El último el <strong>de</strong>l cuerpo sin vida <strong>de</strong> Daniel al encontrar el suelo.<br />
La melodía, que brotaba <strong>de</strong> los auriculares que había perdido el chico a causa<br />
<strong>de</strong>l golpe, le trajo al ladrón inexplicablemente a la memoria una noche, más que<br />
lejana <strong>de</strong> julio, en la que quiso abrazar y no pudo a la persona que su vida tejía.<br />
El dolor <strong>de</strong>l recuerdo lo <strong>de</strong>volvió a la realidad y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> huir se impuso<br />
sin esfuerzo alguno a cualquier otra posible alternativa más racional. Salió<br />
corriendo, abrió la puerta y la cerró <strong>de</strong> un portazo, bajó las escaleras, atravesó<br />
la <strong>de</strong> salida y fue recibido por la luz <strong>de</strong> media tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> una calle vacía.<br />
Mientras avanzaba hacia el coche un temblor familiar recorrió su espina dorsal<br />
y le erizó el bello <strong>de</strong> los brazos. Debería haber sido miedo, pánico incluso o el<br />
asfixiante peso <strong>de</strong> la conciencia, pero nada <strong>de</strong> eso era. Lo que sentía <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
haberle visto morir a un chico <strong>de</strong> quince años, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saber que había <strong>de</strong>strozado<br />
para siempre a una familia, era frío. Pero no el frío nervioso, cruel e imaginario<br />
<strong>de</strong> la pérdida, este era un frío <strong>de</strong> verdad, <strong>de</strong> mañana sombría <strong>de</strong> enero.<br />
Condujo hasta su casa con la calefacción <strong>de</strong>l coche a máxima potencia,<br />
nadie que supiera a que se <strong>de</strong>dicaba sabía don<strong>de</strong> vivía y lo hacía solo <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
hacía mucho tiempo, consecuencias <strong>de</strong> su oficio. Su contacto no lo encontraría,<br />
el cliente mucho menos, <strong>de</strong> todas maneras apagó el móvil y le quitó la batería.<br />
Subió al piso, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong> tener fiebre, pensó, no pue<strong>de</strong> ser otra cosa. Se tomó<br />
14
la temperatura y el mercurio se mofó con malicia marcando unos increíbles 35<br />
grados. Encendió todas las estufas <strong>de</strong> la casa, puso varias mantas en la cama y<br />
se acostó, lo mejor era dormir y a<strong>de</strong>más tenía mucho sueño pese a ser poco más<br />
<strong>de</strong> las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />
Lo <strong>de</strong>spertó al día siguiente un brutal escalofrío acompañado <strong>de</strong> fuertes temblores,<br />
había dormido doce horas seguidas. Le costó recordar lo ocurrido el día<br />
anterior, se levantó torpemente <strong>de</strong> la cama pero no supo don<strong>de</strong> ir y volvió a tumbarse.<br />
Le costaba pensar, pero estaba claro que necesitaba ayuda, <strong>de</strong>bía hacer el<br />
esfuerzo <strong>de</strong> llegar hasta el salón dón<strong>de</strong> estaba el teléfono y su esperanza.<br />
Se echó una manta sobre los hombros y comenzó a andar. Apenas diez<br />
pasos que se hicieron eternos. Cuando alcanzó su objetivo no pudo ni coger el<br />
auricular, tenía las manos entumecidas y simplemente lo empujó y vio como se<br />
estrellaba contra el suelo colgando <strong>de</strong>l cable. Su respiración agitada pensaba<br />
por él y como calculó que no tendría fuerzas suficientes para agacharse a recogerlo,<br />
intentó sentarse en el sofá más cercano, pero pisó la manta y cayó, <strong>de</strong>strozando<br />
con la cabeza la mesita don<strong>de</strong> había estado el teléfono.<br />
Cuando <strong>de</strong>spertó fue incapaz <strong>de</strong> calcular cuanto tiempo había estado en el<br />
suelo, parecía que ya era <strong>de</strong> noche. Tenía un gran dolor en la sien izquierda,<br />
sangre coagulada sobre la cara y ahora también sed, sed y frío, frío y sed.<br />
Tenía los miembros rígidos. De don<strong>de</strong> pudo reunió fuerzas y se incorporó,<br />
se colocó bien la manta, trasladó muy lentamente su pesado cuerpo hasta la<br />
cocina y bebió directamente <strong>de</strong>l grifo <strong>de</strong>l frega<strong>de</strong>ro. Se <strong>de</strong>jó caer con cierta fortuna<br />
sobre una silla y contempló sin aparente sorpresa como los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> sus<br />
manos habían adquirido un precioso tono azulado, su color favorito. Se estaba<br />
congelando vivo.<br />
Los escalofríos eran ya insoportables, intentó gritar pero solo emitió un leve<br />
sonido que le <strong>de</strong>sgarró la garganta. Apoyó la cabeza sobre la mesa <strong>de</strong> la cocina<br />
y así se quedó, dando pequeños golpecitos sobre la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>bido a los<br />
temblores. Volvió a quedar inconsciente.<br />
Abrió los ojos saludado por un tímido sol que se filtraba por las rendijas <strong>de</strong><br />
la persiana. Los escalofríos habían cesado y no recordaba absolutamente nada.<br />
Despegó la cabeza <strong>de</strong> la mesa y se mareó, volvió a apoyarla, esta vez con los<br />
brazos a modo <strong>de</strong> almohada. Ya no sentía frío, él era el frío. Des<strong>de</strong> la posición<br />
en la que estaba solamente podía ver una pequeña parte <strong>de</strong>l mundo que le<br />
ro<strong>de</strong>aba y en un ángulo imposible.<br />
Al final <strong>de</strong> la mesa había un objeto.<br />
Centró la parte <strong>de</strong> su mente que seguía con vida y lo reconoció, era un<br />
mechero <strong>de</strong> cocina. Alargó la mano pero no lo alcanzó. La única posibilidad <strong>de</strong><br />
conseguirlo era impulsarse con las piernas y <strong>de</strong>slizar su cuerpo sobre la mesa.<br />
15
Desconocía para qué quería aquel mechero, pero se convirtió en su único<br />
<strong>de</strong>seo, su único pensamiento, su todo.<br />
No sentía las piernas pero confió en su sistema nervioso como quien confía<br />
en el amor y su cerebro gritó las ór<strong>de</strong>nes pertinentes a sus músculos. Milagrosamente<br />
su trasero se separó <strong>de</strong> la silla, su cuerpo avanzó sobre la mesa precipitando<br />
hacia <strong>de</strong>lante el brazo, pero las piernas cedieron y todo su ser regresó<br />
hacía un asiento que ya no encontró e impactó con violencia en el suelo, con<br />
un mechero negro <strong>de</strong> cocina en la mano <strong>de</strong>recha.<br />
Potencia y acto. Tenía el mechero, nada que quemar.<br />
Pero, al igual que es imposible mirarte a los ojos sin sentirme vivo, es imposible<br />
tener un encen<strong>de</strong>dor en la mano sin intentar encen<strong>de</strong>rlo. El ladrón probó,<br />
y apareció la llama. Se quedó contemplándola así como estaba, tumbado boca<br />
arriba en el suelo. El fuego siempre había tenido algo <strong>de</strong> mágico para él. Era lo<br />
último que verían sus cansados ojos.<br />
Lenta pero inexorablemente las fuerzas lo abandonaron, su brazo fue<br />
cediendo y mano y mechero alcanzaron la manta.<br />
La manta comenzó a ar<strong>de</strong>r y el ladrón con ella, el ladrón moriría y frío con él.<br />
En ese preciso instante, y a no <strong>de</strong>masiada distancia <strong>de</strong> allí, en un atestado<br />
tanatorio don<strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> personas medían su dolor, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una protocolaria<br />
autopsia, dos días <strong>de</strong> llantos inservibles, miles <strong>de</strong> preguntas sin respuesta y<br />
toda la rabia e incredulidad que provoca la muerte <strong>de</strong> una persona joven, ardía,<br />
para convertirse en cenizas, el cuerpo sin vida <strong>de</strong> Daniel Sánchez.<br />
16
El Polichinela<br />
<strong>de</strong><br />
Cristina Suena Varela<br />
Segundo Premio
La tenue luz que iluminaba el local <strong>de</strong>jaba ver en su piel ajada el paso <strong>de</strong> los<br />
años; el marcado maquillaje que cubría su rostro, las ostentosas joyas que la<br />
envolvían y su exquisito vestido la hacían parecer una duquesa venida a menos.<br />
Sus largas uñas rojas acariciaban en ese momento una copa <strong>de</strong> coñac, la tercera<br />
que Alfonso le había visto beber. La verdad es que llevaba bastante tiempo<br />
observándola, una mujer tan mayor y refinada <strong>de</strong>sentonaba bastante con el<br />
resto <strong>de</strong> parroquianos <strong>de</strong> aquella cantina, y al verla apoyada en la barra el joven<br />
no pudo hacer otra cosa que quedarse con la mirada fija en ella.<br />
La oscura taberna, propia <strong>de</strong> una novela negra, estaba llena <strong>de</strong> gente, e incluso<br />
podría <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> gente poco recomendable; al fondo, en la zona más oscura,<br />
un hombre corpulento, bien vestido y acompañado <strong>de</strong> dos exuberantes mujeres,<br />
trapicheaba con otro mas joven <strong>de</strong> aspecto <strong>de</strong>macrado. En la barra, bastante alejados<br />
<strong>de</strong> la misteriosa mujer, tres hombres <strong>de</strong> corbata observaban con ojos lujuriosos<br />
a un grupo <strong>de</strong> muchachas que se los echaban a suertes; justo enfrente, en una<br />
esquina dos tipos con pinta <strong>de</strong> policías manoseaban a una joven un poco ebria que<br />
se <strong>de</strong>jaba hacer. Junto a ellos, en una mesa apartada una pareja charlaba animadamente;<br />
él se guardaba en el bolsillo un anillo que se había quitado disimuladamente<br />
cuando la mujer no miraba. Si hubiese sido una noche normal Alfonso se<br />
habría sentado tranquilamente a observar a la clientela e imaginarse sus historias<br />
con el fin <strong>de</strong> encontrar un buen argumento para su nueva novela, pero esa no iba<br />
a ser una velada común ya que tampoco lo era la persona objeto <strong>de</strong> sus miradas.<br />
Pese a su aspecto acomodado, la mujer no parecía afortunada. Bien es cierto<br />
–pensó Alfonso– que el dinero no da la felicidad, aunque se le parece bastante.<br />
Quizá se estaba equivocando pero aquella dama parecía <strong>de</strong> todo menos<br />
feliz; sus ojos tristes, que no <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> contemplar la copa, mostraban una<br />
mirada afligida y <strong>de</strong>sdichada que <strong>de</strong>sprendía una atmósfera <strong>de</strong> melancolía provocando<br />
en el joven el mismo sentimiento.<br />
El olor a perfumes y a humo impregnaba el ambiente, y esto, unido al alcohol,<br />
fue nublando la mente <strong>de</strong>l joven escritor, <strong>de</strong>spojándolo <strong>de</strong> cualquier atisbo<br />
20
<strong>de</strong> vergüenza y <strong>de</strong>sinhibiéndolo. Sin saber cómo se vio irremediablemente<br />
empujado a acercarse a ella y finalmente se encontró cruzando el local con paso<br />
firme y sentándose en el taburete contiguo al <strong>de</strong>l la mujer, mientras se juraba a<br />
si mismo que <strong>de</strong>scubriría el misterio que la envolvía.<br />
Tras unos instantes <strong>de</strong> silencio, Alfonso pidió al camarero otra copa y siguió<br />
contemplándola <strong>de</strong> reojo:<br />
–Dicen que hay muchos motivos para beber sin compañía, pero me intriga<br />
cual es el suyo –soltó fingiendo indiferencia.<br />
–También dicen que la curiosidad mató al gato, joven –contestó la mujer tras<br />
apurar su copa, sin mirarlo.<br />
–Pero sin curiosidad no se apren<strong>de</strong> –respondió el escritor mirándola a los ojos.<br />
–¿No crees que soy un poco mayor para ti? –dijo como única respuesta.<br />
–Siento mucho si le he dado a enten<strong>de</strong>r otra cosa pero esta noche sólo<br />
busco charlar, no me gusta beber en soledad y usted me ha parecido una persona<br />
con muchas cosas que contar –se apresuró a <strong>de</strong>cir– así que, ¿me permite<br />
invitarla a una copa?<br />
–Nunca acepto invitaciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconocidos, muchacho –respondió la anciana.<br />
–Disculpe mi torpeza, me llamo Alfonso Espada, escritor <strong>de</strong> profesión. Y<br />
ahora, ¿me permite invitarla?<br />
Tardó unos segundos en contestar, instantes que al joven se le antojaron<br />
horas:<br />
–Encantada, Alfonso –soltó entre carcajadas– yo soy Dolores, pero pue<strong>de</strong>s<br />
llamarme Lola. Y si tanto interés tienes en invitarme, que sea otro coñac.<br />
Mientras el escritor le pedía al camarero la bebida, la mujer lo inspeccionaba<br />
<strong>de</strong> arriba abajo, en realidad ella también se había fijado en él. Era un hombre<br />
apuesto, <strong>de</strong> unos 35 años, moreno y con unos preciosos ojos azules que la<br />
trasladaban a tiempos pasados, a tiempos felices:<br />
–¿Y que tipo <strong>de</strong> libros escribes? –inquirió.<br />
–Novelas <strong>de</strong> temas varios. En realidad me <strong>de</strong>dico a recoger vidas, a observar<br />
a las personas. Suelo ir a lugares concurridos, como por ejemplo el metro, y simplemente<br />
miro a la gente, me invento su historia. A veces las escribo y en otras<br />
ocasiones las guardo para mí –explicó.<br />
–¿Y cómo crees que es la mía?<br />
–La verdad es que precisamente por eso estoy aquí. Llevo un buen rato<br />
observándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos y usted <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> algo especial. Creo que lleva sobre<br />
sus espaldas una historia tan interesante que, si me inventase una, estaría<br />
cometiendo un <strong>de</strong>lito.<br />
–Calas bien a la gente, muchacho –respondió sonriendo la mujer.<br />
–Siento mucha curiosidad por saber qué es lo que la ha traído hasta aquí.<br />
19
–Aquí viví los momentos más felices <strong>de</strong> mi vida –contestó ella con la mirada<br />
perdida.<br />
Alfonso echó un vistazo al bar. El Polichinela no era precisamente un lugar<br />
que <strong>de</strong>sprendiese felicidad.<br />
–No siempre ha sido así –apuntó la mujer con aire melancólico–. Antaño fue una<br />
bonita cafetería a la que acudían escritores y artistas <strong>de</strong> renombre, un lugar don<strong>de</strong><br />
se intercambiaban historias, el marco perfecto para los bohemios <strong>de</strong> la época.<br />
–Es una pena que ahora tenga este aspecto y esta clientela.<br />
–Con el paso <strong>de</strong> los años las cosas cambian y muchas se echan a per<strong>de</strong>r, joven.<br />
Lo mismo ocurre con las personas. Yo, por ejemplo, no siempre he tenido este<br />
aspecto, en otro tiempo fui una hermosa joven y tuve muchos pretendientes.<br />
–Me sentiría muy afortunado si usted me hablara sobre aquellos tiempos…<br />
si me contase su historia… –tanteó el escritor.<br />
–Si tanto interés tienes, pi<strong>de</strong> otra ronda y acomódate… aunque te advierto<br />
que no es una historia alegre.<br />
“Nací entre algodones, como se suele <strong>de</strong>cir, en el seno <strong>de</strong> una familia adinerada,<br />
estricta, católica y muy conservadora. Nunca fui una mujer convencional,<br />
a mis veintiún años todavía no me había comprometido con ningún<br />
hombre pese a que, como te he dicho antes, tenía muchos admiradores; esto<br />
<strong>de</strong>sagradaba sobremanera a mi padre, que estaba <strong>de</strong>sesperado por encontrarme<br />
un buen marido rico.<br />
Sin embargo yo no estaba interesada en ello, mi única pasión era el teatro,<br />
al que acudía siempre que podía con otras jóvenes <strong>de</strong>l barrio. También solía<br />
<strong>de</strong>jarme caer mucho por aquí, ya te he dicho que a este lugar acudían artistas<br />
<strong>de</strong> prestigio, actores y cantantes, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> muchos escritores que montaban<br />
<strong>de</strong> vez en cuando sus tertulias clan<strong>de</strong>stinas; a mi me entusiasmaba la atmósfera<br />
que se respiraba en ese mundillo y cada viernes sin falta acudía a escucharlos.<br />
Y aquí conocí al gran amor <strong>de</strong> mi vida. Tenía unos ojos azules y profundos<br />
como un mar en calma, muy parecidos a los tuyos; sus largos rizos negros y su piel<br />
oscura le daban un aire <strong>de</strong> reina mora; su nombre: Carmen. Ella venía al Polichinela<br />
a buscar fortuna, tenía una voz muy hermosa y <strong>de</strong> vez en cuando <strong>de</strong>leitaba a los<br />
parroquianos con unas cuantas coplas. Soñaba con que algún cazatalentos la <strong>de</strong>scubriese<br />
aquí y así <strong>de</strong>dicarse a lo que realmente le apasionaba: los tangos.<br />
Nos conocimos una tar<strong>de</strong>. Cuando llegué ella estaba entonando una copla<br />
y su voz me <strong>de</strong>jó clavada al suelo. Recuerdo que pensé que, si los ángeles existieran,<br />
cantarían como ella. Cuando terminó sentí un impulso irrefrenable <strong>de</strong><br />
conocerla, como el que te ha hecho acercarte a mí. La observé <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, su<br />
afable sonrisa iluminaba el local y no <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong> su rostro en ningún<br />
momento; llevaba una falda ver<strong>de</strong> botella, larga, que <strong>de</strong>jaba ver parte <strong>de</strong> sus<br />
20
pantorrillas. Se encontrada apoyada en la barra, charlando animadamente con<br />
uno <strong>de</strong> los camareros; su blusa blanca, impoluta, contrastaba con su tez morena.<br />
Me acerqué a ella e intenté invitarla a un café pero ella se negó con la<br />
misma frase con la que he rechazado antes tu invitación y mi respuesta fue<br />
exactamente la misma a la tuya: me presenté. Esa fue la primera vez que escuché<br />
su risa, que como un dulce tintineo se clavó en mi cabeza, y en ese instante<br />
me prometí a mi misma que viviría para hacerla reir.<br />
Des<strong>de</strong> entonces comenzamos una amistad muy estrecha, quedábamos a<br />
menudo y nos contábamos todo, sus esperanzas y sus ambiciones se hicieron<br />
también míos. Y pensé que en cuanto tuviese mi fortuna sería yo misma la que<br />
patrocinaría su sueño. Y al igual que nuestra amistad mis sentimientos hacia ella<br />
también crecían, cada día me parecía más hermosa y había llegado un momento<br />
en el que ya no podía vivir sin verla sonreír cada día. Y finalmente me di cuenta,<br />
me había enamorado. Me había enamorado… <strong>de</strong> una mujer. No, no era una<br />
mujer cualquiera. Me había enamorado <strong>de</strong> Carmen, <strong>de</strong> mi Carmen. Creo que<br />
ella lo supo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, pero nunca me dijo nada, se limitó a mantener<br />
la preciosa relación que teníamos, aguardando, esperando el momento en que<br />
yo le confesara mis sentimientos.<br />
Y ese día llegó, estábamos aquí mismo. Isidro, dueño <strong>de</strong>l Polichinela, e íntimo<br />
amigo <strong>de</strong> Carmen, nos había invitado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerrar la tasca. Siempre supe<br />
que él, al igual que yo, estaba loco por ella. Y estoy segura <strong>de</strong> que él siempre intuyó<br />
nuestra relación. Ponte en situación: el alcohol hacía mella en nosotros y, en<br />
un fugaz instante, mientras nuestro amigo se encontraba en el almacén, la besé.<br />
Fueron sólo unos pocos segundos, ya que fuimos interrumpidas por Isidro, pero<br />
suficientes como para saber que nunca querría besar otros labios. Ella era mía, y<br />
yo era suya, y el resto <strong>de</strong>l mundo se <strong>de</strong>svanecía insignificante a nuestro alre<strong>de</strong>dor.<br />
Carmen no se apartó, así que puedo <strong>de</strong>cir que fui correspondida. Se hizo el silencio<br />
durante unos instantes, hasta que el dueño <strong>de</strong>l bar comentó con frialdad que<br />
ya era un poco tar<strong>de</strong>, instándonos a que nos marchásemos.<br />
Al día siguiente, tras pasar toda la noche en vela, vine a buscarla, pero ella<br />
no se encontraba aquí. Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo, ¿y si, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> lo ocurrido la otra noche, ella no quería saber nada <strong>de</strong> mi?, necesitaba<br />
respuestas y finalmente, sin pensarlo <strong>de</strong>masiado, me planté en su casa. Jamás<br />
había estado allí, era una pensión <strong>de</strong> mala muerte en la que Carmen había<br />
alquilado una habitación cuando se vino <strong>de</strong>l pueblo. Cuando llegué a la puerta<br />
<strong>de</strong> su cuarto, me asaltó la duda. Yo no <strong>de</strong>bería estar allí, pensé, pero mi cuerpo<br />
actuó sin vacilar. Tres suaves golpes y la puerta se abrió para <strong>de</strong>jarme verla,<br />
más hermosa que nunca. Me sonreía apoyada en el quicio <strong>de</strong> la puerta. “Sabía<br />
que vendrías” me dijo, invitándome a entrar. Intenté disculparme por irrumpir<br />
21
<strong>de</strong> esa forma en su habitación pero ella me calló con un suave beso. “¿No estás<br />
enfadada?” pregunté <strong>de</strong> forma insegura. Ella sólo contestó: “Si no he ido al<br />
Polichinela era para que vinieras tú aquí. Era la única forma <strong>de</strong> estar a tu lado<br />
sin tener que soportar las miradas inquisitivas <strong>de</strong> Isidro”.<br />
Y entonces todo sucedió muy rápido, la besé, me besó y la pasión nubló<br />
nuestras mentes. Nos <strong>de</strong>snudamos lentamente, guardando celosamente en<br />
nuestra memoria esa imagen que nadie nos podría arrebatar. Acaricié cada rincón<br />
<strong>de</strong> su cuerpo <strong>de</strong> gitana, besando cada centímetro y sintiendo la suavidad<br />
<strong>de</strong> su piel bajo las yemas <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>dos. Ella se estremecía bajo el contacto <strong>de</strong><br />
mis manos que, <strong>de</strong>sesperadas, se paseaban por toda su anatomía. Por primera<br />
vez me sentí mujer, sentí el anhelo <strong>de</strong> la piel y <strong>de</strong>see quedarme así, junto a ella,<br />
por siempre. Hicimos el amor durante horas, embriagadas por los sentimientos,<br />
y <strong>de</strong>spués, simplemente, nos <strong>de</strong>spedimos hasta el día siguiente con varios “te<br />
quiero”. En ese maravilloso instante no podía imaginar que esa sería la última<br />
vez que vería a mi Carmen.<br />
Al día siguiente habíamos quedado en el Polichinela como cada viernes. Esa<br />
tar<strong>de</strong> había bastante revuelo pues se acababa <strong>de</strong> estrenar una obra <strong>de</strong> teatro<br />
en la ciudad y el elenco había <strong>de</strong>cidido celebrarlo a la tasca. Pero ella… nunca<br />
apareció. Isidro me entregó un sobre a escondidas, y me pareció ver una sombra<br />
<strong>de</strong> culpabilidad en su mirada, pero eso nunca lo sabré. Dentro, una carta,<br />
escrita <strong>de</strong> su puño y letra. Una carta don<strong>de</strong> me explicaba que tenía que huir,<br />
alguien la había acusado <strong>de</strong> roja, y la policía la buscaba. Si se quedaba aquí firmaría<br />
su sentencia <strong>de</strong> muerte y la mía, y eso no se lo podría perdonar. Me prometía<br />
que algún día vendría a buscarme, cuando las cosas se hubiesen<br />
calmado. Y me juraba amor eterno, nunca había amado tanto a nadie y nunca<br />
amaría a nadie más.<br />
Escondí la nota y lloré durante días. Durante meses. Durante años.<br />
Pocos días <strong>de</strong>spués mi padre me informó que me casaría con Fernando Avilés,<br />
un ricachón que llegaría a España en unos meses tras haber estudiado en el<br />
extranjero. Y aquí, joven Alfonso, comienzan mis <strong>de</strong>sgracias. Intenté oponerme<br />
al matrimonio, pero compren<strong>de</strong>rás que en la época que corría eso no era una<br />
tarea fácil, podría <strong>de</strong>cirse que casi imposible. Sobra <strong>de</strong>cir que nunca la olvidé.<br />
Jamás quise a mi marido, él me quiso, o eso parecía, hasta que <strong>de</strong>scubrió que<br />
yo era estéril y no podría darle un varón que heredase nuestra fortuna. Tras la<br />
muerte <strong>de</strong>l Generalísmo mi esposo también falleció, <strong>de</strong>jándome, sola, rica y<br />
<strong>de</strong>sdichada porque el amor verda<strong>de</strong>ro se me había escapado entre los <strong>de</strong>dos.<br />
Pero no creas que me quedé <strong>de</strong> brazos cruzados. Fui a buscarla. La busqué<br />
incesantemente por todos los lugares, pero jamás dí con ella. Supongo que<br />
murió hace tiempo, o que para escon<strong>de</strong>rse se cambió los apellidos, incluso<br />
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pue<strong>de</strong> que huyera al extranjero… El caso es que la perdí para siempre. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
entonces vengo aquí cada noche con la esperanza <strong>de</strong> verla aparecer por el<br />
umbral <strong>de</strong> la puerta, tan hermosa como siempre.”<br />
Dos lágrimas surcaban sus mejillas arrugadas y, pese a que intentó disimularlo<br />
con un trago <strong>de</strong> coñac y varias caladas <strong>de</strong>l cigarro que se consumía entre<br />
sus <strong>de</strong>dos, el joven sintió su profunda tristeza como si fuera propia:<br />
–Y tú, muchacho, ¿qué te trae a este lugar? –preguntó intentando cambiar<br />
<strong>de</strong> tema.<br />
–Hoy vengo, a beber para olvidar que mi madre no me recuerda, tiene alzheimer<br />
¿sabe? –contestó apesadumbrado– Aunque tengo la firme esperanza<br />
<strong>de</strong> que mejorará.<br />
–Vaya, lo siento mucho, Alfonso… –susurró apoyando una mano sobre su<br />
hombro– cuando yo estoy así escucho una canción, la favorita <strong>de</strong> Carmen, la<br />
que me cantaba cuando estaba triste: un tango. De Carlos Gar<strong>de</strong>l, ¿lo conoces?;<br />
no, claro que no, eres <strong>de</strong>masiado joven –prosiguió– se titula…<br />
–“Volvió una noche”… –dijo el escritor sin <strong>de</strong>jarla terminar.<br />
La anciana abrió mucho los ojos, sorprendida:<br />
–¿Cómo lo sabes?<br />
–Porque mi madre <strong>de</strong> lo único que se acuerda es <strong>de</strong> ti.<br />
23
Historia <strong>de</strong> La Petenera<br />
<strong>de</strong><br />
Esteban Ordóñez Chillarón<br />
Tercer Premio
La sombra que da tu boca<br />
sabe a limones dormidos,<br />
lo que los limones sueñan<br />
es el zumo <strong>de</strong> mi muerte.<br />
A Lucía La Petenera<br />
Anómimo<br />
El aliento <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> ajetreaba las encinas. Debajo <strong>de</strong> un olivo Lucía jugaba<br />
con un fruto entre los labios, rascaba el barro prendido en su falda blanca y<br />
recordaba cómo su madre se quejaba <strong>de</strong> la tierra con su vestido extendido sobre<br />
la mañana: “un día te traerás la viña entera”. Ella retozaba entre las sábanas<br />
entonces. Se ponía los calcetines y cantaba. Sólo callaba cuando Pedro, su<br />
padre, eructaba en el marco <strong>de</strong> la puerta y se tambaleaba hasta el sillón.<br />
Hubo una letrilla que la mordió a la misma muerte. Los vecinos <strong>de</strong>l pueblo<br />
maldijeron durante semanas un bichito rojo que envolvía la uva y la <strong>de</strong>jaba como<br />
una piña mínima. Los braceros tuvieron que arrancar las cepas. Una tartana paraba<br />
al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino y cada dos horas traqueteaba hasta el verte<strong>de</strong>ro. Allí las<br />
quemaban. Un humo blancuzco avinagraba las mañanas. Los al<strong>de</strong>anos tosían en<br />
alto por las calles, incluso abrían las ventanas <strong>de</strong> par en par y carraspeaban.<br />
Manuela, madre <strong>de</strong> Lucía, lamentaba con la cabeza mientras recontaba un<br />
mismo tarro <strong>de</strong> garbanzos. “Para qué quieren tragarse las cenizas”. Fue la única<br />
ocasión en que la niña olió el vino en las palabras <strong>de</strong> su madre; las otras, las<br />
madrugadas en que Manuela removía gachas migas guardando tras el silencio el<br />
cabezal ciego <strong>de</strong> la cama. Aquel verano el miedo se agarró a las tapias. Los carteles<br />
<strong>de</strong>l ayuntamiento advertían <strong>de</strong> “La Jugosa”: racimos muy ver<strong>de</strong>s, incluso<br />
chorreantes, estallados <strong>de</strong> dulzor. Gabriel, el médico <strong>de</strong> la partida, los consi<strong>de</strong>raba<br />
más venenosos que ningunos: “Una bicha transparente”, <strong>de</strong>cía el comunicado,<br />
“que juega con el hambre... Si la comen les roerá las tripas”.<br />
26
Juana, la madre <strong>de</strong> Albertín, un compañero <strong>de</strong> Lucía, fue la primera en<br />
prohibir a su hijo salir por las tar<strong>de</strong>s. El niño cada dos por tres llegaba a casa con<br />
una cucaracha pataleando entre los dientes, o masticando los últimos espasmos<br />
<strong>de</strong> un saltamontes. Poco a poco todas las mujeres echaron la cortina <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong>l colegio. La villa quedó <strong>de</strong>sierta. El sol paseaba su corteza jorobada por las<br />
calles e insistía en los <strong>de</strong>sconchones <strong>de</strong> cal, se diría que husmeando la vida.<br />
Lucía apareció inconsciente en el camino <strong>de</strong> la ermita. Guardaba en la mano<br />
un racimo pegajoso. El médico no dudó, y el carpintero fabricó un ataúd pequeño<br />
<strong>de</strong> su cuenta. Todo el pueblo se acercó a ver a la niña <strong>de</strong> ‘La Jugosa’. Al principio<br />
le dieron agua con vinagre, vahos <strong>de</strong> limón y tomillo... Empeoraba. Los<br />
vecinos recordaban el aviso “le roerá las tripas” y se angustiaban por su vientre:<br />
“Des<strong>de</strong> el ombligo se le transparenta la columna...”, “pobre, qué olor,<br />
como una patatica podrida llena <strong>de</strong> hormigas...”. Durante meses peregrinaron<br />
frente a su cama como correspon<strong>de</strong>ría a los cadáveres distinguidos, aquellos<br />
cuya celebridad se abona en podredumbre. Pero la mejoría <strong>de</strong> la chiquilla <strong>de</strong>bilitó<br />
la penitencia. La madre <strong>de</strong> Albertín salió rezongando y pateando las arrugas<br />
<strong>de</strong>l cemento cuando la oyó tararear.<br />
Semanas <strong>de</strong>spués, Manuela dio a la niña una bolsa <strong>de</strong> ganchillo para que<br />
comprara cerezas y tomates. Antes <strong>de</strong> salir, le colocó un pequeño mantón<br />
raído sobre los hombros y con la palma entera comprobó la vida en su mejilla.<br />
Marchó a saltitos, aguantando el equilibrio en cada piedra. Si fallaba, volvía<br />
atrás: “Quien te puso Petenera / no te supo poner nombre, / que <strong>de</strong>bía<br />
haberte puesto / la perdición <strong>de</strong> los hombres”... Manuela reposó en el enrejado<br />
<strong>de</strong> la ventana convencida <strong>de</strong> que esa letrilla era un milagro. Nada sabía<br />
<strong>de</strong> una mujer maldita y <strong>de</strong>scocada, no dudaba <strong>de</strong> la provi<strong>de</strong>ncia, aunque le<br />
sorprendía la ironía <strong>de</strong> Dios.<br />
Pidió la vez en la frutería <strong>de</strong> La Venceja, llamada así por una bisabuela en<br />
cuya casa, según se oía, caían y no remontaban los pájaros. En la cola, las mujeres<br />
sudaban y soplaban la cara <strong>de</strong> sus hijos. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> mascar la canción, eligió<br />
una baldosa y se entretuvo repasándola con la esparteña. No supo que<br />
todas las presentes apretaban a sus criaturas contra el mostrador hasta que la<br />
Juana gritó: “Ven como lo va cantando, ella la trajo, ella la trajo”.<br />
La Venceja la llamó con la cabeza. “Cerezas y tomates”, hiló la pequeña más<br />
concentrada en retener el escozor urgente <strong>de</strong> la orina que en recordar piezas o<br />
cuartos <strong>de</strong> quilo. La frutera le arrebató la bolsa y entró al almacén. Lucía se relajó<br />
con una polilla que insistía en los botes <strong>de</strong> alubias. Se preguntaba por qué no<br />
picoteaba las peras renegridas que giraban por el suelo. La Venceja le lanzó el<br />
pequeño saco <strong>de</strong> ganchillo: “Sólo lo que tú has dao...”, esperó en silencio. Al<br />
voltearse notó que le tiraban <strong>de</strong>l vestido. Empujó fuerte hasta que alcanzó la<br />
27
puerta y corrió a casa con los ojos muy cerrados, corrió segura <strong>de</strong> que chocaría,<br />
como la polilla, contra alguna pared invisible.<br />
Absorta, huida entre las vetas más rubias <strong>de</strong> la mesa <strong>de</strong> la cocina, apretaba la<br />
bolsa. Los poros <strong>de</strong> la lana escurrían arena y alguna que otra larva. Manuela la<br />
volcó y golpearon contra la ma<strong>de</strong>ra matas <strong>de</strong> camarroja, raíces agarradas aún,<br />
hogazas <strong>de</strong> barro con el ruido seco <strong>de</strong> una palada <strong>de</strong> ruina empolvando la boca.<br />
Lucía siempre tuvo algo extraño en la mirada. Cada párpado <strong>de</strong>clinaba con<br />
la tristeza <strong>de</strong> un ala extendida sin motivo; años <strong>de</strong>spués alguien escribiría que<br />
quizá la belleza caía agotada <strong>de</strong> su frente y había cierto tropiezo <strong>de</strong> luz disimulado.<br />
En esos ojos, Manuela recordó el mercado vacío, los matorrales cocidos<br />
que daban al agua un discreto sabor a lluvia, e intentó compren<strong>de</strong>r por qué culpaban<br />
a su hija <strong>de</strong>l hambre.<br />
Invitó a su vecina Elisa a tomar café. Era una mujer redonda y mayor que<br />
pasaba el día sentada en la puerta <strong>de</strong> su casa. Le encantaba enterarse <strong>de</strong> todas<br />
las escaramuzas <strong>de</strong>l pueblo, pero nunca abría la boca, las guardaba con ojos<br />
orgullosos, como quien admira su colección <strong>de</strong> mariposas muertas. A pesar <strong>de</strong><br />
todo, sentía gran cariño por Manuela y su hija. Nada más cruzar la puerta preguntó<br />
por la canción. Manuela le sirvió un café:<br />
–No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> la sacó, creo que la fue inventando mientras sanaba. Para<br />
mí que es un milagro.<br />
–Una maldición hija, una gorda... –olió la taza con hondura.<br />
–¿De qué?<br />
–Lo <strong>de</strong> la uva no es nada, a tu hija ya le dicen La Petenera... no sé qué vais<br />
a hacer.<br />
–No entiendo. Si sólo es un nombre, lo habrá oído por la calle.<br />
–No, eso aquí nadie lo canta –apuró la bebida, comprobó la verja <strong>de</strong> la calle<br />
y arrastró la silla hasta Manuela– Tú no vivías aquí, pero hace 14 años vino un<br />
ciego. Traía gacetillas y cuartillas con noticias <strong>de</strong> otros pueblos. Era un hombre<br />
afeitado a retales, acompañado por un perro pulgoso que tosía yeso sin parar.<br />
Lo llevaba a patadas y el pobre animal tenía ya el lomo calvo y negro. Bueno.<br />
Nos habló <strong>de</strong> una cantaora maldita a la que llamaban La Petenera. Por pueblos<br />
<strong>de</strong>l sur iba embrujando a los hombres. Tuberculosos, apuñalados, sifilíticos,<br />
locos... Aterrorizó a todos con la viñeta <strong>de</strong> un joven agonizante que aguantaba<br />
su estómago seco entre las manos. “Si viniera, guar<strong>de</strong>n a los maridos, dicen que<br />
en sus ojos satanás remueve sus cal<strong>de</strong>ras”. Insistió : “que nadie oiga, que nadie<br />
cante”. Levantó los brazos y recitó la letra. Sacó una petaca y echó un trago que<br />
escupió al instante ¿Sabes qué canción era?<br />
–Quien te puso Petenera no te supo poner nombre... –recitó con los párpados<br />
rígidos.<br />
28
–Chsst... Sí –interrumpió Elisa.<br />
–Pero son sólo cuentos... a algún niño se la habrá ido la boca.<br />
–Sí, cuentos. Pero prohibimos durante tres años la entrada a cualquier mujer<br />
<strong>de</strong>sconocida. Un alcal<strong>de</strong> joven, don Eusebio, que marchó hace apenas dos años,<br />
<strong>de</strong>rogó al fin la prohibición. Aquí nada es sólo un cuento.<br />
Manuela encerró a su hija en casa y le suplicó que olvidara todas las coplillas.<br />
Pero su padre se colgó, y tuvo que salir al cementerio.<br />
Lo encontraron al amanecer en la higuera <strong>de</strong>l patio. Había cortado con<br />
cobardía todas las ramas cercanas al suelo salvo una. Nadie gritó, nadie se tiró<br />
a besar los pies morados.<br />
El día <strong>de</strong>l entierro un cielo naranja se cansaba por el camposanto sin conmoverse<br />
<strong>de</strong> que echaran a un hombre a la parcela <strong>de</strong> los infieles. Lo liaron en<br />
una sábana porque todos los ataú<strong>de</strong>s tenían crucifijo y nadie quería pudrirse las<br />
uñas arrancándolo. Entre los terrones <strong>de</strong> tierra que rompieron contra la frente<br />
<strong>de</strong> su padre Lucía buscó con apuro alguna lágrima.<br />
Sólo ella y su madre asistieron al entierro y marcharon antes <strong>de</strong> que se acomodara<br />
la tierra. Detrás <strong>de</strong>l polvo <strong>de</strong>scansaba un joven sepulturero <strong>de</strong> ojos ver<strong>de</strong>s<br />
que la puso colorada.<br />
Camisas, medias, faldas, hasta bragas y sostenes oscuros colgaban como<br />
cuervos <strong>de</strong> los alambres <strong>de</strong>l patio. Lucía sintió un amor a <strong>de</strong>stiempo por su<br />
padre. No quería oír a nadie. Dejó <strong>de</strong> cantar. Aunque a veces se sorprendía fregando<br />
un compás por soleares.<br />
Pasaron dos años y Manuela <strong>de</strong>sanudó su velo oscuro. La pequeña, sin<br />
embargo, lo abrochaba con más fuerza. Aún rumiaba la pala <strong>de</strong>l cementerio<br />
cuando sus pechos comenzaron a pelear, y los ahogó entre sostenes negros. Al<br />
final, comprendió que no podía apretarse el luto hasta la sangre, entonces lloró<br />
mucho, lloró por resignación lo que no pudo por dolor.<br />
Hasta los 17 años, Lucía sólo salía al aljibe con su madre una mañana sí, otra<br />
no. Al terminar el luto, acudía al mercado para que Manuela estirara un par <strong>de</strong><br />
horas la asistencia a Elisa. Recibía cinco pesetas por día. A veces cuando la vieja<br />
iba a la cocina, advertía que la cojera cambiaba <strong>de</strong> pierna.<br />
Una día <strong>de</strong> abril, Lucía cargó el canasto con las primeras fresas <strong>de</strong> la temporada.<br />
Antonio el <strong>de</strong> La Piñona, antiguo compañerito <strong>de</strong> tejo y churro, la persiguió<br />
sugiriéndole que tenía la paja limpia y bien montada en el corral. La joven<br />
siguió sin levantar la cabeza <strong>de</strong> las fresas, pero él <strong>de</strong>sesperó y empezó a estirarle<br />
<strong>de</strong> la falda: “¿No eres esa tan mala que va con tos? Pues a mí no me matas<br />
ná, mira, no me matas ná”. Otra mañana, Albertín, que tenía por entonces una<br />
29
explosión blanca <strong>de</strong> granos en la boca, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> un bigotillo flojo y <strong>de</strong>sigual,<br />
se quedó con su velo en la mano.<br />
Sin embargo, excepto algunos jóvenes <strong>de</strong>sprendidos, los al<strong>de</strong>anos, encajados<br />
en el miedo, concedieron a La Petenera el más plomizo <strong>de</strong> los silencios. En los<br />
caminos giraban la cara y ofrecían a la con<strong>de</strong>nada sus pañuelos negros, o <strong>de</strong>scubrían<br />
algo que rascar a cinco metros <strong>de</strong> distancia. Los hombres aún se acercaban<br />
menos. Algún atrevido había que buscaba su mirada golpeando la vara en<br />
un peñasco, y alguno que la buscaba en los bultos <strong>de</strong> un vaso <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />
Su ropa fue cogiendo un tono marrón claro. Prefería cargar durante más<br />
<strong>de</strong> una hora el canasto con las prendas hasta una charca antes que ver a las<br />
lavan<strong>de</strong>ras espantarse como pescadillas. Apartaba las ramas enrolladas y los<br />
renacuajos para sumergir las camisas. Como no había piedra, remangaba la<br />
falda y frotaba contra las rodillas. El peso <strong>de</strong>l cargamento mojado le impedía<br />
regresar <strong>de</strong> un tirón: reposaba en un olivo, partía hierbabuena y la colocaba<br />
entre la ropa; miraba confundida a los gorriones e intentaba tararear alguna<br />
medusa <strong>de</strong> luz que le asomara al labio. A veces lavaba por las tar<strong>de</strong>s y la luna<br />
salía al paso. Le inquietaba la alfalfa removida por los grillos o el crujido <strong>de</strong> la<br />
primera estrella, pero luego asimiló que ella era el miedo mismo y que nadie<br />
osaría olfatear la muerte entre su carne. Le angustiaba entonces una terrible<br />
sensación <strong>de</strong> comodidad.<br />
El jabón <strong>de</strong>jaba en los muslos una mezcla <strong>de</strong> irritación y brillo. Los gorriones<br />
picotearon tanto en su lengua que a veces, restregón a restregón, murmuraba<br />
una tímida melodía.<br />
–¡Quién te puso Petenera / no te supo poner nombre, / que <strong>de</strong>bía haberte<br />
puesto / la maldición <strong>de</strong> los hombres! –oyó una tar<strong>de</strong>.<br />
Un joven sonreía al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino.<br />
–¿Qué? Sólo he seguido lo que murmurabas.<br />
La niña se recogió el flequillo con la muñeca y al ver la calma en los ojos <strong>de</strong>l<br />
mozo algo tropezó en su pecho, quizás el miedo que intentaba <strong>de</strong>sentumecerse.<br />
–Tú eres La Petenera.<br />
–Yo no sé ná <strong>de</strong> ésa –contestó volviendo a la ropa.<br />
–¿Y la canción?<br />
– ...<br />
–Cántamela –suplicó hipnotizado por la crueldad con que dañaba la ropa.<br />
Echó en el cesto las telas mal emborronadas y huyó sin contestar. No repuso<br />
la falda y se fue <strong>de</strong>sdoblando en el camino. Completó todo el trayecto en<br />
una carrera.<br />
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Manuela la arrastró hasta el patio y preparó un barreño. Agarró el tobillo<br />
<strong>de</strong> su niña y envolvió las bambollas con un trapo. Agachó los ojos esperando<br />
las quejas. Para no dañarla repartió con flojera el agua sobre la sangre amontonada,<br />
sopló lentamente el negror <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos. No preguntó el motivo <strong>de</strong> las<br />
heridas, hacía mucho tiempo que no molestaban a su niña, y no quiso oírlo.<br />
Sin embargo, cuando intentaba limpiar el pus <strong>de</strong> las burbujas, escuchó una<br />
melodía como una aguja leve que surgiera en mitad <strong>de</strong>l cuero. Cantaba con la<br />
garganta y con los labios apretados, encerrando entre párpados un dulce escozor.<br />
Manuela pasó toda esa noche en la cocina cosiendo y <strong>de</strong>scosiendo la<br />
doblez <strong>de</strong> los visillos.<br />
Tres días <strong>de</strong>spués, Lucía volvió al charco y encontró <strong>de</strong> nuevo al <strong>de</strong>sconocido.<br />
–Vine para ver si era verdad lo <strong>de</strong> la maldición <strong>de</strong> los hombres. No pareces<br />
mucho, más bien pareces una gata <strong>de</strong> esas que se quedan huérfanas, que la<br />
madre huele algo <strong>de</strong> humano en su pellejo... A mí me dijeron algo <strong>de</strong> arrogancia,<br />
<strong>de</strong> collares... Lo <strong>de</strong> los ojos sí, lo <strong>de</strong> que se te <strong>de</strong>smayó abril. ¿son aquí muy<br />
tristes los abriles o qué? –preguntó con seguridad mientras ella comprobaba las<br />
astillas <strong>de</strong>l mimbre.<br />
Le salpicó agua a la cara con simpatía: “Contéstame, niña loca”. Lucía sonrió<br />
un momento y se escurrió el flequillo. El joven cayó sentado como quien<br />
recobra la cordura y sorpren<strong>de</strong> el estómago <strong>de</strong> un niño latiendo en su navaja.<br />
Intentó imitarse a sí mismo y acercó la mano con lentitud para no asustarla. Le<br />
levantó la cara, posó el pulgar sobre su labio inferior: “anda, cántamelo”, susurró.<br />
Lucía recordó los ojos <strong>de</strong>l sepulturero y se quebró. Lloró como nunca. Tragó<br />
borbotones <strong>de</strong> sal y sus costillas <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>naron todos los años <strong>de</strong> silencio.<br />
El <strong>de</strong>sconocido le mordió una lágrima <strong>de</strong> la barbilla. Se <strong>de</strong>sabrochó la camisa<br />
y la apretó contra su pómulo. Detrás <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> mechas húmedas, los párpados<br />
entornaban una soledad profunda, un hambre acostumbrada a un pan<br />
sin boca. El pobre gorrión rechazó la camisa. Sacó una <strong>de</strong> las sábanas <strong>de</strong> la charca<br />
y la escurrió sobre la cabeza <strong>de</strong>l forastero, sobre la barba, el pecho. Sin mirarlo.<br />
Él bebió la suciedad, aceptó el bautismo marrón a un mundo don<strong>de</strong> la piel<br />
apenas murmura <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una cortina. Se relamió y la acostó sobre el trigo.<br />
Lucía, La Petenera, La Maldición <strong>de</strong>jó que le abriera los puños. Sintió, <strong>de</strong> repente,<br />
calor. Fundió, y su tristeza se hizo fácilmente abatible. Abrió los ojos entonces,<br />
atenta al sudor, tal si viera <strong>de</strong> nuevo aquel racimo reluciente. Rasgó contra<br />
la grama las vendas <strong>de</strong> sus talones. Dolía cada sacudida como si volteara el<br />
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alma, apretaba las manos <strong>de</strong>l forastero estirada por el vértigo, por un miedo<br />
terrible a que se <strong>de</strong>scolgaran todos los órganos <strong>de</strong>l cuerpo.<br />
Dejó, quién fuera, <strong>de</strong> chapotear entre la carne y Lucía suspiraba enrojecida,<br />
tocando la mejilla <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido, buscando la mentira en el fondo <strong>de</strong> sus ojos.<br />
Ese día el joven transportó el cesto <strong>de</strong> ropa hasta la puerta <strong>de</strong> su casa.<br />
*****<br />
El aliento <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> ajetreaba las encinas. Debajo <strong>de</strong> un olivo un hueso <strong>de</strong><br />
aceituna rodó <strong>de</strong>jando un rastro <strong>de</strong> sangre. El siguiente fruto supo como si <strong>de</strong>sprendiera<br />
la cáscara <strong>de</strong>l cobre. Lucía tocó en la tierra teñida una textura extraña<br />
<strong>de</strong> sábana seca, se vio, <strong>de</strong> pronto, las manos encogidas, el pecho liso. Su<br />
padre apareció en la puerta <strong>de</strong> la habitación. Miraba hacia <strong>de</strong>trás y frotaba los<br />
pies en el cemento como si quisiera <strong>de</strong>spegarse la sombra. Ella <strong>de</strong>sesperó <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong>l olivo, intentó traducir el torpe pataleo a una señal <strong>de</strong> consciencia <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> la alucinación. Pedro tropezó hasta los pies <strong>de</strong> la cama y la <strong>de</strong>stapó. Abrazó,<br />
besó sus pies <strong>de</strong>sconsolado, carraspeó con violencia: al fondo <strong>de</strong> su esófago<br />
rebullía la primera costra <strong>de</strong>l vino, la que ocultaba apenas una piel secreta. Paró<br />
el llanto y pudo oír un gargajeo “Quien te puso Petenera/ no te supo poner<br />
nombre/, que <strong>de</strong>bía haberte puesto/ la perdición <strong>de</strong> los hombres”. Antes <strong>de</strong><br />
morir, Lucía creyó enten<strong>de</strong>r lo que su padre buscaba en aquel árbol.<br />
*****<br />
No hubo un sólo niño <strong>de</strong>l pueblo que no tocara la caja blanca <strong>de</strong> La Petenera.<br />
Ni un sólo vecino que no peleara por cargarla a hombros. Las chiquillas<br />
que iban <strong>de</strong>lante echando amapolas abrieron las dos verjas <strong>de</strong>l cementerio. El<br />
ataúd se balanceaba <strong>de</strong> un lado a otro a la <strong>de</strong>riva sobre las cabezas. Las mujeres<br />
penaban como campanas negras. Sus gemidos se amontonaron a la entrada<br />
<strong>de</strong>l camposanto. Juana, La Venceja y todas las clientas <strong>de</strong> la frutería daban<br />
estirones, coces y codazos a gentes venidas <strong>de</strong> otras comarcas; sudaban y resollaban<br />
en los velos. Entre tanta saliva cocida, bulló un hedor agrio a café con<br />
leche fermentado que obligó a los hombres a ocultarse el hocico tras la manga.<br />
En casa, Manuela miraba la bolsa <strong>de</strong> ganchillo con los codos cerrados sobre la<br />
mesa <strong>de</strong> la cocina, y la vieja Elisa golpeaba la ventana sin respuesta.<br />
El forastero, un poeta <strong>de</strong>sengañado, no podía imaginarla tan sola y tan<br />
rotunda. Sus ojos se le antojaban ahora arrugados bajo la tapa. Intentaba saborear<br />
en ellos el agua <strong>de</strong> la charca y le venían aquellos <strong>de</strong>dos a los labios, temblantes<br />
y quebradizos, aquella camisa hervida, y aquel pelo, y el pulso <strong>de</strong>l<br />
32
mimbre <strong>de</strong>rritiéndose en sus ojos, y sus ojos blandos ahora, y sus ojos con la<br />
terrible pielecilla que crece en las manzanas que nadie muer<strong>de</strong>. Salió <strong>de</strong>l cementerio<br />
zaran<strong>de</strong>ándose. Salió <strong>de</strong>l pueblo sin esperar a nadie. Casi anocheciendo se<br />
arrodillo ante una encina, apoyó la frente y grabó: “La Petenera se ha muerto,/<br />
ya la llevan a enterrar,/ no cabía por la calle/ la gente que iba <strong>de</strong>trás”. Clavó el<br />
cuchillo ensangrentado en la raíz y siguió caminando.<br />
33
Plancha <strong>de</strong> rulo para<br />
la lluvia<br />
<strong>de</strong><br />
Juan F. Navarro Llinares<br />
Seleccionado
Laura, a la temprana edad <strong>de</strong> 37 años, comprendió que todo lo que le<br />
habían prometido no tenía valor alguno. Inventó un artilugio que comprimía<br />
la tristeza hasta hacerla casi <strong>de</strong>saparecer. No lo patentó porque no le movía<br />
ningún interés económico. Meses más tar<strong>de</strong>, cuando buscaba la respuesta a<br />
un acertijo que le formuló su abuelo cuando tenía 7 años, encontró la manera<br />
<strong>de</strong> hacer que la lluvia, en su caída libre, <strong>de</strong>scribiera pequeñas espirales casi<br />
imperceptibles. Sólo los hombres y mujeres con el corazón roto podían verlas.<br />
Llamó a aquel inventó “plancha <strong>de</strong> rulo para lluvia”.<br />
37
Soluciones <strong>de</strong> continuidad<br />
<strong>de</strong><br />
Juan F. Navarro Llinares<br />
Seleccionado
Mi sitio era una casa abandonada situada en una <strong>de</strong> las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la Cita<strong>de</strong>lle<br />
<strong>de</strong> Namur, en el extrarradio. La planta baja estaba habitada por una mujer<br />
<strong>de</strong> avanzada edad que sufría un serio trastorno mental. Cantaba ópera y aporreaba<br />
un piano viejo <strong>de</strong> pared con los puños. No podía abrir las manos, pero<br />
podía estar golpeando el piano durante horas, normalmente <strong>de</strong> madrugada.<br />
Yo vivía en la planta <strong>de</strong> arriba, casi siempre solo, aunque ocasionalmente<br />
compartía mi soledad con alguna mujer sin futuro. Una noche tuve que dormir<br />
con la anciana <strong>de</strong> la planta baja, para intentar retener algún recuerdo. Me dijo<br />
que había pixelado una oca. Yo le dije que no había ninguna oca en aquella casa,<br />
y ella entornó con lascivia su boca y empezó a tocarme, mientras asentía con la<br />
cabeza y me miraba <strong>de</strong> esa forma extraña con la que sólo miran los locos. Salí<br />
<strong>de</strong> allí como pu<strong>de</strong>. Olvidé cerrar la puerta y eso es todo lo que todavía recuerdo.<br />
Después <strong>de</strong> aquello, <strong>de</strong>cidí volver a Alicante, pero como no tenía dinero,<br />
comencé a buscar otra casa abandonada. Charleroi está lleno <strong>de</strong> casas abandonadas<br />
a punto <strong>de</strong> caerse, sin calefacción y con gente perturbada en su interior.<br />
Después <strong>de</strong> tres días, encontré una en la que había tres jóvenes. Dormían<br />
juntas en un colchón <strong>de</strong> metro cincuenta, en la tercera planta. Estudiaban Filosofía<br />
durante el día. De noche, dormía junto a ellas, en un colchón <strong>de</strong> metro<br />
treinta que alguien <strong>de</strong>jó en los contenedores junto al río. Todo fue bastante bien<br />
durante los 7 primeros días. Mi vida se llenó <strong>de</strong> libros <strong>de</strong> Nietzsche y <strong>de</strong> cajas <strong>de</strong><br />
latas <strong>de</strong> cerveza <strong>de</strong> color rojo.<br />
La octava noche les conté lo <strong>de</strong> la anciana <strong>de</strong> la mansión en ruinas y me<br />
pidieron que las llevara allí. Habían oído hablar <strong>de</strong> ella y <strong>de</strong> cómo enloqueció<br />
cuando fotografió a su amante. Según contaron, lo acuchilló mientras dormía<br />
porque sostenía que había perdido su i<strong>de</strong>ntidad. Yo entonces les hablé <strong>de</strong> la oca<br />
pixelada y, a la mañana siguiente, <strong>de</strong>sperté <strong>de</strong>snudo en la bañera. Habían tirado<br />
el colchón por el hueco <strong>de</strong> la escalera y, en la puerta <strong>de</strong> la calle, por <strong>de</strong>ntro,<br />
colocaron un papel con una chincheta que <strong>de</strong>cía: “lo mejor para todos será que<br />
no vuelvas más por aquí”.<br />
40
Me fui a un bar, al bar <strong>de</strong> la estación. Mientras apuraba el último trago <strong>de</strong><br />
una cerveza que alguien olvidó en una mesa, <strong>de</strong>cidí volver con la vieja, con el<br />
pretexto <strong>de</strong> que me enseñara a aporrear el piano.<br />
Cuando llegué a la vieja mansión abandonada con una loca en su interior,<br />
encontré la puerta abierta y entré con la naturalidad <strong>de</strong> quien nunca ha <strong>de</strong>jado<br />
un lugar. El salón don<strong>de</strong> la vieja aporreaba el piano estaba lleno <strong>de</strong> cajas <strong>de</strong><br />
puros habanos y Anne, la anciana, estaba en la cama tumbada. En cada una <strong>de</strong><br />
sus manos temblorosas sostenía un habano encendido. No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había<br />
salido todo aquello, pero no quise incomodarla, <strong>de</strong> modo que no le pregunté<br />
por el asunto. Cuando se percató <strong>de</strong> mi presencia, me miró con <strong>de</strong>sprecio, se<br />
levantó <strong>de</strong> la cama y me dijo:<br />
–La fotografía digital es una trampa mortal.<br />
–¿Qué quieres <strong>de</strong>cir con eso? - le contesté.<br />
–Quiero <strong>de</strong>cir que el mundo no es un lugar tranquilo.<br />
–¿Por qué aporreas el piano por las noches?<br />
–He olvidado la forma <strong>de</strong> tocarlo.<br />
–Tal vez podrías enseñarme a tocarlo.<br />
–Eres <strong>de</strong>masiado mayor para apren<strong>de</strong>r a tocar el piano, pero eres <strong>de</strong>masiado<br />
joven para aporrearlo. ¿Has visto los conejos pequeños <strong>de</strong>l jardín? Son<br />
miniaturas <strong>de</strong> conejos pero todavía no saben hablar. Llevo cuatro días sin comer,<br />
los puros me dan mucho sueño, llevo muchos años sin salir <strong>de</strong> aquí. El mundo<br />
no es un lugar tranquilo.<br />
Acabó perdiendo la paciencia y se tumbó en el colchón. No llevaba bragas.<br />
Me tumbé a su lado. Anne entornó otra vez su boca y la acercó a la mía. Mi<br />
boca se cerró para siempre. Anne cerró los ojos para dormir un rato.<br />
Desperté en el salón, con una migraña que parecía un rottweiler agarrado a<br />
mi cabeza. Tenía dificulta<strong>de</strong>s para enfocar la mirada en cualquiera <strong>de</strong> los objetos<br />
que poblaban la habitación. El piano, las columnas <strong>de</strong> libros, las lámparas<br />
<strong>de</strong> pie, las cajas <strong>de</strong> puros apiladas, las vitrinas polvorientas. Todo parecía estar<br />
envuelto en una niebla <strong>de</strong>nsa. Busqué la puerta <strong>de</strong>l aseo y, <strong>de</strong> camino, tropecé<br />
varias veces con las cajas <strong>de</strong> habanos esparcidas por el suelo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />
Empecé a mear y sentí la orina recorriendo lentamente mi pierna. Algo no<br />
iba bien. Recorrí la casa entera durante horas. Anne había <strong>de</strong>saparecido. Pasé<br />
todo el día buscándola. Recogí mis cosas y salí <strong>de</strong> allí.<br />
El cuerpo <strong>de</strong> Anne apareció flotando en el río días <strong>de</strong>spués. Lo leí en la prensa<br />
local. Todo ese tiempo anduve en otra historia, pero pu<strong>de</strong> reunir dinero suficiente<br />
para un vuelo a Alicante, en bajo coste, sin equipaje. Me esperaba un<br />
cielo cubierto <strong>de</strong> malos recuerdos. Llevé conmigo un paraguas y tinta china. El<br />
mundo no es un lugar tranquilo.<br />
41
Reminiscència vital<br />
<strong>de</strong><br />
Ferran Avià Duart<br />
Seleccionado
Foscor. Tot, absolutament tot, és fosc. No sé on sóc. Què m’ha passat. Se<br />
suposa que els somnis vénen acompanyats d’imatges però no hi ha res, ni a<br />
prop ni lluny, ni als laterals ni al front. Bé, la veritat es que no puc ni obrir els<br />
ulls. Què cony passa? M’hauran segrestat? Per què? Que jo sàpiga no sóc un<br />
home amb una feina gens execrable, però tampoc no sóc multimilionari. No,<br />
tampoc no és això. Si m’hagueren segrestat sentiria les extremitats i les podria<br />
moure. No és el cas. Estic inmòbil sense saber què fer, adormilat , drogat, anestesiat.<br />
No puc veure cap llum, ni un raig <strong>de</strong> sol ni tan sols la claror que <strong>de</strong>sprén<br />
un llum. Estic sol i abandonat en un lloc <strong>de</strong>sconegut, on realment no sé si existeix<br />
tal espai físic. Em trobe molt impacient, m’estic impacientant. L’ angoixa<br />
volteja lleugerament pel meu cap. El temps passa tot i que no puc veure cap<br />
rellotge. L’angoixa a poc a poc <strong>de</strong>riva en frustració i m’acaba enxampant. La<br />
confusió inicial ha <strong>de</strong>saparegut i la <strong>de</strong>sesperació m’estrangula el coll, la por ha<br />
envaït les meues cor<strong>de</strong>s vocals, que han perdut el so.<br />
“Atxim!” Obri els ulls, amb certa por i la tremolor <strong>de</strong> les parpelles. “Salut,<br />
ja l’has agafat, oi?”. Sí, això sembla- respon l’altra persona, la que suposadament<br />
havia esternudat. Aquelles dues persones i aquell lloc m’eren familiars. Em<br />
vaig glaçar. La sensació era extranya. Veure’m a mi mateix enfront <strong>de</strong> la llar d’infants<br />
<strong>de</strong> la meua filla era xocant. Allí estava jo, l’altre jo, l’alter ego, el jo passat,<br />
el meu fantasma…qui fóra. Va mirar-se els pantalons, palpant-se pels<br />
camals, tot buscant-se aquella maleïda tela. Finalment agafà el mocador <strong>de</strong> la<br />
butxaca amb parsimònia, i va <strong>de</strong>sdoblegar-lo mentre se l’emportava al nas. Què<br />
fas tu per ací, que no ha pogut vindre Maria?- exclamà Isabel, una dona d’allò<br />
més insuportable i feixuga. “No, mira. Coses <strong>de</strong>l treball”.<br />
Aquella rèplica meua alçà la vista buscant la menuda a l’eixida d’aquella atapeïda<br />
llar d’infants, on algunes mares escridassaven els xicons més <strong>de</strong>sobedients<br />
i d’altres petonejaven els seus fills. Va avançar cap a la porta d’eixida mirant tots<br />
44
els petits que corrien a passes curtes. Aquell autèntic xivarri l’angoixava i<br />
l’absència <strong>de</strong> la petita el <strong>de</strong>sesperava. De sobte va aparèixer la nena sol·licitada.<br />
Clàudia! Ací, sóc ací!- cridava el pare ja més relaxat. El somrís <strong>de</strong>latava la felicitat<br />
<strong>de</strong> la nena pel <strong>de</strong>scobriment <strong>de</strong>l pare. La petita, amb certa gràcia, caminava<br />
d’un mo<strong>de</strong> apresurat, però sense arribar a córrer.<br />
–Hola, guapa, em fas un petó?<br />
–Sí, pare. Mira què duc, mira quina pilota he guanyat a classe!<br />
– això a què és <strong>de</strong>u?<br />
–Doncs a un concurs que hem fet a classe, pare. Sortejaven la pilota i l’he<br />
guanyada.<br />
–Mira que n’ets d’afortunada, filla! Apa, anem a casa que és tard i vol ploure.<br />
Agafà la filla <strong>de</strong> la mà, es van allunyar <strong>de</strong> la mainada i la resta <strong>de</strong>ls pares i<br />
van enfilar el cantó d’aquell carrer. L’adult introdueix l’única mà que té lliure a<br />
l’interior <strong>de</strong>l seu anorak i en treu un paquet <strong>de</strong> cigars. Sosté la caixetilla amb la<br />
mà i extrau un cigarret ajudant-se amb els dits ín<strong>de</strong>x i cor. Solta <strong>de</strong> la mà la filla<br />
i aprofita per a agafar l’encenedor, iniciar aquell cigarret i embafar-se <strong>de</strong> fum.<br />
–El vici etern! Tu i la nicotina, Guillem. Tu i la nicotina!<br />
El pare i la filla s’esglaiaren i es van girar. Varen veure aquell home petit que<br />
coixejava <strong>de</strong> la cama esquerra. S’hi va acostar i saludà efusivament al seu vell amic.<br />
–Octavi, osti quina sorpresa! Què és <strong>de</strong> ta vida?<br />
–Mira, anem fent. Ara anava a l’oficina, ja he dinat i ara toca obrir. I tu què?<br />
–He eixit <strong>de</strong>l treball per buscar la menuda. La coneixies, no?<br />
Octavi s’acosta un poc més a la petita, s’ajup i la mira directament als ulls<br />
admirant-la. Acarona amb tendressa la cabellera <strong>de</strong> la nena i torna a dirigir-se<br />
al pare: “És clavada a sa mare, els mateixos ulls, oi?”.<br />
La conversa travada entre els adults conflueix cap un diàleg més fluït i<br />
intens. El pas <strong>de</strong>l temps <strong>de</strong> l’última trobada d’ençà ha obert la curiositat <strong>de</strong>l<br />
dos homes per saber l’un <strong>de</strong> l’altre, <strong>de</strong> les seus vi<strong>de</strong>s inhòspites. Clàudia <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>ix<br />
traure la pilota <strong>de</strong> la motxilla per jugar i <strong>de</strong>sfer-se <strong>de</strong> l’avorriment. El pare<br />
riu tot pegant un colp a l’espatlla <strong>de</strong> l’amic coix. La nena dóna els primers bots<br />
a la pilota sortejada hui. Octavi compta els dits <strong>de</strong> la seua mà dreta per indicar<br />
els anys que han passat <strong>de</strong>s que es van veure per última vegada. La menuda<br />
s’impacienta i tira <strong>de</strong>l braç al pare per cridar l’atenció, però no hi ha cap resposta.<br />
La conversa sembla infinita i cap acció podrà trencar-la. La pilota bota<br />
damunt <strong>de</strong>l peu dret <strong>de</strong> la nena i ix disparada per la força que duu. La nena es<br />
troba a les esquenes <strong>de</strong>l seu progenitor i xino-xano es dirigeix cap a l’esfèric,<br />
que a poc a poc agafa més velocitat. El pare comença a acabar amb la conversa<br />
que fa temps han iniciat amb ganes. La nena corre perque la pilota roda més<br />
ràpid. El pare s’acomiada amb una abraçada sincera, mentre Octavi respon<br />
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amb un cop suau i amistós al clatell: “Que vaja bé, Guillem”. La xiqueta es <strong>de</strong>splaça<br />
cap al pas <strong>de</strong> vianants, i gairebé ja té la pilota. El pare es gira, tot buscant<br />
a la seua filla, no la troba, a prop d’ell no està. La filla comença a creuar<br />
el pas <strong>de</strong> vianants, amb l’obsessió <strong>de</strong> recuperar el seu obsequi d’aquest matí.<br />
Un Volkswagen verd caqui canvia <strong>de</strong> carril, ja que un cotxe en doble fila no li<br />
<strong>de</strong>ixa una altra opció. El conductor <strong>de</strong>l Volkswagen se’n recorda <strong>de</strong> tots els<br />
familiars <strong>de</strong> l’home o la dona que s’ha <strong>de</strong>ixat el cotxe mal aparcat, i a l’uníson<br />
prem amb força l’accelerador. La petita ja ha recollit la pilota i torna a ser feliç.<br />
El pare ja ha vist a la seua filla i l’horror l’escanya. Clàudia! Clàudia! El conductor<br />
<strong>de</strong>l Volkswagen intenta frenar per a no endur-se aquella nena, però no és<br />
suficient. Clàudia ix disparada un metre per davant <strong>de</strong>l vehicle, <strong>de</strong>splaçada<br />
amb contundència fora <strong>de</strong>l pas <strong>de</strong> vianants. El pare corre amb les mans al cap,<br />
no pot traure els ulls d’aquell cos menut, estés a la via inmòbil i acompanyat<br />
pel soroll sord d’aquella maleïda pilota.<br />
No! Per què? Això va passar fa tres anys, ja ho he viscut, per què ho he <strong>de</strong><br />
tornar a veure. Tenia quatre anyets, era massa petita, no corresponia a tot allò<br />
que hom imagina alguna vegada en la seua vida, allò que tot pare pensa en<br />
silenci. Mai no hauria d’haver mort la meua filla abans que jo, aquell acci<strong>de</strong>nt<br />
va trencar el cicle <strong>de</strong> la vida. Primer moren els pares, <strong>de</strong>sprés els fills. No estava<br />
pas preparat per això, ningú no ho hauria estat. No podia plorar, <strong>de</strong> cap <strong>de</strong> les<br />
maneres, ni tan sols en silenci. Les llàgrimes no ixen, encara que ho <strong>de</strong>sitge amb<br />
totes les meues forces i tota l’empenta <strong>de</strong>l món. De mi no ix res. Jure que hauria<br />
donat la meua vida per la d’aquella menuda que tant estimava. Vull donarme<br />
cops contra la paret o qualsevol cosa que hi puga servir. Tirar-me <strong>de</strong>ls pèls<br />
fins a <strong>de</strong>ixar-me el cap nuu. Utilitzar tota la ràbia que puc acumular en els meus<br />
punys contra el meu cap, autolesionar-me una i altra vegada, tan sols colpejar,<br />
sense pensar en res més; <strong>de</strong>sfer-me <strong>de</strong> mi, i <strong>de</strong> pas acabar amb aquelles afliccions<br />
visuals. No puc, la situació no m’ho permet. Potser ja estic pagant per<br />
aquell error comés. Qui sap si no estic mort i això forma part <strong>de</strong> l’infern, o d’una<br />
espècie <strong>de</strong> preludi a l’horror que m’espera, l’avantsala al paradís <strong>de</strong> Satanàs. El<br />
meu <strong>de</strong>stí pels errors acumulats al llarg <strong>de</strong> la meua vida.<br />
“No fotis, Octavi!” Allà estava, novament, la còpia <strong>de</strong> la meua persona,<br />
asseguda junt a la barra d’un local. Es tractava d’un bar petit amb escassa<br />
il·luminació, acollidor, com acostuma a ser tot bar d’escassos metres quadrats.<br />
L’aparador <strong>de</strong> la barra mostrava l’absència d’aliments. El contingut <strong>de</strong> reposte-<br />
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ia és <strong>de</strong>cebedor: dos croissants poc apetitosos en una safata <strong>de</strong> plàstic. En una<br />
altra safata, un entrepà <strong>de</strong> pernil dolç té més bon aspecte que la reposteria. Els<br />
clients no saben que Marcela, la propietària i cambrera <strong>de</strong>l bar, una immigrant<br />
xilena, empastifa tots els seus entrepans amb oli d’oliva dos cops al dia. Els<br />
<strong>de</strong>utes l’escanyen i no li importa si ha d’oferir els àpats <strong>de</strong>l dilluns com si foren<br />
els d’avui. Tanmateix, la clientela mai no se n’ha queixat. Ara, tan sols hi ha dos<br />
homes <strong>de</strong> mitjana edat enraonant i rient en una <strong>de</strong> les tres taules que conformen<br />
el bar. “Ets molt informal, Octavi, no és la primera vegada que m’ho fas”<br />
Discutia pel mòbil, assegut en un tamboret i recolzat a la barra. La porta <strong>de</strong>l<br />
bar s’obrí i aparegué una jove mullada, petites gotes d’aigua li lliscaven pel rostre.<br />
Fora plovia a bots i barrals i el xip-xap <strong>de</strong> les gotes d’aigua que queien<br />
sobre els vidres <strong>de</strong>l local així ho verificava. La xica va saludar Marcela, li <strong>de</strong>manà<br />
un tallat i s’assegué al costat d’aquell home que gesticulava tant mentre parlava<br />
pel mòbil. “Sí, sí, tu i les teues disculpes. Apa, adéu” Guillem penjà el<br />
mòbil visiblement malhumorat i el <strong>de</strong>ixà junt a la cervesa que tenia. “Impresentable”<br />
mussità mentre agafava la cervesa, feia un glop i veia la jove que acabava<br />
d’arribar. A ella li va fer gràcia l’expressió d’ aquell jove i somrigué.<br />
Guillem estava veritablement empitat. Ell va mirar el rellotge <strong>de</strong> la paret d’enfront,<br />
es posà les mans al cap i exclamà: “A la merda el partit!” Marcela donà<br />
el tallat que li havia <strong>de</strong>manat la jove i se’n tornà a la caixa, on estava repassant<br />
els diners guanyats, i aprofità per a apujar el volum <strong>de</strong> la ràdio, ja que pràcticament<br />
no s’oïa. La xica que s’estava prenent el cafè, en escoltar el gemec <strong>de</strong><br />
qui tenia al costat s’hi va adreçar:<br />
–Hi arribes tard?<br />
–Com?<br />
–Al partit, no et queixaves <strong>de</strong>l partit?<br />
–Ah! Sí, sí…Bé, <strong>de</strong> fet ja no hi arribe…<br />
–Quina llàstima…Era important?<br />
–La veritat és que no, però per a mi tots ho són d’importants.<br />
–Homes…El futbol és la vostra religió.<br />
–Més que una religió jo diria que és un sentiment, o fins i tot una manera<br />
pràctica d’evadir-nos <strong>de</strong>ls problemes i les preocupacions…<br />
–Dit així, sona bé. Aleshores estem parlant d’un fenòmen filosòfic?<br />
Els dos per primera vegada van creuar les mira<strong>de</strong>s i rigueren. Els hi feia gràcia<br />
aquella conversa filosofo-esportiva tan absurda. Tratactaren espontàniament<br />
diversos i molts variats temes: l’amistat, els cotxes, el cinema ma<strong>de</strong> in<br />
Hollywood… No van ser massa minuts xerrant, però foren intensos i agradables,<br />
segons reflexava la cara d’ambdós. Ella mirà el rellotge i ràpidament s’acabà<br />
el cafè que li quedava al pòsit <strong>de</strong> la tassa. “Faig tard, xerrant se m’ha anat<br />
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l’hora” Deposità dos euros junt al cafè i s’acomiadà <strong>de</strong>l jove <strong>de</strong>sconegut que<br />
patia tant pel futbol:“Adéu-siau, molt <strong>de</strong> gust”. Guillem va respondre amb un<br />
somrís i clavà els seus ulls en els últims centilítres <strong>de</strong> cervesa d’aquell got que<br />
tenia davant. Escoltà com s’obri i es tancà la porta d’aquell bar i es queda pensatiu.<br />
Deixà dos euros a la barra, amb la cervesa encara per acabar, i agafà la<br />
jaqueta que estava al tamboret <strong>de</strong> la dreta. S’aixeca i ix corrent <strong>de</strong>l bar. Fora hi<br />
és ella, a punt <strong>de</strong> <strong>de</strong>splegar el seu paraigua per no mullar-se. Guillem, neguitós<br />
s’apropa a ella i li pregunta:<br />
–Disculpa, com et dius?<br />
Quins records! L’inici d’una <strong>de</strong> les etapes més precioses que he viscut mai.<br />
Aquell dia no succeí res. Ella em va donar el seu número, però no ens trucarem<br />
mai. Era molt tímid, i si no arriba a ser per la casualitat <strong>de</strong> trobar-nos en aquell<br />
bar una setmana <strong>de</strong>sprés no m’hauria enamorat d’aquella jove que acabaria<br />
sent la meua dona, Maria, i la mare <strong>de</strong> la meua filla. Les circumstàcies <strong>de</strong> la vida,<br />
els erros comesos per part <strong>de</strong>ls dos, un matrimoni prematur… Eren moltes les<br />
excuses que hi posava a la <strong>de</strong>sfeta d’aquest matrimoni que vàrem formar. No<br />
en sabia les causes, però sí les conseqüències. Després <strong>de</strong> la tràgica mort <strong>de</strong> la<br />
meua filla un torrent d’emocions negatives modificà els nostres caràcters, la<br />
nostra personalitat, tot. Ho canvià tot aquell acci<strong>de</strong>nt. El amor, les carícies, els<br />
petons, la passió, les converses, el tracte… La connexió que s’establí en aquell<br />
bar <strong>de</strong> mala mort amb ella minvà, fins que a poc a poc va <strong>de</strong>saparèixer. L’acci<strong>de</strong>nt<br />
ens furtà la nostra relació especial, <strong>de</strong> parella a parella. Feia dos mesos i<br />
cinc dies que ens havíem separat, i la meua vida no tenia sentit d’ençà. L’alcohol<br />
fins ara era el meu refugi, el meu nou company. Havia començat a perdre<br />
el control <strong>de</strong> ma vida. Tanmateix, el més greu <strong>de</strong> tot això era que sempre ho<br />
havia pensat però mai no s’ho havia dit: enyorava Maria.<br />
“Guillem, pendràs mal!” L’avi Francesc es trobava arropenjat en el tronc<br />
d’un roure, gaudint d’aquell matí amb el seu nét. El cel era clar, no hi ha havia<br />
cap núvol, i el silenci només era trencat pel seu nét, que amb la sonoritat <strong>de</strong> les<br />
vambes al trepitjar la gespa empipava l’avi Francesc, que volia fer una becaina<br />
anticipada. El petit Guillem empaitava una sargantana a corre-cuita per un petit<br />
pujol. “Guillem,vine ací, pardal”. El nen <strong>de</strong>sestimà continuar darrere la sargantana<br />
i es va dirigir fins a aquell roure on era l’avi. Guillem estava preocupat, el<br />
seu rostre així ho <strong>de</strong>ia:<br />
–Escolta, iaio Cesc, què et passa quan mors?<br />
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–I això a què ve? Doncs mira, no ho sé, però tampoc no tinc ganes <strong>de</strong> saberho.<br />
Ara, a la meua edat, sóc més feliç que mai. Sempre he tingut preocupacions<br />
més greus que la mort.<br />
–I què ocorre quan alguna persona que estimes mor?<br />
–Guillem, no has <strong>de</strong> pensar en aquestes coses, ets massa petit…En tot cas<br />
et diré que has <strong>de</strong> <strong>de</strong>ixar la mort o la pèrdua a un costat, no oblidar-te d’això<br />
però al mateix temps fer un camí paral·lel. Estima el que estàs vivint i no el que<br />
pots perdre. Gau<strong>de</strong>ix <strong>de</strong> les persones que encara viuen i són importants. Fes-me<br />
cas, a la meua edat un ha viscut en les seus pròpies carns moltes experiències,<br />
<strong>de</strong> bones i dolentes. De tot tipus.<br />
“Guillem Domènech i Estellés, té trenta-cinc anys…” I ara què? On sóc? És<br />
<strong>de</strong> nit; la lluna em dóna la benvinguda. Puc sentir les mans, les tinc, al igual que<br />
les altres extremitats i tot el meu cos! Sent unes molèsties a l’esquena i al muscle,<br />
i tinc cert regust <strong>de</strong> sang a la boca, potser ho imagine. Estic tombat, enmig<br />
<strong>de</strong>l carrer sobre una llitera. La llum <strong>de</strong> la lluna no és l’única <strong>de</strong>l moment, el llum<br />
d’una ambulància em confon, però la disposició volcada <strong>de</strong>l meu cotxe és un<br />
indici que m’indica què ha passat. “Hola, senyor Domènech, està d’enhorabona,<br />
pot donar les gràcies per ser viu. S’ha saltat un semàfor…Mire com ha quedat<br />
el seu vehicle…”<br />
No em fan falta més consells, jo tinc ben clar el que he <strong>de</strong> fer: “Si us plau,<br />
em pot donar un mòbil?” L’infermer dubta per un moment, però finalment trau<br />
un mòbil <strong>de</strong> la butxaca i m’ho acosta. Agafe el telèfon i teclege la combinació<br />
exacta <strong>de</strong> números que sempre duc al cap però mai no arribe a prémer. Una veu<br />
tendra em rep a l’altre costat <strong>de</strong> la línia telefònica. No es moment <strong>de</strong> dubtar:<br />
“Maria, disculpa per trucar-te a aquestes hores… Po<strong>de</strong>m parlar?”<br />
49
El alma <strong>de</strong> los lápices<br />
<strong>de</strong><br />
Sergio Buitrago Albarrán<br />
Seleccionado
A Pablo Guillén Chaparro, por su inestimable apoyo.<br />
Ahora sé que los mejores cuentos<br />
nunca aparecen en los libros.<br />
En medio <strong>de</strong>l puente, mi alma se <strong>de</strong>shizo <strong>de</strong>l letargo que embriaga a la <strong>de</strong><br />
los seres corrientes. Volví a renacer. Él, continuaba latiendo, cada vez más fuerte,<br />
como queriendo escaparse <strong>de</strong> la frágil cárcel en la que un niño <strong>de</strong> diez años<br />
lo envolvía. La brisa <strong>de</strong> marzo alborotaba mi pelo con sus suaves <strong>de</strong>dos, al igual<br />
que entonces, cuando corríamos campo a través mientras los rayos <strong>de</strong>l sol se<br />
<strong>de</strong>slizaban suavemente por nuestra piel. Íbamos al encuentro <strong>de</strong> la naturaleza y<br />
su amparo, como quien busca los brazos <strong>de</strong> una madre, perseguíamos su risa,<br />
su dulce melodía. Nos <strong>de</strong>jábamos querer.<br />
Ella nos abrazaba, a la espera <strong>de</strong> que nuestros juegos dibujasen sonrisas en<br />
aquellos rostros inocentes, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> ser iluminados por el alborozo. Mecía<br />
nuestras sombras en las aguas cristalinas <strong>de</strong> un río. Sabía que el juego forma<br />
parte <strong>de</strong> la naturaleza <strong>de</strong> los niños. Un niño que no juega, muestra a los cuatro<br />
vientos que no ha alcanzado su bienestar. Da igual que griten o se empujen, en<br />
todos los animales, siempre aparecen señales que indican que todo lo que ocurre<br />
es sólo un juego. En el caso <strong>de</strong> los humanos, esas señales son las sonrisas.<br />
Ahora sé que ella las buscaba con impaciencia.<br />
En aquella ocasión se quedó esperando. Mientras me alejaba, veía a los otros<br />
niños, bulliciosos y embriagados <strong>de</strong> emoción. De repente, un muchacho <strong>de</strong> aspecto<br />
famélico, algunos años menor que yo, apareció ante mí como un pirata <strong>de</strong> los<br />
mares <strong>de</strong>l sur que blandía torpemente su espada buscando intimidarme. Cuando ya<br />
52
estábamos muy cerca apunté y abrí fuego. Su sangre me salpicó la cara, mis manos<br />
y mi ropa. Asustado, cerré los ojos y salí corriendo hasta don<strong>de</strong> mis fuerzas me permitieron<br />
llegar. Caí redondo al suelo y cuando los pu<strong>de</strong> abrir yacía empapado en<br />
sangre y vómitos. Ella continuaba observándome. Cuando regresé a don<strong>de</strong> estaban<br />
el resto <strong>de</strong> soldados, el hombre <strong>de</strong> los ojos enrojecidos me saludó orgulloso.<br />
Aquella noche, en el silencio <strong>de</strong> la cochambrosa estancia <strong>de</strong>l cuartel, en la<br />
que dormíamos hacinados casi un centenar <strong>de</strong> niños como yo, comenzaron mis<br />
pesadillas y <strong>de</strong>svelos. Tenía miedo. En el vacío <strong>de</strong> aquella enorme oscuridad, me<br />
sentía más cerca <strong>de</strong> la muerte. Se hacía latente la fragilidad con la que los seres<br />
humanos nos enfrentamos a ella. Me atormentaban a<strong>de</strong>más, las crueles vivencias<br />
que se aferraban a mi alma. Fue aquella noche cuando escuché por primera<br />
vez un llanto ahogado, cercano y casi imperceptible, que noche tras noche,<br />
no cesaba hasta el amanecer y en nada me ayudaba a conciliar el sueño.<br />
Era frecuente que al comienzo <strong>de</strong> algunas noches, aquel hombre <strong>de</strong> ojos<br />
enrojecidos por la furia, la cocaína y la pólvora, nuestro capitán, irrumpiera en<br />
la estancia. Dos noches <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que escuchara por primera vez aquel llanto<br />
ahogado, apareció <strong>de</strong> madrugada. Una vez más se tambaleaba <strong>de</strong> lado a lado.<br />
Completamente borracho era incapaz <strong>de</strong> mantener el equilibrio y daba unas<br />
voces que rara vez eran comprensibles. Se dirigió hacia el fondo <strong>de</strong> la sala, en<br />
don<strong>de</strong> yo me encontraba. Al pasar por la cama <strong>de</strong> al lado a la mía, vio a aquel<br />
niño envuelto en lágrimas ahogadas y lanzó un grito <strong>de</strong> espanto, con el que<br />
<strong>de</strong>spertó a los <strong>de</strong>más sobresaltadamente. Se digirió a él con un tono <strong>de</strong> voz muy<br />
bajo y con macabra dulzura le dijo:<br />
–¿Qué te ocurre pequeñín? ¿Tienes miedo? –Le golpeó repentinamente, gritando<br />
enfurecido: ¡Esto no es un soldado! –Ahora, con un tono <strong>de</strong> voz mucho<br />
más bajo pero lleno <strong>de</strong> sorna, volvió a la carga: ¡ah!, ya sé lo que te pasa. Tienes<br />
miedo, ¿verdad?<br />
En ese momento, el muchacho se encogió <strong>de</strong> dolor y miró atemorizado al<br />
capitán. Éste se le acercó aún más, le propinó otro golpe que ésta vez teñiría su<br />
cara <strong>de</strong> malva y comenzó a reír. Siempre reía a carcajadas a la vez que alguna<br />
lágrima se escapaba muy sutilmente <strong>de</strong> aquellos ojos enrojecidos. Algunas<br />
veces podría haber jurado que iba a arrancar a llorar como un niño, pero siempre<br />
me sorprendía con una escandalosa risa.<br />
Por el día era otra persona. Serio, con tono <strong>de</strong> voz uniforme, como si no<br />
recordase nada <strong>de</strong> lo que ocurría en aquellas noches, nos adiestraba para el<br />
53
combate. Incluso se podría <strong>de</strong>cir que dirigía nuestro ejército <strong>de</strong> forma casi<br />
magistral. Le encantaba lo que hacía y parecía disfrutar con ello. Ahora, en<br />
medio <strong>de</strong> la penumbra, se dirigió a todos gritando:<br />
–¡Ya no sois niños!, ¡para haceros hombres tenéis que borrar la niñez <strong>de</strong><br />
una asquerosa vez! En el mundo no estamos para llorar, sino para combatir –y<br />
murmurando añadió– Pero tranquilos, ya estoy yo aquí para enseñaros que la<br />
vida es un infierno.<br />
Entonces volvió a callarse, esta vez su silencio duró más tiempo. Reparó en<br />
mí y con voz pausada, <strong>de</strong> forma que todo el mundo pudiera escucharlo, me dijo:<br />
–Tú que sí eres un buen soldado. Si no te <strong>de</strong>ja dormir, acaba con él. Tienes<br />
mi permiso. De nuevo rió a carcajadas mientras se marchaba tambaleándose <strong>de</strong><br />
un lado a otro <strong>de</strong> la sala. El niño <strong>de</strong> las lágrimas ahogadas se orinó encima.<br />
La siguiente noche aguanté nuevamente su llanto ahogado, pero a la siguiente<br />
ya no pu<strong>de</strong> más. Esperé a que todos durmieran y en el momento preciso, siendo<br />
lo más sigiloso que pu<strong>de</strong>, bajé <strong>de</strong> mi cama. De manera fría y calculadora, me<br />
dirigí hacia aquel muchacho que <strong>de</strong> nada conocía, dispuesto a callarlo <strong>de</strong> una<br />
vez por todas. No me escuchó llegar. Al verlo, encogido y envuelto nuevamente<br />
en lloros, una extraña sensación se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí. Me acerqué cuidadosamente.<br />
Él, nada más notar mi presencia en la oscuridad, se asustó tanto, que estuvo<br />
a punto <strong>de</strong> soltar un grito que yo llegué a evitar, tapando su boca con una <strong>de</strong><br />
mis manos. Él se mostraba dócil y no oponía ninguna resistencia. Me miró. Sonreí.<br />
Le sequé las lágrimas con la mano que me quedaba libre y volví a mi cama.<br />
No volví a escucharle llorar. En la madrugada siguiente fue él quien se acercó<br />
a mí. Tembloroso, me <strong>de</strong>jó un libro al lado <strong>de</strong> mi cama y se marchó. Yo no<br />
salía <strong>de</strong> mi asombro a la vez que lo ojeaba. No sabía aún leer <strong>de</strong>l todo bien, pero<br />
me fui a<strong>de</strong>ntrando poco a poco en aquellas historias que emanaban <strong>de</strong>l particular<br />
botín <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> aquel extraño soldado y que quiso compartir conmigo.<br />
Me alejaban <strong>de</strong>l infierno en el que habitaba por las madrugadas. A la siguiente<br />
noche volvió a visitarme. Pu<strong>de</strong> escuchar su voz temblorosa a la vez que me ofrecía<br />
un nuevo libro:<br />
–Toma. Éste es el último que tomé prestado.<br />
–¿Que robaste, quieres <strong>de</strong>cir?, respondí yo. vi su rostro apesadumbrado. No<br />
contestó nada. Justo cuando se disponía a volver a su cama, le pregunté:<br />
–¿Por qué haces esto?<br />
–Para ayudarte a que te entretengas.<br />
Sin darme tiempo a respon<strong>de</strong>r sacó un lápiz y me preguntó él a mí:<br />
–¿Sabes dibujar?<br />
54
Rápidamente, sin darme tiempo a reaccionar, tomó el libro <strong>de</strong> la noche anterior,<br />
buscó una página en blanco y comenzó a dibujar.<br />
No volví a tener pesadillas durante las siguientes noches. Recuerdo que cada<br />
madrugada, cuando empezaban mis <strong>de</strong>svelos él venía a mi cama, se sentaba a<br />
mi lado, buscaba un hueco en blanco en cualquiera <strong>de</strong> los muchos libros que<br />
me hizo llegar y se ponía a dibujar. El amanecer nos <strong>de</strong>scubría inmersos en fascinantes<br />
aventuras que contábamos entre susurros como si las hubiésemos vivido<br />
y que ocupaban mi cabeza <strong>de</strong>sterrando a los fantasmas que solían morar en<br />
ella. Una noche, con una voz solemne y vestida <strong>de</strong> latente emoción me dijo:<br />
–Te voy a contar mi secreto: ¡los lápices tienen alma!<br />
–¡Como van a tener alma, si no tienen ni siquiera vida! Respondí, algo<br />
molesto por escuchar semejante tontería.<br />
–¡Que sí! ¡que sí que es verdad!<br />
Buscó nuevamente un hueco en blanco en uno <strong>de</strong> aquellos libros, me tendió<br />
el lápiz y me dijo.<br />
–Te enseñaré el secreto. Prueba a no pensar en nada y ponte a dibujar. Verás<br />
como dibuja lo que él quiere.<br />
–¡No digas tonterías!<br />
Tomó el lápiz y se puso nuevamente a dibujar. No lo hacía nada mal. Ésta<br />
vez se dibujó abrazando a su madre y me dijo visiblemente nervioso.<br />
–¡Fíjate! Esto lo ha hecho él, ¡lo ha hecho el lápiz! ¡prueba tú! ¡prueba! Te<br />
diré una cosa más. ¿Sabes que existe el paraíso?, prueba a dibujarlo con un<br />
lápiz y su alma te dirá como pue<strong>de</strong>s alcanzarlo. Toma ¡Te regalo el lápiz! Y sin<br />
darme tiempo a respon<strong>de</strong>r volvió a su cama.<br />
Al rato, únicamente por hacer caso a sus casi súplicas, tomé el lápiz y busqué<br />
un papel en blanco en uno <strong>de</strong> aquellos libros. Sin pensar en nada más, me<br />
puse a dibujar. Me ruborizó el ver lo que había dibujado: dos niños sonriendo a<br />
la luz <strong>de</strong> la luna, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> libros y lápices. Rápidamente me guardé el lápiz<br />
y me entregué al último sueño <strong>de</strong> la noche. Aunque fue algo más perezoso que<br />
otras veces, no tardó en llegar.<br />
A la siguiente mañana, mientras me perdía en los recuerdos más recientes,<br />
cesó súbitamente el estruendo provocado por el traqueteo <strong>de</strong> los tablones <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra, mal ajustados, <strong>de</strong>l viejo camión que nos llevaba al frente un día más.<br />
55
El vehículo se <strong>de</strong>tuvo ante un pequeño puente. El capitán hizo <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l<br />
camión al niño <strong>de</strong> los llantos ahogados y le or<strong>de</strong>nó que lo atravesara él primero,<br />
para comprobar que no estaba minado. Me ruboricé, cuando <strong>de</strong> forma inesperada,<br />
sentí como se me encogía el corazón. Casi llegué a gritarle que no lo<br />
hiciera, pero volví a ser tan cobar<strong>de</strong> como el día en el que me arrancaron <strong>de</strong> mi<br />
casa y sólo acerté a escon<strong>de</strong>rme <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama. Todos observamos expectantes<br />
y en silencio como se a<strong>de</strong>ntraba aquel niño, temblando, entre el posible<br />
campo <strong>de</strong> minas. El capitán parecía disfrutar con una especie <strong>de</strong> mueca que<br />
podría confundirse con una sonrisa. Mis ojos se llenaron <strong>de</strong> bruma. Salí corriendo<br />
y me abracé a él. En aquel momento, en medio <strong>de</strong>l puente, la brisa <strong>de</strong> marzo<br />
se llevó aquello que fui. Mi alma <strong>de</strong>spertó. Aturdidos por todos los sentimientos<br />
que <strong>de</strong> repente empezaron a nacer, y sin soltarnos, con pasos cuidadosos,<br />
avanzamos juntos hacía el otro extremo <strong>de</strong>l puente. Lo logramos alcanzar a<br />
pesar <strong>de</strong>l creciente temblor <strong>de</strong> nuestras piernas.<br />
Des<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong>l puente, el vehículo reanudó la marcha. Al llegar a<br />
nosotros se <strong>de</strong>tuvo <strong>de</strong> nuevo y <strong>de</strong>scendió <strong>de</strong> él, el hombre <strong>de</strong> los ojos enrojecidos.<br />
Nos miró embelesado mientas comenzó a reírse a carcajadas y una lágrima<br />
asomó tímidamente por uno <strong>de</strong> sus ojos. Un sudor frío me recorrió la piel, el<br />
corazón continuaba queriendo <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> su frágil envoltorio. Estábamos<br />
sólo los tres al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> un camino <strong>de</strong> tierra. Nos or<strong>de</strong>nó que le siguiéramos y<br />
nos alejamos unos metros. Miré al niño <strong>de</strong> los llantos ahogados. Otra vez había<br />
vuelto a llorar. Ambos teníamos el miedo asomando por nuestras pupilas. El<br />
capitán me dio un revolver, sacó el suyo, me apuntó a la sien, y agarrándome<br />
con fuerza me dijo:<br />
–Mata ahora mismo a tu amiguito o te mato yo a ti.<br />
Los ojos se me llenaron <strong>de</strong> lágrimas, un sudor frío me recorrió toda la espalda.<br />
Volví a escuchar su llanto y al capitán que se dirigió a él esta vez:<br />
–Si te vas corriendo te <strong>de</strong>jo libre y lo mato a él. ¡huye!. Podrás volver a tu<br />
casa y saldrás <strong>de</strong> aquí –casi suplicando le repitió: ¡Vete!, ¡vete!<br />
Nadie se movió <strong>de</strong> aquel lugar. Escuché como el hombre <strong>de</strong> los ojos enrojecidos<br />
cargó su revolver mientras me dijo:<br />
–¡Venga mátalo! o te vuelo la tapa <strong>de</strong> los sesos.<br />
Encontré oculto en uno <strong>de</strong> mis bolsillos el lápiz que me regaló el niño <strong>de</strong> los<br />
llantos ahogados. Lo apreté con fuerza. Me aferré a él. En aquel momento lo<br />
entendí todo. Los lápices tienen alma. Un alma tan sigilosa y respetuosa que<br />
<strong>de</strong>ja asomar a la nuestra. El paraíso existe, e incluso en los lugares más hostiles<br />
es posible alcanzarlo, aunque sólo sea por algunos momentos. Yo lo dibujé en<br />
56
una <strong>de</strong> aquellas noches en las que, ahora lo sé, vivía en él. A través <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong><br />
los lápices po<strong>de</strong>mos ver todo aquello que nos acerca y aleja <strong>de</strong>l paraíso. Un<br />
alma que naufraga entre sentimientos viles, siempre se alejará <strong>de</strong>l paraíso y<br />
nunca <strong>de</strong>spertará <strong>de</strong> su letargo.<br />
No pu<strong>de</strong>. El revolver se <strong>de</strong>slizó suavemente entre mis manos y cayó al suelo,<br />
entonces el capitán giró el suyo y apuntó al niño <strong>de</strong> los llantos ahogados. Escuché<br />
un estruendo. Él se <strong>de</strong>splomó y cayó al suelo. Corrí a por él y lo cogí en mis<br />
brazos mientras aquella vez fui yo el que, por primera vez, lloró a lágrima viva.<br />
Aún respiraba, me sonrío. Otro impacto más <strong>de</strong> bala. Su corazón ya no latía.<br />
Reinaba un silencio abrumador. Le besé la frente y me abracé nuevamente a él.<br />
El hombre <strong>de</strong> los ojos enrojecidos lloró. Se secó furioso las lágrimas y con voz<br />
entrecortada me or<strong>de</strong>nó:<br />
–¡Vuélvete al camión!, ¡no tenemos todo el día!<br />
Pobre <strong>de</strong>sgraciado. Nunca alcanzará el paraíso.<br />
57
El Señor Diputado<br />
<strong>de</strong><br />
Jesús Cano Martínez (Nino Rippi)<br />
Seleccionado
El grupo <strong>de</strong> políticos y políticas <strong>de</strong> la oposición se encontraba <strong>de</strong> asueto<br />
junto al chiringuito; distendidos, locuaces, sonrientes. Digo políticos y políticas,<br />
citando los dos géneros (innecesarios según la más pura norma gramatical <strong>de</strong>l<br />
español), porque hasta las filas opositoras había llegado la costumbre progre<br />
proveniente <strong>de</strong> la filas <strong>de</strong> enfrente <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir eso <strong>de</strong> ciudadanos y ciudadanas,<br />
españoles y españolas, y así por el estilo. Por qué no –pensaban–, si se suele<br />
<strong>de</strong>cir por cortesía aquello tan clásico <strong>de</strong> señoras y señores… Con lo que no tragan<br />
es con lo <strong>de</strong> miembros y miembras, que dijo aquella diputada por Cádiz,<br />
profesora <strong>de</strong> lengua castellana como era. No se sabe si por ser la ex <strong>de</strong>l otrora<br />
adversario político influyente, por manifestarse como radical feminista, o porque<br />
no entendieron la chirigota (y eso que se encuentran en la patria chica <strong>de</strong><br />
esta broma, cuchufleta o chanza con que se burla uno alegremente <strong>de</strong> algo o<br />
<strong>de</strong> alguien, sin <strong>de</strong>sprecio ni intención ofensiva).<br />
Allí en el chiringuito, con el martini en una mano y en la otra el móvil –pásalo–<br />
matan su tedio, rematan el tiempo muerto, con el ejercicio <strong>de</strong> su más divertido<br />
pasatiempo: meterse con el gobierno. No <strong>de</strong> la manera formal que utilizan<br />
durante el periodo <strong>de</strong> sesiones, como es su obligación sagrada, sino informal y<br />
graciosamente; que se note que están <strong>de</strong> vacaciones cuando otros (tantos, cada<br />
vez más) están <strong>de</strong> paro forzoso. Al Señor Diputado, en mangas <strong>de</strong> camisa, con<br />
las mismas remangadas y sin corbata, acodado en la barra bajo el entoldado,<br />
mientras admira los cuerpos gráciles, bronceados y brillantes <strong>de</strong> dos jovencitas<br />
en top less jugando al balón <strong>de</strong> agua don<strong>de</strong> la arena es besada por las suaves<br />
ondas marinas, se le oye <strong>de</strong>cir:<br />
–Momentos antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Madrid, <strong>de</strong>cía yo al Presi<strong>de</strong>nte: “Ésa que uste<strong>de</strong>s<br />
siguen es una política <strong>de</strong> aventuras; y ciegos están si no ven que con ella<br />
está el país al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> un abismo… El país no quiere utopías: el país quiere<br />
hechos prácticos; el país quiere reformas tangibles y beneficiosas; el país quiere<br />
economías positivas; y uste<strong>de</strong>s, para correspon<strong>de</strong>r a sus justos anhelos, le dan<br />
la dictadura en la hacienda, el caos en la política y el <strong>de</strong>sconcierto en todo”.<br />
60
Del uno y otro lado <strong>de</strong>l inalámbrico se oían los bravos <strong>de</strong> su interlocutor o<br />
interlocutora y <strong>de</strong> los que les siguen aquí, <strong>de</strong> sus mismas i<strong>de</strong>as políticas, que es<br />
como una corte que le sigue a todos lados, como una claque para aplaudir y<br />
jalear al lí<strong>de</strong>r. Así, con este sencillo ejercicio, y a sabiendas <strong>de</strong> que estaba siendo<br />
grabado por varias cámaras <strong>de</strong> televisión afines, que pasaban por la playa<br />
casualmente, se ejercita Su Excelencia en los meses <strong>de</strong> estío, por no per<strong>de</strong>r la<br />
costumbre <strong>de</strong> opositar, para paliar su hastío. No se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que sea un tiempo<br />
<strong>de</strong> asueto; no enteramente, por lo tanto.<br />
–Porque, señores (y señoras): los hombres que hemos adquirido la experiencia<br />
<strong>de</strong>l gobierno con amargos <strong>de</strong>sengaños, <strong>de</strong>bemos al país toda la verdad,<br />
todo el esfuerzo <strong>de</strong> nuestro patriotismo acrisolado. Por eso, si en el Parlamento,<br />
como toda Europa ha visto, fui implacable con los hombres <strong>de</strong> la situación,<br />
lo fui mucho más, lo estoy siendo todos los días, en el terreno <strong>de</strong> mis personales<br />
relaciones con todos ellos ¿O no?<br />
Posteriormente, cuando al finalizar el largo y cálido verano, se le hiciera al<br />
lí<strong>de</strong>r opositor esa obligada entrevista pos-vacacional por esas mismas televisiones<br />
afines que pasaban por allí casualmente, le preguntarán:<br />
–Y díganos Su Excelencia, ¿qué libro ha leído usted durante estas merecidísimas<br />
vacaciones?<br />
Y el lí<strong>de</strong>r contestará:<br />
–Yo, que siempre admiré a D. José María <strong>de</strong> Pereda, he releído dos libritos<br />
que les aconsejo a uste<strong>de</strong>s muy fervientemente: Escenas montañesas, y Tipos<br />
trashumantes, don<strong>de</strong> el querido escritor nos <strong>de</strong>leita con sus cuadros costumbristas<br />
y cuentos <strong>de</strong>liciosos.<br />
Y a cierta joven y sagaz periodista, a la que su periódico la ha enviado a<br />
hacer méritos siguiendo al personaje, no se le escapa que el discursito <strong>de</strong> Su<br />
Excelencia, aparecido en todos los telediarios aquel día <strong>de</strong>l pasado agosto,<br />
mientras en el azul cielo <strong>de</strong> fondo revoloteaban unas gaviotas coreando la <strong>de</strong>spreocupada<br />
conversación con sus graznidos <strong>de</strong> gloria, ¡estaba copiado!, coma<br />
a coma hasta el punto final, <strong>de</strong> cierto personaje trashumante <strong>de</strong>l librito que<br />
Pereda escribiera, nada menos que en 1877; según recordaba ella <strong>de</strong> sus ejercicios<br />
<strong>de</strong> escuela, para ridiculizar el énfasis y la vanagloria. “¡Parece que fue<br />
ayer!” –dice para sí, con un leve suspiro <strong>de</strong> resignación y una pícara sonrisa <strong>de</strong><br />
complicidad.<br />
Y es que a nuestra actual Excelencia, le cuadra tan bien Su Excelencia <strong>de</strong>cimonónica,<br />
que hasta en arremangadas mangas <strong>de</strong> camisa parece que lleve levita<br />
y bimba; sus rasgos añejos, su aire <strong>de</strong> hombre antiguo con chaleco y chapines<br />
no le ayuda a su pretendida y forzada mo<strong>de</strong>rnidad. Nada ha cambiado bajo el<br />
sol agosteño. Hasta las gaviotas parecen las mismas. ¿O no?<br />
61
El círculo<br />
<strong>de</strong><br />
Antonio Marco Sabater<br />
Seleccionado
No puedo aguantar más, no soporto ni un día más viviendo así.<br />
Lo he intentado con terapia, pastillas, incluso ingenuo <strong>de</strong> mí, llegué a creer<br />
en la religión con tal <strong>de</strong> apartar ese pensamiento <strong>de</strong> mi cabeza. Uste<strong>de</strong>s se pue<strong>de</strong>n<br />
reír, incluso <strong>de</strong>cir “qué loco” pero ojalá uste<strong>de</strong>s nunca lleguen a usar un<br />
cilicio, no por fé, sino para olvidar un rostro.<br />
La tenían que haber conocido, viva me refiero, era la chica más atractiva<br />
que había visto jamás. Era guapa, simpática y dulce, en <strong>de</strong>finitiva, tenía todo<br />
lo que yo buscaba en una mujer. La conocí un par <strong>de</strong> años atrás cuando ella<br />
se trasladó al edificio don<strong>de</strong> vivía. Des<strong>de</strong> ese momento sólo pensé en estar<br />
con ella, en abrazarla, quererla, darle mi vida. Así que, empecé a forzar situaciones<br />
para coincidir con ella en el rellano (pasaba horas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la mirilla),<br />
me apunté a su gimnasio e incluso pedí una exce<strong>de</strong>ncia en el trabajo<br />
para po<strong>de</strong>r pasar más tiempo en casa. ¿Y saben qué conseguí? Nada. Pasotismo,<br />
indiferencia y en los últimos días incluso llegó a evitarme. Pero todo<br />
esto se acabó…<br />
Iba a ser mía, o mejor dicho, no iba a ser <strong>de</strong> nadie. Lo tenía todo pensado,<br />
era jueves, ella fue a hacer la compra <strong>de</strong> la semana, así que, me duché,<br />
me afeité, me puse guapo y me dirigí a la mirilla. A las 18:07 el ascensor se<br />
<strong>de</strong>tuvo y salió ella totalmente cargada <strong>de</strong> bolsas. En ese momento abrí la<br />
puerta, fingiendo que esperaba visita, y me dispuse a ayudarla. Ella evi<strong>de</strong>ntemente<br />
aceptó –¿ahora sí me aceptas, verdad zorra?– pensaba yo. Cogí cuatro<br />
bolsas y esperé tras ella a que abriese la puerta <strong>de</strong> su casa. Entramos, olía<br />
tanto a ella que un escalofrío recorrió mi cuerpo e hice verda<strong>de</strong>ros esfuerzos<br />
para no <strong>de</strong>sfallecer. Dejé las bolsas y justo cuando se volvió para darme las<br />
gracias, la agarré <strong>de</strong>l cuello con mis fuertes manos y apreté, apreté tanto que<br />
me hice daño. Me gustó notar cómo iba perdiendo la vida, cómo poco a<br />
poco, sus fuerzas disminuían y su respiración se acababa, mientras me miraba<br />
con esa expresión que mezclaba terror y asfixia. Nunca, en toda mi vida,<br />
me había sentido tan po<strong>de</strong>roso.<br />
64
Al minuto murió, la <strong>de</strong>jé caer al suelo y me quedé mirándola mientras me<br />
fumaba un cigarro. La verdad es que no era tan guapa, la verdad es que muerta<br />
era bastante normal.<br />
Apuré las últimas caladas <strong>de</strong>l cigarro y salí <strong>de</strong> allí. Entré en mi casa, cogí el<br />
teléfono y llamé a la oficina para anunciar que, al día siguiente, me reincorporaba<br />
<strong>de</strong> nuevo.<br />
65
Reinventar la realidad<br />
<strong>de</strong><br />
Ana Martín Tomás-Biosca<br />
Seleccionada
Selma corría <strong>de</strong>scalza por la nieve. Sus pies empezaban ya a acusar los efectos<br />
que esta nueva huída invernal traía consigo.<br />
Si tuviera zapatos, se los habría puesto.<br />
Corría porque no aguantaba más. Corría porque, en lo más profundo <strong>de</strong> su<br />
ser, su alma <strong>de</strong> niña quería creer que si corría mucho en dirección opuesta a la<br />
fuente <strong>de</strong> su sufrimiento, podría darse la vuelta un minuto más tar<strong>de</strong> y <strong>de</strong>scubrir<br />
la realidad cambiada a su favor.<br />
Quería creer que su casa era una señora disfrazada <strong>de</strong> casa pobre, que las<br />
pocas tablas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra podrida que aún la mantenían en pie eran, en realidad,<br />
la ajada falda <strong>de</strong>l disfraz. Quería creer que las tejas astilladas <strong>de</strong>l tejado eran las<br />
lentejuelas <strong>de</strong>l vestido y que el musgo, el moho, la hiedra y las telarañas infinitas<br />
eran los adornos <strong>de</strong> su pelo.<br />
Quería… pero no podía.<br />
La pobreza (y esto no lo quería creer, sino que lo consi<strong>de</strong>raba una verdad absoluta)<br />
era un plato más en el gran menú <strong>de</strong> la vida y a Selma se lo habían servido sin<br />
que ella lo pidiera. De pequeña, cuando los pocos años <strong>de</strong> experiencia aún le permitían<br />
abstraerse <strong>de</strong> la realidad e incluso reinventarla por completo, creía que la mala<br />
suerte que había tenido era culpa <strong>de</strong> un camarero loco que había hecho mal el<br />
reparto, y estaba <strong>de</strong>cidida a arreglar cuentas con él en cuanto fuera un poco mayor.<br />
Pero pasaron los años… Cada año igual que el anterior, como si jugaran a<br />
imitarse, como si el tiempo fuera una eterna rueda estropeada que se divertía<br />
girando siempre en la misma dirección; y Selma se dio cuenta <strong>de</strong> que no existía<br />
tal camarero, <strong>de</strong> que ese plato había estado allí mucho antes <strong>de</strong> que ella viniera<br />
al mundo y <strong>de</strong> que sus abuelos ya habían probado los amargos tragos que<br />
éste proporcionaba. Así pues, tan sólo les quedaba la ilusión <strong>de</strong> endulzarlo un<br />
poco, algunos días, con una tableta <strong>de</strong> chocolate alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la vieja chimenea,<br />
o con el calor <strong>de</strong> una manta hecha <strong>de</strong> retales.<br />
“No le pidas a la vida más <strong>de</strong> lo que te da, porque pue<strong>de</strong> que te quite todo<br />
lo que tienes”, <strong>de</strong>cía su abuelo.<br />
68
Un trueno la sacó <strong>de</strong>l ensimismamiento y la <strong>de</strong>volvió tiritando a la pura realidad.<br />
La lluvia torrencial se llevó consigo los últimos vestigios <strong>de</strong> su alma <strong>de</strong><br />
niña, esos que un momento atrás le habían permitido <strong>de</strong>leitarse por última vez<br />
con la tóxica dulzura <strong>de</strong> unos sueños inalcanzables. Volvió la vista atrás, hacia<br />
la casa, sabiendo que los sueños no se cumplen en esa parte <strong>de</strong>l mundo, mostrando<br />
en el gesto quizá un brote <strong>de</strong> rebeldía, al no negarse <strong>de</strong>l todo a creer en<br />
ellos. Pero la imagen distorsionada que le <strong>de</strong>volvió la cortina <strong>de</strong> lluvia era la<br />
misma <strong>de</strong> siempre.<br />
Casi <strong>de</strong>snuda, sobre la nieve, pero bajo la lluvia, alcanzó a ver un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong><br />
luz en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque. Se acercó un poco y la luz <strong>de</strong> un relámpago iluminó<br />
una forma cúbica hecha <strong>de</strong> troncos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra perfectamente entrecruzados unos<br />
con otros, <strong>de</strong> forma que casi no había espacio entre ellos. Selma pensó que si las<br />
pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su casa fueran así, no pasarían tanto frío en invierno y vio en ese montículo<br />
<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra la justificación perfecta a su repentina huída. “He ido a buscar<br />
leña”, se imaginó a sí misma <strong>de</strong>cir ante la mirada acusatoria <strong>de</strong> su madre.<br />
Caminó hacía allí, comenzando a tensar los músculos, preparándose para<br />
recibir el peso <strong>de</strong> esa leña tan oportuna que se presentaba en forma <strong>de</strong> cubo.<br />
Sin embargo, cuando se arrodilló ante la ma<strong>de</strong>ra, haciendo caso omiso <strong>de</strong> las<br />
cuchilladas que el hielo le clavaba sin piedad, se dio cuenta <strong>de</strong> que el <strong>de</strong>stello<br />
<strong>de</strong> luz que había creído imaginar anteriormente provenía <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong> ese<br />
objeto <strong>de</strong> forma cúbica. Así, <strong>de</strong> rodillas, la parte más alta quedaba a la misma<br />
altura que su cabeza, <strong>de</strong> modo que tuvo que ponerse en pie para po<strong>de</strong>r asomarse<br />
a lo que resultó ser un agujero perfectamente cilíndrico, don<strong>de</strong>, con<br />
seguridad, había habido otro tronco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra anteriormente. Acercó la cara a<br />
la ma<strong>de</strong>ra hasta quedar totalmente sumergida en la oscuridad. Una oscuridad<br />
insondable que olía a humedad y a <strong>de</strong>samparo.<br />
Selma se quedó ahí, temblando <strong>de</strong> frío y <strong>de</strong> miseria al mismo tiempo, con la<br />
cara pegada al agujero, agarrándose como un animal a la pared <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para<br />
no resbalarse y caer, quién sabe si en la nieve o en el infinito agujero que, seguro,<br />
llegaba hasta las mismísimas entrañas <strong>de</strong> la tierra.<br />
Entonces, una luz tembló en lo más hondo <strong>de</strong>l cubo.<br />
Primero, fue tan sólo una pequeña chispa, un débil parpa<strong>de</strong>o. Un intento <strong>de</strong><br />
luz que se apagaba y se encendía, se apagaba y se encendía, se apagaba… y se<br />
volvía a encen<strong>de</strong>r.<br />
Una ola <strong>de</strong> calor recorrió el entumecido cuerpo <strong>de</strong> Selma, que sintió cómo<br />
el frío, que hasta hace un momento formaba parte incluso <strong>de</strong>l tuétano <strong>de</strong> sus<br />
huesos, se transformaba en una cálida brisa <strong>de</strong> verano que <strong>de</strong>rretía la escarcha<br />
que ro<strong>de</strong>aba el cubo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, haciendo más difícil la tarea <strong>de</strong> no resbalarse<br />
<strong>de</strong> una vez por todas.<br />
69
Selma sólo tenía ojos para aquella esfera <strong>de</strong> luz dorada que había conseguido<br />
darle más calor que el que nunca le había dado una tar<strong>de</strong> entera envuelta<br />
en su manta <strong>de</strong> retales junto a la chimenea.<br />
De pronto, todo volvió a quedar oscuro y el frío volvió con más fuerza que<br />
nunca. Selma hundió aún más la cabeza en el agujero y palpó <strong>de</strong>sesperadamente<br />
la ma<strong>de</strong>ra en busca <strong>de</strong> la esfera. La encontró en lo más hondo <strong>de</strong>l agujero.<br />
Con sumo cuidado la ro<strong>de</strong>ó con sus manos y la sacó <strong>de</strong>l agujero. Había <strong>de</strong>jado<br />
<strong>de</strong> llover y un tímido rayo <strong>de</strong> sol atravesó la esfera. Instintivamente, la abrazó,<br />
protegiéndola <strong>de</strong>l sol, como si temiera que un exceso <strong>de</strong> luz pudiera hacer que<br />
estallara en mil pedazos. La esfera se iluminó al contacto <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> Selma,<br />
que entró <strong>de</strong> nuevo en calor y quedó atónita al ver que la nieve que ro<strong>de</strong>aba<br />
sus pies se estaba <strong>de</strong>rritiendo. Tuvo que volver corriendo a la casa para no hundirse<br />
en los charcos que la esfera iba <strong>de</strong>jando en cada sitio que pisaba.<br />
Cuando por fin llegó a la casa, subió corriendo la escalera <strong>de</strong> mano que llevaba<br />
a su cama y buscó entré la paja y las mantas raídas por las polillas un<br />
hueco seguro don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar la esfera. Desprendía tanto calor que Selma tenía<br />
miedo <strong>de</strong> que la paja se prendiera fuego y la casa explotara en un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong><br />
luz que parecía <strong>de</strong> otro mundo. Pero comprobó que la esfera sólo se encendía<br />
al contacto <strong>de</strong> su cuerpo, <strong>de</strong> modo que la enterró bajo un poco <strong>de</strong> paja y cubrió<br />
el bulto con la manta más gruesa que tenía.<br />
Los primeros días no le encontró más utilidad que la <strong>de</strong> calentarse con ella<br />
hasta el sofoco, pero tenía la convicción <strong>de</strong> que ése no era su único atributo.<br />
Por eso, si la mantuvo en secreto no fue por egoísmo, sino por la firme creencia<br />
<strong>de</strong> que si la mostraba a los <strong>de</strong>más, no le sería revelado el misterio esférico<br />
que latía en su interior.<br />
Y así fue. En la noche <strong>de</strong>l décimo día, Selma abrazó la esfera como <strong>de</strong> costumbre<br />
y ocurrió que, en vez sentir calor, se sintió caer por el agujero sin fondo<br />
<strong>de</strong>l cubo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que días atrás había encontrado en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque. Al<br />
cabo <strong>de</strong> unos segundos <strong>de</strong> caída, aterrizó en un sueño en el que la luz dorada<br />
<strong>de</strong> la esfera, esa luz que provenía <strong>de</strong> otro mundo, iluminó toda su casa. Los<br />
rescoldos <strong>de</strong> la chimenea se alzaron en un resplandor ígneo que ardía eternamente,<br />
los agujeros <strong>de</strong>l techo se cerraron y la col que su madre removía lentamente<br />
en la vieja olla <strong>de</strong> barro se transformó, como por arte <strong>de</strong> magia, en un<br />
magnífico pavo real.<br />
Des<strong>de</strong> ese día se sumió en un estado <strong>de</strong> profundo sonambulismo, en el que<br />
contestaba con monosílabos a todo el que le preguntaba algo y <strong>de</strong>scuidaba<br />
todas sus tareas para pasar más tiempo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ese sueño, en el que la luz<br />
<strong>de</strong> la esfera se llevaba toda la miseria <strong>de</strong> su mundo y la remplazaba con lujos<br />
cada vez más inimaginables y fantásticos.<br />
70
Con el paso <strong>de</strong> los días, lo que al principio fue un juego pueril, una simple<br />
evasión momentánea <strong>de</strong> la realidad, se fue convirtiendo en una necesidad<br />
ineludible, en una droga impía <strong>de</strong> la que cuanto más se intentaba alejar, más<br />
necesidad tenía <strong>de</strong> ella. Llegó tan lejos en su <strong>de</strong>lirio que ya no dormía por la<br />
noche y vivía durante el día, sino que dormía sin dormir por el día y vivía<br />
durante la noche.<br />
Un día, no obstante, la esfera le concedió una tregua y Selma, al no estar<br />
cegada por el <strong>de</strong>seo irrefrenable <strong>de</strong> volver a caer en ese sueño magnífico, creyó<br />
adivinar una mirada <strong>de</strong> comprensión en los ojos vidriosos <strong>de</strong> su abuelo. Más<br />
tar<strong>de</strong>, ese mismo día, cuando volvió a casa <strong>de</strong> buscar leña y subió corriendo a<br />
su cama, no encontró la esfera. La buscó sin éxito por toda la casa y acabó<br />
<strong>de</strong>rrumbándose abatida en el viejo sillón en frente <strong>de</strong>l <strong>de</strong> su abuelo.<br />
Al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> las lágrimas alcanzó a ver un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> complicidad en aquel<br />
rostro centenario que, un segundo más tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>saparecía en una muda explosión<br />
<strong>de</strong> luz dorada, <strong>de</strong>jando tan sólo un papelito arrugado, en el sillón <strong>de</strong>l que<br />
no se había levantado en años, como única prueba <strong>de</strong> su existencia en este<br />
mundo. Alucinada, Selma recogió esta reliquia amarillenta y se enjugó las lágrimas<br />
para po<strong>de</strong>r leer las últimas palabras <strong>de</strong> su abuelo que, siempre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />
sillón <strong>de</strong> terciopelo rojo, le había enseñado todo lo que sabía:<br />
“No le pidas a la vida más <strong>de</strong> lo que te da, porque pue<strong>de</strong> que te quite todo<br />
lo que tienes”.<br />
71
Amores protoanarquistas<br />
en tazas <strong>de</strong> café<br />
<strong>de</strong><br />
Pablo Poveda Sánchez<br />
Seleccionado
Croquetas. En la nevera sólo había croquetas, y un tarro <strong>de</strong> mayonesa que<br />
olía a vinagre. El sol calentaba sin mesura la bancada <strong>de</strong> la cocina-dormitorio<br />
que formaba mi apartamento <strong>de</strong> estudiante. Un primer piso enlatado.<br />
Apestaba a <strong>de</strong>stilería y había vuelto a dormir con un polo azul que pedía el<br />
cambio. Tenía hambre, tanta hambre que hubiese sido capaz <strong>de</strong> masticar las<br />
migajas <strong>de</strong>l sofá, pero no. En la mesilla quedaban unas monedas <strong>de</strong> la noche<br />
anterior, suficientes para pagar al mejor postor.<br />
Bajé a la calle en busca <strong>de</strong> algún comercio que estuviera abierto. Los domingos<br />
nadie trabaja y sólo pue<strong>de</strong>s acudir a los ultramarinos o a los locutorios.<br />
Encontré una tienda, minúscula, a dos paralelas <strong>de</strong> casa, poco más amplia<br />
que mi piso, y con más mierda.<br />
En la puerta, un cartel <strong>de</strong> “Vino 24 horas” y un chino con <strong>de</strong>lantal con cara<br />
<strong>de</strong> pocos amigos, <strong>de</strong> pocos pocos.<br />
(Hola, no me mires así que tengo unas monedas y vengo a comprar, no a robar)<br />
Abrí la puerta.<br />
-Clin-clanc<br />
-Clin-clanc<br />
Y sonaron las campanillas <strong>de</strong>l techo.<br />
El asiático me clavaba la mirada mientras caminaba por su tienda. Me perdí<br />
por los pasillos embriagado con nombres como “tofu”, “udon”, sopa <strong>de</strong> tigre,<br />
o una bolsa <strong>de</strong> coles que al olerlas provocaba arcadas. Y seguía alucinando con<br />
el dueño ahí, impasible, hasta que vi algo entre los estantes. Aparté unas bolsas<br />
y me quedé boquiabierto, casi como Indiana Jones con el arca perdida. Una<br />
morena <strong>de</strong> ojos azules con el pelo como Amelie, walkman en una cintura <strong>de</strong> aro<br />
<strong>de</strong> cebolla y una camiseta a rayas rota que mostraba sus pequeños pechos,<br />
vamos, un dulce <strong>de</strong> pastelería. Nunca la había visto por el barrio y en otras circunstancias<br />
no me hubiera fijado, pero la estética punk y las medias azules que<br />
llevaba, pusieron en marcha mi fábrica genital <strong>de</strong> testosterona. Me ponía enfermo<br />
aquel rollo francés protoanárquico, y lo sigue haciendo, claro.<br />
74
Filetes crudos, pan “Bimbo” y la seguí por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la sección <strong>de</strong> limpieza<br />
hasta que llegó a la caja registradora. De sus auriculares salían los gritos <strong>de</strong> Joe<br />
Strummer y a mí me temblaba el pulso y lo que no era el pulso. Antes <strong>de</strong> abrir<br />
la boca ya imaginaba a los dos, a ella besándome, con su mano ahí abajo, cantándome<br />
al oído. Pues no, <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. Despierto y se va.<br />
Intenté sacarle sin éxito información al dueño con barriga <strong>de</strong> Buda, cuando<br />
observé que la chica <strong>de</strong> medias se había <strong>de</strong>jado un ticket. Bastaron segundos<br />
para transformarme en el voyeur <strong>de</strong>l bloque que le roba las bragas a las<br />
vecinas. Lamentable, pero saqué algo en claro, y no era la cara <strong>de</strong>l dueño al<br />
verme reaccionar.<br />
–Umm –y leo.<br />
–Compresas, <strong>de</strong>ntífrico, papel higiénico, ¿¿Aceite vaginal??, pan integral y<br />
unas chocolatinas.<br />
¡Bingo!<br />
Suena la campana.<br />
La compra <strong>de</strong>l estudiante.<br />
Volví saltando como un idiota, pisando charcos, como en “Cantando bajo la<br />
lluvia”, pero esta vez sin lluvia, y apestando a granja.<br />
Al subir a casa rayé el ascensor con la llave y dibujé un corazón. Abrí la puerta,<br />
me pegué una paja, y me olvidé <strong>de</strong> todo.<br />
Los días siguientes <strong>de</strong>spertaba a las ocho y me sentaba junto a la ventana a<br />
beber café y a fumar tabaco, algo habitual. Adoraba mirar a la gente que pasaba<br />
con sus vidas rutinarias y sus trabajos estúpidos. A veces les insultaba y me escondía<br />
para luego reírme. Otras saludaba y también me reía. Hasta que pasó ella.<br />
–Guau, qué fuerte –y me entra un cosquilleo.<br />
Mi recreo se convirtió en mi trabajo. Dejé las clases para <strong>de</strong>dicarme a<br />
fondo en saber más <strong>de</strong> esa chica, fumando y bebiendo. Esperando a que volviera<br />
a ocurrir.<br />
Lunes, miércoles y domingos.<br />
Tomaba notas a las horas que aparecía por la calle. Si aquí o allá.<br />
Con quién quedaba. Amigo o amante.<br />
Qué bebía en el café <strong>de</strong> la esquina. Vino <strong>de</strong> mañana, cerveza <strong>de</strong> tar<strong>de</strong>.<br />
Color favorito. Negro sobre morado.<br />
Y <strong>de</strong>bajo qué, que si tanga o cuello vuelto.<br />
A veces me preguntaba si conocía a los Jam.<br />
75
El tiempo pasaba y yo ahí sentado. Las agujas corrían y la luz iba y venía. Y<br />
llamaba mamá –Que sí que estoy bien, que he engordado, que me cuido<br />
mamá, no, no iré a comer el sábado. Y tocaban el timbre –Lo siento Carlota,<br />
tengo que estudiar, no seas pesada. Y yo en mi ventana, trago ¡glup!, cigarro<br />
¡buff! Modisco al sandwich ¡ñam! Eructo que repite a cebolla.<br />
Un miércoles, el timbre sonó, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> días, hacía oídos sordos a quién<br />
quisiera un segundo <strong>de</strong> mi tiempo. Escuché pisadas con gravilla que se acercaban<br />
hasta mi piso, y me acojoné un poco. Cuando giré la cabeza, alguien había<br />
pasado un sobre por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta.<br />
La carta llevaba un matasellos a pintura <strong>de</strong> una escuela <strong>de</strong> arte. Me habían<br />
concedido una beca que pedí y me citaron para hacer el papeleo. En siete días<br />
estaría cogiendo un tren hacia Barcelona, o no.<br />
Y al mismo tiempo, la chica protoanarquista, la obsesión <strong>de</strong> mis obsesiones, mi amor<br />
platónico, <strong>de</strong>sapareció como una flatulencia. Aguanté hasta el último domingo <strong>de</strong> la<br />
semana, pero ya no había amigos ni amantes, ni vinos <strong>de</strong> mañana, ni tangas y cuellos<br />
vueltos. Asumí la <strong>de</strong>rrota y que posiblemente jamás la volvería a ver, que todas mis notas<br />
habían sido relaciones inconexas y que qué más daba si me iba a vivir a otra ciudad.<br />
Han pasado cuatro días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Ahora espero un tren que llega en<br />
minutos, aquí, en una estación cochambrosa que huele a carbón y humedad,<br />
con una mochila roja que uso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la EGB. Baño una galleta con saliva para<br />
que me dure más mientras dibujo al guardia <strong>de</strong> seguridad, que con ese bigote,<br />
podría ser el chef <strong>de</strong> un restaurante italiano.<br />
¡Fuuu! ¡Fuuu! –Ahí llega mi tren. Mi futuro.<br />
La gente sale y yo entro. Maletas y personas que abrazan a sus familiares<br />
como si hubieran venido <strong>de</strong> subir el Himalaya, que a lo mejor sí.<br />
El vagón está casi vacío, así que cojo este sitio, que está solo, y pongo mi<br />
mochila en el asiento <strong>de</strong> al lado, quiero dormir, no quiero hablar con nadie. Miro<br />
por el cristal, y baja más gente, y no pue<strong>de</strong> ser.<br />
Es ella, la chica <strong>de</strong> aspecto francés ha vuelto, está ahí, a metros <strong>de</strong> mi ventana,<br />
con sus pechos pequeños y sus medias <strong>de</strong> color, con su carita <strong>de</strong> parezco<br />
inocente y en realidad soy una víbora.<br />
Y pam pam, se agita mi corazón, y sube hasta la garganta. Y siento que el<br />
estómago se me cae al suelo como si hubiera <strong>de</strong>sayunado un yunque y no unas<br />
76
galletas. El culo se me <strong>de</strong>rrite como queso Cheddar. Digo mierda, digo fuck y<br />
digo todos los sinónimos que me sé. Me bajo, esta vez tengo que bajar, le diré<br />
hola qué tal llevo semanas observándote, no, o mejor hola qué tal, y punto.<br />
Pero sigo tras la ventana imaginando escenas <strong>de</strong> cine francés en blanco y negro,<br />
y mi tren sale, y qué coño hago, no lo sé.<br />
Uno, dos, tres, respiro hondo. Allá voy, Barcelona tendrá que esperar. El<br />
vagón se ha llenado y el revisor viene a por los billetes. Ella sigue ahí, tecleando<br />
un mensaje en el teléfono –¿Será su amante?¿Y si me equivoco?–. Rápido<br />
que esto se mueve.<br />
Y entonces corro hasta la puerta, pulso todos los botones, clac, clic, cloc,<br />
pero no se abre. Forcejeo con violencia, maldigo al maquinista y a su madre.<br />
¡Ábrete sésamo!<br />
Las ruedas giran. Paren el tren que yo me bajo. Pero nadie para nada.<br />
Y grito, grito más, ¡Pum, pum! Golpeo el cristal, y una patada, otra –¡Que<br />
alguien abra la puerta, por Dios! ¡Tengo que bajarme! - y nadie me oye, nadie<br />
me mira. Y toma puñetazo al cristal, jo<strong>de</strong>r qué daño me he hecho.<br />
La velocidad aumenta y una mujer me dice que me tranquilice pero le digo<br />
déjame en paz y hago como que lloro aunque en realidad no puedo, pero me<br />
gustaría. Me restriego por el cristal como una babosa, como José Luis López<br />
Vázquez en la cabina, y la chica <strong>de</strong> medias cada vez está más lejos, y más, y la<br />
pierdo <strong>de</strong> vista... Y ella ni siquiera mira.<br />
Vuelvo a mi asiento cabizbajo, dolido, angustiado, como si saliera <strong>de</strong>l hospital<br />
tras ver a ese amigo que está casi vivo, casi muerto. Cojo mi mochila y la retiro<br />
<strong>de</strong>l asiento, la pongo entre mis brazos y me acurruco en posición fetal. Oh<br />
my fuckin' god, me pongo a The Cure en el iPod para lamentarme más.<br />
Observo el paisaje y sólo veo casas <strong>de</strong> campo y pinos, muchos pinos.<br />
La azafata ofrece auriculares con su sonrisa forzada.<br />
Qué duro lo tuyo, qué triste lo mío, pienso.<br />
Escribiré un día sobre ti, querida.<br />
Minutos <strong>de</strong>spués, mientras lamo mis heridas como un gatito siamés, alguien<br />
se sienta a mi lado.<br />
–Hola... –susurra una dulce voz.<br />
Y un clavo me atraviesa el cráneo.<br />
77
Qué cara más angelical. Y qué cuerpo <strong>de</strong> dieta, <strong>de</strong> tirar la comida por el<br />
retrete para mantenerlo.<br />
–No estés triste. Entiendo como te sientes. Mi novio me ha <strong>de</strong>jado antes <strong>de</strong><br />
subir al tren.<br />
Abro los ojos, levanto la cabeza y lo que no es la cabeza.<br />
–¿Tú también vas a Barcelona? –pregunta.<br />
Y se me pone dura. Saco papel y boli. Esto se pone interesante.<br />
78
El guardián <strong>de</strong>l arte<br />
<strong>de</strong><br />
José Robledano García<br />
Seleccionado
Jacinto no había sido educado, especialmente en el cumplimiento <strong>de</strong> las buenas<br />
maneras. Había visto tomar cuando era necesario y arrebatar cuando aun lo<br />
era más. Tenía el sentimiento <strong>de</strong> que todo era <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, que él no poseía<br />
nada, al mismo tiempo que notaba su <strong>de</strong>recho para hacerse con lo que quisiera.<br />
Era más joven <strong>de</strong> lo que aparentaba y tenía la tez tostada por el sol. Esta<br />
característica lo hacía notorio en todo lugar. Ante su presencia, frecuentemente<br />
se producían miradas con<strong>de</strong>natorias aunque acertadas.<br />
Pasaba una “temporada <strong>de</strong> rey”, como a él le gustaba llamar, cuando podía<br />
disfrutar <strong>de</strong> las rentas <strong>de</strong>l último trabajo, sin necesidad <strong>de</strong> meterse en más líos.<br />
En el barrio era respetado y conocido. Los vecinos le daban los buenos días<br />
cuando se cruzaban con sus pies polvorientos. Tenía por costumbre recorrer el<br />
mercadillo a últimas horas, cuando los puestos sólo <strong>de</strong>jan los <strong>de</strong>shechos <strong>de</strong> la<br />
jornada, y las basuras <strong>de</strong> toda índole empiezan a mezclarse agitadas por el viento<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />
Así transcurrían los días y llegaban las noches. Las putas que se agolpaban<br />
en las inmediaciones lo conocían, y pocas le fiaban. Algún que otro pescozón,<br />
o un <strong>de</strong>sastre rápido era lo más que podía aspirar. Terminaba siempre en el bar<br />
<strong>de</strong> Ramón tomando las tres copas <strong>de</strong>l día; ni una más, ni una menos. Sentía ese<br />
pinchazo <strong>de</strong>l alcohol que quita la verguënza pero no llega a embriagar. Un<br />
susto, un shock, cualquier repentino evento lo ponía <strong>de</strong> alerta y le permitía <strong>de</strong>spertar<br />
todos los sentidos agudizados.<br />
Aquella noche se juntó con unos chavales <strong>de</strong> bachillerato. Atraído por una<br />
<strong>de</strong> las chicas que les acompañaba. Era rubia y <strong>de</strong> ojos oscuros, el color negro <strong>de</strong><br />
sus cejas hacía pensar en aquello que ocultaba. Jacinto se sentía especialmente<br />
interesado por certificar aquel misterio.<br />
Tras la típica aproximación <strong>de</strong>l cigarrillo, sólo podía competir por mantener<br />
el protagonismo, soltando el discurso antisistema y anti todo. Ese que comienza<br />
pegando una patada al mobiliario urbano más próximo y tras soltar un taco,<br />
llevar las manos a la cara como arrepentido <strong>de</strong> que la sociedad, el sistema, te<br />
80
haya creado así para castigas a ese mueble tan <strong>de</strong> todos y comunitario. Luego<br />
bastaba con agitar los brazos y dar algún puñetazo a cualquier farola o poste<br />
<strong>de</strong> señal, transmitiendo el dolor <strong>de</strong> aquel gesto a sus interesados espectadores.<br />
Todo iba según lo previsto, ajustado al guión cotidiano, pero <strong>de</strong> repente<br />
aparecieron por una esquina un par <strong>de</strong> policías. No era la primera vez que Jacinto<br />
se veía en esta tesitura. Sabía que con un poco <strong>de</strong> tontería la parejita seguiría<br />
su camino..., <strong>de</strong>jando al incorregible díscolo en calma temporal. Y así habría<br />
sido, <strong>de</strong> no ser porque aquella rubia escupió provocativamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los<br />
uniformados. Jacinto no podía permitir que su pretendida fuera más temeraria<br />
que él, <strong>de</strong> inmediato golpeó una papelera hasta <strong>de</strong>scomponerla y verter todos<br />
los restos por la calle. No habían pasado más <strong>de</strong> cinco segundos, cuando<br />
comenzó a golpear a puntapiés uno <strong>de</strong> los bancos, consiguiendo soltar una <strong>de</strong><br />
las piezas metálicas. ¿Qué le pasó por la cabeza?, lanzó aquella pieza contra la<br />
estatua ecuestre <strong>de</strong>l Generalísimo, con tanta puntería y tan poca fortuna, que<br />
<strong>de</strong>l golpe la partió en dos por el pecho.<br />
En el furgón, <strong>de</strong> camino a la comisaría, sólo mantenía la cabeza entre las<br />
manos. A veces se tapaba los ojos y los <strong>de</strong>scubría como <strong>de</strong>spertando <strong>de</strong> un mal<br />
sueño. La con<strong>de</strong>na fue ejemplar; apren<strong>de</strong>ría a apreciar el valor <strong>de</strong> las piezas<br />
artísticas y <strong>de</strong> mobiliario urbano. Para ello realizaría un curso en uno <strong>de</strong> los talleres<br />
<strong>de</strong> formación <strong>de</strong>l Ayuntamiento.<br />
Lo peor <strong>de</strong> todo esto, no fue el horario matinal que lo obligaba a madrugar<br />
más <strong>de</strong> lo acostumbrado, ni el tener que asistir so pena <strong>de</strong> multa por abandono.<br />
Sino, que aquel programa experimental estaba consiguiendo su<br />
objetivo. Jacinto, acudía entusiasmado y lleno <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as plasmaba en su tarea<br />
diaria. Restauró la estatua ecuestre <strong>de</strong> manera impoluta. Para finalizar el curso,<br />
se organizó una exposición <strong>de</strong> trabajos <strong>de</strong> los alumnos, con el objetivo <strong>de</strong> que<br />
el resto <strong>de</strong> la ciudadanía pudiera observar la evolución <strong>de</strong> aquellos muchachos<br />
y el efecto recuperador.<br />
Jacinto estaba más entusiasmado, no por la presentación pública, sino porque<br />
había <strong>de</strong>scubierto una faceta oculta hasta entonces. Para él era una gran<br />
satisfacción ver el reconocimiento <strong>de</strong> su obra artística. Ahora era capaz <strong>de</strong> valorar<br />
todos los aspectos artísticos <strong>de</strong> los elementos que encontraba en las fachadas<br />
<strong>de</strong> las casas, por las calles que había transitado innumerables veces. Saciaba<br />
su sed <strong>de</strong> arte hartándose <strong>de</strong> ver figuraciones en el museo, y no sólo <strong>de</strong> su ciudad<br />
sino también <strong>de</strong> las vecinas. De cada obra extraía lo esencial y <strong>de</strong>stacaba lo<br />
que mejor armonizaban con su proyecto.<br />
Fueron jornadas <strong>de</strong> duro trabajo y mucha ilusión. Su frenesí artístico parecía<br />
imparable, se sentía como un caballo <strong>de</strong>sbocado, liberado en el campo,<br />
nacido para correr, en un prado ver<strong>de</strong> don<strong>de</strong> las altas montañas vigilaban su<br />
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trote. No veía límites a su creatividad, solicitó la presentación <strong>de</strong> dos proyectos<br />
en lugar <strong>de</strong> uno, y le fue concedido ese privilegio por su <strong>de</strong>mostrada capacidad.<br />
Seguramente llegarían más ocasiones <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar su visión artística pero<br />
ahora era la primera, el peldaño <strong>de</strong> una escalera que le llevaría directo hacia<br />
una puerta dorada iluminada.<br />
Sus proyectos se <strong>de</strong>sdoblaron en elementos, crecían en contenido y técnica.<br />
Se aproximaba la fecha <strong>de</strong>cisiva y todo parecía ir justo a tiempo. La noche anterior<br />
dio los últimos retoques a sus obras, las realzó, las culminó integrándolas<br />
en el espacio <strong>de</strong> la exposición. Colocó cada una en un lugar estratégico para la<br />
puesta en escena. Era el gran día.<br />
Llegó <strong>de</strong>scansado, duchado tras la eterna noche anterior, recuperado y<br />
fresco. Satisfecho <strong>de</strong> su trabajo, orgulloso <strong>de</strong> la labor, admirado y señalado,<br />
<strong>de</strong>seado y solicitado, comentado y redactado, furtivo y altivo, altanero y<br />
grandilocuente, nuevo y reciente. Ya no era como antes, sentía el principio<br />
<strong>de</strong> una nueva vida que ya había comenzado. Era como subir a un tren en<br />
marcha. Se había redimido <strong>de</strong> la sociedad.<br />
En medio <strong>de</strong> todo el estruendo, quedó <strong>de</strong>sconcertado al ver a cinco encapuchados<br />
<strong>de</strong> negro con mazas, arremeter contra todas las creaciones <strong>de</strong> la sala.<br />
El publico parecía ja<strong>de</strong>ar con los golpes <strong>de</strong>structores, vibraba con los chasquidos<br />
<strong>de</strong> los añicos en el suelo. Gritaba al tiempo que crujían las creaciones. La<br />
sala se había convertido en un mar <strong>de</strong> escombros. Una caja <strong>de</strong> risas, llena <strong>de</strong><br />
carcajadas y rostros satisfechos.<br />
Jacinto, por un momento, no pudo contener las lagrimas. Se agachó para<br />
recoger algún irreconocible pedazo <strong>de</strong> su creación. Era el final <strong>de</strong> su inspiración,<br />
le habían arrebatado su nueva vida. Qué podía sentir a parte <strong>de</strong>l odio justificado<br />
hacía aquel acto y las personas que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el anonimato <strong>de</strong>l verdugo le habían<br />
ejecutado. Ya no existía el artista, el estético, el diseñador, … ahora solo<br />
quedaba el hombre, la siniestra venganza.<br />
¿Qué burla era esta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino?<br />
Una <strong>de</strong> las mazas, abandonada en un <strong>de</strong> rincón, instrumento maldito <strong>de</strong><br />
aquel acto, se ofrecía seductora a sus más oscuros pensamientos. No dudó caer<br />
en la tentación y zaran<strong>de</strong>arla sobre uno <strong>de</strong> los enmascarados <strong>de</strong>structores. Pero<br />
cuando el golpe fatídico estaba apunto <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>scargado sobre su víctima, sintió<br />
que la maza se <strong>de</strong>tenía antes <strong>de</strong> don<strong>de</strong> a él le hubiera gustado. Habían bloqueado<br />
el golpe y rápidamente hicieron lo propio con su persona.<br />
Amarrado a una silla contemplaba obligado la entrega <strong>de</strong> méritos y agra<strong>de</strong>cimientos<br />
a los participantes en el “plan <strong>de</strong> liberación <strong>de</strong> estrés”. Aquellos misteriosos<br />
verdugos <strong>de</strong>l arte, no eran más que afortunados, otro taller <strong>de</strong>l<br />
Ayuntamiento <strong>de</strong>stinado a reducir el nivel acumulado <strong>de</strong> estrés, la terapia final<br />
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era <strong>de</strong>sahogarse con aquellas creaciones. Soportando las palabras <strong>de</strong> encomio<br />
y agra<strong>de</strong>cimiento a su taller <strong>de</strong> arte, por facilitar sus proyectos para este fin.<br />
Ese fue su último recuerdo negativo. Durante el breve juicio, revivió a disgusto<br />
aquellos momentos incontrolados asestando golpes y esparciendo sangre<br />
en la sala. Ahora se mezclaban los recuerdos con la rebosante paz <strong>de</strong> su celda.<br />
Cada golpe <strong>de</strong> cincel le traía el recuerdo <strong>de</strong> aquella ocasión. Pero ahora es diferente,<br />
su trabajo está a salvo, encerrado, aislado <strong>de</strong> toda la barbarie e incomprensión<br />
que <strong>de</strong>ambulaba por el exterior <strong>de</strong> su vida.<br />
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Cuervos<br />
<strong>de</strong><br />
Hugo Rodrigo Zapata<br />
Seleccionado
Era un día húmedo, el ambiente estaba cargado y el cielo encapotado indicaba<br />
que caería una fuerte tormenta. Uno <strong>de</strong> esos días que el aire sopla tan<br />
fuerte que produce extraños ruidos allí por don<strong>de</strong> pasa. En esos momentos el<br />
mejor lugar don<strong>de</strong> estar es resguardado en casa <strong>de</strong>l frío y la lluvia. A la pequeña<br />
Carmen le gustaba jugar en el jardín hasta que llegaba su padre pero con<br />
ese tiempo era mejor quedarse en la habitación. Tumbada en el suelo y escuchando<br />
el viento golpear contra la ventana, el repiqueteo <strong>de</strong> la rama <strong>de</strong>l árbol<br />
contra el cristal. Allí tirada pintaba en unos viejos folios que le traía todos los<br />
días su hermana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el instituto, por un lado documentos o exámenes, por el<br />
otro, sus maravillosas creaciones.<br />
Des<strong>de</strong> hacía unos días siempre dibujaba los mismo, gran<strong>de</strong>s pájaros negros<br />
revoloteando a su alre<strong>de</strong>dor, cuando su hermana le preguntaba ella señalaba la<br />
ventana. Alicia, su hermana, no sabía que significaba aquello, imaginaba que<br />
había visto a lo lejos algún pájaro y <strong>de</strong> ahí los dibujos. Lo que no podía imaginar<br />
era que todas las tar<strong>de</strong>s mientras ella estaba en clase y Carmen dibujaba en<br />
el suelo, un gran cuervo se posaba en la ventana y permanecía inmóvil vigilando<br />
y observando a la pequeña niña.<br />
Aquella tar<strong>de</strong> no fue una excepción y a pesar <strong>de</strong>l viento y el frío el gran cuervo<br />
negro se posó en el alféizar <strong>de</strong> la ventana. Carmen se quedó mirándolo y<br />
comenzó a dibujarlo mientras sonreía. El animal permanecía quieto como una<br />
estatua como si estuviera posando para la pequeña niña.<br />
El sonido <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la entrada cerrándose fue una señal, como si el<br />
pistoletazo <strong>de</strong> salida se tratase, el ave se alejó volando contra el viento hasta<br />
<strong>de</strong>saparecer en la distancia. A los pocos segundos Alicia entraba por la puerta<br />
<strong>de</strong> la habitación.<br />
–Hola enana. ¿Qué tal? Te he traído más papel y unos colores nuevos –se<br />
sentó en el suelo y comenzó a mirar los dibujos <strong>de</strong> su hermana–. ¿Otra vez dibujando<br />
pájaros? Que manía te ha entrado, a ver si un día dibujas otra cosa –dijo<br />
sonriendo y haciéndole gracias a la pequeña.<br />
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Carmen no alzó la vista <strong>de</strong>l papel y continuó dibujando incluso cuando su<br />
hermana salió <strong>de</strong> la habitación. Alicia bajo las escaleras con pesa<strong>de</strong>z, sabía lo<br />
que se iba a encontrar en el salón. Su madre, efectivamente, se encontraba en<br />
el sofá durmiendo la borrachera que había cogido al beberse una botella entera<br />
<strong>de</strong> vodka. Con cuidado la niña recogió la botella y apagó la televisión, luego<br />
se dirigió a la cocina para preparar la cena y que estuviera lista antes <strong>de</strong> que llegara<br />
su padre. Esa era su rutina diaria, por la mañana tenía que levantarse antes<br />
que nadie para preparar los <strong>de</strong>sayunos <strong>de</strong> todos y arreglarse para el instituto, a<br />
la hora <strong>de</strong> comer mientras su madre veía la televisión y se emborrachaba en<br />
soledad se encargaba <strong>de</strong> su hermana, <strong>de</strong> la comida y <strong>de</strong> las tareas <strong>de</strong> casa, entre<br />
ellas ir a comprar al supermercado, el cual se encontraba a más <strong>de</strong> media hora<br />
<strong>de</strong> la casa en bici, pues esta se encontraba aislada en una urbanización medio<br />
abandonada <strong>de</strong>bido a la especulación inmobiliaria. Tanto trabajo acababa provocando<br />
que en muchas ocasiones no tuviera tiempo ni para comer. En todos<br />
los sentidos Alicia se había convertido en el ama <strong>de</strong> casa mientras su madre se<br />
aislaba y <strong>de</strong>saparecía en la espiral <strong>de</strong>l alcohol.<br />
Tras preparar la cena y la mesa Alicia tenía que <strong>de</strong>spertar a su madre y conseguir<br />
que estuviera medianamente <strong>de</strong>spierta para la llegada <strong>de</strong> su padre. Esto no siempre<br />
era fácil, los gritos y golpes eran terriblemente comunes. Pero Alicia conseguía lo<br />
que quería, a la llegada <strong>de</strong> su padre todos estaban en la mesa listos para cenar.<br />
El padre era una persona agria, <strong>de</strong> gran tamaño y corpulento, curtido por su<br />
trabajo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos años en una fábrica don<strong>de</strong> se encargaba <strong>de</strong> maquinaria<br />
pesada. Tenía unas manos rugosas y ásperas, como su carácter. Durante<br />
la cena sólo hablaba él. Vomitaba insultos sobre sus compañeros y jefes, contaba<br />
chascarrillos sobre los vecinos, siempre <strong>de</strong>mostrando que el resto estaban<br />
por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él. Era una manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar, engañándose así mismo, que<br />
su vida era mejor. Esa noche la cena transcurrió como siempre y mientras Alicia<br />
recogía la mesa su padre se giró hacia la pequeña Carmen que se encontraba<br />
cabizbaja y absorta a mucha distancia <strong>de</strong> allí.<br />
–¿Y tú qué? ¿Has <strong>de</strong>cidido hablar <strong>de</strong> una vez? –la niña no levantó la mirada<br />
<strong>de</strong> la mesa–. Te estoy hablando. ¡Maldita sea! ¿Te crees mejor que yo? ¿Crees que<br />
pue<strong>de</strong>s ignorarme y estar ahí callada sin ni siquiera mirarme? –Alicia escuchó la<br />
conversación y rápidamente fue al salón antes que se <strong>de</strong>satase la tormenta.<br />
–Antonio, ¿quieres algo <strong>de</strong> postre? –preguntó Alicia.<br />
–Estoy hablando con tu hermana –el tono era severo, el enfado iba en<br />
aumento–, si es que se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir hablar ya que esta maldita bastarda no suelta<br />
ni una palabra.<br />
–Está nerviosa, no le hagas caso. ¿No quieres una cerveza? –intentaba distraer<br />
su atención, que se olvidase <strong>de</strong> Carmen.<br />
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–¡Te he dicho que te calles! –el grito vino acompañado <strong>de</strong> un fuerte golpe<br />
que lanzó a Alicia contra el suelo. Mientras su padre se levantaba amenazadoramente<br />
Carmen echó a correr escaleras arriba para ocultarse en su cuarto. Su<br />
padre al ver que huía se giró para seguirla pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el suelo una mano le agarró<br />
<strong>de</strong>l pantalón impidiendo que fuera tras ella.<br />
–Así que esas tenemos. No eres más que otra zorra, y si eso es lo que eres<br />
te trataré como tal –con una violencia extrema Antonio cogió <strong>de</strong> los pelos a Alicia<br />
y comenzó a arrastrarla escaleras arriba hasta llegar a su habitación. La<br />
madre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mesa observaba la escena y sin inmutarse se levantó para coger<br />
una botella e intentar olvidar su vida y su existencia.<br />
Carmen se encontraba escondida bajo la cama, sollozaba en silencio y se<br />
agarraba a uno <strong>de</strong> sus dibujos. Des<strong>de</strong> allí podía oír los gritos ahogados <strong>de</strong> su<br />
hermana y los gemidos <strong>de</strong> su padre. Fue entonces cuando el cuervo volvió a la<br />
ventana, pero ya no permanecía quieto sino que se movía inquieto <strong>de</strong> un lado<br />
a otro y así permaneció hasta que los ruidos cesaron y la puerta <strong>de</strong> la habitación<br />
se abrió, era Alicia. En ese justo momento el cuervo echó a volar.<br />
Alicia se acercó a la cama y se sentó en el suelo, a los pocos segundos su<br />
hermana pequeña apareció y la abrazó con fuerza.<br />
–No te preocupes, ya pasó todo. No <strong>de</strong>jaré que te hagan daño nunca. No<br />
quería <strong>de</strong>cirte nada todavía, pero he estado recogiendo dinero poco a poco y<br />
en unos meses nos podremos ir <strong>de</strong> esta maldita casa. En verano tendré bastante<br />
como para irnos lo bastante lejos. Tienes que ser fuerte hasta entonces. ¿Me<br />
lo prometes? ¿Podrás aguantar? –la pequeña asintió con la cabeza sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />
abrazar con fuerza a su hermana.<br />
Los meses pasaron lentamente en una rutina terrible don<strong>de</strong> la violencia psicológica,<br />
física y sexual era la tónica habitual. Poco a poco en sus visitas al supermercado<br />
Alicia iba consiguiendo más y más dinero. Junto a los pequeños trabajos <strong>de</strong><br />
los fines <strong>de</strong> semana le daban los ingresos necesarios, sólo era cuestión <strong>de</strong> tiempo.<br />
Con la llegada <strong>de</strong>l buen tiempo Carmen siempre se encontraba en el jardín,<br />
solía sentarse <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un frondoso árbol que proporcionaba una fresca sombra.<br />
Allí dibujaba sin parar, su gran pasión, aunque ahora no sólo se dibujaba a<br />
ella sino que incluía también a su hermana. El punto en común <strong>de</strong> todos los<br />
dibujos siempre era lo mismo, los cuervos. Pero ya no dibujaba uno sólo sino<br />
que según había avanzado el tiempo el número había crecido.<br />
El viernes cuando llegó Alicia sobre el tejado había diez cuervos observando.<br />
Ya no echaron a volar con la llegada <strong>de</strong> la hermana mayor sino que permanecieron<br />
inmóviles mirando fijamente a las dos niñas.<br />
–Hola enana. Tengo una buena noticia para ti. Mañana la señora Gómez me<br />
pagará el mes y nos podremos ir. He conseguido un tranquilizante que <strong>de</strong>jará<br />
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dormidos a papá y mamá <strong>de</strong> manera que no puedan seguirnos. Cuando <strong>de</strong>spierten<br />
estaremos bien lejos –Alicia le revolvió el pelo con la mano y marchó a<br />
preparar la cena. Por primera vez en mucho tiempo la pequeña Carmen sonrió<br />
mientras su hermana se alejaba.<br />
Esa noche Antonio llegó especialmente violento y los gritos en la habitación<br />
fueron más fuertes <strong>de</strong> lo normal, como si en el fondo supiera que aquella era<br />
la última noche en la que podría abusar <strong>de</strong> su hija. Una vez todo había terminado<br />
Alicia no fue a la habitación <strong>de</strong> su hermana. La pequeña completamente<br />
asustada se acerco al cuarto <strong>de</strong> su hermana mayor. Alicia se encontraba tumbada<br />
en la cama inconsciente, su cuerpo reflejaba la extrema violencia que había<br />
sufrido. Carmen cogió la manta que había caído al suelo y la tapó con cuidado.<br />
En su mirada no había dolor, ni tristeza, sólo ira. En la ventana dos cuervos<br />
observaban inmóviles, permanecieron atentos toda la noche, vigilando.<br />
A la mañana siguiente y a pesar <strong>de</strong>l dolor Alicia se marchó a casa <strong>de</strong> la señora<br />
Gómez para así po<strong>de</strong>r cobrar. Ese dinero era vital para po<strong>de</strong>r fugarse <strong>de</strong> casa<br />
y nada iba a impedir que ella y su hermana se alejaran <strong>de</strong> aquella casa. Sólo<br />
habría que poner los somníferos en la cena y tendrían toda la noche para marcharse<br />
sin problemas.<br />
Alicia llegó con el tiempo justo para preparar la comida y dar la buena noticia<br />
a Carmen que seguía en el jardín dibujando.<br />
–Esta noche nos vamos –dijo sonriente a pesar <strong>de</strong>l dolor.<br />
Los fines <strong>de</strong> semana eran días duros pues su padre pasaba todo el día en casa<br />
lo que solía enfadarle ya que era evi<strong>de</strong>nte que la relación con su mujer era nula<br />
y llena <strong>de</strong> discusiones y violencia. La tensión durante la comida era máxima.<br />
–Esta tar<strong>de</strong> te enseñaré algo práctico para tu vida –le dijo Antonio a Alicia<br />
señalándole con un tenedor grasiento–. El coche pier<strong>de</strong> aceite y necesita una<br />
revisión así que por la tar<strong>de</strong> te enseñaré a arreglarlo.<br />
–Como quiera padre –respondió sumisa Alicia, sólo tenían que aguantar<br />
hasta la noche y no era el momento <strong>de</strong> hacer enfadar a su padre.<br />
–Si tu madre me hubiera dado un varón las cosas hubieran sido muy distintas,<br />
pero no, me dio dos mujeres inútiles como ella –la madre lo miró y lo<br />
fulminó con la mirada pero no dijo nada pues aún le dolía la mandíbula <strong>de</strong> la<br />
última paliza.<br />
Por la tar<strong>de</strong> tras la comida todos se encontraban en el jardín menos la madre<br />
que se introdujo en la bañera con una botella en la mano. En el jardín Carmen<br />
se encontraba bajo el árbol dibujando, mientras observaba como su hermana<br />
estaba en el garaje junto a su padre. Éste se había metido <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l coche buscando<br />
la fuga <strong>de</strong> aceite, tan sólo medio cuerpo asomaba y con gritos le pedía<br />
a Alicia distintas herramientas. Carmen dibujo un coche y unos pies saliendo <strong>de</strong><br />
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<strong>de</strong>bajo, encima <strong>de</strong>l coche comenzó a dibujar puntos y puntos negros. Un graznido<br />
llamó la atención <strong>de</strong> su hermana mayor, se giró y sobre el árbol pudo ver<br />
seis cuervos observando.<br />
–Papá, hay cuervos sobre el árbol y parece que nos estén mirand…<br />
–¡No digas tonterías y pásame una llave inglesa <strong>de</strong>l seis!<br />
Carmen miró con rabia a su padre mientras gritaba a su hermana y continuó<br />
dibujando puntos negros. Sobre el tejado <strong>de</strong> la casa aparecieron otras tantas<br />
aves negras, todas se movían nerviosas <strong>de</strong> un lado para otro.<br />
Alicia estiró el brazo para darle a su padre la llave inglesa, la cogió sacando<br />
sólo el brazo <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l coche y la introdujo <strong>de</strong> nuevo bajo el vehículo.<br />
–¡¿Pero qué mierdas es esto?!<br />
–¿Qué ocurre papá?<br />
El padre comenzó a salir claramente enfadado, la cara roja por la rabia y el<br />
alcohol. La camisa manchada <strong>de</strong> grasa y suciedad. Carmen lo observaba y cada<br />
vez dibujaba los puntos negros con más fuerza, casi rompiendo el papel. Los<br />
cuervos empezaron a invadir todo el jardín, sobre la verja, en las ventanas, en<br />
la puerta, sobre el garaje. Pero Antonio estaba tan ido que no se daba cuenta.<br />
–¡¿Crees que esto es una llave <strong>de</strong>l seis maldita estúpida?! –las palabras eran<br />
<strong>de</strong>smedidas al igual que los gestos. Zaran<strong>de</strong>aba la herramienta <strong>de</strong> un lado para<br />
otro y le señalaba amenazadoramente con ella.<br />
–Yo… lo siento… creía… –Alicia no sabía que hacer, iba retrocediendo poco<br />
a poco asustada.<br />
–¡¿Creías?! ¡Maldita puta! No eres más que otra estúpida zorra como tu<br />
madre y la inútil <strong>de</strong> tu hermana. No servís para nada, estoy harto <strong>de</strong> todas vosotras<br />
–todo ocurrió muy rápido. Antonio golpeó con la llave inglesa en el costado<br />
<strong>de</strong> la cabeza a Alicia, ésta cayó fulminada por el golpe mortal. Su cuerpo<br />
quedó inmóvil en el suelo mientras la sangre brotaba lentamente.<br />
El padre enfurecido, sin saber bien que había ocurrido se giró y miró a Carmen.<br />
La pequeña le miraba fijamente, <strong>de</strong>safiante, llena <strong>de</strong> odio. Antonio le<br />
señalo con la ensangrentada herramienta y comenzó a caminar hacia ella.<br />
–¿Quieres ser tú la próxima? Estoy harto que no me hables y me mires <strong>de</strong><br />
esa manera.<br />
–Muere –fue el susurro que articularon los labios <strong>de</strong> la pequeña. Y con todo<br />
el odio que pudo reunir comenzó a “acuchillar” con su lápiz negro el dibujo que<br />
había hecho <strong>de</strong> su padre. En ese mismo instante todos los cuervos que se habían<br />
ido reuniendo en la casa se abalanzaron sobre el padre, picando y golpeando<br />
cada parte blanda que podían encontrar, una nube negra <strong>de</strong> plumas y picos<br />
<strong>de</strong> la cual nadie podría escapar. Los chillidos <strong>de</strong>l hombre eran ahogados por los<br />
graznidos y los picotazos. En menos <strong>de</strong> un minuto todo acabó. El cuerpo <strong>de</strong>l<br />
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hombre estaba tumbado en el suelo, con las cuencas <strong>de</strong> los ojos vacías, sin lengua,<br />
la garganta abierta y el cuerpo agujereado. Los cuervos se habían alejado<br />
con la misma velocidad que habían acabado con el hombre.<br />
La niña se levantó y se acercó a su hermana, le acarició la cara y se marchó<br />
a su habitación don<strong>de</strong> cogió una pequeña mochila con folios y colores,<br />
en la mano aún llevaba su lápiz negro. Al pasar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l<br />
baño se podía escuchar como <strong>de</strong>l grifo brotaba agua sin cesar, por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />
la puerta el líquido se salía mezclado con un rojo intenso. La niña abrió la<br />
puerta con cuidado, en el interior <strong>de</strong> la bañera su madre se había quitado la<br />
vida con unas cuchillas. Carmen no hizo gesto alguno, bajo las escaleras y<br />
salió por la puerta <strong>de</strong> la casa y luego por la <strong>de</strong>l jardín. Comenzó a caminar por<br />
el sen<strong>de</strong>ro que llevaba a algún lugar <strong>de</strong>sconocido, pero que era mejor <strong>de</strong> lo<br />
que ya había conocido.<br />
Junto a ella, un cuervo daba pequeños saltitos caminando a su lado.<br />
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Índice<br />
Pórtico ..........................................................................................5<br />
Jurado...........................................................................................6<br />
Premiados y seleccionados ............................................................7<br />
Frío (<strong>de</strong> Luis Torrús Cortés) ..........................................................11<br />
El polichinela (<strong>de</strong> Cristina Suena Varela) ......................................17<br />
Historia <strong>de</strong> La Petenera (<strong>de</strong> Esteban Ordóñez Chillarón) ................25<br />
Plancha <strong>de</strong> rulo para la lluvia (<strong>de</strong> Juan F. Navarro Llinares)...........35<br />
Soluciones <strong>de</strong> continuidad (<strong>de</strong> Juan F. Navarro Llinares)...............39<br />
Reminiscència vital (<strong>de</strong> Ferran Avià Duart) ...................................43<br />
El alma <strong>de</strong> los lápices (<strong>de</strong> Sergio Buitrago Albarrán) ....................51<br />
El Señor Diputado (<strong>de</strong> Jesús Cano Martínez -Nino Rippi-)............59<br />
El círculo (<strong>de</strong> Antonio Marco Sabater) .........................................63<br />
Reinventar la realidad (<strong>de</strong> Ana Martín Tomás-Biosca)...................67<br />
Amores protoanarquistas en tazas <strong>de</strong><br />
café (<strong>de</strong> Pablo Poveda Sánchez) ..................................................73<br />
El guardián <strong>de</strong>l arte (<strong>de</strong> José Robledano García) ..........................79<br />
Cuervos (<strong>de</strong> Hugo Rodrigo Zapata) .............................................85
Se acaba <strong>de</strong> imprimir este libro:<br />
“<strong>Atzavares</strong>”<br />
en los talleres <strong>de</strong> Logisprimt.cb (Alcoi)<br />
el día 5 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 2010
<strong>Vicerrectorado</strong> <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> y <strong>Extensión</strong> <strong>Universitaria</strong><br />
Delegación <strong>de</strong> <strong>Estudiantes</strong> <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong><br />
Ciencias Sociales y Jurídicas <strong>de</strong> Elche