El lenguaje de las flores» (pdf) - ABC.es
El lenguaje de las flores» (pdf) - ABC.es
El lenguaje de las flores» (pdf) - ABC.es
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Van<strong>es</strong>sa Diffenbaugh<br />
<strong>El</strong> LEnguajE<br />
dE Las FLorEs<br />
Traducción <strong>de</strong>l inglés <strong>de</strong><br />
Gemma Rovira Ortega
Ésta <strong>es</strong> una obra <strong>de</strong> ficción. Los nombr<strong>es</strong>, personaj<strong>es</strong>, lugar<strong>es</strong> y situacion<strong>es</strong> en ella <strong>de</strong>scritos<br />
son producto <strong>de</strong> la imaginación <strong>de</strong> su autor o bien han sido utilizados <strong>de</strong> forma ficticia.<br />
Cualquier parecido con acontecimientos, lugar<strong>es</strong> y personas real<strong>es</strong>, vivas o muertas,<br />
<strong>es</strong> pura coinci<strong>de</strong>ncia.<br />
Título original: The Language of Flowers<br />
Copyright © Van<strong>es</strong>sa Diffenbaugh, 2011<br />
Copyright <strong>de</strong> la edición en castellano © Edicion<strong>es</strong> Salamandra, 2012<br />
Publicacion<strong>es</strong> y Edicion<strong>es</strong> Salamandra, S.A.<br />
Almogàvers, 56, 7º 2ª - 08018 Barcelona - Tel. 93 215 11 99<br />
www.salamandra.info<br />
R<strong>es</strong>ervados todos los <strong>de</strong>rechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la<br />
autorización <strong>es</strong>crita <strong>de</strong> los titular<strong>es</strong> <strong>de</strong>l “Copyright”, bajo <strong>las</strong> sancion<strong>es</strong><br />
<strong>es</strong>tablecidas en <strong>las</strong> ley<strong>es</strong>, la reproducción parcial o total <strong>de</strong> <strong>es</strong>ta obra por<br />
cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento<br />
informático, así como la distribución <strong>de</strong> ejemplar<strong>es</strong> mediante alquiler<br />
o préstamo públicos.<br />
ISBN: 978-84-9838-420-8<br />
Depósito legal: B-5.878-2012<br />
1ª edición, marzo <strong>de</strong> 2012<br />
Printed in Spain<br />
Impr<strong>es</strong>o y encua<strong>de</strong>rnado en:<br />
RODESA - Pol. Ind. San Miguel. Villatuerta (Navarra)
para PK
«<strong>El</strong> musgo <strong>es</strong> el símbolo <strong>de</strong>l amor materno, porque, como el amor<br />
<strong>de</strong> una madre, nos alegra el corazón cuando nos alcanza el invierno<br />
<strong>de</strong> la adversidad y cuando nos han abandonado los amigos <strong>de</strong>l<br />
verano.»<br />
Henrietta Dumont, The Floral Offering
PRIMERA PARTE<br />
Cardos
1<br />
Pasé ocho años soñando con fuego. los árbol<strong>es</strong> se incendiaban<br />
al pasar yo a su lado; los océanos ardían. Un humo azucarado se<br />
aposentaba en mi pelo mientras dormía y, cuando me levantaba,<br />
el aroma quedaba prendido en la almohada como una nube. Aun<br />
así, en cuanto empezó a ar<strong>de</strong>r mi colchón, me <strong>de</strong>sperté <strong>de</strong> golpe.<br />
Aquel olor intenso, químico, no tenía nada que ver con el almíbar<br />
brumoso <strong>de</strong> mis sueños; eran tan diferent<strong>es</strong> como el jazmín indio<br />
y el <strong>de</strong> Carolina, apego y separación. Era imposible confundirlos.<br />
De pie en el centro <strong>de</strong> la habitación, localicé el origen <strong>de</strong>l incendio.<br />
Una pulcra hilera <strong>de</strong> ceril<strong>las</strong> <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra bor<strong>de</strong>aba los pi<strong>es</strong><br />
<strong>de</strong> la cama. Se iban encendiendo una <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otra, formando un<br />
cerco llameante por todo el bor<strong>de</strong> ribeteado <strong>de</strong>l colchón. Al ver<strong>las</strong><br />
ar<strong>de</strong>r, sentí un terror <strong>de</strong>sproporcionado en relación con el tamaño<br />
<strong>de</strong> <strong>las</strong> llamas parpa<strong>de</strong>ant<strong>es</strong> y, por un instante paralizador, volví<br />
a tener diez años y a sentirme <strong>de</strong>s<strong>es</strong>perada y <strong>es</strong>peranzada como<br />
nunca me había sentido y nunca volvería a sentirme.<br />
Pero el colchón sintético no prendió como habían prendido<br />
los cardos a final<strong>es</strong> <strong>de</strong> octubre. Sólo humeó un poco y el fuego se<br />
apagó.<br />
Ese día cumplía dieciocho años.<br />
En el salón, <strong>las</strong> chicas, inquietas, <strong>es</strong>taban sentadas en un sofá hundido.<br />
Me miraron <strong>de</strong> arriba abajo, <strong>es</strong>cudriñando mi cuerpo, y se<br />
13
<strong>de</strong>tuvieron en mis pi<strong>es</strong>, <strong>de</strong>scalzos y sin quemaduras. Una pareció<br />
aliviada; otra, <strong>de</strong>cepcionada. Si me hubiera quedado allí una semana<br />
más, habría recordado la expr<strong>es</strong>ión <strong>de</strong> sus caras. Habría r<strong>es</strong>pondido<br />
metiéndol<strong>es</strong> clavos oxidados en los zapatos o piedrecitas en los<br />
cuencos <strong>de</strong> chile con carne. Una vez, por un <strong>de</strong>lito menos grave que<br />
la piromanía, había quemado a una compañera <strong>de</strong> habitación en el<br />
hombro, mientras ella dormía, con el extremo <strong>de</strong> una percha al rojo.<br />
Pero faltaba una hora para que me marchara. Y aquel<strong>las</strong> chicas<br />
lo sabían.<br />
la que <strong>es</strong>taba sentada en el centro <strong>de</strong>l sofá se levantó. Parecía<br />
muy joven —quince o dieciséis años— y su aspecto era pulcro y<br />
bonito: buena planta, piel clara, ropa nueva. Tardé en reconocerla,<br />
pero cuando se acercó vi algo en su agr<strong>es</strong>iva forma <strong>de</strong> andar, con<br />
los brazos doblados, que me r<strong>es</strong>ultó familiar. Aunque acababa <strong>de</strong><br />
llegar, no era nueva allí: yo ya había convivido con ella ant<strong>es</strong>, los<br />
años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>El</strong>izabeth, en mi etapa más rabiosa y violenta.<br />
Se <strong>de</strong>tuvo a unos centímetros <strong>de</strong> mí; su barbilla invadía el <strong>es</strong>pacio<br />
que nos separaba.<br />
—<strong>El</strong> fuego —dijo con voz pausada— era <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> todas<br />
nosotras. Feliz cumpleaños.<br />
Detrás <strong>de</strong> ella, <strong>las</strong> otras chicas, que seguían sentadas en el sofá,<br />
se rebulleron inquietas. Una se cubrió la cabeza con la capucha;<br />
otra se ciñó la manta. la luz matutina acarició sus ojos bajados<br />
y <strong>de</strong> pronto parecieron niñas pequeñas, atrapadas. la única forma<br />
<strong>de</strong> salir <strong>de</strong> un hogar tutelado como aquél era fugarse, alcanzar la<br />
mayoría <strong>de</strong> edad o ingr<strong>es</strong>ar en un correccional. A <strong>las</strong> chicas <strong>de</strong>l<br />
nivel 14 no <strong>las</strong> adoptaban; casi nunca acababan en una familia. <strong>El</strong><strong>las</strong><br />
eran cons cient<strong>es</strong> <strong>de</strong> sus perspectivas. En sus ojos sólo había miedo:<br />
el mie do que me tenían a mí, a sus compañeras <strong>de</strong> casa, a la vida que<br />
se habían ganado o que l<strong>es</strong> había tocado en suerte. Sentí una in<strong>es</strong>perada<br />
oleada <strong>de</strong> lástima. Yo me marchaba; el<strong>las</strong> no tenían <strong>es</strong>a opción.<br />
Intenté ir hacia la puerta, pero la chica se movió hacia un lado,<br />
cerrándome el paso.<br />
—Aparta —dije.<br />
Una empleada que había hecho el turno <strong>de</strong> noche se asomó<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cocina. Seguramente no contaba ni veinte años y me temía<br />
aún más que <strong>las</strong> otras chicas pr<strong>es</strong>ent<strong>es</strong> en el salón.<br />
14
—Por favor —pidió con voz suplicante—. Ésta <strong>es</strong> su última<br />
mañana. Dejadla en paz.<br />
Esperé, preparada, mientras la chica metía el <strong>es</strong>tómago y apretaba<br />
los puños. Al cabo <strong>de</strong> un momento, sacudió la cabeza y se<br />
apartó. Pasé por su lado.<br />
Faltaba una hora para que Meredith viniera a buscarme. Abrí<br />
la puerta <strong>de</strong> la calle y salí. Hacía una mañana <strong>de</strong> niebla típica <strong>de</strong><br />
San Francisco; noté el frío cemento <strong>de</strong>l porche en los pi<strong>es</strong> <strong>de</strong>scalzos.<br />
Me paré y cavilé. Había pensado preparar una repr<strong>es</strong>alia para<br />
<strong>las</strong> chicas, algo mordaz y aborrecible, pero me sentía extrañamente<br />
indulgente. Quizá fuera porque ya tenía dieciocho años —<strong>de</strong><br />
repente, todo había terminado para mí—, pero en cierto modo<br />
entendía lo que me habían hecho. Ant<strong>es</strong> <strong>de</strong> marcharme, quería<br />
<strong>de</strong>cirl<strong>es</strong> algo que mitigara el miedo que reflejaban sus ojos.<br />
Bajé por Fell y torcí al llegar a Market. Aminoré el paso en un<br />
cruce con mucho tráfico, sin saber adón<strong>de</strong> ir. Cualquier otro día<br />
habría arrancado plantas anual<strong>es</strong> <strong>de</strong> Duboce Park, re gis trado el<br />
solar lleno <strong>de</strong> maleza <strong>de</strong> Page y Buchanan, o robado hierbas <strong>de</strong>l<br />
mercado <strong>de</strong>l barrio. Durante casi una década, había <strong>de</strong> dicado la<br />
mayor parte <strong>de</strong> mi tiempo libre a memorizar el significado y el<br />
nombre científico <strong>de</strong> <strong>las</strong> flor<strong>es</strong>, aunque apenas utilizaba <strong>es</strong>os co nocimientos.<br />
Usaba <strong>las</strong> mismas flor<strong>es</strong> una y otra vez: un ramillete <strong>de</strong><br />
caléndu<strong>las</strong>, pena; un manojo <strong>de</strong> cardos, misantropía; un pelliz co<br />
<strong>de</strong> albahaca en polvo, odio. Hacía muy pocas excepcion<strong>es</strong>: un puñado<br />
<strong>de</strong> clavel<strong>es</strong> rojos para el juez cuando comprendí que nunca<br />
volvería al viñedo y peonías para Meredith, siempre que <strong>las</strong> encontraba.<br />
Ese día, mientras buscaba una floristería en Market Street,<br />
repasaba mi diccionario mental.<br />
Tr<strong>es</strong> manzanas más allá vi una licorería bajo cuyas ventanas<br />
enrejadas se marchitaban unos ramos envueltos en papel y pu<strong>es</strong>tos<br />
en cubos. Me paré <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la tienda. la mayoría eran ramos<br />
variados y ofrecían mensaj<strong>es</strong> contradictorios. Había muy pocos <strong>de</strong><br />
una sola flor: rosas rojas y rosas, algunos clavel<strong>es</strong> mustios y, <strong>es</strong>tallando<br />
en su cono <strong>de</strong> papel, un ramillete <strong>de</strong> dalias moradas. Dignidad.<br />
Sí, aquél era el mensaje que yo quería transmitir. Me puse <strong>de</strong><br />
<strong>es</strong>paldas al <strong>es</strong>pejo orientado que había encima <strong>de</strong> la puerta, me<br />
metí <strong>las</strong> flor<strong>es</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l abrigo y eché a correr.<br />
15
llegué a la casa r<strong>es</strong>oplando. <strong>El</strong> salón <strong>es</strong>taba vacío; entré y <strong>de</strong>senvolví<br />
<strong>las</strong> dalias. <strong>las</strong> coro<strong>las</strong> <strong>es</strong>taban perfectas: varias capas <strong>de</strong><br />
pé talos morados, radiados, con <strong>las</strong> puntas blancas, abriéndose a<br />
partir <strong>de</strong> unos prietos boton<strong>es</strong> central<strong>es</strong>. Arranqué la goma elástica<br />
y separé los tallos <strong>de</strong> <strong>las</strong> flor<strong>es</strong>. <strong>las</strong> chicas jamás enten<strong>de</strong>rían el<br />
significado <strong>de</strong> <strong>las</strong> dalias (admito que como mensaje <strong>de</strong> ánimo era<br />
bastante ambiguo), y sin embargo sentí una inusual satisfacción<br />
mientras recorría el largo pasillo <strong>de</strong>slizando un tallo tras otro bajo<br />
<strong>las</strong> puertas cerradas <strong>de</strong> los dormitorios.<br />
<strong>las</strong> flor<strong>es</strong> sobrant<strong>es</strong> <strong>las</strong> regalé a la empleada que había hecho el<br />
turno <strong>de</strong> noche. Estaba junto a la ventana <strong>de</strong> la cocina, <strong>es</strong>perando<br />
a que llegara su relevo.<br />
—Gracias —me dijo, <strong>de</strong>sconcertada, cuando le di el ramo.<br />
Hizo rodar los rígidos tallos entre <strong>las</strong> manos.<br />
Meredith se pr<strong>es</strong>entó a <strong>las</strong> diez en punto, tal como me había<br />
anunciado. Esperé en el porche, con una caja <strong>de</strong> cartón encima <strong>de</strong><br />
<strong>las</strong> rodil<strong>las</strong>. En dieciocho años había acumulado algunos libros: el<br />
Diccionario <strong>de</strong> flor<strong>es</strong> y la Guía <strong>de</strong> campo <strong>de</strong> <strong>las</strong> flor<strong>es</strong> silv<strong>es</strong>tr<strong>es</strong> <strong>de</strong> los<br />
<strong>es</strong> tados <strong>de</strong>l Pacífico, <strong>de</strong> Peterson, que <strong>El</strong>izabeth me había enviado<br />
un m<strong>es</strong> <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que me marchara <strong>de</strong> su casa; manual<strong>es</strong> sobre<br />
botánica sacados <strong>de</strong> bibliotecas <strong>de</strong> la zona <strong>de</strong> East Bay; <strong>de</strong>lgados<br />
volúmen<strong>es</strong> en rústica <strong>de</strong> po<strong>es</strong>ía victoriana robados <strong>de</strong> tranqui<strong>las</strong><br />
librerías. Encima <strong>de</strong> los libros había colocado un montón <strong>de</strong> ropa<br />
doblada. Había prendas halladas y robadas, algunas <strong>de</strong> mi talla.<br />
Meredith iba a llevarme a la Casa <strong>de</strong> la Alianza, un hogar <strong>de</strong> transición<br />
en el barrio <strong>de</strong> Outer Sunset. Estaba en la lista <strong>de</strong> <strong>es</strong>pera<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los diez años.<br />
—Feliz cumpleaños —me dijo cuando puse mi caja en el<br />
asiento trasero <strong>de</strong>l coche.<br />
No cont<strong>es</strong>té. Ambas sabíamos que podía ser mi cumpleaños o<br />
no. Mi primer informe judicial <strong>es</strong>tablecía que mi edad era <strong>de</strong> unas<br />
tr<strong>es</strong> semanas; la fecha y el lugar <strong>de</strong>l nacimiento eran <strong>de</strong>sconocidos,<br />
así como la i<strong>de</strong>ntidad <strong>de</strong> mis padr<strong>es</strong> biológicos. <strong>El</strong> 1 <strong>de</strong> agosto<br />
se había elegido a efectos <strong>de</strong> una futura emancipación, no <strong>de</strong> una<br />
celebración.<br />
16
Me senté <strong>de</strong>lante, al lado <strong>de</strong> Meredith, cerré la puerta y <strong>es</strong>peré<br />
a que arrancara. <strong>El</strong>la tamborileó en el volante con sus uñas acrílicas.<br />
Me abroché el cinturón <strong>de</strong> seguridad, pero el vehículo siguió<br />
sin ponerse en marcha. Volví la cabeza y la miré. No me había<br />
quitado el pijama <strong>de</strong> franela; me había sentado con <strong>las</strong> piernas<br />
encogidas y tapadas con la chaqueta. Escudriñé el techo <strong>de</strong>l coche<br />
mientras <strong>es</strong>peraba a que Meredith dijera algo.<br />
—¿Preparada?<br />
Me encogí <strong>de</strong> hombros.<br />
—Bien, ha llegado la hora —añadió—. Tu vida empieza aquí.<br />
De ahora en a<strong>de</strong>lante no podrás culpar a nadie más que a ti misma.<br />
Tenía gracia que Meredith Combs, la asistenta social que había<br />
elegido personalmente a todas <strong>las</strong> familias <strong>de</strong> acogida que luego<br />
me habían <strong>de</strong>vuelto, quisiera hablar conmigo sobre la culpa.<br />
17