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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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llevó su irritación a colmo. Desbordaron los humores negros.<br />

—¡Su merced no parece darse cata <strong>de</strong> mi presencia! —exclamó—. ¡Yo soy aquel<br />

mesmo <strong>Martín</strong>ez y Portocarrero que le vido escapar como un diablo <strong>de</strong>l aposento <strong>de</strong><br />

Mergelina; soy aquel que, por <strong>de</strong>sventura, no alcanzó a <strong>de</strong>tener su cuchillo cuando mató<br />

a Alanís Sánchez!<br />

<strong>Galaz</strong> enrojeció y no dijo nada. Pedro interpretó ese silencio y esa vergüenza como<br />

síntomas <strong>de</strong> zozobra. Se acerco más aún. Con voz melosa, quiso reanudar el discurso. Su<br />

diestra, en la cual brillaban cuatro sortijas doradas, se posó en el hombro <strong>de</strong>l paje. Este<br />

se alteró y el caballo dio un corcovo y lanzó un largo relincho. Des<strong>de</strong> la altura<br />

empenachada <strong>de</strong>l encabritamiento, la mano <strong>de</strong> <strong>Galaz</strong> cayó, rápida y segura, sobre la<br />

mejilla <strong>de</strong>l temerario.<br />

Fue cosa <strong>de</strong> un segundo. Luego el mozo se alejó, galopando. Detrás quedó el<br />

mestizo, con la palma en el rostro. Sus ojos, como los <strong>de</strong> los batracios, parecían prestos<br />

a saltar locamente <strong>de</strong> las órbitas.<br />

En todo el transcurso <strong>de</strong> la expedición, <strong>Galaz</strong> anduvo como alucinado. Las palabras<br />

<strong>de</strong>l mestizo habían removido sus recuerdos. Con la camándula <strong>de</strong> Violante entre los<br />

<strong>de</strong>dos, rezaba y rezaba. Un gran afán <strong>de</strong> pureza le aligeraba el espíritu. Comprendía que,<br />

para entrar en la ciudad fabulosa, <strong>de</strong>bía irse <strong>de</strong>spojando <strong>de</strong> su vieja carga <strong>de</strong> miserias.<br />

Aquel bofetón colérico era un resto <strong>de</strong> su altivez dominante. Por eso, para vencerla,<br />

practicó los ayunos más agotadores. Una noche, acercándose <strong>de</strong> secreto a su tienda,<br />

Sánchez Garzón alzó un paño y le vio azotarse, con unas disciplinas. En vano le<br />

reconvino. Cada vez más <strong>de</strong>scarnado, cada vez más <strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> la tierra, todo<br />

pupilas y esqueleto, comenzó a sufrir visiones que no acertaba a explicar y que tenía por<br />

cosa cierta.<br />

Al va<strong>de</strong>ar un arroyuelo, como <strong>de</strong>scabalgara para beber, la fisonomía <strong>de</strong> Violante le<br />

apareció en las aguas claras. Una toca <strong>de</strong> rúan <strong>de</strong> fardo, similar a las <strong>de</strong> las carmelitas<br />

<strong>de</strong>scalzas <strong>de</strong>l Convento <strong>de</strong> San Joseph, le ceñía la cabeza. Sus labios temblaban, no<br />

supo si porque <strong>de</strong>seaban hablarle o por el temblor mismo <strong>de</strong>l agua. Aquella boca<br />

hermosísima, ultraterrena, le sonrió. Hundió las manos en la frescura <strong>de</strong>l líquido y la<br />

imagen se rompió en mil trozos que huyeron con la corriente, entre las guijas pulidas.<br />

Otra vez, ya cerca <strong>de</strong> Santa Fe, fueron tres caballeros con armaduras arcaicas. En las<br />

ro<strong>de</strong>las, llevaban pintadas las armas <strong>de</strong> Bracamonte. Tres ángeles <strong>de</strong> alas azules<br />

conducían los palafrenes por la brida <strong>de</strong> velludo granate. A pesar <strong>de</strong> que el viento torcía<br />

en torno la arboleda y dispersaba las hojas y <strong>Galaz</strong> oía su silbo, ni una pluma ni un fleco<br />

se movía, en el grupo <strong>de</strong> los tres andantes y sus celestes escu<strong>de</strong>ros. Marchaban seguidos<br />

por un resplandor. La celada <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los paladines se <strong>de</strong>slizó sin ruido. <strong>Galaz</strong> vio la<br />

cara <strong>de</strong> Alanís y vio su sonrisa, hasta que los fantasmas se <strong>de</strong>sgarraron en jirones ligeros<br />

que arrastró la fuga <strong>de</strong>l aire.<br />

Por último, al cruzar un río al claror <strong>de</strong> la luna, distinguió luces lívidas en la ribera<br />

opuesta. Cogió el brazo <strong>de</strong> Sánchez Garzón, y murmuró:<br />

—¡Mire, mire su merced, si no es aquesa la Santa Compaña!<br />

El capitán nada veía. Pero el paje insistió y <strong>de</strong>scribió los cirios amoratados, las ropas<br />

monjiles, las cogullas y las cruces procesionales. En el centro, cuatro obispos<br />

transportaban unas angarillas y en ellas un cuerpo yacente, tieso, a medias cubierto por<br />

un escudo largo cual un pavés, que ostentaba los mismos colores familiares. Después,<br />

como los espectros <strong>de</strong>saparecieran, <strong>Galaz</strong> se pasó la mano por la frente sudorosa.<br />

Larga y fatigosa fue la campaña. Tras <strong>de</strong> promulgar diversas or<strong>de</strong>nanzas en Santa<br />

Fe, don Mendo convocó a los indios <strong>de</strong> las generaciones aliadas. Seiscientos guaraníes<br />

<strong>de</strong> las misiones jesuíticas se incorporaron a las fuerzas. Llegaron precedidos <strong>de</strong><br />

tamboriles y violas, cantando himnos a San Ignacio.<br />

Por meses y meses se prolongó la lucha. Los calchaquíes sabían pelear. Cuando la<br />

balanza <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino se inclinaba en su contra, se replegaban hacia los bosques<br />

impenetrables, seguros como fortalezas y misteriosos como laberintos. Pero los indios<br />

ligados y los <strong>de</strong> las reducciones, conocedores también <strong>de</strong> aquel terreno breñoso, les<br />

perseguían sin darles cuartel.<br />

70 Manuel Mujica Láinez<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>

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