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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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TRECE<br />

FLORES DE SANTIDAD<br />

CUATRO NEGRAS lavan<strong>de</strong>ras vienen por la calle <strong>de</strong> la Ronda. Las cuatro son mujeres<br />

opulentas. Caminan ca<strong>de</strong>nciosamente, con algo <strong>de</strong> bestias <strong>de</strong> carga y algo también <strong>de</strong><br />

navíos. Una atmósfera <strong>de</strong> sensualidad las envuelve. Llevan los brazos en alto, como asas,<br />

y sobre su cabeza se balancea un atado <strong>de</strong> trapería que abulta casi tanto como ellas.<br />

Delante va el calor, arreando bichos.<br />

Ríen las cuatro y gritan, enseñándose los dientes. Se han bañado en el Río <strong>de</strong> la<br />

Plata, a pesar <strong>de</strong>l anatema <strong>de</strong> los predicadores, y traen la cara y los brazos relucientes.<br />

Una <strong>de</strong> ellas ha visto a <strong>Galaz</strong>, acurrucado en un umbral sombrío, con un libro abierto<br />

sobre las rodillas. Su larga nariz se mueve, siguiendo la lectura. La esclava se pone el<br />

<strong>de</strong>do en los labios, por acallar la jarana y muestra el mozo a sus compañeras. Les brillan<br />

los ojos <strong>de</strong> alegría. Todas a un tiempo, se golpean las ca<strong>de</strong>ras con las palas <strong>de</strong> batir<br />

ropa.<br />

—¡Mira a dostá nostramo!<br />

—¡Pegado como garrapata al libro!<br />

—¿No se quiele namorar?<br />

El paje las observa, impasible. Ellas prosiguen el alboroto y luego escapan,<br />

intimidadas por esos ojos graves y ausentes.<br />

<strong>Galaz</strong> da vuelta a una hoja: “...David diciendo una vez que tenía <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> beber<br />

agua <strong>de</strong> la cisterna <strong>de</strong> Bethleem, estando aquella tierra ocupada <strong>de</strong> enemigos Philisteos y<br />

él, con su Ejército, en contrario <strong>de</strong>llos: tres valientes Capitanes, cuyos nombres, según<br />

Nicolao<strong>de</strong> Lyra, eran Iesbaan, Eleazar y Semma, haciéndose espaldas unos a otros,<br />

rompieron por medio <strong>de</strong> los enemigos y llegaron a pesar <strong>de</strong> todos a la cisterna y recogida<br />

el agua se la truxeron a David...”.<br />

Iesbaan... Eleazar... y Semma.<br />

Hace ya seis meses que vive en la casa <strong>de</strong> la Plazuela <strong>de</strong> San Francisco. Su tía le<br />

mandó llamar. La buena señora temió por su alma y, por consejo <strong>de</strong>l arcediano <strong>de</strong> la<br />

Catedral, rogó al capitán Sánchez Garzón que convenciera a su sobrino. No fue fácil<br />

lograrlo. Por fin, súplicas y amonestaciones consiguieron dominarle.<br />

A su llegada, las damas y los chicuelos huían <strong>de</strong> él como <strong>de</strong>l diablo. Su mansedumbre<br />

les <strong>de</strong>sconcertó. Esperaban al matador <strong>de</strong> Alanís, un bandidazo rebel<strong>de</strong> y aquél no era<br />

más que un mozuelo enfermizo, incapaz <strong>de</strong> dañar a una mosca. Como se resistía a hablar<br />

y rehuía el comercio <strong>de</strong> las gentes y andaba cabizbajo, con el libro inseparable, la historia<br />

<strong>de</strong> su extravío mental satisfizo una vez más la curiosidad <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>.<br />

Una mañana, al pasar frente al Cabildo, un muchacho le tiró un pedrusco. El no<br />

contestó. Des<strong>de</strong> entonces, la guerra quedó <strong>de</strong>clarada. Los galopines habían perdido el<br />

terror mezclado <strong>de</strong> respeto que sintieron en los primeros días. Le persiguieron. Le<br />

escoltaron en todas sus caminatas.<br />

—¡<strong>Don</strong> Bobo <strong>de</strong> Bracamonte! —le gritaban, con voz cavernosa—. ¡Cómo haces <strong>de</strong>l<br />

grave, <strong>Don</strong> Bobo <strong>de</strong> Bracamonte!<br />

Hasta los esclavos le injuriaron. El callaba y les miraba con los ojos velados <strong>de</strong><br />

tristeza.<br />

En su casa, doña Uzenda le <strong>de</strong>jaba hacer a su guisa. Al principio, trató <strong>de</strong><br />

reconvenirle. Había preparado una solemne alocución, con citas campanudas <strong>de</strong> don<br />

Manuel Mujica Láinez 63<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>

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