1908, consagró el nombre <strong>de</strong> Larreta en el país, América y España. Se trataba <strong>de</strong> un fenómeno poco frecuente en relación con un libro. Pero la novela era realmente una recreación admirable; sigue siéndolo. Aun contra las diatribas (se dijo que era un plagio), la obra fue consi<strong>de</strong>rada importante y más <strong>de</strong> uno quiso imitarla. Mujica Lainez siguió <strong>de</strong> cerca el proceso <strong>de</strong> La gloria <strong>de</strong> don Ramiro. Larreta era amigo <strong>de</strong> su padre; más aún, amigo <strong>de</strong> la familia. Esta relación alcanzó no sólo al Larreta escritor sino al Larreta diplomático. Fue tal la admiración <strong>de</strong>l joven escritor Mujica Lainez por el creador <strong>de</strong> la gran novela (y por su vida) que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un comienzo lo colocó en un pe<strong>de</strong>stal. Y como Larreta, generoso para alentar a los recién iniciados, le <strong>de</strong>mostró afecto y lo convirtió en amigo e interlocutor a pesar <strong>de</strong> la diferencia <strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s, la obra <strong>de</strong>l maestro pasó a ser el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l discípulo. Así como Prosas profanas, <strong>de</strong> Rubén Darío, era el libro que ningún poeta <strong>de</strong> la época podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> leer, así también La gloria <strong>de</strong> don Ramiro era la novela que ningún autor <strong>de</strong>bía ignorar. Por esta razón, y por la relación personal <strong>de</strong> los autores, <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> le <strong>de</strong>bió mucho a la obra famosa. La <strong>de</strong>uda tiene que ver principalmente con el tratamiento <strong>de</strong>l lenguaje. Tanto <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> como La gloria <strong>de</strong> don Ramiro elu<strong>de</strong>n lo arcaizante en la narración reservándolo para los diálogos. Cualquier lector advierte, sin embargo, que la historia pertenece al pasado, y a un pasado <strong>de</strong>terminado con precisión en el tiempo. Se trata <strong>de</strong> más <strong>de</strong> un movimiento <strong>de</strong> la prosa, y <strong>de</strong> algún rasgo <strong>de</strong>l vocabulario, que <strong>de</strong>l color <strong>de</strong> las reconstrucciones históricas. En Larreta estos procedimientos tienen una seguridad solar; Mujica Lainez sigue sus pasos ajustándose a la ardua lección; cuenta a su favor que su novela es más liviana por el tono picaresco general. El escenario <strong>de</strong> Larreta es Avila principalmente. En la bella y minuciosa recreación está lo mejor <strong>de</strong> la obra. También lo es Toledo, pero sólo <strong>de</strong> paso. Finalmente, Lima, ciudad a la que llega Ramiro para justificar la gloria (la presencia <strong>de</strong> Santa Rosa) que lo espera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el título. Aunque escrita por un argentino, la obra <strong>de</strong> Larreta es una novela española, no porque transcurra casi íntegramente en España, ni por sus personajes, sino por su i<strong>de</strong>ología española, su problemática y su proyección. Des<strong>de</strong> luego, su condición <strong>de</strong> obra maestra le da alcance universal. En una escala menor —y con un escenario único: <strong>Buenos</strong> Aries—, <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> repite el esquema, aunque en sentido inverso. Es una novela sudamericana, propia <strong>de</strong> estas tierras. La tentación <strong>de</strong> llamarla “argentina”, violentando un poco el paso <strong>de</strong> la historia, su sucesión cronológica, es gran<strong>de</strong>, porque lo argentino <strong>de</strong> su nacimiento es lo único que no pue<strong>de</strong> disimular el autor. Aun siendo habitante <strong>de</strong> la ciudad colonial cuyo <strong>de</strong>stino nadie avizora, <strong>Galaz</strong> tiene muchos rasgos <strong>de</strong> lo que hoy enten<strong>de</strong>mos por argentino — suficiencia, autoritarismo, soberbia—, y ellos le vienen <strong>de</strong> observaciones psicológicas <strong>de</strong> su creador. En la parábola <strong>de</strong> la búsqueda y el fracaso <strong>de</strong>l personaje cree verse la suerte <strong>de</strong>l nacido en estas latitu<strong>de</strong>s, el “<strong>de</strong>stino sudamericano” <strong>de</strong> que hablaba Borges. Sin exagerar, <strong>de</strong>jando a la novela en sus alcances <strong>de</strong> obra <strong>de</strong> ficción, espejo fiel <strong>de</strong> la realidad exterior e interior, uno <strong>de</strong> los méritos indudables <strong>de</strong> <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> se encuentra en esta lejana i<strong>de</strong>ntificación. La presencia <strong>de</strong> un argentino (o <strong>de</strong> un porteño, si se prefiere) en una novela <strong>de</strong>l siglo XVII, resulta algo más que una anticipación; por el juego <strong>de</strong> ser a<strong>de</strong>lantado, el presente se hace también futuro. La proyección alcanza en <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> sesgos inesperados y le agrega un valor más a Mujica Lainez, novelista en sus comienzos. <strong>Galaz</strong> y Ramiro son, obviamente, los centros <strong>de</strong> las novelas que los tienen por protagonistas. No se parecen físicamente; todo lo contrario. Mientras el primero es <strong>de</strong>sgarbado, el segundo es <strong>de</strong> buena figura. Se han criado <strong>de</strong> distinta manera, en medios distintos. Sus adolescencias, aunque distantes, transcurren, sin embargo, <strong>de</strong>l mismo modo. Iguales amores y hasta momentos parecidos. Ni <strong>Galaz</strong> ni Ramiro abjuran <strong>de</strong> su fe, el primero durante el conjuro con el que obtendrá a Violante y el segundo durante las tentaciones a que lo somete la bella morisca Aixa. También en sus <strong>de</strong>fecciones —o traiciones— se parecen. Y esto podrá advertirlo sin dificulta<strong>de</strong>s el lector <strong>de</strong> las novelas. Un <strong>de</strong>safío para el autor, dado el antece<strong>de</strong>nte, <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong>bió parecer en su época una novela extraña. Gustó a la crítica, sin embargo, por el alar<strong>de</strong>, y por cuanto significaba como futuro para Mujica Lainez. Hoy, a la distancia, sigue pareciendo rara,
pero con la salvedad —dada la trayectoria <strong>de</strong>l escritor, uno <strong>de</strong> los indudables novelistas <strong>de</strong> la Argentina, maestro <strong>de</strong> la novela histórica—, <strong>de</strong> que en ella se encuentran en germen algunas <strong>de</strong> las características más notables <strong>de</strong>l creador <strong>de</strong> ficciones, y su amor a <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>, ese amor siempre presente, que se transformará en el escenario dominante <strong>de</strong> la mejor parte <strong>de</strong> su obra. Están para probarlo sus novelas <strong>de</strong> la llamada “saga porteña” —la parte más crítica <strong>de</strong> Mujica Lainez hacia la sociedad argentina—, que tienen su más lejano antece<strong>de</strong>nte, su más remoto parentesco, en la entretenida y audaz <strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>. ÓSCAR HERMES VILLORDO