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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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El obispo <strong>de</strong>scribía las rejas y pulpitos que hizo colocar en el convento benedictino <strong>de</strong><br />

Samos, en Galicia, cuando era allí abad y la torre que levantó y los retablos que pintaron<br />

sus monjes. Se quejaba <strong>de</strong> que el techo <strong>de</strong> la Catedral <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> estaba podrido y<br />

había murciélagos colgando <strong>de</strong> las vigas, como lámparas nefastas. Rascábase el cerquillo<br />

y comentaba:<br />

—Yo me holgara <strong>de</strong> afianzar con puntales la morada <strong>de</strong>l Señor, pero los dineros<br />

escasean. Caten que no es <strong>de</strong>lgada empresa gobernar el obispado <strong>de</strong>l Río <strong>de</strong> la Plata, con<br />

las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Santísima Trinidad, Santa Fe <strong>de</strong> la Vera Cruz, San Juan <strong>de</strong> Vera e la<br />

Concepción <strong>de</strong>l Río Bermejo.<br />

<strong>Galaz</strong> sonreía débilmente. La vida florecía poco a poco, en la blanda lasitud <strong>de</strong> sus<br />

venas. La sentía crecer y golpear en los vasos, cual si llamara a su corazón.<br />

Una hoja caía... otra hoja... otra hoja...<br />

—¡Ave María Purísima! —<strong>de</strong>cían a la puerta. Doña Uzenda <strong>de</strong>jaba el cestillo <strong>de</strong><br />

labores y se ponía <strong>de</strong> pie. Sus enaguas se elevaban y <strong>de</strong>primían con el andar, bajo la<br />

basquina y toda ella semejaba una fontana <strong>de</strong> revueltas ondas.<br />

Por un momento los primos quedaban solos. Se espiaban <strong>de</strong> soslayo. Una hoja caía...<br />

—¿Queréis un mate?<br />

Otra hoja revoloteaba, in<strong>de</strong>cisa... Otra hoja... Arriba, el cielo ceñudo y abajo el<br />

patizuelo y sus plantas, mecidas por el leve chasquido <strong>de</strong> la hamaca...<br />

La viuda tornaba con don Enrique Enríquez y con doña Gracia <strong>de</strong> Mora.<br />

—Esta —<strong>de</strong>cía el maese <strong>de</strong> campo— es tierra provechosa para granjear sinsaborias e<br />

no para medrar favores. Enantes se compraba un solar, cabe Santo Domingo, por dos<br />

bueyes e diez pesos plata. Agora, el caballo que traigo, el mejor <strong>de</strong> la plaza es verdad,<br />

cuéstame sesenta pesos y sesenta sudores.<br />

La sangre <strong>de</strong> <strong>Galaz</strong> se <strong>de</strong>sperezaba. Leía un santoral que le diera su tía, pero sus ojos<br />

escapaban <strong>de</strong>l relato <strong>de</strong> los martirios y corrían a posarse, con júbilo <strong>de</strong> pájaros, en el<br />

cuello <strong>de</strong> Violante, en sus mejillas y en el pie breve que asomaba entre los cojines.<br />

Echábase a temblar. Se mortificaba forjando visiones infernales, con tri<strong>de</strong>ntes y<br />

hornos pestosos. Se hundía las uñas en las palmas.<br />

Mandó que llevaran a su aposento el arrumbado blasón familiar que presenció su<br />

ansia pecaminosa. Así se hizo. De noche, tras <strong>de</strong> rezar el Paternóster, el doncel se<br />

esforzaba, por un cuarto <strong>de</strong> hora, en fijar ojos y mente en los cuarteles que pregonaban<br />

la claridad ejemplar <strong>de</strong> su linaje. Pensaba en Mosén Rubí <strong>de</strong> Bracamonte y en aquel don<br />

Bartolomé <strong>de</strong> Bracamonte, también <strong>de</strong> su alcurnia, <strong>de</strong> quien canta la fama que arribó al<br />

Plata con la flota <strong>de</strong> don Pedro <strong>de</strong> Mendoza y que murió peleando, como un guerrero<br />

mitológico, junto al hermano <strong>de</strong>l A<strong>de</strong>lantado y al Diego Lujan que dio nombre al río.<br />

Poníase a consi<strong>de</strong>rar las áncoras <strong>de</strong>spintadas y el mazo maltrecho. Presto se apartaba su<br />

atención. La brisa <strong>de</strong>l otoño movía el cuero <strong>de</strong> su ventana.<br />

—¡<strong>Galaz</strong>! ¡<strong>Galaz</strong>! —susurraban las hojas—. ¡<strong>Galaz</strong>! ¡<strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> Bracamonte! ¡Que<br />

Violante pasa por tu puerta; que corre a los brazos <strong>de</strong> tu amigo! ¡Mira qué ruin fortuna la<br />

tuya!<br />

Y él apretaba los dientes.<br />

36 Manuel Mujica Láinez<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>

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