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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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aparecida en 1508 circulaba en <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> hacia 1600. Era la lectura i<strong>de</strong>al para llenar<br />

<strong>de</strong> sueños la cabeza <strong>de</strong> un adolescente confinado en la ciudad remota e insignificante.<br />

Había perturbado la mente <strong>de</strong> un hidalgo bueno “en un lugar <strong>de</strong> la Mancha”, como dijo en<br />

célebre comienzo otro lector <strong>de</strong> aventuras, también él hombre bueno, don Miguel <strong>de</strong><br />

Cervantes Saavedra. Novelas <strong>de</strong> caballerías había leído Santa Teresa <strong>de</strong> Jesús, novelas<br />

que se le grabaron tan hondo en la memoria que algunas <strong>de</strong> sus obras doctrinarias<br />

reproducen sus estructuras. La cita no es antojadiza. Un hermano <strong>de</strong> la santa vivía en la<br />

Córdoba argentina, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cual Jerónimo Luis <strong>de</strong> Cabrera salió en excursión<br />

memorable, contagiado <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> gloria <strong>de</strong>l soldado cristiano.<br />

No, <strong>Galaz</strong> no estaba solo. La mediocre vida <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a, en la que la pompa <strong>de</strong> unas<br />

nubes <strong>de</strong>slizándose en el horizonte hace que el vigía <strong>de</strong>l Fuerte se confunda con el<br />

velamen <strong>de</strong> naves piratas, tiene una escapatoria, y esa escapatoria es la lectura. Cuando<br />

<strong>Galaz</strong> <strong>de</strong>ja el trabajo <strong>de</strong> paje junto al obispo, el gobernador lo llama para que le lea obras<br />

en las que sus antepasados son los héroes admirados. Pero no sólo los brazos armados y<br />

las cabalgaduras son gualdrapas <strong>de</strong> las justas y torneos sino las vidas <strong>de</strong> los santos, en<br />

tanto éstas reproduzcan actos heroicos, son la materia <strong>de</strong> entretenimiento y edificación<br />

<strong>de</strong> los letrados <strong>de</strong> la Colonia, jóvenes o no. En un momento <strong>de</strong> crisis espiritual, <strong>Galaz</strong> no<br />

se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Flos Sanctorum. Sin embargo, con ser tanta la influencia <strong>de</strong> los libros,<br />

el muchacho encontrará en las leyendas americanas, ya entonces lo suficientemente<br />

extendidas, el estímulo <strong>de</strong>finitivo.<br />

Como en el caso <strong>de</strong> Amadís <strong>de</strong> Gaula, que tomó para <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> Bracamonte nombre y<br />

apellido, aunque perteneciera a la ficción, el acicate para empren<strong>de</strong>r la aventura que le<br />

costaría la vida, también lo tomó: general Sánchez Garzón, anciano militar que asume en<br />

la novela el papel <strong>de</strong> empresario <strong>de</strong> El Dorado.<br />

América era el mapa <strong>de</strong> las hazañas que podían tentar a aventureros como <strong>Galaz</strong>. En<br />

la Florida se ubicaba la Fuente <strong>de</strong> la Eterna Juventud (por ahí había andado Alvar Núñez<br />

Cabeza <strong>de</strong> Vaca, ese incansable caminador que atravesó también América <strong>de</strong>l Sur,<br />

camino <strong>de</strong> las cataratas, y terminó en Puerto Hambre, en el sur patagónico), en la selva<br />

y bajando los ríos portentosos hacia el Atlántico estaba el Reino <strong>de</strong> las Amazonas que el<br />

capitán Francisco <strong>de</strong> Orellana vio antes <strong>de</strong> morir, en algún lugar (siempre cambiante) se<br />

encontraba el País <strong>de</strong>l Rey Blanco, El Dorado... No sólo al jovencito <strong>de</strong>sgarbado podían<br />

seducir las historias <strong>de</strong> aventuras y riquezas sino también al general Sánchez Garzón,<br />

que se había pasado la vida buscándolas, y que, ya viejo, hallaba su brazo fuerte y sus<br />

piernas andariegas en los <strong>de</strong>l segundón <strong>de</strong> los Bracamonte.<br />

Para mentes como las <strong>de</strong> <strong>Galaz</strong> y el militar, que i<strong>de</strong>alizaban las hazañas irrealizables,<br />

América <strong>de</strong>bió ser un lugar paradisíaco, con gran<strong>de</strong>s árboles, cascadas y ríos mansos (e<br />

indígenas pacíficos) semejante a los que un siglo <strong>de</strong>spués imaginaría románticamente el<br />

vizcon<strong>de</strong> <strong>de</strong> Chateaubriand pintando en sus novelas con escenario americano paisajes<br />

con reminiscencias <strong>de</strong> Watteau. Pero en el Río <strong>de</strong> la Plata, don<strong>de</strong> vivían, el contraste con<br />

la realidad era muy gran<strong>de</strong>. El lugar no era Perú, México o Bolivia. Aquí no existían<br />

minas <strong>de</strong> plata ni yacimientos auríferos. La ilusión <strong>de</strong>l metal codiciado había sido eso,<br />

una ilusión, en el nombre <strong>de</strong>l río que <strong>de</strong>bió llevar a la riqueza y llevaba a la miseria y la<br />

muerte. La llanura que se extendía a espaldas <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> (con su ganado cimarrón<br />

que sólo servía para exten<strong>de</strong>r el olor <strong>de</strong> la podredumbre una vez que los gau<strong>de</strong>rios<br />

habían sacado el cuero <strong>de</strong> las reses muertas, abandonadas a la intemperie como en un<br />

gigantesco cementerio) no conducía a ninguna sierra con socavones <strong>de</strong> metal precioso ni<br />

a ningún río mágico con mujeres guerreras en sus orillas. No; las fantasías estaban<br />

únicamente en el pensamiento afiebrado <strong>de</strong> cada uno y no en la pampa. El <strong>de</strong>sencanto<br />

<strong>de</strong> tantos hidalgüelos venidos a menos acabó por mo<strong>de</strong>lar el carácter fantasioso y<br />

<strong>de</strong>lirante <strong>de</strong> <strong>Galaz</strong>. El trabajo manual que podía haberlo redimido le había sido negado<br />

por ser noble. Para esos menesteres estaban los esclavos y mestizos.<br />

Para que el panorama que<strong>de</strong> completo, hay que agregar el peso <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n jerárquico<br />

establecido en nombre <strong>de</strong>l rey, en una parodia <strong>de</strong> corte que presidía el gobernador <strong>de</strong><br />

turno, y el peso <strong>de</strong> la Iglesia, brazo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la Conquista y enquistada en el po<strong>de</strong>r<br />

como una fuerza más. Detrás, muy <strong>de</strong>trás, estaban las naciones <strong>de</strong> indígenas <strong>de</strong>rrotados<br />

pero no vencidos.<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong> es la radiografía risueña <strong>de</strong> la situación <strong>de</strong> la ciudad bajo

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