Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez
Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez
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SEIS<br />
EL CONJURO<br />
LA PROMESA <strong>de</strong> la dueña, tentadora, <strong>de</strong>slumbrante, había <strong>de</strong>scorrido paños y cortinajes<br />
ante su imaginación. Le abría postigos dorados que miraban a cámaras <strong>de</strong> voluptuosidad<br />
y <strong>de</strong> dulzura. Le mostraba, más allá <strong>de</strong> cuanto sus sueños labraron hasta entonces,<br />
imágenes <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio y quimeras gozosas. En su pecho, la bonanza alternaba con el<br />
sobresalto.<br />
¡Lograr a Violante! ¡Violante suya, a pesar <strong>de</strong> su estampa risible, <strong>de</strong> su ropaje raído,<br />
<strong>de</strong>l humazo negro que manchaba sus pujos <strong>de</strong> triunfo! ¡Lograr a Violante! ¡Verla<br />
<strong>de</strong>sfallecer, bajo sus labios! ¡Sentirla vibrar con él, cuando aquel torbellino <strong>de</strong>l anhelo <strong>de</strong><br />
gloría le levantaba, le arrastraba, le hacía girar y le llevaba hacia los barcos y hacia los<br />
escuadrones! ¡Violante junto a él, siempre junto a él! ¡Vencido el esguince y el coqueteo;<br />
domada la mofa parlera! No sería ya la niña que sonríe y arroja el pañolito, sino la mujer<br />
que busca, con ojos <strong>de</strong> fuego...<br />
Para acallar la conciencia, valíase <strong>de</strong> tretas <strong>de</strong>lgadas. ¿Quién le probaba que la<br />
doncella no estaba hechizada <strong>de</strong> antiguo y que ese embrujo no era, precisamente, el que<br />
entre ambos levantaba rejas enhiestas? ¿Quién sabe si su madre misma, si doña Uzenda,<br />
para inclinar su ánimo hacia el alcal<strong>de</strong> o hacia el hijo <strong>de</strong>l gobernador, no usó <strong>de</strong> conjuros,<br />
<strong>de</strong> filtros, <strong>de</strong> embelecos, <strong>de</strong> figuras? ¿Si Violante le estuviera <strong>de</strong>stinada a él, a <strong>Galaz</strong>? ¿Si<br />
se tratara sólo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir unas palabras, para quebrar el encanto? ¿No lucharía con todas<br />
las armas, aun las más atrevidas, las que enrojecían jugos diabólicos, para conquistarla?<br />
Pero, al mismo tiempo, bajo aquel césped <strong>de</strong> ilusión afiebrada, arrastrábase la realidad,<br />
como una víbora. Y esa víbora, al rozar las flores, las marchitaba y por doquier <strong>de</strong>jaba la<br />
huella babosa <strong>de</strong> su paso. ¿Debía forzar a su prima para que le amase? ¿Podía<br />
introducirse en su corazón solapadamente, como un salteador nocturno? ¿Sería suya <strong>de</strong><br />
verdad, la mujer así alcanzada?<br />
Todo el día anduvo en el Palacio Episcopal. En la audiencia, el prelado y sus<br />
familiares ensalzaban la labor <strong>de</strong> una casulla que <strong>de</strong> las misiones jesuíticas enviaban a la<br />
Catedral. <strong>Galaz</strong> se asomó una o dos veces al círculo <strong>de</strong> cráneos tonsurados. Las manos<br />
transparentes <strong>de</strong> Su Ilustrísima acariciaban la seda <strong>de</strong>l ornamento. Era un raro trabajo<br />
indígena, con loros, yacarés, árboles, corolas y monos, bordados sobre el fondo rosa.<br />
Dijérase una inmensa joya policroma, un relicario <strong>de</strong> pedrería hecho por un orfebre<br />
bárbaro.<br />
En torno, los capellanes contaban que el obispo <strong>de</strong>l Tucumán, Fray Melchor<br />
Maldonado <strong>de</strong> Saavedra, había sido <strong>de</strong>nunciado al Santo Oficio por comer carne en<br />
Cuaresma. El cura <strong>de</strong> la Catedral exclamó:<br />
—¡Callen Sus Reverencias, que yo le conocí y traté en la ciudad <strong>de</strong> Salta y es la más<br />
peregrina persona <strong>de</strong>l mundo! Vestía a lo polido, <strong>de</strong>scubriendo bajo la sotana las medias<br />
<strong>de</strong> seda. Le visité una mañana, harto tar<strong>de</strong>, y le hallé en el lecho, olvidadizo quizá <strong>de</strong> que<br />
“militia est vita hominis super terram”. Pebetes y flores le ro<strong>de</strong>aban. Tenía en una mesa<br />
una escudilla <strong>de</strong> la China, llena <strong>de</strong> agua <strong>de</strong> olor y <strong>de</strong> cuando en cuando, con mil remilgos,<br />
hundía la punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos en la vasija y se mojaba las narices.<br />
—Y a<strong>de</strong>más —comenzó el chantre, cruzando las manos velludas— a<strong>de</strong>más la gente le<br />
mormuraba...<br />
<strong>Galaz</strong> no les prestaba oídos. En otra ocasión, hubiera permanecido entre los pajes,<br />
solazándose con los relatos. Ahora, cada minuto le hundía una aguja en las carnes<br />
Manuel Mujica Láinez 27<br />
<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>