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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Santa Hermandad! ¡Aguija, muchacho! Se imaginaba con la ropilla <strong>de</strong> su<br />

hermano. La fantasía le aseguraba, sobre la fisonomía tortuosa, la hechura ahidalgada,<br />

fina <strong>de</strong> cortesanía, <strong>de</strong> su hermano mayor. Era él quien vestía <strong>de</strong> rúa; él quien urdía<br />

consejas bélicas y se <strong>de</strong>sceñía el brahón y mostraba costurones gloriosos... Para endulzar<br />

el bocado amargo, se repetía por lo bajo que, si quisiera, podría <strong>de</strong>sinflar a aquel don<br />

Juan Bernardo <strong>de</strong> la Cueva, odre <strong>de</strong> viento, fiera <strong>de</strong> gitanos trotamundos. Bastábale su<br />

astucia para ello. Una frase, una pulla, ¡y qué <strong>de</strong>licia verle <strong>de</strong>scolorir y <strong>de</strong>mudarse! Se lo<br />

repetía por lo bajo, a menudo. Harto necesitaba <strong>de</strong> aquel consuelo flaco su <strong>de</strong>sconsolada<br />

disposición.<br />

La viuda no ocultaba su privanza al teniente general.<br />

Por encima <strong>de</strong> la peluca <strong>de</strong> don Mendo, vigilaba el diálogo. Cambiaba guiños<br />

confabulados con el hijo <strong>de</strong>l gobernador. A la doncella también, sabiamente,<br />

imperceptiblemente, íbala aconsejando, conduciendo, amonestando, encendiendo y<br />

ablandando. Dilapidaba parpa<strong>de</strong>os, fruncimientos <strong>de</strong> cejas y <strong>de</strong> labios, toses, arrugas y<br />

suspiros.<br />

Nada <strong>de</strong> ello escapaba a <strong>Galaz</strong>. A él ni se le tenía en cuenta.<br />

<strong>Don</strong> Juan Bernardo echaba mano a sus recursos <strong>de</strong> palaciego, aguerrido en los<br />

estrados <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> su <strong>de</strong>udo, el duque <strong>de</strong> Albuquerque. Por <strong>de</strong>slumbrar a aquellas<br />

señoras <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>, ponía acertijos.<br />

—Este no lo habéis <strong>de</strong> divinar —<strong>de</strong>cía y juntaba el pulgar y el índice en una “o”, que<br />

acompasaba la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l verso:<br />

20 Manuel Mujica Láinez<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong><br />

Entra zumbando,<br />

sale llorando.<br />

La atención <strong>de</strong> la tertulia giraba en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> sus bigotes engomados. El general <strong>de</strong><br />

Gaete se rascó una oreja. Doña Uzenda coqueteaba:<br />

—Ingeniosísimo, señor don Juan Bernardo, ¿qué pue<strong>de</strong> ser? Mire vuesa merced que<br />

lanzarse ansí, gozoso, y partirse con lágrimas... ¿Será por ventura el amor con<br />

<strong>de</strong>sgracia?<br />

<strong>Galaz</strong> habló <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su rincón:<br />

—El que entra zumbando para salir llorando es el cubo en el aljibe.<br />

Los presentes se volvieron hacia el paje. No habían parado mientes en él. Amoscóse<br />

un tanto el <strong>de</strong> la Cueva:<br />

—Lo sabíais, <strong>Galaz</strong>. No podéis habello averiguado sin tropiezo.<br />

Hubo un silencio preñado <strong>de</strong> mosquitos. Violante arrojó su pañuelo al paje.<br />

—Estar atentos a estotro —siguió el bravo:<br />

En el campo nace,<br />

ver<strong>de</strong> se cría,<br />

en el Cabildo<br />

le hacen la cortesía.<br />

Doña Gracia <strong>de</strong> Mora aplaudió:<br />

—¡Precioso, preciosiño y cuan tierno lo <strong>de</strong>claráis!<br />

De nuevo, hiláronse cuchicheos y bordáronse consultas y suposiciones. Doña Polonia,<br />

doña Ana y doña Inés confesaron su impotencia para lances tan doctorales.<br />

—¡Ni en Salamanca os lo resuelven —exclamó don Enrique Enríquez— ni en Alcalá,<br />

con cuatro mil engulle-libros!<br />

—¿Y voacé, señor <strong>de</strong> Bracamonte, señor don <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> Bracamonte —triunfaba el<br />

“miles gloriosus”— no huronea en el magín por invenciones?<br />

—La invención es una sola —contestó <strong>Galaz</strong>—: quien se cría ver<strong>de</strong> y ve la luz en el<br />

campo y gana pleitesía en el Cabildo, es la vara <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>.<br />

Alentóse la plática. El teniente general se alisó la cabellera, disgustado. Doña Uzenda<br />

<strong>de</strong>voraba con los ojos, tizones en la sombra, a su sobrino. Mondó el pecho don Juan:<br />

—He aquí la tercera —proclamó—, tercera y postrera. Aguzad la sotileza:

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