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Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez

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Cuando el sueño y el calor amenguaban el temple <strong>de</strong>l obispo, <strong>Galaz</strong> se escabullía,<br />

prefiriendo el sol rabioso <strong>de</strong> la Plaza a la sombra beata que <strong>de</strong>sfallecía entre los muros<br />

<strong>de</strong>l casón.<br />

Se <strong>de</strong>tuvo en el portal <strong>de</strong>l Palacio. Dobló el busto, con zalema chocarrera, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong><br />

la tabla que mostraba, pintarrajeadas por un guaraní <strong>de</strong> las misiones, las armas <strong>de</strong> Fray<br />

Cristóbal <strong>de</strong> Aresti.<br />

La Plaza Mayor le arrojó a la cara su aliento <strong>de</strong> fuego. Se cubrió los ojos.<br />

Trozo <strong>de</strong> pampa, custodiado por las casucas <strong>de</strong> nombre magnífico y real pobreza, era<br />

la Plaza Mayor <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>. Espía <strong>de</strong>l llano. Había quedado en su puesto, frente al río<br />

enemigo, entre los invasores, mientras que la verda<strong>de</strong>ra pampa, su hermana, retrocedía<br />

más allá <strong>de</strong> las chacras <strong>de</strong>l ejido y <strong>de</strong> sus cardos azules. Pero era tal su aspereza que, en<br />

cualquier noche <strong>de</strong> viento y <strong>de</strong> alucinación, sacudiendo las cercas miserables que la<br />

trababan, escaparía por las calles absortas, con remolinos <strong>de</strong> maleza y <strong>de</strong> barro, hacia<br />

las anchas planicies quietas que llenaba el ganado cerril.<br />

El sol hallaba en ella lugar <strong>de</strong> refocilo. Colchón <strong>de</strong> tierra. Cobertor <strong>de</strong> polvo. Nadie le<br />

disputaría lecho tan <strong>de</strong>snudo. Contados se arriesgaban, en tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> verano como<br />

aquella, por el seco herbaz.<br />

En su centro mismo, cuatro o cinco carretas tendían los ma<strong>de</strong>ros y la lanza al aire.<br />

Bueyes <strong>de</strong>suncidos pastaban en torno. Ni la brisa más ligera inquietaba a los cipreses y al<br />

gran pino <strong>de</strong> Castilla, que asomaban sus corozas pardas sobre el vallado <strong>de</strong> la Compañía<br />

<strong>de</strong> Jesús.<br />

Millares <strong>de</strong> langostas cubrían la Plaza. Por doquier, saltaban láminas <strong>de</strong> reflejos<br />

irisados. Cuatro días antes, en el altar <strong>de</strong> las Once Mil Vírgenes <strong>de</strong>l Convento <strong>de</strong> San<br />

Francisco, habían comenzado las preces para alejar su daño. Por la mañana, el cabildo, la<br />

clerecía y los cofra<strong>de</strong>s dieron la vuelta al hosco <strong>de</strong>scampado, con cera y pendones. Iban<br />

en procesión, tras el palio <strong>de</strong> rúan bamboleante. Encima, el incienso improvisaba otro<br />

dosel <strong>de</strong> gasas vola<strong>de</strong>ras. Las letanías se elevaron en el aire inmóvil. Pero el cielo<br />

permanecía mudo y la plaga terrible caía sobre la ciudad con <strong>de</strong>nuedo <strong>de</strong> castigo divino.<br />

Una langosta golpeó los robles y las cal<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l blasón episcopal con sus alas<br />

membranosas. El mancebo se hundió el birrete arcaico <strong>de</strong> una puñada. Picábale el jubón<br />

<strong>de</strong> terciopelo, cual si estuviera aforrado <strong>de</strong> sabandijas y liendres. La daga corta, <strong>de</strong><br />

ganchos revueltos como bigotes próceres, le azotaba los muslos. Echó calle abajo,<br />

rozando las pare<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>sprendiendo aquí y allá, con los <strong>de</strong>dos huesudos, algún caracol <strong>de</strong><br />

las tapias.<br />

Era magro hasta el disparate. Vestía ropas <strong>de</strong>shilachadas, <strong>de</strong> mezcla, pero sus<br />

colorines, pali<strong>de</strong>cidos por los años, no <strong>de</strong>stacaban ya. En aquel conjunto estrafalario —<br />

larga nariz, cabello pajizo, boca que en algún día <strong>de</strong> ayuno había <strong>de</strong>vorado los labios—<br />

los ojos ver<strong>de</strong>s, sagaces, rápidos, guiñadores, rezumaban inteligencia.<br />

Caminaba a trancos. Su sombra, erizada <strong>de</strong> puntas en los hombros, en los codos y en<br />

las rodillas, se <strong>de</strong>rramaba sobre los lienzos <strong>de</strong> pared. Cuando <strong>Galaz</strong> se <strong>de</strong>tenía, quedaba<br />

adherida a la cal <strong>de</strong>l muro próximo, como una panoplia jamás vista. Luego —langosta<br />

gigantesca, entre las que colmaban la Plaza— partía a saltos, sorteando los baches <strong>de</strong>l<br />

camino.<br />

A la que llegaba a la Catedral, unos pordioseros le estiraron la palma pringosa.<br />

Hacíanlo por fuerza <strong>de</strong> costumbre que, <strong>de</strong> haberle mirado bien, le hubieran <strong>de</strong>jado seguir<br />

sin importunarle. Una vieja cegata, algo agitanada, fue más allá. En medio <strong>de</strong>l sopor que<br />

la entorpecía, advirtió que alguien pasaba y sin parar mientes en si eran calzas o<br />

guardainfante, ceceó un romancico <strong>de</strong> buenaventura:<br />

2 Manuel Mujica Láinez<br />

<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong><br />

Cara buena, cara linda,<br />

cara <strong>de</strong> Pascua florida.<br />

Dios te pague la limosna,<br />

cara <strong>de</strong> señora hidalga.<br />

Dos veces te casarás,<br />

las dos muy enamorada<br />

y dos hijos muy hermosos

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