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18<br />
ROGELIO.- Toda mi vida.<br />
ANA MARÍA.- ¿Está seguro de que vale tanto su vida?<br />
ROGELIO.- No pierdo la esperanza de que algún día la aprecies mejor.<br />
ANA MARÍA.- ¿Y está usted seguro de que los míos no me arrojarán al rostro el precio de<br />
su bienestar?<br />
ROGELIO.- No, Ana María. Para entonces las cosas no tendrán remedio y el concepto de<br />
lo irreparable es y será siempre bálsamo de dolores y atenuante de escrúpulos. Verás, Ana<br />
María, verás a este hombre viejo que tanto has calumniado hasta ahora.<br />
ANA MARÍA.- Basta. <strong>Un</strong>a pregunta final. Mamá... respóndame, con entera franqueza,<br />
mamá... ¿está enterada de todos sus propósitos?<br />
ROGELIO.- Quizás sospeche.<br />
ANA MARÍA.- Contésteme categóricamente. ¿Sabe?<br />
ROGELIO. - Sí.<br />
ANA MARÍA.- Lo había imaginado. (Pausa.) Está bien, Rogelio, hágame el servicio de<br />
irse. Vuelva luego, mañana... pasado. Váyase. Quiero estar sola.<br />
ROGELIO.-(Impresionado.) Adiós, Ana María.<br />
ANA MARÍA.- ¡Oh, qué horror! (Pausa larga, monumental, muy expresiva.) ¡Esto es<br />
horrible, horrible!<br />
Escena última<br />
BASILIO y ANA MARÍA<br />
BASILIO.-(Con los frascos de remedio.) ¿Se ha ido ese señor?... Aquí están los remedios,<br />
Ana María.<br />
ANA MARÍA.- ¡Tú!... (Impresionada, arrojándose en sus brazos.) ¡Oh, Basilio, mi Basilio!<br />
BASILIO.- ¡Señor! ¡Qué misterio es éste!<br />
ANA MARÍA.- (Solloza un instante siempre abrazada de BASILIO. Luego, reponiéndose,<br />
con energía.) ¡Basilio; llévame contigo!...