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ANA MARÍA.-(Cae abrumada, monologando.) ¡Me condenan! ¡Me condenan!...<br />
ROGELIO.- (Aproximándose a ANA MARÍA.) ¡Oh, la chiquilla vehemente!... (Le acaricia<br />
suavemente la cabeza.) Cabeza de chorlito... hay que asentarla.<br />
MARCELINA.- ¿Quiere que le prepare una taza de té, Rogelio?<br />
ROGELIO.- Con el mayor gusto.<br />
MARCELINA.- Voy a preparárselo. (Se encamina a la puerta.)<br />
ANA MARÍA.-(Irguiéndose.) Mamá. ¿Por qué te vas?<br />
MARCELINA.-(Mutis, sin responder.)<br />
ANA MARÍA.- ¡Oh! ¡Mamá!... ¡Mamá!... (Desolada se deja caer de nuevo en la silla,<br />
ocultando el rostro.)<br />
Escena IX<br />
ROGELIO y ANA MARÍA<br />
ROGELIO.- (A espaldas de ANA MARÍA, la contempla amorosamente. Pausa larga.<br />
Luego, como la crisis dura, dulcemente.) Basta. Ana María. Basta, hijita... Levanta esa<br />
cabeza. (Se la toma con ambas manos y con suave presión la atrae hacia él obligándola a<br />
mirarlo. ANA MARÍA, inconsciente, deja hacer y al abrir los ojos y encontrarse con la<br />
mirada de ROGELIO se incorpora con viveza.)<br />
ANA MARÍA.-(Alejándose.) ¡Oh, qué indignidad!...<br />
ROGELIO.- Ana María, te suplico que me oi-gas.<br />
ANA MARÍA.- ¡Váyase usted! (Señalando la cama de la enferma.) Respete eso.<br />
ROGELIO.- Duerme. (Sumiso.) ¡Ven; no me temas! Quiero que me oigas, nada más; que<br />
me escuches. Tú has formado de mi un concepto erróneo. Soy incapaz de una agresión, de<br />
una cobardía. Atiéndeme. Hablemos tranquilamente. Siéntate. Quiero que escuches mi<br />
justificación. Hace un instante vencido por mis sentimientos, en un ímpetu de ternura me<br />
permití esa libertad bien inocente, que tanto te ha alarmado. Te prometo...<br />
ANA MARÍA.- Está bien; lo escucharé. ¿Qué otro remedio? (Se sienta.) Hable usted.<br />
ROGELIO.- Yo te adoro, Ana María...