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El velo del destino

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Las invocaciones usadas para pedir cosas materiales entran de lleno en la magia<br />

negra, pues tenemos la promesa de: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y<br />

todas las demás cosas se os darán por añadidura". Cristo nos indicó el límite a que<br />

podíamos aspirar en el Padre nuestro cuando enseño a sus discípulos a decir: "<strong>El</strong><br />

pan nuestro de cada día dánoslo hoy". Tanto en lo que respecta a nosotros mismos<br />

como para los demás debemos guardarnos muy bien de traspasar este sendero en<br />

la invocación científica. Aun cuando oremos por bienes o bendiciones espirituales<br />

debemos evitar que se manifieste ningún sentimiento egoísta en nuestra plegaria<br />

que destruirían nuestro crecimiento anímico. Todos los santos nos prueban sus días<br />

de obscuridad y miseria cuando el divino Amante oculta su faz con la depresión<br />

consiguiente.<br />

Todo ello depende de la naturaleza y de la fortaleza de nuestra devoción: ¿Amamos<br />

a Dios por Él mismo, o le amamos por las alegrías que experimentamos en la dulce<br />

comunión con Él? Si es por lo último, nuestro afecto es esencialmente tan egoísta<br />

como los sentimientos de la multitud que le seguía porque la había alimentado y<br />

tanto ahora como entonces es necesario para Él el ocultar de nosotros en tales<br />

casos una manifestación de Su tierno amor y solicitud que nos haría caer en hinojos<br />

avergonzados y arrepentidos. Felices de nosotros si vencemos los defectos de<br />

nuestros caracteres y aprendemos la lección de una fi<strong>del</strong>idad invariable cual la de la<br />

aguja magnética que señala al polo Norte sin vacilar, a despecho de lluvia, de<br />

tormenta o nubarrones que ocultan de su vista su amante estrella.<br />

Hemos dicho que no debemos orar por cosas materiales y que debemos tener<br />

mucho cuidado aun en nuestras oraciones por bienes espirituales; entonces surge<br />

naturalmente esta pregunta: ¿Qué es lo que debe ser objeto de nuestra invocación?<br />

Y la contestación es, generalmente, el de "alabar y adorar". Debemos rechazar la<br />

idea de que cada vez que nos dirigimos a nuestro Padre Celestial sea para pedirle<br />

algo. ¿No nos desanimaría a nosotros que nuestros hijos estuvieran siempre<br />

pidiéndonos cosas? Por supuesto, no cabe en nuestra mente que Dios se disguste<br />

por nuestras importunas peticiones, pero tampoco debemos esperar que nos<br />

conceda todo lo que pedimos, ¡que a menudo sería para nuestro mal! Por otra parte<br />

cuando nos mantenemos en acción de gracias y en oración nos ponemos en una<br />

situación favorable con la ley de Atracción; en estado receptivo en el cual podemos<br />

percibir un nuevo descenso sobre nosotros <strong>del</strong> espíritu de Amor y de Luz,<br />

poniéndonos de este modo más cerca de nuestro adorado ideal.<br />

EL CLÍMAX FINAL<br />

No es necesario tampoco que la invocación, ya sea hablada o mental, sea<br />

mantenida durante todo el tiempo de la oración. Cuando en alas <strong>del</strong> Amor y de la<br />

Aspiración, impulsados por la intensidad de nuestro deseo, nos hemos acercado al<br />

Trono de nuestro Padre, llegará un momento de dulce, aunque silenciosa comunión,<br />

más <strong>del</strong>iciosa que cualquier otro imaginable estado; es análogo a la felicidad y<br />

contento de los enamorados que pueden estar sentados uno al lado <strong>del</strong> otro sin<br />

romper el silencio, que se hallan poseídos de demasiado amor para exteriorizarlo; un<br />

éxtasis que trasciende con mucho el estado aquel en que las palabras que se dicen<br />

les sirve de entretenimiento.<br />

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