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La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Mauricio Mæterlinck don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

Bueno es hacer cambiar <strong>de</strong> sitio a los misterios lo más a menudo que se<br />

pueda, pero no hay que hacerse la ilusión <strong>de</strong> que una mudanza basta<br />

para <strong>de</strong>struirlos.<br />

XXIII<br />

Dejemos por fin los llanos monótonos y el <strong>de</strong>sierto geométrico <strong>de</strong><br />

<strong>las</strong> celdas. Los panales están comenzados y se hacen ya habitables.<br />

Aunque, lo infinitamente pequeño se agregue, sin esperanza, aparente,<br />

a lo infinitamente pequeño, y nuestra vista, que ve tan poco, mire, sin<br />

vislumbrar nada, la obra <strong>de</strong> cera que no se interrumpe ni <strong>de</strong> día ni <strong>de</strong><br />

noche, avanza con extraordinaria rapi<strong>de</strong>z. <strong>La</strong> reina impaciente ha recorrido<br />

ya varias veces los astilleros que blanquean en la obscuridad, y<br />

apenas quedan terminadas <strong>las</strong> primeras líneas <strong>de</strong> habitaciones, toma<br />

posesión <strong>de</strong> el<strong>las</strong> con su cortejo <strong>de</strong> guardianas, consejeras o criadas,<br />

pues no podría <strong>de</strong>cirse si es seguida, venerada e vigilada. Cuando llega<br />

al sitio que juzga, favorable o que sus consejeras le imponen, enarca la<br />

espalda, se encorva e introduce, la extremidad <strong>de</strong> su largo abdomen<br />

enforma <strong>de</strong> huso en uno <strong>de</strong> los cangilones vírgenes, mientras todas <strong>las</strong><br />

cabecitas atentas, <strong>las</strong> cabecitas <strong>de</strong> enormes ojos negros <strong>de</strong> los guardias<br />

<strong>de</strong> su escolta la envuelven en un círculo apasionado, le sostienen <strong>las</strong><br />

patas, le acarician<strong>las</strong> a<strong>las</strong>, y agitan sobre ella sus febriles antenas, como<br />

para animarla, apresurarla y felicitarla.<br />

Se reconoce fácilmente, el sitio en que se encuentra, por esa especie<br />

<strong>de</strong> escarapela estrellada, o mejor, ese medallón ovalado cuyo topacio<br />

central es ella misma, y que se parece bastante a los imponentes<br />

medallones que usaban nuestras abue<strong>las</strong>. Es, por otra parte notable, ya<br />

que se ofrece la, oportunidad <strong>de</strong> notarlo, que <strong>las</strong> obreras eviten siempre,<br />

volver <strong>las</strong> espaldas a la reina. Tan pronto como ésta se aproxima a<br />

un grupo, todas se arreglan <strong>de</strong> tal modo que, invariablemente, le presentan<br />

los ojos y <strong>las</strong> antenas y andan ante ella hacia atrás. Es una señal<br />

<strong>de</strong> respeto o más bien <strong>de</strong> solicitud que, por inverosímil que parezca, no<br />

es menos constante y por completo general. Pero volvamos a nuestra,<br />

soberana. A menudo, durante el ligero espumo que acompaña visible-<br />

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