La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas

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www.elaleph.com Mauricio Mæterlinck donde los libros son gratis Pero esa glotonería no es más que, aparente. La, miel no llega al estómago propiamente dicho, al que podría llamares su estómago personal; queda en el depósito, en el primer estómago, que es, si así puede decires, el estómago de la comunidad. Apenas haya llenado este depósito, la abeja se alejará, pero no directa y aturdidamente, como lo haría, una mariposa o una mosca. Por el contrario, la veréis volar unos instantes retrocediendo, con un vaivén atento, en el hueco de la, ventana o alrededor de la mesa, con la cabeza vuelta hacia el interior de, la habitación. Está reconociendo los lugares y fijando en la memoria la posición exacta del tesoro. En seguida se dirige, a la colmena, vuelca su botín en una de, las celdas del granero, para volver tres o cuatro minutos después a tomar una nueva carga en el antepecho de, la providencial ventana. Cada cinco minutos, y mientras quede, miel, hasta la tarde si es necesario, sin interrumpir-se, sin descansar, seguirá haciendo viajes regu-lares de la ventana a la colmena y de la colme-na a la ventana. VIII No quiero adornar la verdad como lo han hecho tantos de los que escribieron sobre las abejas. Las observaciones de este género sólo ofrecen algún interés cuando son completamente sinceras. Aunque hubiera reconocido que las abe-jas son incapaces de darse cuenta de un acontecimiento exterior, hubiera podido encontrar, me parece, frente, a la pequeña decepción experimentada, algún placer en comprobar una vez más que el hombre, después de todo, es el único ser realmente inteligente que habita nuestro globo. Y luego, cuando se llega a cierta, altura de la vida, se experimenta más placer diciendo cosas verdaderas que cosas sorprendentes. Conviene en ésta, como en cualquier otra circunstancia, atenerse a este principio: si la gran verdad desnuda parece por el momento menos grande, menos noble o menos interesante que el adorno imaginario que podría prestársele, la culpa está en nosotros, que todavía no sabemos discernir la relación siempre sorprendente que debe tener con nuestro ser todavía ignorado y con las leyes del 68

www.elaleph.com La vida de las abejas donde los libros son gratis Universo, y en este) caso no es la verdad sino nuestra, inteligencia la que necesita verse engrandecida y ennoblecida. Confesaré, pues, que las abejas marcadas vuelven a menudo solas. Deba creerse que existen en ellas las mismas diferencias de carácter que entre los hombres, que las hay taciturnas y charlatanas. Cierta persona quo presenciaba mis experimentos, sostenía, que muchas, evidentemente por egoísmo o por vanidad, no quieren revelar la fuente de su riqueza o compartir con sus amigas la gloria, de un trabajo que la colmena debe considerar milagroso. He. ahí vicios bien antipáticos, que no exhalan el buen olor leal y franco de la casa, de las mil hermanas. Sea como sea, sucede, a menudo, también, que la abeja favorecida por la suerte vuelve, a la miel acompañada, por dos o tres colaboradoras. Sé que sir John Lubbock, en el apéndice de su obra Ants, Bees and Wasps, levanta largos y minuciosos cuadros de observaciones, de, los que puede sacarse en consecuencia, que casi nunca sigue otra abeja a la indicadora. Ignoro con qué especie de abejas trabajaba el ilustre naturalista, o si las circunstancias eran especialmente desfavorables. En cuanto a mí, consultando mis propias tablas, hechas con cuidado y después de tomar las precauciones posibles para que las abejas no fueran atraídas directamente por el olor de la miel, veo que, por término medio, cuatro abe-jas entro diez, conducían a otra. Hasta he dado un día con una extraordinaria abejita italiana, cuyo corselete marqué con una mancha azul. Ya en el segundo viaje llegó con dos hermanas. Aprisioné a éstas sin asustarla. Se fue luego y volvió con tres asociadas a quienes encerró también ; así sucesivamente hasta que cayó la tarde, hora en que, contando mis prisioneras, comprobé que había comunicado la noticia, a dieciocho abejas. En suma, si hacéis los, mismos experimentos, reconoceréis que la comunicación, si no regular, es por lo menos frecuente. Esta, facultad es tan conocida por los cazadores de abejas de Norte América que la explotan cuando se. Trata de descubrir un nido. «Eligen -dice M Josiah Eme-ry (citado por Romanes en la Inteligencia de los animales, t. I. pág. 117)- eligen para, comenzar sus operaciones, un campo o un bosque alejado de toda, colonia de abejas domesticadas. Llegados al 69

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Pero esa glotonería no es más que, aparente. <strong>La</strong>, miel no llega al estómago<br />

propiamente dicho, al que podría llamares su estómago personal;<br />

queda en el <strong>de</strong>pósito, en el primer estómago, que es, si así pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cires,<br />

el estómago <strong>de</strong> la comunidad. Apenas haya llenado este <strong>de</strong>pósito,<br />

la abeja se alejará, pero no directa y aturdidamente, como lo haría, una<br />

mariposa o una mosca. Por el contrario, la veréis volar unos instantes<br />

retrocediendo, con un vaivén atento, en el hueco <strong>de</strong> la, ventana o alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> la mesa, con la cabeza vuelta hacia el interior <strong>de</strong>, la habitación.<br />

Está reconociendo los lugares y fijando en la memoria la posición<br />

exacta <strong>de</strong>l tesoro. En seguida se dirige, a la colmena, vuelca su botín en<br />

una <strong>de</strong>, <strong>las</strong> celdas <strong>de</strong>l granero, para volver tres o cuatro minutos <strong>de</strong>spués<br />

a tomar una nueva carga en el antepecho <strong>de</strong>, la provi<strong>de</strong>ncial ventana.<br />

Cada cinco minutos, y mientras que<strong>de</strong>, miel, hasta la tar<strong>de</strong> si es<br />

necesario, sin interrumpir-se, sin <strong>de</strong>scansar, seguirá haciendo viajes<br />

regu-lares <strong>de</strong> la ventana a la colmena y <strong>de</strong> la colme-na a la ventana.<br />

VIII<br />

No quiero adornar la verdad como lo han hecho tantos <strong>de</strong> los que<br />

escribieron sobre <strong>las</strong> <strong>abejas</strong>. <strong>La</strong>s observaciones <strong>de</strong> este género sólo<br />

ofrecen algún interés cuando son completamente sinceras. Aunque<br />

hubiera reconocido que <strong>las</strong> abe-jas son incapaces <strong>de</strong> darse cuenta <strong>de</strong> un<br />

acontecimiento exterior, hubiera podido encontrar, me parece, frente, a<br />

la pequeña <strong>de</strong>cepción experimentada, algún placer en comprobar una<br />

vez más que el hombre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, es el único ser realmente<br />

inteligente que habita nuestro globo. Y luego, cuando se llega a cierta,<br />

altura <strong>de</strong> la <strong>vida</strong>, se experimenta más placer diciendo cosas verda<strong>de</strong>ras<br />

que cosas sorpren<strong>de</strong>ntes. Conviene en ésta, como en cualquier otra<br />

circunstancia, atenerse a este principio: si la gran verdad <strong>de</strong>snuda parece<br />

por el momento menos gran<strong>de</strong>, menos noble o menos interesante<br />

que el adorno imaginario que podría prestársele, la culpa está en nosotros,<br />

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