La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas
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www.elaleph.com Mauricio Mæterlinck donde los libros son gratis Sea cual sea el desastre, que las hiera, diríase que han olvidado irrevocablemente la paz, la felicidad laboriosa, las enormes riquezas y la seguridad de su antiguo palacio, y todas, una por una, hasta la última, morirán de frío y de hambre en torno de su desdichada soberana, antes que volver a la casa natal, cuyo buen olor de abundancia que no es más que el perfume de su trabajo pasado, penetra hasta su desolación. He ahí algo, se dirá, que no harían los hombres, uno de los hechos demostrativos de que, a pesar de las maravillas de esa organización, no hay en ella ni inteligencia ni conciencia verdaderas. ¿Qué sabemos? Fuera de que es muy admisible que haya en otros seres una inteligencia de otra naturaleza que la nuestra, y que produzca efectos muy diferentes sin ser por eso muy inferiores; ¿somos acaso, y sin salir de nuestra pequeña parroquia humana, tan buenos jueces de las cosas del «espíritu»? Basta que veamos dos o tres personas que hablen y se agiten detrás de una ventana sin oír lo que dicen, para que ya nos sea muy difícil adivinar el pensamiento que las mueve. ¿Creéis que un habitante de Marte o de Venus que, desde lo alto de una montaña, viera ir y venir por las calles y las plazas públicas de nuestras ciudades, los pequeños puntos negros que somos en el espacio, se formaría ante el espectáculo de nuestros movimientos, de nuestros edificios, de nuestros canales, de nuestras máquinas, una idea exacta de nuestra inteligencia, de nuestra moral, de nuestra manera de amar, de pensar, de esperar, en una palabra, de nuestro ser íntimo v real? Se limitaría a determinar algunos hechos bastante sorprendentes, como lo hacemos en la colmena, y sacaría de ellos probablemente, consecuencias tan inciertas, tan erróneas como las nuestras. En todo caso, mucho le costaría descubrir en «nuestros pequeños puntos negros» la gran dirección moral, el admirable sentimiento unánime que brilla en la colmena. «¿Adónde van?- » se preguntaría después de habernos observado durante años o siglos, ¿qué hacen? 30 IX
www.elaleph.com La vida de las abejas donde los libros son gratis ¿obedecen a algún dios? No veo nada que conduzca sus pasos. Un día parecen edificar y amontonar pequeñas cosas, y al día siguiente, las destruyen y desparraman. Van y vienen, se reúnen y se dispersan, pero no se, sabe lo que desean. Ofrecen una multitud de espectáculos inexplicables. Algunos hay, por ejemplo, que no hacen movimiento alguno. Se les reconoce por su pelaje. Más lustroso; a menudo son también más voluminosos que los demás. Ocupan mansiones diez o veinte veces más vastas, más ingeniosamente ordenadas y más ricas que las moradas comunes. Hacen todos los días en ellas comidas que se prolonga horas, enteras, y a veces hasta tarde de la noche. Todos cuantos se les acercan parecen honrarlos, y los portadores de víveres salen de las casas vecinas y llegan desde el fondo de la campaña para ofrecerles regalos. Debe creerse que son indispensables y que prestan a la especie servicios esenciales, aunque nuestros medios de investigación no nos hayan permitido todavía reconocer con exactitud la naturaleza de esos servicios. Por el contrario, se ven otros que, en grandes cajas atestadas de ruedas que giran como un torbellino, en cuartucos obscuros, en torno de los puertos, y sobre pequeños cuadrados de tierra que excavan del alba a la puesta de sol, no cesan de agotares penosamente. Todo nos hace suponer que esa agitación es digna de castigo. Y en efecto, se les aloja en estrechas viviendas, sucias y ruinosas. Están cubiertos de una substancia incolora. Su entusiasmo por su obra perjudicial o por lo menos inútil parece tal, que apenas descansan el tiempo de comer y de dormir. Su número es, en relación a los primeros, como de mil a uno. Es sorprendente que la especie haya podido sostenerse hasta nuestros días en condiciones tan desfavorables para su desarrollo. Por otra parte, es conveniente agregar que fuera de la obstinación característica de sus penosas agitaciones, tienen un aspecto inofensivo y dócil, y que se contentan con las sobras de los que son evidentemente los guardianes y quizá los salvadores de la raza.» 31 X ¿No es asombroso que la colmena que vemos tan confusamente,
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¿obe<strong>de</strong>cen a algún dios? No veo nada que conduzca sus pasos. Un día<br />
parecen edificar y amontonar pequeñas cosas, y al día siguiente, <strong>las</strong><br />
<strong>de</strong>struyen y <strong>de</strong>sparraman. Van y vienen, se reúnen y se dispersan, pero<br />
no se, sabe lo que <strong>de</strong>sean. Ofrecen una multitud <strong>de</strong> espectáculos inexplicables.<br />
Algunos hay, por ejemplo, que no hacen movimiento alguno.<br />
Se les reconoce por su pelaje. Más lustroso; a menudo son también más<br />
voluminosos que los <strong>de</strong>más. Ocupan mansiones diez o veinte veces<br />
más vastas, más ingeniosamente or<strong>de</strong>nadas y más ricas que <strong>las</strong> moradas<br />
comunes. Hacen todos los días en el<strong>las</strong> comidas que se prolonga<br />
horas, enteras, y a veces hasta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> la noche. Todos cuantos se les<br />
acercan parecen honrarlos, y los portadores <strong>de</strong> víveres salen <strong>de</strong> <strong>las</strong><br />
casas vecinas y llegan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la campaña para ofrecerles<br />
regalos. Debe creerse que son indispensables y que prestan a la especie<br />
servicios esenciales, aunque nuestros medios <strong>de</strong> investigación no nos<br />
hayan permitido todavía reconocer con exactitud la naturaleza <strong>de</strong> esos<br />
servicios. Por el contrario, se ven otros que, en gran<strong>de</strong>s cajas atestadas<br />
<strong>de</strong> ruedas que giran como un torbellino, en cuartucos obscuros, en<br />
torno <strong>de</strong> los puertos, y sobre pequeños cuadrados <strong>de</strong> tierra que excavan<br />
<strong>de</strong>l alba a la puesta <strong>de</strong> sol, no cesan <strong>de</strong> agotares penosamente. Todo<br />
nos hace suponer que esa agitación es digna <strong>de</strong> castigo. Y en efecto, se<br />
les aloja en estrechas viviendas, sucias y ruinosas. Están cubiertos <strong>de</strong><br />
una substancia incolora. Su entusiasmo por su obra perjudicial o por lo<br />
menos inútil parece tal, que apenas <strong>de</strong>scansan el tiempo <strong>de</strong> comer y <strong>de</strong><br />
dormir. Su número es, en relación a los primeros, como <strong>de</strong> mil a uno.<br />
Es sorpren<strong>de</strong>nte que la especie haya podido sostenerse hasta nuestros<br />
días en condiciones tan <strong>de</strong>sfavorables para su <strong>de</strong>sarrollo. Por otra parte,<br />
es conveniente agregar que fuera <strong>de</strong> la obstinación característica <strong>de</strong> sus<br />
penosas agitaciones, tienen un aspecto inofensivo y dócil, y que se<br />
contentan con <strong>las</strong> sobras <strong>de</strong> los que son evi<strong>de</strong>ntemente los guardianes y<br />
quizá los salvadores <strong>de</strong> la raza.»<br />
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