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¿Final? - Pparg

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mía, y junto a la cama había un cenicero con algunos<br />

puchos y un pedazo de algodón, y sobre la<br />

repisa estaba la ampolla vacía y rota. Encendí la<br />

lámpara del rincón, ya estaba oscureciendo.<br />

316<br />

<strong>¿Final</strong>?<br />

Todavía éramos capaces de volver a nacer, de<br />

empezar de nuevo a pesar de ausencias y crisis<br />

nerviosas. Se iniciaba una semana y para nosotros<br />

era exactamente igual que fuera lunes o jueves,<br />

pero ocurrió que el lunes fue un día espléndido,<br />

al fin parecía volver la vida, y el sol nos despertó<br />

a media mañana. Me sobresalté pensando que<br />

había olvidado el reparto de diarios; Julia me observaba<br />

como si regresara de un viaje, en su sueño<br />

debía existir un viaje pero ella no me lo dijo<br />

esa mañana, apenas si buscó mi cuerpo con su<br />

mano para reconocerme, para comprobar que<br />

había regresado de verdad, buscó mi cuerpo, se<br />

arrimó, el reencuentro duró hasta el mediodía.<br />

Así empezó una semana larga y descansada.<br />

Yo me levantaba por la madrugada para hacer el<br />

317


eparto en la Nobeltorget, luego volvía al apartamento<br />

y casi siempre Julia me esperaba despierta,<br />

con la cama tibia, y dormíamos hasta muy tarde.<br />

Después de almorzar salíamos a caminar aprovechando<br />

el sol, y a mí me gustaba llegar hasta el<br />

quiosco de la Gagatan a comprar algún diario en<br />

español, a veces prefería el Corriere della Sera nada<br />

más que por el gusto de leer algunas cosas en italiano<br />

y comprobar que en Roma lo único de veras<br />

importante eran las crisis de gabinete. Pero allí,<br />

en el bulevar, el sol era un elemento que ayudaba<br />

a mostrar a la gente un poco menos embozada, algunas<br />

chicas con vestidos de colorines, y los punks<br />

que salían luego del letargo invernal se adueñaban<br />

de los bancos de la Gagatan; a veces cantaban,<br />

muchos tan solo pedían que los dejaran fumarse<br />

sus puchos de marihuana en paz, se amaban a media<br />

tarde apoyados en las vidrieras de los comercios,<br />

había algunos turistas, en especial japoneses,<br />

que iban invariablemente en grupos de a cinco<br />

con sus cámaras fotográficas y sus sonrisas fáciles;<br />

el japón es muy aburrido, razonaba Julia y a mí<br />

me daba por pensar que los japoneses debían ser<br />

todos espías industriales o comerciales (si es que<br />

existen los espías comerciales).<br />

Las noches las compartíamos, las cortábamos<br />

en dos mitades y la primera de ellas dedi-<br />

318<br />

a al mundo en general: en ocasiones el cine,<br />

más de las veces el altillo de Childerico y ala<br />

esporádica visita a museos y salas de pina.<br />

Eso se terminaba, a horas muy diferentes<br />

ro siempre en algún momento se terminaba,<br />

entonces nos quedaba el resto de la noche panosotros<br />

solos, ella y yo, desquitándonos caa<br />

noche de nuestras propias vidas, de cierto<br />

cío cuando mirábamos hacia delante, yeso lo<br />

hacíamos en la otra parte de nuestra existencia,<br />

por la noche, la mitad de la noche que nos tocaba<br />

a nosotros no mirábamos hacia ningún lugar,<br />

no queríamos perder la posibilidad de vivir<br />

al costado, los demás pasaban a nuestro lado, la<br />

vida pasaba y nosotros ahí, estacionados al borde<br />

del camino, como si todo lo otro pudiera<br />

quedar en suspenso esperando el reinicio de<br />

nuestra marcha.<br />

Tanto Julia como yo habíamos cancelado (o<br />

por lo menos eso pretendíamos) una parte de<br />

nuestro pasado. A veces llegaban cartas, fotos,<br />

noticias de un mundo lejano que era también<br />

otro tiempo. Ella tenía un padre preocupado, yo<br />

un tío empresario, los dos algunas raíces que nos<br />

obligaban a seguir creyendo aunque no lo supiéramos.<br />

Pero nuestro pasado era otro, era el de<br />

ella, ya mío, era su dolor y mi asco, porque nos<br />

319


amábamos a pesar de eso, y queríamos llegar al<br />

final, seguir siendo nosotros mismos.<br />

Las veladas en el altillo de Persborg seguían<br />

siendo lo mismo de siempre, pero lentamente<br />

empezaban a declinar. A la deserción matrimonial<br />

de Ochichorni y la Popos se sumaban otras<br />

que, aunque esporádicas, igual contribuían a<br />

aflojar el ambiente, a hacerlo menos sustancioso.<br />

Childerico seguía siendo el profeta en su<br />

propia tierra, esa república ubicada en plena<br />

Kattarpsvagen con un escudo de armas que apenas<br />

si mostraba una flauta solitaria y para colmo<br />

muda desde que él decidió empezar una huelga<br />

. de aire, no soplo más, dijo, no explicó sus razones,<br />

nadie se lo exigió tampoco porque parecía<br />

obvio que alguna razón debía tener. y si no la tenía<br />

era igual: su flauta empezó a juntar polvo en<br />

un rincón, el mismo rincón que en otro tiempo<br />

había ocupado el samovar con el que ahora, según<br />

el Apache, Popotitos Pérez se entretenía en<br />

sus largas tardes de ama de casa; era difícil convertirse<br />

en la esposa de VIadimir Berdiev, pero<br />

todo es difícil al principio.<br />

El principio de todo: buen asunto para reflexionar,<br />

pero a mí no me entusiasmaba demasiado,<br />

y a Julia tampoco, probablemente porque<br />

para ella estaba bastante claro, yel principio de<br />

320<br />

todo seguía siendo casi su presente, con una fecha<br />

y una hora determinadas, con rostros y nombres<br />

para no olvidar nunca. y además no la entusiasmaba<br />

el asunto porque nosotros debíamos<br />

continuar, ella tenía que terminar de ensartar sus<br />

bichos, culminar la cacería hasta que no quedara<br />

otra cosa que el dolor de su cuerpo, un dolor ya<br />

ido pero no olvidado, jamás olvidado, cualquier<br />

cosa menos el olvido, cualquier miseria menos la<br />

de negarse a recordar.<br />

También estaba la pregunta acerca del futuro,<br />

de ese después que inevitablemente habría de llegar.<br />

No nos hacíamos esa pregunta, no queríamos<br />

mirar hacia delante y una buena manera de<br />

cumplir con ese deseo era no hacernos preguntas<br />

que nos llevarían a respuestas poco claras, nuevas<br />

preguntas, en fin, el principio de todo. Preferíamos<br />

amarnos. Yo amaba ajulia, me gustaba conjugar<br />

ese verbo, llegar hasta la cama caliente después<br />

de mis pedaleos matinales, a veces despertar<br />

a media mañana y verla dormir, y pensar en ese<br />

. sueño del cual ella siempre regresaba para buscar<br />

mi ~erpo y confirmar su retorno. De alguna manera<br />

yo aleteaba alrededor de su sueño, junto con<br />

sus fantasmas aleteaba, los espantaba porque ya<br />

los conocía y eran también un poco mis propios<br />

fantasmas desvelados, agónicos, cada día reco-<br />

321


menzábamos, el mundo lo hacíamos de nuevo,<br />

no nos importaba.<br />

Las crisis nerviosas de Julia fueron cediendo<br />

con los paseos vespertinos y unas pastillas que<br />

Glenda le regaló como si fueran bombones. De<br />

manera que adquirimos una cierta estabilidad, una<br />

manera de esperar que sucedieran las cosas sin sobresaltos,<br />

aceptando que la vida tenía ciertos bordes,<br />

ciertos contornos no muy definidos pero reales.<br />

Un día Childerico fue a almorzar con nosotros<br />

y nos ayudó a pensar que al fin y al cabo ya no podíamos<br />

considerarnos una pareja como cualquier<br />

-otra: los tallarines habían quedado a punto, al dente<br />

decía Childerico y se reía y al final llegó a la conclusión<br />

de que su altillo estaba a punto de efectuar<br />

un aterrizaje forzoso, lo dijo con cierta nostalgia<br />

lastimera, como si hablara de algún tango o de La<br />

Pasiva vieja, allá en la plaza Independencia. Para él<br />

era un drama, por más que los dramas de Childerico<br />

Ojeda siempre concluyeran de la forma menos<br />

dramática posible. El problema era que el altillo<br />

venía a ser algo así como un símbolo, no se rían, dijo,<br />

un símbolo que se cae, se derrumba, no hay<br />

quien lo salve. No pasa nada...<br />

-¿Por qué?<br />

-Hay símbolos que sirven y símbolos que<br />

no sirven -dijo él-o Me parece que estoy ex-<br />

322<br />

trañando las tortas fritas de la vieja... Como dijo<br />

no sé quién: "Yo anhelo".<br />

Después se puso a canturrear uruguayos campeones<br />

de América y del mundo y al rato pidió otro<br />

plato de tallarines y se olvidó del asunto.<br />

Así pasaban los días, se alargaban cada vez<br />

más, de a poco el invierno iba quedando encerrado<br />

junto con los abrigos más gruesos y con las<br />

medias noruegas. Julia tenía intenciones de hacer<br />

algo, tal vez ponerse a estudiar y al mismo<br />

tiempo buscar la manera de pedirle al padre que<br />

viniera a verla. Mi reparto marchaba satisfacto-<br />

. riamente, y el perro del viejo Almqvist se mostraba<br />

más y más amistoso conmigo: solo le faltaba<br />

mover la cola al verme, pero eso nunca lo iba<br />

a hacer porque era un buIldog.<br />

31<br />

Ei 14 de octubre de 1977, por la tarde, el capitán<br />

Costa le comunicó a la prisionera 244 que<br />

debía prepararse para salir de La Perla por un par<br />

de horas, ya que la iban a llevar a hacer un trabajo<br />

muy importante. Esa preparación que el capi-<br />

323


tán le reclamaba consistía nada más que en esperar,<br />

con la mirada puesta en la ventana de las oficinas<br />

y el oído atento a cualquier conversación<br />

del otro lado del tabique, algo que de pronto se<br />

le revelara aclarándole el motivo de esa salida<br />

sorpresiva. Sin embargo el tiempo transcurría sin<br />

que apareciera ninguna señal: únicamente se escuchaban<br />

los cantos del cocinero, el rumor que<br />

llegaba desde la carretera, por momentos el rasgar<br />

del lápiz del Cura con sus grandes cuadernos<br />

de contabilidad. Julia Flores pensaba con inquietud<br />

en las palabras del capitán, todo era posible y<br />

el simple hecho de estar con vida en La Perla significaba<br />

un desafío, podía interpretarse como el<br />

desafío de un ser inferior, sin vida casi, casi del<br />

otro lado de la fosa, mejor concluir de una vez.<br />

Por fin, como a las cuatro de la tarde (ese día<br />

el camión de los traslados no se había llevado a<br />

nadie), Costa la llevó en un jeep del Destacamento<br />

para una casa ubicada en el centro de la<br />

ciudad de Córdoba, dieron unas cuantas vueltas<br />

antes de enfilar por la avenida hasta detenerse<br />

frente a un comercio que anunciaba "fotocopias<br />

baratas". Costa le dijo que lo esperara ahí y él<br />

entró solo en el comercio; unos minutos después<br />

aparecieron dos tipos vestidos de civil, le hicieron<br />

una seña desde la puerta, Julia buscó con la<br />

324<br />

Cvist al capitán pero no pudo verlo; uno de los ti-<br />

'pos le dijo algo, ella no le entendió, tuvo miedo,<br />

bajó del jeep, fue para el comercio.<br />

La hicieron subir a la planta alta. La sentaron<br />

junto a una pequeña mesa, allí había un teléfono<br />

y un cuaderno con anotaciones escritas a lápiz,<br />

ella pensó por un instante en el Cura, enseguida<br />

entró a la habitación el capitán Costa acompañado<br />

de uno de los hombres, el tipo ese era el<br />

que mandaba, Costa lo observaba atentamente,<br />

en una actitud de permanente disposición a actuar,<br />

a decir que sí, a corroborar<br />

que el otro dijera.<br />

cualquier cosa<br />

El tipo se presentó como Sánchez, empezó a<br />

hablar sin ceremonias, le hizo algunas preguntas<br />

en un tono frío, lejano, como si consultara detalles<br />

técnicos sobre alguna cosa.<br />

-Yo soy Sánchez -repitió, buscó a Costa<br />

con la mirada, el capitán comprendió que le tocaba<br />

su parte, carraspeó, el tercer hombre permanecía<br />

callado, mirando hacia la puerta cerrada,.<br />

todo estaba en silencio y era evidente que allí<br />

no había nadie más.<br />

-Sánchez<br />

capitán.<br />

me pidió que te trajera -dijo el<br />

Julia no entendía de qué se trataba, pero de<br />

alguna manera vinculó lo que estaba pasando<br />

325


con la repentina partida de Ferreiro hacia Buenos<br />

Aires. Él se había ido, y ahora aparecía Sánchez.<br />

El túnel, pensó ella.<br />

-Este procedimiento es usual en el caso de<br />

los detenidos descartados como QTHF, como vos<br />

por ejemplo. Estamos poniendo orden en algunas<br />

cuestiones ...<br />

Sánchez la estudiaba con atención, y el capitán<br />

Costa, a medida que hablaba, iba seleccionando<br />

con mayor cuidado las palabras, como si<br />

de ello dependieran muchas cosas. Pero para la<br />

prisionera 244 las palabras del capitán no tenían<br />

mucho sentido, no entendía la tensión que dominaba<br />

el ambiente, ni la relación entre ese tipo<br />

vestido de civil y lo que el mismo Costa había<br />

denominado "su caso".<br />

-Bien -dijo Costa, luego de sentarse sobre<br />

el borde de la mesa-o Te trajimos aquí para que<br />

hables por teléfono con el Uruguay ... con tu familia.<br />

Los tres militares la observaron durante unos<br />

segundos, pero Julia apenas si atinó a bajar la vista,<br />

inexplicablemente avergonzada, no sabía por qué<br />

pero sentía vergüenza, deseos de que allí no hubiera<br />

nadie, no podía soportar las miradas de esos tres<br />

tipos y para colmo no dejaba de preguntarse qué<br />

tenía que ver Ernesto Ferreiro con todo esto.<br />

326<br />

-¿Qué le parece? -preguntó Sánchez, quiso<br />

pasar por una persona agradable, sonrió cuando<br />

le hizo la pregunta, una sonrisa que se parecía<br />

bastante a la de Beatriz, la doctora; ahora<br />

Costa acariciaba el teléfono, a julia le resultaba<br />

un gesto obsceno y no podía evitar ese senti-<br />

. miento, aunque quisiera mirar hacia otra parte.<br />

-¿Qué le parece? -repitió Sánchez.<br />

Ella movió la cabeza lentamente, más bien la<br />

dejó caer dos veces para luego alzarla hasta los<br />

ojos de Sánchez. Pero no pensaba, no se atrevía<br />

. a pensar de nuevo en su familia, sus padres y tíos<br />

reunidos en torno a la noticia, su padre al volver<br />

a escuchar incrédulo una voz que para ellos regresaba<br />

de una ausencia que había sido su muerte<br />

y para la propia Julia también o peor, no quería<br />

pensar y a Sánchez le preocupaba su silencio,<br />

su falta de emotividad, se lo dijo en un momento,<br />

aunque, enseguida agregó que ellos esperaban<br />

esa madurez de su parte.<br />

-Lo que queremos -decía Costa, recitaba<br />

con ~inuciosa prolijidad las instrucciones-, es<br />

que hables con tu padre, que le digas que estás<br />

bien, que estabas de viaje.<br />

Las explicaciones sería mejor dejarlas para<br />

después.<br />

327


-Ya tenemos establecida la línea -dijo Sánchez.<br />

Julia lo miró.<br />

-No se crea, señorita. Somos efectivos.<br />

Era un diálogo tonto, del que solo se salvaba<br />

el tipo que estaba a su lado; con la mirada clavada<br />

en la puerta como un buen perro guardián,<br />

como un doberman silencioso y feroz estaba<br />

concentrado en lo que pudiera haber detrás de la<br />

puerta. "Fotocopias baratas", pensó Julia.<br />

-Como es lógico -puntualizó el capitán-,<br />

tu padre no sabe que estás en Córdoba. Es mejor<br />

que no se lo digas ... Mejor para él, ¿viste? En<br />

una de esas se le da por venir hasta acá y...<br />

Dejó la frase inconclusa, la prolongó con un<br />

amplio gesto que lo abarcó a él mismo y a los demás,<br />

hizo una pausa y luego consultó a Sánchez<br />

con la mirada.<br />

-Muy bien -dijo después-; de manera<br />

que vas a hablar con tu padre. ¿Está todo claro?<br />

Julia volvió a asentir brevemente con la cabeza,<br />

enseguida el propio capitán discó un número<br />

de tres cifras y dijo algunas palabras en clave.<br />

Pero aunque hubiera dicho cualquier cosa a<br />

ella le resultaba imposible detener la angustia, la<br />

necesidad de llorar, de estar sola y llorar y acaso<br />

pensar que era mejor que eso fuera mentira, una<br />

328<br />

entira igual a tantas otras, mejor que los tipos<br />

fueran, que ella abriera los ojos y se encontrade<br />

nuevo en La Perla. Hubo un momento de<br />

confusión, ella lloraba y Costa trataba de comunicarse<br />

con Montevideo, y Sánchez inició un<br />

movimiento de su mano derecha, dispuesto a<br />

cortar la comunicación en cualquier instante.<br />

Alguien, alguno de los tres, le decía que no llorara,<br />

y que debía controlarse si de verdad quería<br />

hablar con su familia, sin embargo Julia lloraba,<br />

quería hablar con cualquier ser humano, quería<br />

pero sobre todo odiaba, no podía resistir pensar<br />

. en que de algún modo este instante de sobrevida<br />

se lo debía al capitán Ferreiro, él ya era algo muy<br />

remoto, apenas si lo había visto un segundo antes<br />

de que se fuera para Buenos Aires y ya no<br />

quedaba nada aparte de la mugre que Julia sentía<br />

en su cuerpo. Odiaba yeso nadie se lo iba a sacar<br />

de adentro, lo guardaba igual que la memoria, y<br />

alimentaba el odio con la memoria, con el recuerdo<br />

de rostros que podían confundirse y terminar<br />

por ser un único rostro indiferenciado,<br />

una inisma mano que empuñaba la picana, un<br />

mismo dedo para apretar el gatillo una vez y<br />

otra, día tras día. Alguien hablaba, le hablaba a<br />

ella, señalaba el teléfono y del otro lado de la línea<br />

surgían ruiditos extraños, una voz que por<br />

329


momentos se ahogaba en sonidos que llegaban<br />

de lejos, y cómo evitar el llanto y la vergüenza y<br />

dejar de pensar en ese rostro común para todo el<br />

horror, en ese cuerpo que actuaba como una maquinita<br />

sangrienta y que era apenas eso: una humana<br />

máquina de dar picana y pileta y balazos en<br />

la nuca.<br />

Julia nunca pudo recordar lo que habló con<br />

su padre. Ni siquiera lo intentó. Se conformó<br />

siempre con saber que lo había hecho, y que a<br />

partir de ese momento su familia dejaría de 110rarla<br />

para, acaso, alimentar la esperanza de un<br />

reencuentro que ella misma no quería propiciar;<br />

no podía soportar la idea de volver a compartir<br />

la mesa y las palabras con gente que estaba,<br />

siempre lo estaría, del otro lado de su muerte. Y<br />

recomponer ese diálogo, esos cinco minutos de<br />

conversación en los que ella misma se abría paso<br />

a través de un oscuro enigma, significaba apropiarse<br />

de un valor que de alguna manera le era<br />

negado por su propia memoria. Entonces, nada<br />

mejor que la sombra, el obstinado olvido de esa<br />

pequeña parcela de tiempo; tan solo guardaba el<br />

recuerdo de los ruidos del teléfono que tapaban<br />

las voces y los llantos y las palabras entrecortadas.<br />

Desde muy lejos, a veces, en las noches de<br />

su ausencia, le llegaba esa misma voz pronun-<br />

330<br />

ndo su nombre, tratando de alcanzarla donde<br />

era que estuviese con su nombre, con las cinco<br />

as de su nombre.<br />

A pesar de todo hubo para Julia Flores un período<br />

que transcurrió con una lentitud dolorosa.<br />

Hubo lo que ella llamaba los días siguientes, las<br />

semanas que se desenroscaban como un dibujo<br />

de laberinto, vuelta tras vuelta hacia ninguna<br />

parte. Y cada mañana La Perla volvía a ser la realidad,<br />

la única realidad posible. Había un ritmo<br />

normal en las actividades del campo de exterminio,<br />

yeso lo convertía en un territorio aún más<br />

alucinante. Julia continuaba trabajando en las<br />

oficinas, a pesar de que en muchas ocasiones el<br />

Cura no iba y ella no tenía nada para hacer. De<br />

todos modos prefería quedarse allí, detrás de la<br />

ventana, antes que escuchar los ruidos del patio<br />

desde su pieza.<br />

En varias ocasiones Costa habló con ella nada<br />

más que para reafirmarle que iba a salir en libertad,<br />

dentro de poco, le decía, no hay que im-<br />

331


pacientarse. Y ella no estaba impaciente, no sentía<br />

ninguna urgencia por trasponer las alambradas,<br />

algo se le había muerto dentro y ya estaba<br />

acostumbrada a dominar ese paisaje de galpones<br />

de madera y árboles a lo lejos y el ruido de la carretera<br />

y el camión de los fusilamientos que asomaba<br />

su nariz a las tres y media de la tarde. No<br />

se sentía con fuerzas para dejar de ser la prisionera<br />

244 Y reingresar al mundo, ni tampoco para<br />

abandonar el recuerdo del capitán Ferreiro pegado<br />

como una alimaña a su memoria, a su cuerpo.<br />

Muchas veces, por las noches, Julia despertaba<br />

asustada, creyendo que él había regresado,<br />

'que estaba ahí, a su lado. El miedo era algo demasiado<br />

complejo para entenderlo. No podía<br />

desarmar su miedo como si fuera un .rompecabezas<br />

y luego analizar cada una de las piezas que lo<br />

componían, ni estudiar esa pieza llamada capitán<br />

Ferreiro, o simplemente Ernesto, porque él<br />

tenía demasiado que ver con todo lo que estaba<br />

sucediendo, con esa sobrevida ahora no deseada,<br />

rechazada como la más dolorosa de las agonías.<br />

Acaso la prisionera 244 estaba viviendo una agonía,<br />

y aunque supiera que pronto quedaría en libertad<br />

no podía aclarar dentro de su cabeza la<br />

sensación de estar, en realidad, esperando la<br />

muerte.<br />

332<br />

Había otras cuestiones más concretas para<br />

pensar, que contribuían a inquietar su ánimo, su<br />

espíri tu de agonía preocupado por lo que haría<br />

luego de salir en libertad, cómo ir a cualquier<br />

parte si era una uruguaya sin documentos, que<br />

aparecía de pronto en Córdoba con el cuerpo<br />

marcado y una sombra demasiado evidente en<br />

sus ojos como para soportar cualquier ... No, eso<br />

no importaba. De alguna manera se marcharía,<br />

ya no quedaba sino el dolor, y a veces el dolor<br />

podía ser la mejor de las compañías, la única de<br />

verdad deseable, sola ella con su dolor en la pri-<br />

.mavera del 77 en La Perla, viendo desde las oficinas<br />

el laberinto que se dibujaba en el aire, los<br />

prisioneros que de tanto en tanto eran sacados<br />

para ser ejecutados en los fondos del Comando,<br />

el Negro y Dietrich y el propio Costa, todos<br />

confundidos en una sola imagen del laberinto, y<br />

Ernesto Ferreiro en la sombra, regresando cada<br />

vez que se lo proponía.<br />

La barraca era una presencia intangible ubicada<br />

del otro lado de la puerta. En varias ocasiones<br />

Julia había solicitado permiso para llegar a la<br />

barraca, había buscado pretextos, justificaciones<br />

que anularan una prohibición que era absoluta,<br />

celosamente custodiada por los soldados de<br />

guardia y por los oficiales de Gendarmería en-<br />

333


cargados de la vigilancia. Ese permiso le había<br />

sido negado siempre, y una vez el propio Cura le<br />

advirtió que no se pusiera de heroica, que si se<br />

enteraba de algo jodido no iba a durar ni media<br />

hora. Media hora en La Perla era un tiempo que<br />

podía significar mucho, una eternidad casi la<br />

media hora que transcurría entre la llegada del<br />

camión y el momento del traslado.<br />

Julia espiaba la puerta de la barraca desde su<br />

lugar de trabajo en las oficinas, trataba de obtener<br />

algo sin saber muy bien qué, tal vez recordar las<br />

caras de los secuestrados, algún incidente, pala-<br />

.bras dichas en la barraca por los prisioneros cuando<br />

los devolvían de las sesiones de tortura. Sin<br />

embargo, a pesar de que estaba a poco menos de<br />

cincuenta metros de la barraca, le resultaba imposible<br />

enterarse de nada: el campo estaba bien organizado,<br />

y ningún dato se filtraba de la barraca<br />

hacia afuera, y lo único que recordaba eran los<br />

gritos que a veces llegaban desde las caballerizas,<br />

desde el patio del cuartel, en ocasiones los lamentos<br />

llegaban desde el interior de la barraca y entonces<br />

eran aún más sombríos, se volvían anuncios<br />

de muerte, todos sabían que esos lamentos<br />

siempre terminaban igual, era la rutina.<br />

De alguna manera transcurrían las horas que<br />

para la prisionera 244 se habían vuelto una cuen-<br />

334<br />

ta regresiva: cada día que pasaba era un día meen<br />

ese pozo, y por más que ella se negara a<br />

aceptar esa otra realidad que quedaba del lado de<br />

.:afuera, había muchos signos de que su secuestro<br />

: iba a terminar. La relación con el capitán Costa<br />

siguió totalmente formal, aunque él de vez en<br />

cuando hablaba en un tono por demás irónico<br />

del capitán Ferreiro. Pero Costa se cuidaba,<br />

nunca se excedía en sus bromas, trataba de<br />

aparecer lo menos arbitrario posible, se empeñaba<br />

en negar su vinculación con cualquier tipo<br />

de torturas y asesinatos. Por lo menos eso hacía<br />

delante de Julia, se cuidaba. Ya ella no le importaba<br />

Costa, ni el Negro, ninguno de los milicos<br />

que allí actuaban como bestias le importaba en<br />

cuanto individuo, era imposible intentar siquiera<br />

recomponerlos en su recuerdo como personas,<br />

sujetos que de alguna manera merecieran<br />

ser juzgados y condenados. N o eran sujetos, su<br />

perfil humano era pura apariencia. Algo que estaba<br />

por encima de ellos se los había tragado para<br />

después devolverlos al mundo como aparatitos<br />

d~ matar. Y sin embargo cada uno de ellos tenía<br />

su vida hogareña, hablaban del fútbol, les<br />

gustaba la música. Ahí estaban ellos, puestos ahí<br />

para cumplir con su trabajo, ahí pero no obligados;<br />

en el fondo les agradaba, se sentían podero-<br />

335


sos; algún día, pensó Julia, habrá que sentarlos<br />

en el banquito, habrá que sentar a los generales<br />

ya los coroneles y a los capitanes y a los sargentos<br />

y a los soldados, sentarlos ahí y pasarles su<br />

propia película.<br />

A ella no le interesaba Costa, pero él era el<br />

vínculo más concreto con una realidad que día a<br />

día progresaba hacia su libertad, o por lo menos<br />

hacia ese estado diferente en el que se borrarían<br />

las alambradas y las garitas y los focos de seguridad<br />

que alumbraban su sueño. Y Costa se esforzaba<br />

en convencerla de que ya faltaba poco, cada<br />

vez menos, cualquier día de estos te llevamos a<br />

Buenos Aires, le dijo una mañana; era fines de<br />

octubre, otra vez hacía calor en Córdoba.<br />

33<br />

El final me lo contó Julia una noche, mientras<br />

paseábamos por Rosengard. Todo había empezado<br />

siendo una diversión, porque pasear por<br />

Rosengard un viernes de noche supone, además<br />

de una cuota básica de coraje, un espíritu de diversión<br />

que no poseen todos los humanos. No,<br />

336<br />

la mayoría apenas si se atreven a mirar la noche<br />

desde sus ventanas, aducen razones de clima, de<br />

pereza, en el fondo no se animan a conocer ese<br />

otro país que queda ahí mismo, un país nocturno<br />

al que nosotros decidimos viajar esa noche,<br />

no hacía frío yeso era importante, pero lo más<br />

importante era que estábamos a viernes, y la noche<br />

del viernes es la elegida para los excesos y<br />

disparates. Y de algún modo nosotros también la<br />

elegimos;]ulia prefirió hacerlo así, bajo un cielo<br />

estrellado y con los borrachos que de tanto en<br />

tanto se atravesaban en nuestro camino.<br />

Bajamos hasta Rosengard Centrum, dimos<br />

unas vueltas mirando las vidrieras iluminadas y<br />

muertas, luego salimos por una pequeña vereda<br />

que conduce a la Hardvag. Julia necesitaba mi<br />

cuerpo, caminábamos abrazados y ella hablaba;<br />

a veces el viento jugaba con sus palabras, las llevaba<br />

y parecía hacerlas girar en lo alto; igual que<br />

la primera vez en Lomma el viento se llevaba las<br />

palabras para luego devolverlas, para traer las<br />

palabras con que habíamos armado de nuevo esa<br />

vida que solo podía justificarse a través de la memoria,<br />

las palabras que me devolvían a la Córdoba<br />

del 77.<br />

El 5 de diciembre el Cura le dijo que ese día<br />

habría novedades; a media mañana llegó Costa<br />

337


con unos papeles, estaban todos cuidadosamente<br />

ordenados dentro de una carpeta; Julia miraba<br />

el rostro del capitán pero no podía adivinar nada<br />

en su expresión, que era la misma de siempre. Él<br />

hizo salir al Cura de las oficinas y se sentó detrás<br />

de uno de los escritorios, sacó uno a uno los papeles,<br />

los ordenó con la meticulosa pulcritud del<br />

que está cumpliendo una orden, después le extendió<br />

uno de esos papeles, le explicó de qué se<br />

trataba, le aconsejó acerca de lo que ella debía<br />

decir en caso de complicaciones; Julia lo miró<br />

desconcertada, el capitán sonrió con cierta tristeza,<br />

prefirió dejar todo eso para el final, se re-<br />

clinó en la silla y habló con los ojos cerrados.<br />

o<br />

-Todo este tiempo has estado en Buenos<br />

Aires -dijo-o Olvidate de que Córdoba existe<br />

... En cuanto a tus papeles -pareció dudar un<br />

instante, de inmediato abrió los ojos como para<br />

buscar la palabra apropiada-,<br />

manera de arreglarlos.<br />

ya encontrarás la<br />

Olvidar que Córdoba existía. Suponer que<br />

había estado catorce meses en Buenos Aires.<br />

Creer que de alguna manera iba a encontrar la<br />

forma de renovar sus papeles vencidos. Negar<br />

ese pasado. La Perla no existía.<br />

-Como te digo, vas a quedar en libertad.<br />

Ella alzó la mirada.<br />

338<br />

-Hoy -agregó el capitán.<br />

y después:<br />

-Esta tarde.<br />

Las palabras eran una realidad engañosa, y<br />

ahora pretendían anular el tiempo, volcarlo,<br />

convertirlo en un recipiente vacío que ella debía<br />

llenar con las horas que faltaban para que de alguna<br />

manera recuperara eso que Costa llamaba<br />

su libertad. Pero a ella todo se le daba vuelta, se<br />

le subvertía la noción del tiempo y entonces tornaba<br />

al primer momento, al taxi parado frente a<br />

la casa de Miguel]unqueiro, al cuerpo tibio de<br />

Gustavo, ya muerto, tirado en la caja de la camioneta<br />

que avanzaba por la noche de Córdoba.<br />

La noción del tiempo se anulaba con las palabras<br />

de Costa.<br />

-Esta tarde -repetía su voz en la memoria<br />

deJulia.<br />

Ahora caminábamos por una callecita, la Adlerfelt,<br />

íbamos abrazados y los edificios quedaban<br />

atrás, allí lo que había era un sendero bordeado de<br />

pinos, algunas casas retiradas del camino, un cartel<br />

que indicaba la dirección de Persborg. Ya era<br />

muy tarde en la noche y nosotros allí no hacíamos<br />

otra cosa que buscar la manera de hacernos el menor<br />

daño posible, ambos sabíamos que de todas<br />

formas era necesario llegar al final, recuperar has-<br />

339


ta el último instante de aquella pesadilla, porque<br />

había otros, había muchos que no podían hacerlo,<br />

que no lo harían nunca y entonces cómo rescatarlos<br />

de esa doble muerte que era el olvido, cómo<br />

volver a encender el fuego de la verdad tanto<br />

tiempo apagado, dispersadas sus cenizas, perseguido<br />

su resplandor. Nada importaba con tal de<br />

avivar el fuego, de alzar las altas hogueras de una<br />

memoria que traspasaba la muerte.<br />

Julia volvía a armar la conversación de aquella<br />

mañana con el jefe del campo. Él buscaba cada<br />

uno de los papeles que tenía sobre la mesa, los<br />

tomaba con cuidado y se los alcanzaba con un<br />

gesto desganado. Cada dos o tres minutos repetía<br />

que ella iba a quedar libre esa misma tarde.<br />

-Te van a llevar a Buenos Aires:<br />

-¿Por qué a Buenos Aires?<br />

En realidad a ella no le interesaba conocer la<br />

respuesta,porque no le importaba que la llevaran<br />

a Buenos Aires o que la deportaran a Uruguay.<br />

Si había hecho la pregunta era sobre todo<br />

para comprobar que esa era la realidad; para tocar<br />

con su voz una realidad que, aunque no le<br />

importaba, le parecía falsa, mentirosa.<br />

Costa tardó en responder, se entretuvo leyendo<br />

una pequeña tarjeta plastificada que era la<br />

cédula de identidad de julia Flores, vencida, rota<br />

340<br />

en una esquina. Tardó en contestar y cuando 10<br />

hizo fue más bien algo general, casi un consejo<br />

que le estaba dando a la prisionera 244:<br />

-Hay cosas que te conviene no preguntar.<br />

Te vas a Buenos Aires, allá te dejan en una esquina<br />

y chau ... Mejor no preguntes.<br />

Después le entregó la cédula y un certificado<br />

de entrada al país. Eso era todo, ahí tenía el<br />

equipaje suficiente para reingresar a la vida sin<br />

hacer ruido, tratando de pasar inadvertida; con<br />

todos los problemas que había en el mundo<br />

quién podía fijarse en pequeños detalles: una cicatriz<br />

en el costado izquierdo, el pelo demasiado<br />

corto, algunas marcas que todavía perduraban<br />

en sus muñecas. Nada, casi nada, asunto concluido.<br />

-Vas a quedar libre -dijo Costa al final, antes<br />

de darle autorización para que regresara a su<br />

pieza-, pero nosotros te vamos a controlar. No<br />

se te ocurra pensar que podemos ser tan giles ...<br />

Bueno, no. Yo sé que estás demasiado metida en<br />

todo este lío como para ponerte a armar escándalo~<br />

Julia salió de la oficina. "Esta tarde", seguía<br />

diciendo el capitán Costa, la voz del capitán, la<br />

misma voz que puntualizaba una por una las recomendaciones<br />

que eran en realidad amenazas,<br />

341


prohibiciones, la última voluntad del poder total.<br />

Todavía seguía en La Perla, su mente continuaba<br />

condenada a un mecanismo de dependencia<br />

que la llevaba a aceptar cada palabra, no le<br />

importaba nada de lo que sucedía ni de lo que<br />

pudiera ocurrir en el futuro. "Esta tarde" eran<br />

apenas dos palabras.<br />

y estuvo ahí, en su pieza, sentada sobre la<br />

cama, con la mirada perdida en las vetas que dibujaba<br />

la madera de las paredes, escuchando los<br />

ruidos del cuartel, cada uno de los sonidos que<br />

la habían acompañado durante esos catorce<br />

,meses. Los conocía bien, y en realidad su mundo<br />

en el campo de exterminio había sido sobre<br />

todo un mundo de sonidos, de voces que luego<br />

se representaban en su mente y adquirían perfiles,<br />

contornos, consistencias que expresaban<br />

cada situación. La venda en los ojos, al principio,<br />

le anulaba el sentido de la realidad, la descolocaba.<br />

Pero después, cuando se fue acostumbrando<br />

a vivir sin poder mirar, la venda la<br />

ayudaba a representarse el mundo que la rodeaba<br />

en términos más concretos, de acuerdo con<br />

sus posibilidades. Así, cada sonido había llegado<br />

a ocupar un lugar exacto en su memoria, cada<br />

voz se ensamblaba a la perfección con un<br />

rostro real o inventado pero siempre verdadero,<br />

342<br />

cada grito llegaba a ser un resumen de todo el<br />

dolor. También los ruidos se fueron adecuando<br />

a los cambios ocurridos en el cuartel, y ya no<br />

eran los mismos sonidos que un año atrás,<br />

cuando los fusilamientos le imprimían a la vida<br />

un ritmo de vértigo y cada espacio sonoro era<br />

ocupado por los gritos de los picaneados. Al final<br />

el oído terminaba por acostumbrarse a algunas<br />

cosas, dejaba de distinguir las sutiles diferencias<br />

entre las voces de los oficiales, perdía<br />

la capacidad de captar el miedo en las risas del<br />

Negro.<br />

En los últimos meses, a pesar de que ya la<br />

venda no era empleada sino en los casos de los<br />

secuestrados recién ingresados al campo, Julia<br />

había extremado de nuevo su capacidad para ordenar<br />

la realidad de acuerdo con los sonidos que<br />

la rodeaban, y muchas veces, en las oficinas, pudo<br />

captar conversaciones sostenidas por los oficiales<br />

del otro lado del tabique ... En su memoria<br />

quedaban para siempre esos registros, esas voces,<br />

los susurros de los primeros tiempos en la<br />

barraca, los ruidos de los cuerpos destrozados al<br />

caer en la colchoneta, las respiraciones que se<br />

iban apagando, adelgazándose en la noche.<br />

Empezaba a hacer frío en Malrnó, y cuando<br />

regresamos a nuestro apartamento nos cruzamos<br />

343


con un anciano que paseaba a su perro. Eran dos<br />

figuras casi irreales, fantásticas, surgiendo de las<br />

sombras de un callejón, casi a medianoche, el viejo<br />

y su perro y nosotros que los mirábamos como a<br />

intrusos metidos a la fuerza en un paisaje que nada<br />

tenía que ver con ellos, que no les pertenecía.<br />

A partir de ese último mediodía, la vida de<br />

Julia Flores en La Perla se detuvo. Todo estaba<br />

tranquilo, y ella ya sabía que no irían a buscarla<br />

hasta las tres o las cuatro de la tarde, y ese lapso<br />

de varias horas se le presentaba como una tierra<br />

de nadie que podía ser explorada y conquistada,<br />

una manera de recuperar de cierta forma algo<br />

que ya había perdido, aunque fuera puro dolor y<br />

los únicos recuerdos posibles la lastimaran como<br />

si se tratara de ataduras alrededor de su cuerpo.<br />

Aun así prefería eso a la nada, la gran nada que<br />

se abría como una boca en esa tarde calurosa de<br />

primavera; seguían pasando los automóviles por<br />

la ruta 20, dentro de poco rato ella también iría<br />

en un vehículo por ese mismo camino; los sentimientos<br />

eran confusos y por momentos sentía<br />

algo parecido a la alegría e incluso al júbilo, de<br />

inmediato caía en reflexiones que la deprimían,<br />

la llevaban a negarse cualquier futuro, negarse a<br />

sí misma la vida que estaba ahí, porque ella también<br />

había elegido entre la nada y la pena.<br />

344<br />

Buscó en una caja de cartón que había debajo<br />

la cama, y de allí sacó uno de los vestidos de la<br />

doctora Beatriz, que ella usaba a veces, usó en un<br />

tiempo cuando el capitán Ferreiro la iba a buscar<br />

al campo para llevarla a su casa de la calle Salta.<br />

Lentamente fue quitándose la ropa, luego se puso<br />

el vestido, se sintió humillada por llevar de<br />

nuevo esas ropas, pensó en volver a ponerse el<br />

viejo pantalón de paño y la camisa gastada que alguien<br />

le había prestado una vez, al comienzo del<br />

invierno. Después dejó de pensar en eso, quizá<br />

tuviera que estar muchas horas encerrada en algún<br />

otro lugar, o metida dentro de un tren, imposible<br />

saber cómo iban a suceder las cosas... Se<br />

tendió en la cama, pensó que el vestido se iba a<br />

arrugar, enseguida recordó una por una las amenazas<br />

del capitán Costa, recordó el rostro de Sánchez,<br />

todos ocupaban un lugar determinado; era<br />

como si su memoria hubiera almacenado cada<br />

minuto de esos catorce meses de cautiverio, cada<br />

segundo archivado para siempre en su memoria,<br />

ningún rostro, ninguna palabra sería olvidada, no<br />

existía un solo momento que quedara fuera del<br />

registro, aunque después ella se empeñara en olvidar<br />

algunas cosas, aunque incluso 10 lograra.<br />

Algo sucedía afuera, en el patio. Un vehículo<br />

hacía sonar su bocina, se escuchaban algunas<br />

345


voces de mando, al rato volvió la calma y Julia<br />

Flores empezó a repasar cada pequeña marca<br />

en las paredes, rayitas hechas por ella misma,<br />

otras que estaban allí desde antes y que tal vez<br />

habrían sido labradas por la doctora antes de<br />

quedar en libertad. Recorrió cuidadosamente<br />

con su mirada las paredes, recordó el sitio exacto<br />

en que, antes, habían estado pegadas las banderitas<br />

argentinas y, más atrás todavía en el<br />

tiempo, las fotos del hijo de la doctora. Recordó<br />

la vez que Beatriz la había llevado a esa misma<br />

habitación para curarle la herida. No pudo<br />

evitar la angustia: el tiempo había pasado, ella<br />

sabía que estaban en diciembre de 1977 y que<br />

llevaba catorce meses recluida en esa unidad<br />

militar. Pero a medida que pensaba y recordaba,<br />

se daba cuenta de que había vivido mucho<br />

más de catorce meses en ese infierno, y todo<br />

había empezado tan atrás en el tiempo que le<br />

resultaba difícil comprender que esas cosas de<br />

verdad habían pasado. Era como si el tiempo<br />

hubiera adquirido otra dimensión, una nueva<br />

forma de medirse que escapaba a su propio<br />

transcurso y que dependía de los hechos, de<br />

manera que una sola noche del campo era la suma<br />

de cada una de las noches de los reventados<br />

que allí yacían esperando el final.<br />

346<br />

El tiempo era otro laberinto, otro túnel, yel<br />

acto de internarse en él no la salvaba de seguir<br />

viendo el mundo exterior como algo ajeno y perdido.<br />

Podía pasarse días o semanas pensando en<br />

ello, y en realidad ya lo había hecho, sin llegar a<br />

ninguna parte. YJulia pensaba que su vida sería<br />

más o menos eso: ir hacia ninguna parte, caminar<br />

en círculos alrededor de su dolor para descubrir,<br />

al final, que había llegado de nuevo al<br />

punto de partida, a ese presente que no podía<br />

imaginar como pasado.<br />

A alguna hora de la tarde vinieron a buscarla.<br />

Un soldado la llevó para el patio, y allí había un<br />

automóvil con matrícula particular. En el asiento<br />

del chofer había una mujer. Julia miró de nuevo<br />

para el edificio de la barraca, las pequeñas<br />

ventanas, la puerta con un soldado siempre de<br />

guardia. Enseguida volvió la vista para las caballerizas,<br />

y más atrás, hacia el campo baldío que<br />

terminaba en una alta alambrada. La mujer del<br />

automóvil la miró un par de veces, y luego se puso<br />

unos lentes oscuros.<br />

Julia estuvo ahí parada, en el medio del camp~,<br />

hasta que de las oficinas salió un hombre con<br />

un maletín en la mano, llevaba uniforme y tenía<br />

las insignias de teniente, y cuando llegó al automóvil<br />

le hizo señas ajulia para que subiera atrás.<br />

347


-Vamos -le dijo a la mujer.<br />

Julia Flores subió al auto, y el teniente se volvió<br />

para bajarle el vidrio a la ventanilla. Hacía calor<br />

yen el patio no había nadie aparte del soldado<br />

de posta a la entrada de la barraca. Estuvieron<br />

aún unos pocos segundos ahí, hasta que el auto se<br />

movió despacio, llegó al fondo del patio y dio la<br />

vuelta. De inmediato avanzó por la suave pendiente<br />

que llevaba a la garita de la entrada, y allí<br />

se detuvo para que el teniente presentara los papeles.julia<br />

miró hacia atrás yvio, flotando encima<br />

de los techos de la barraca, recortada sobre un<br />

limpio color cielo, la bandera celeste y blanca.<br />

Lo demás, la forma en que había llegado a<br />

Buenos Aires tres días después y los contactos<br />

con su familia hasta lograr la documentación necesaria<br />

para abandonar el país, pertenecía a un<br />

pasado ubicado más acá del abismo, y por lo tanto<br />

Julia también lo cancelaba. Esa noche me<br />

contó que volvió a ver a su padre en febrero del<br />

78. Había algunos amigos vinculados a la oficina<br />

para refugiados de Naciones Unidas; una tarde<br />

llegó a Ezeiza y se tomó un avión y ahí empezaba<br />

Europa, pero su memoria regresaba a ese instante<br />

final, volvía a ser la tarde del S de diciembre,<br />

el calor y el silencio y la nuca de la mujer<br />

que manejaba el automóvil. Julia hablaba, recli-<br />

348<br />

'naba su cuerpo marcado contra el mío, el auto-<br />

'móvil empezaba a avanzar hacia el portón de salida,<br />

ahora era de madrugada y nosotros nos<br />

.amábamos y la muerte empezaba a quedar atrás,<br />

yo creía que la muerte se iba, los guardias de<br />

Gendarmería estudiaban los papeles, el teniente<br />

decía algo acerca del calor en la carretera, Julia<br />

miraba hacia atrás, veía la bandera, lloraba.<br />

34<br />

Un pájaro grande, con alas blancas y negras<br />

batidas contra la lluvia, pugnaba por volar desde<br />

el techo de un edificio. Hacía una semana, tal<br />

vez más, que Malmo era apenas un velo gris de<br />

lluvia, y contra ese paisaje Julia y yo luchábamos<br />

por dejar que las cosas siguieran 'igual, que ese<br />

extraño equilibrio que nos rodeaba, y que de<br />

cierta forma nos hacía, perdurara indefinidamente.<br />

Cada objeto del apartamento ocupaba su<br />

sjtio exacto, se integraba con suavidad y armonía<br />

al conjunto, luces y sombras, el tocadiscos desgranaba<br />

una música de violines, nosotros. Pero<br />

del otro lado de la ventana lo que había era ese<br />

349


pájaro, ese par de alas que golpeaban, rasgaban<br />

el manto líquido de la tarde. Y aunque cerráramos<br />

los ojos la imagen se mantenía, llegaba hasta<br />

ahí para quebrar la calma en la que pretendíamos<br />

estar.<br />

Así que optamos por la lluvia. Nos pusimos<br />

en camino como si se tratara de dejar para siempre<br />

el campamento, de alguna forma esa era la<br />

palabra para definir un lugar que era muchos lugares<br />

a la vez y al mismo tiempo ninguno: vivíamos<br />

sin estar, éramos sombras de paso, ansiábamos<br />

otros contornos. Salimos a la tarde, a las<br />

calles vacías, caminamos hasta que se hizo de<br />

noche, por fin fuimos a dar al puente de la calle<br />

Bruks, nos contemplamos en el agua oscurecida,<br />

adivinamos esqueletos en el fondo, restos de<br />

bicicletas y tachos y fierros retorcidos que temblaban<br />

en lo hondo del canal. La lluvia no nos<br />

importaba, y la noche tampoco. Podíamos quedarnos<br />

ahí hasta que se hiciera de día, suponer<br />

que a cierta hora imprecisa de la madrugada veríamos<br />

pasar las naves en dirección al mar, alimentar<br />

el fueguito de esa esperanza: las naves,<br />

el mar, la noche. Y nosotros recostados a las almenas<br />

del puente. Y detrás un cartel de luces<br />

azules: Hotel Savoy, y otro de la Ericsson, y más<br />

atrás el reloj de la catedral de Sto Petri, el reloj<br />

350<br />

que alumbraba la lluvia y, encima, la alargada<br />

punta de la iglesia encajada en la sombra. Era<br />

bueno estar ahí, recorrer de nuevo el paisaje, reconocer<br />

los viejos lugares; enfrente, los techos<br />

de la estación de trenes. Uno podía pensar que<br />

la vida era esa lluvia y el recuerdo del pájaro, pero<br />

también estaba, ahí mismo, la tibieza de los<br />

lugares iluminados.<br />

Al rato cruzamos para meternos en el bar de<br />

la estación. Julia quería que nos sentáramos en<br />

una misma mesa del fondo, como lo habíamos<br />

hecho una vez, al principio. Era una tontería y<br />

sin embargo me molestaba ese intento de volver<br />

a empezar; me molestaba no hacer las cosas más<br />

fáciles para ambos y en el fondo no entendía por<br />

qué estábamos allí y no en cualquier pub lo bastante<br />

sórdido como para olvidar cualquier referencia<br />

al principio.<br />

No era nada, Julia dijo que le daba igual, así<br />

estaba bien, nos acomodamos cerca de la puerta,<br />

pedimos té de naranja. Yo recordé una vez más<br />

el pájaro de alas blancas y negras.<br />

-Ese pájaro ... -dije, intenté armar una frase<br />


-No paseaba en la lluvia desde hacía mucho<br />

tiempo.<br />

-Te vas a enfermar.<br />

-De todos modos... -dijo ella.<br />

El pájaro seguía aleteando en mi memoria.<br />

-A veces nos olvidamos de que esas cosas<br />

existen.<br />

Ella buscó en su bolso un pañuelo y se lo pasó<br />

por la frente. Había una palidez natural en su<br />

piel, y la iluminación de ese lugar la remarcaba,<br />

le agregaba un tono más opaco, le quitaba luz.<br />

-No termina más el invierno -dije.<br />

-Se aguanta.<br />

Pero yo no hablaba del invierno, sino de esa<br />

sensación que se nos instalaba dentro a cada uno<br />

de nosotros. Y sabía que no resistiría tener las<br />

nubes metidas en mi cuerpo, mirar las calles desiertas<br />

bajo la lluviay ser esa lluvia, esa soledad.<br />

-Podemos aguantar juntos -agregó Julia<br />

después, mucho tiempo después; yo revolvía mi<br />

té y pensaba, ya el invierno se iba y las palabras<br />

de Julia eran como esos trenes que partían, que<br />

se alejaban junto con un sonido parejo que se<br />

adelgazaba hasta ser tan solo un frágil latido.<br />

-Sí.<br />

La busqué con mi mano. El tipo que atendía<br />

las mesas estaba detrás del mostrador y nos mi-<br />

352<br />

raba, quizá pensara que estábamos despidiéndonos<br />

o algo así. La mano de Julia era una buena<br />

manera de intentarlo de nuevo.<br />

-A veces -dije-, pienso en nosotros y<br />

creo que podemos lograr cualquier cosa. No importa<br />

qué...<br />

-Querido.<br />

Ella se inclinó un poco sobre la mesa y me<br />

besó. Afuera seguía la lluvia, y los dos sabíamos<br />

que no estábamos solos, el pasado de Julia era<br />

una sombra a nuestro lado, entre mis caricias y<br />

sus recuerdos. Pero nosotros éramos otra cosa<br />

diferente a ese estar allí, y el tipo que nos miraba<br />

desde el mostrador y un día cualquiera que<br />

transcurría, eso era lo peor: un día como tantos,<br />

igual a otros que se sucedían acompasadamente,<br />

sin nada que alterara un equilibrio puesto por<br />

nosotros mismos en el medio de la vida, como si<br />

La Perla ya no existiera o fuera posible eliminarla<br />

de nosotros, quitarla del camino, igual que la<br />

imagen del pájaro que trataba de volar sin conseguirlo.<br />

-Te quiero -dije .<br />

• Julia comprendió el significado de mis palabras,<br />

nos amábamos; ahora ella fumaba y había<br />

sacado otra vez el pañuelo y de tanto en tanto lo<br />

pasaba distraídamente por su rostro.<br />

353


-A pesar de todo.<br />

-El amor puede ser tantas cosas...<br />

-Nosotros -dijo Julia.<br />

Fue una afirmación, una señal de que ella<br />

tampoco dudaba y que su pasado podía tener<br />

sentido a partir de esa palabra que nos envolvía a<br />

ambos y que quería decir mucho más que dos<br />

personas sentadas a la mesa de un café. Y nos<br />

fortalecía pensar que eso era así.<br />

Podíamos hablar, pero los dos sabíamos que<br />

las palabras no alcanzaban, eran insuficientes para<br />

esa noche y para un pasado que nos había<br />

cambiado para siempre. Por eso no importaba<br />

fracasar en el intento de recomponer el paisaje<br />

de seis meses antes, una tarde de viento y la muchacha<br />

de los ojos verdes que cruzaba la calle;<br />

todo eso había quedado atrás sin llegar a ser<br />

nuestro pasado. Nuestro verdadero pasado era<br />

otro y distinto y estar sentados otra vez allí servía<br />

para comprobarlo.<br />

Esa noche, cuando regresamos a Rosengard,<br />

de alguna manera empezamos a hacerlo todo de<br />

nuevo, nos amamos sin pensar en el pasado ni en<br />

el futuro, en nada que no fuera el amor de ese<br />

instante, a la luz de una lámpara, las ropas abandonadas<br />

y el cuerpo roto de Julia y mi mano que<br />

recorría la cicatriz de su costado. Ya la lluvia era<br />

354<br />

un rumor que llegaba hasta nosotros, hasta el lecho<br />

compartido como la primera vez; lo intentábamos<br />

desde el principio de aquella noche en la<br />

fiesta, unas frases vulgares y el deseo de estar un<br />

poco menos solos. Julia me abrazaba, su cuerpo<br />

temblaba, la luz de la lámpara proyectaba nuestra<br />

sombra en la pared. Después, de madrugada,<br />

escuché los pasos de Julia por la casa, apagó la<br />

lámpara, al rato regresó a la cama, había un<br />

mundo blando de sombras y sueños que me llevaban,<br />

yo sentía la tibieza de ese otro cuerpo<br />

junto al mío, dormía aferrado a esa tibieza ...<br />

Cuando desperté ya eran más de las tres, así<br />

que me vestí tan de prisa como pude y me fui al<br />

reparto de diarios. Seguía lloviendo, y el viento<br />

me empujaba hacia un costado, los diarios en las<br />

alforjas se mojaban, como yo andaba con ropa de<br />

lluvia el bulldog del viejo Almqvist no me reconoció<br />

y estuvo ladrando hasta que me fui de allí.<br />

Repartía los periódicos lo más rápido posible,<br />

subía escaleras oscuras y vacías, del otro lado toda<br />

la gente estaría durmiendo, apacibles señoras<br />

y hombres respetables y jóvenes caóticos, en fin,<br />

ciudadanos que para mí eran apenas suscriptores,<br />

caprichosos clientes que casi siempre vivían<br />

en el último piso. Mi pensamiento era circular<br />

en ese sentido, pero de todos modos me servía<br />

355


para que el tiempo y las escaleras pasaran sin que<br />

me diera cuenta. Por fin terminé con el último<br />

cliente, un tal OlofLingren que vivía en el quinto<br />

piso de un edificio de la calle Abbeka. Regresé<br />

a casa, me quité la ropa mojada y me metí en la<br />

cama, tenía frío y después de todo era casi un<br />

placer llegar mojado y con frío para encontrar<br />

una cama caliente y un cuerpo al cual recostarse<br />

a buscar el sueño. El sueño. Julia dormía, a mí<br />

me dolía un poco la cabeza y a medida que iba<br />

entrando en calor sentía que mi cuerpo me<br />

abandonaba, volvía ese blando mundo de sornbras,<br />

el silencio. Trataba de ordenar el ambiente<br />

del cuarto en la oscuridad, de ubicar cada objeto<br />

en un lugar que fuera su sitio verdadero; intentaba<br />

imaginar aJulia dormida a mi lado, su cuerpo<br />

extendido junto al mío, los dos habitantes de<br />

un territorio que en cierto sentido desconocíamos,<br />

un enigma, sueños confusos, un largo sueño<br />

confuso; me desperté y estaba amaneciendo,<br />

era esa hora triste en que las sombras de la noche<br />

aún no se han ido del todo; fui a la cocina,<br />

busqué la tirita verde de las aspirinas, miré por la<br />

ventana, amanecía y la lluvia era más bien una<br />

delgada llovizna que empañaba las siluetas de los<br />

edificios y a mi dolor de cabeza venía a superponerse<br />

el gris de la ciudad al amanecer.<br />

356<br />

Entonces regresé para el cuarto y fue ahí que<br />

comprendí que había algo mal, era como si las<br />

sombras no encajaran de manera exacta con los<br />

objetos, acaso una turbación del espíritu, un temor<br />

que me dejó por un momento inmóvil junto<br />

a la cama. Encendí la luz; Julia estaba con la cabeza<br />

un poco inclinada hacia un costado, sobre la<br />

mesita de noche había una revista y encima el<br />

frasco vacío de las pastillas; ella dormía, traté de<br />

despertarla, la alcé un poco en la cama y puse mi<br />

almohada encima de la suya, su boca estaba apenas<br />

entreabierta, respiraba muy suavemente; abrí<br />

la ventana del dormitorio pero eso no iba a servir<br />

de nada, estuve ahí un rato, abrazado a su cuerpo,<br />

incapaz de moverme. Luego llamé por teléfono<br />

a Childerico; fue extraño, como si él hubiera<br />

estado esperando esa llamada, no se sorprendió;<br />

cuando le conté lo que había pasado tardó<br />

unos segundos en contestar, tres o cuatro segundos<br />

durante los cuales yo miré la llovizna del otro<br />

lado de la ventana, hasta que escuché su voz, sonaba<br />

tranquila y segura, me dijo que esperara,<br />

que él iba a llamar una ambulancia. Y yo me quedé<br />

~hí, en la sala, sin atreverme a regresar al cuarto,<br />

sin fuerzas para moverme de nuevo, aturdido<br />

por algo que todavía no terminaba de asimilar ni<br />

siquiera como hecho, como cosa ya sucedida.<br />

357


Pasó un rato y después escuché la sirena de la<br />

ambulancia que llegaba. Nunca pensé que ese<br />

sonido largo y sinuoso podía llegar a ser tan va-<br />

CÍoy triste, nada más que tristeza era la sirena<br />

esa al amanecer, bajo la lluvia, y yo sentado en<br />

una silla, con las manos apoyadas en las rodillas.<br />

Entonces golpearon la puerta, ahí estaba Childerico<br />

junto a dos tipos, uno de ellos traía algo<br />

en la mano, pasaron al dormitorio, yo fui después,<br />

cuando Julia ya estaba sobre la camilla, cubierta<br />

con una manta blanca, le habían colocado<br />

algo en la boca y le sostenían la cabeza levantada,<br />

y el hombre que aguantaba la cabeza de Julia<br />

con una mano me hizo un gesto, movía rápidamente<br />

la mano, Childerico me pidió la llave del<br />

apartamento, en alguna parte debía estar esa llave.<br />

Él me dijo que me vistiera, que si quería podía<br />

ir en la ambulancia, habló también acerca de<br />

la lluvia y de las ventanas abiertas, no supe bien a<br />

qué se refería.<br />

Después estábamos en el ascensor, apenas si<br />

cabíamos nosotros tres y la camilla sostenida por<br />

los dos tipos de la ambulancia. Childerico se había<br />

quedado en el apartamento, sentí un temor<br />

idiota de que los hombres me hablaran y yo no<br />

pudiera responderles. Miré el rostro de julia, no<br />

podía pensar ni sentir otra Cosa que el deseo de<br />

358<br />

que ella se salvara, no quería que se muriera, pero<br />

a la vez no pensaba sino en su muerte al verla<br />

allí, con la cabeza sostenida en alto por una especie<br />

de almohadilla de goma y ese aparato en la<br />

boca, y luego, ya en la ambulancia, el chofer tuvo<br />

una conversación por radio, yo iba atrás, sentado<br />

junto a la camilla, en realidad no sabía si]ulia<br />

estaba viva, el tiempo se me escapaba, me pareció<br />

que demoramos varias horas en llegar al<br />

hospital, que cruzamos muchas ciudades idénticas,<br />

desiertas sus calles, siempre grises, mojadas.<br />

Cuando llegamos al hospital ayudé a cargar<br />

la camilla. Entramos a una sala grande en la que<br />

había cuatro o cinco mujeres vestidas de blanco.<br />

Una de ellas asintió con la cabeza, señaló una camilla<br />

con ruedas que había allí, nos ayudó a colocar<br />

a Julia sobre la camilla. Luego empezó a<br />

aparecer gente que se movía en silencio, casi no<br />

hablaban y yo miraba los movimientos de todas<br />

esas fip1ras de blanco, y pensaba que ella no podía<br />

morir, de alguna forma era necesario que ella<br />

siguiera viviendo. El tipo de la ambulancia me<br />

lle"ó hasta el extremo de la sala, junto a una<br />

puerta grande de vidrio, y me hizo señas de que<br />

esperara ahí. Ahora veía el grupo de lejos, pero<br />

de todas maneras la sala estaba vacía y silenciosa,<br />

y resultaba fácil escuchar las voces de los médí-<br />

359


cos, el sonido de los aparatos eléctricos, el chasquido<br />

del ascensor que estaba del otro lado de la<br />

pared. Por fin la camilla empezó a rodar hacia<br />

donde yo estaba parado, venían varias personas<br />

acompañándola y cuando pasaron a mi lado pude<br />

ver el rostro de Julia; tenía puestos unos tubos<br />

muy finos por la nariz, yen uno de los brazos<br />

le habían colocado una aguja y de allí salía<br />

otro tubo. Pasaron junto a mí y se metieron en<br />

el ascensor, de modo que lo único que pude hacer<br />

fue quedarme ahí escuchando el ruidito del<br />

ascensor que subía. Después salí.<br />

Me quedé en el vestíbulo, fumaba y veía a la<br />

gente que entraba y salía del hospital, y del otro<br />

lado, en la calle, pasaban automóviles y algunos<br />

camiones. Como a las once de la mañana llegó<br />

Childerico, no supe muy bien cómo hizo para<br />

encontrarme, lo cierto es que estuvimos sentados<br />

en uno de los corredores del hospital, casi no<br />

hablamos y él cada cierto tiempo iba hasta la<br />

ventanita de información, preguntaba algunas<br />

cosas y regresaba a sentarse conmigo. Yo no quería<br />

saber qué era lo que él iba a preguntar allí, no<br />

me importaba lo que pudieran decir todas esas<br />

mujeres vestidas de blanco, quería pensar que<br />

ella iba a vivir y que todo había sido un error,<br />

una estupidez de ambos, ese hospital y la sirena<br />

360<br />

de la ambulancia y el frasco vacío junto a la<br />

eran una mentira, una puta mentira.<br />

En una de esas idas al mostrador, Childerico<br />

se quedó hablando con alguien y cuando regresó<br />

me dijo que podíamos salir a comer algo o a tomar<br />

un café.<br />

-Aquí abajo no saben nada -dijo, me tomó<br />

de un brazo, salimos a la calle.<br />

Ya no llovía, pero desde el lado del mar soplaba<br />

un viento húmedo y frío. Childerico se levantó<br />

el cuello del abrigo y habló sin dejar de<br />

mirar al suelo.<br />

-Es mejor dar una vuelta y regresar más tarde.<br />

De todos modos no podemos hacer nada, no<br />

hacemos nada ahí sentados.<br />

-No -dije-o Creo que me vaya sentar de<br />

nuevo allá adentro.<br />

-No vas a hacer nada ...<br />

En realidad no importaba mucho lo que pudiéramos<br />

hacer sentados en cualquier banco del<br />

hospital. Había algo que me obligaba a regresar.<br />

Además quería estar tranquilo, hubiera preferido<br />

quedarme solo aunque no entendiera nada de<br />

1.0 que pasaba; solo para intentar acomodar<br />

adentro mío algunas ideas, una sola idea que era<br />

el deseo, la necesidad de convencerme de que<br />

Julia iba a vivir, y de espantar el pájaro de alas<br />

361


lancas y negras que seguía atrapado dentro de<br />

mi cabeza.<br />

-En cuanto sepa algo te llamo -le dije a<br />

Childerico, en un intento de quedarme a solas.<br />

-Vamos, te acompaño ...<br />

Seguimos caminando, cruzamos algunas calles,<br />

al final volvimos a salir a la avenida del hospital,<br />

un par de cuadras más adelante. Ahora<br />

Childerico me decía algo acerca de regresar al<br />

hospital. Pensé que lo mejor sería volver con él<br />

para que preguntara de nuevo en Información.<br />

-Está bien -dije, de alguna manera aceptaba<br />

esa mano tendida, no era frecuente encono<br />

trar una mano extendida en esas circunstancias.<br />

Regresamos al hospital, Childerico fue a la<br />

ventanita y habló con la mujer que atendía al público,<br />

la mujer conversaba con el Childe y a la<br />

vez hablaba por teléfono, negaba con la cabeza,<br />

hacía gestos, yo los miraba desde la puerta de entrada.<br />

Childerico vino hacia mí, buscó un cigarrillo:<br />

-Está<br />

aparato.<br />

muy mal. La hacen respirar con un<br />

Yo sabía que estaba muy mal, que se estaba<br />

muriendo, y que la hicieran respirar con un aparato<br />

venía a ser algo así como el último capítulo,<br />

362<br />

el final debía llegar un poco después, cuando<br />

ese aparato no sirviera para nada.<br />

-No te preocupes por mí -le dije. Fue una<br />

manera torpe de expresar cierta gratitud, y de<br />

pedirle que se marchara.<br />

-Doy unas vueltas y regreso.<br />

-Sí...<br />

Él salió hacia la calle, y cuando llegó a la esquina<br />

del hospital se volteó para mirar. Me quedé<br />

solo, ya no tenía nada que hacer allí, Julia se<br />

moría en una sala de ese mismo hospital y yo no<br />

podía hacer otra cosa que quedarme allí parado,<br />

tratando de encontrar fuerzas para comprender<br />

por qué la vida había sido de determinada manera,<br />

cómo habíamos llegado hasta ese lugar limpio<br />

y bien iluminado, una lluviosa tarde de abril,<br />

la gente que entraba y salía, el viento que giraba<br />

en la calle, subía desde el mar, arrastraba algunos<br />

papeles, se los llevaba para siempre, en el ai.re<br />

apenas quedaba el pálido resplandor de una hIStoria<br />

inconclusa.<br />

363


Posdata a la undécima edición<br />

Esta es la primera vez que junto a la novela se<br />

puede publicar el listado (aún incompleto) de las víctimas<br />

de la represión genocida en Córdobay La Perla.<br />

Hay en esta lista hombres y mujeres, adolescentesy<br />

ancianos,judíos, cristianos, ateos; hay ciudadanos argentinos,<br />

paraguayos, bolivianos, uruguayos y de<br />

otras nacionalidades; hay universitarios, artistas,<br />

trabajadores del campo, obreros de las fábricas; hay<br />

matrimonios, familias completas, varias abuelas con<br />

sus nietos. El horror hizo tabla rasa. La sola lectura<br />

de estos nombres es lo bastante estremecedora como<br />

para que cualquier reflexión sobre la barbarie del terrorismo<br />

de Estado merezca ser suplantada por el silencio<br />

respetuoso.<br />

Montevideo, setiembre de 2006<br />

•<br />

EDUARDO LUIS SCOCCO, ADRIANA MARÍA CA-<br />

RRANZA, CECILIA MARÍA CARRANZA, OSCAR VEN-<br />

TuRA LIWACKY, JUAN GREGaRIO AGALLA, JESÚS<br />

365


ARIAS CEJAS, CARLOS JOSÉ BADRIC, ELIZABETH<br />

BLAS DE OCHOA, JUAN CARLOS CAFFERETTI, AN-<br />

TONIO CALABRESE, SUSANA CANIZO, MANUEL CO-<br />

HEN, ERNESTO COLLURA, ROBERTO GANDENIOR-<br />

TIZ, HUGO HERNÁNDEZ, CARLOS ENRIQUE JOYA,<br />

OSVALDO HUGO JUÁREZ, SILVIA D. VALLE LENA,<br />

FÉLIX ROBERTO LÓPEZ, GUILLERMO MAIDANA,<br />

LUIS ERNESTO MÁRQUEZ, ENRIQUE MARTÍNEZ<br />

RÍOS, JUAN CARLOS MOLINA, BEATRIZ MONTEJO,<br />

JOSÉ LUIS MUÑOZ BARBACHÁN, ALFREDO FER-<br />

NANDO OCHOA GÓMEZ, VILMA ETHEL ORTIZ, LU-<br />

CIO OSCAR OTEGUI, SILVIA PAPANI DE REMEY, AL-<br />

.BERTO OSCAR PASARINI, S. PECOSZ, RUGO ALBER-<br />

TO POGLIOTTI, OLGA BEATRIZ QUEVEDO DE VI-<br />

LLAREAL, RAMÓN ALFREDO QUINTEROS, RAMÓN<br />

ANTONIO RAMÍREZ, VÍCTOR MARIO REARTES, VI-<br />

CENTE MANUEL RIBERO, JORGE OSCAR RODRÍ-<br />

GUEZ, JORGE EDUARDO SLADE, VÍCTOR ROMERO<br />

SUÁREZ, JUAN EDUARDO VILLARREAL, JUAN LUIS<br />

A. VILLARREAL, OLGA MARÍA B. VILLARREAL, JOSÉ<br />

ANTONIO PÉREZ LÓPEZ, JUAN CARLOS VILLAFAÑE,<br />

GUILLERMO TOMÁS BURNS, HUGO CEAGLIA, OS-<br />

CAR ÁLVAREZ, HORACro VÍCTOR O'KELLY, ORLAN-<br />

DO RUBEN AGÜERO, GRACIELA D. VALLE MAOREN-<br />

ZIC, SUSANA CRISTINA ÁVILA, EDGARDO JUSTINO<br />

VERGARA, SERGIO GONZÁLEZ BALDOVIN, NÉSTOR<br />

MANUEL FANTINI, FRANCISCO IRENE O REYNA,<br />

366<br />

HORACIO MIGUEL PIETRAGALLA, MIGUEL ÁNGEL<br />

MORÁN, GRACIELA GONZÁLEZ DEJENSENS (NINA),<br />

NORMA SINTORA MAGLIONE DE SOLSONA, HUGO<br />

ESTANISLAO OCHOA, MIGUEL ÁNGEL MORINI,<br />

LUIS AGUSTÍN SANTILLÁN, LILA ROSA GÓMEZ, RI-<br />

CARDO ENRIQUE SAIBENE, ALFREDO FELIPE SINO-<br />

POLI, TOMÁS RODOLFO AGÜERO RÍos, MARTA SU-<br />

SANA LEDESMA DE COMBA, LUIS CANFAILA, ALICIA<br />

DE CICCO DE MOUKARZEL, CARLOS JUAN ALLEN-<br />

DE, MARÍA CARMEN DEL BOSCO DE ALLENDE, JOSÉ<br />

LUIS MARZO, JUAN JOSÉ LASO, ELBIO ALBERTO AL-<br />

MADA, OSVALDO RAÚL MESAGLI, JUANA VALLE HI-<br />

DALGO, BERNARDO BARTOLI, RAÚL OSCAR CEBA-<br />

LLOS CANTÓN, XX MÁRQUEZ, ESTER MORETTI DE<br />

GERMAN, MARIANA TESTA DE ALONSO, EDUARDO<br />

JOSÉ TOGNOLI (JUAN), OSVALDO RAÚL RAVASIDE-<br />

GANUTTI, MANUEL ENRIQUE COHN, RUBEN HU-<br />

GO MOTTA, HÉCTOR GUILLERMO OBERLÍN, GLO-<br />

RIA ISABEL WAQUIM HILAL, NORMA ELINOR WA-<br />

QUIM HILAL, DANIEL EDUARDO ÁLVAREZ, HUM-<br />

BERTO ORLANDO ANNONE, ÁNGEL SA1'ITIAGO<br />

BAUDRACCO, DINA FERRARI ADÁN DE SUÁREZ,<br />

CLAUDIO JORGE LAZO, JOSÉ E. DEL PILAR LÓPEZ,<br />

• LUIS ALBERTO LÓPEZ, MARTAIRENE MARTÍNEZ DE<br />

MARTINI, MIGUEL ÁNGEL PENA, CARLOS HIGINIO<br />

RÍOS, OSVALDO RAMÓN SUÁREZ FORNE, ANA MA-<br />

RÍA TESTA, RICARDO JOSÉ ZUCARIA HITT (tsroo-<br />

367


RO), GRACIELA SUSANA GERMA, LIDIO ANTONIO<br />

MÍGUEZ, MARÍA DEL CARMEN SOSA DE PIOTTI, SIL-<br />

VIA GRACIELA SUÁREZ FORNE DE MARTÍNEZ,<br />

HUMBERTO CECILIO RÍOS, RAÚL CARLOS CEBA-<br />

LLOS, JOSÉ AGUSTÍN MARTÍNEZ AGÜERO, JUAN<br />

ANTONIO CANNIZZO JIMÉNEZ, HUMBERTO MI-<br />

GUEL CAFANI, EDUARDO AGUSTÍN DUCLOS, VÍC-<br />

TOR NÚÑEz, MIRTHA SUSANA RICCIARDI DE CAF-<br />

FANI, ALICIA N. SCIUTO DE DUCLOS, ANA MARÍA<br />

CHAPETA LARIO, JOSÉ ALFREDO DUARTE, JUAN<br />

CARLOS SANTAMARINA, INGRID SIDARAVICmS DE<br />

AVENA, ORLANDO CAMPANA, MIGUEL DONATO, RI-<br />

~ARDO A. LUJÁN, VÍCTOR SIDUENA, PEDRO VEN-<br />

TURA FLORES, MARCELO RODOLFO TELLO, RUGO<br />

VACA NARVAJA, FÉLIX ROQUE GIMENES, ALFREDO<br />

GUILLERMO BARBANO, MARIO ALRICO CARRANZA,<br />

EDUARDO LUIS MANGHESI (ARTURO), NAVOR GÓ-<br />

MEZ, TOMÁS CARMEN DITOFFINO, DANIEL BA-<br />

RRIONUEVO, LIBERTAD DE MOSETO, NICOLÁS<br />

HÉCTOR BRIZUELA, JOSÉ CARLOS FERREYRA, PAS-<br />

CUAL DELFINO LUDUEÑA, ADRIÁN RENATO MA-<br />

CHADO, OSCAR MEZA, FERNANDO ENRIQUE RISSO,<br />

RENÉ RUFINO SALAMANCA, EDUARDO JORGE VAL-<br />

VERDE, DANIEL FRANCISCO OROZCO, JOSÉ OSCAR<br />

AKSELRAD, ALFREDO GUSTAVO D'ÁNGELO, JUAN<br />

CARLOS GONZÁLEZ VELARDE, MANUEL HIEL,<br />

GUSTAVO GABRIEL OLMEDO, SILVINA MÓNICA PA-<br />

368<br />

RODI DE OROZCO, HÉCTOR RAÚL FERNÁNDEZ ,<br />

RAÚL EDUARDO FERNÁNDEZ, JORGE EDUARDO<br />

MALBERTI RISSO, VÍCTOR HUGO GONZÁLEZ, ER-<br />

NESTO R. MANCHI, ENRIQUE GABRIEL MARTÍNEZ,<br />

GRACIELA HERMI MARTÍNEZ, MAXIMINO sÁN-<br />

CHEZ, WENCESLAO VERA PÁEz, ALDO JESÚS CAMA-<br />

ÑO, DANIEL HUGO CARIGNANO, RAÚL A1'\JTONIO<br />

CASSOL, CARLOS ALFREDO ESCOBAR, MARIO RO-<br />

BERTO GRAIEB, GUILLERMO PEREYRA, ALBERTO<br />

CÁNOVAS ESTAPE, FRANCISCO ROSALES, DANIEL<br />

EDUARDO BARTOLI, SIMÓN GÓMEZ, DANIEL PI-<br />

TRELLI, ESTELA PITRELLI DE ROBLEDO, LUIS<br />

CRISTÓBAL RODRÍGUEZ BURGOS, RICARDO AR-<br />

MANDO RUFFA, GABRIELA CARABELLI, JOSÉ DA-<br />

NIEL MOYANO, JORGE EDUARDO CUPERTINO,<br />

FRANCISCO ISID ZAMORA, LUIS RODOLFO OJEDA<br />

SIERRA, ÁNGEL BARROZO, NOELDO N. CIANCIA,<br />

CARMELAJUANA CAMARGO, RAÚL NICOLÁS ELÍAS,<br />

HORACIO JOSÉ ÁLVAREZ (CACHO), JORGE E. OL-<br />

MOS, OLGA INÉS SESTARES DE VOCOS, HUGO RE-<br />

NÉ LUNA, JULIO ELÍAS BARCAT, CLAUDIO DANIEL<br />

HERRERA, SUSANA HUERTA, VÍCTOR HUGO PATAT,<br />

~RIANA VERA VANELLA BOLL, MARÍA DEL CAR-<br />

MEN VANELLA BOLL, ELSA MÓNICA O'KELLY, SER-<br />

GIO JULIO TISSERA, EDELMIRO CRUZ BUSTOS, ÁN-<br />

GEL GUSTAVO JAEGGI DÍAZ, GABRIEL DANTE MÁR-<br />

QUEZ, ABDOM ARROYO VILLAREAL, LILIANA SOFÍA<br />

369


BARRIOS DE CASTRO, GABRIEL LÓPEZ, HÉCTOR A.<br />

ARAÚ}O (CIRO), ROGELIO ANÍBAL LESGART, LILIA-<br />

NA ALICIA MARCHETTI DE ARAÚ}O, GRACIELA MA-<br />

RÍA DOLDÁN (TERESA), RODOLFO GARCÍA, HORA-<br />

CIO MARIO GONZÁLEZ, ROSA DORY MAURE KREI-<br />

KER, MARÍA AMELIA LESGART, HÉCTOR MICILLO,<br />

LUIS ANSELMO RICCIARDINO, VICTORIA OLIVAR,<br />

HUGO EDUARDO DONEMBERG, LUIS CARLOS VIG-<br />

NAL, XX DE ARAÚ}O,JUANA AlBAR, XX POBLETE, XX<br />

PUJOL, RAÚL ROMERO (GORDO), MARÍA LUISA PIE-<br />

DRA, MAURICIA ZULIM CASTILLO, HAYDÉE LUCÍA<br />

MIRALLES, SIMÓN ÁNGEL SAPAG, BEATRIZ CITAN!,<br />

. SUSANA NOEMÍ HUARTE, ALEJANDRO E. JEREZ,<br />

MIGUEL ÁNGEL TORRES, CARLOS GUSTAVO GA-<br />

GLIARDO, NORMA BEATRIZ DAMORA, YOLANDA<br />

MABEL DAMORA, JOSÉ ALBERTO GARCÍA, GUSTA-<br />

VO DANIEL TORRES, RODOLFO GUSTAVO GA-<br />

LLARDO, NÉSTOR PÁEz, NORA GRACIELA PERET-<br />

TI DE GALLARDO, VICENTE FERNÁNDEZ QUINTA-<br />

NA, HUGO ANTONIO ZÁRATE, NÉSTOR ALBINO<br />

ACOSTA LUDUEÑA, JOSÉ LUIS AGUILAR, JOSÉ AN-<br />

TONIO APONTES PALOMO, HUGO ALBERTO GAR-<br />

cÍA, JOSÉ LUIS AGUILAR, JOSÉ LUIS AGUILAR, JOR-<br />

GE ELISEO CÁCERES, CARLOS LIDUENA, aMAR<br />

ALEJANDRO OLAECHEA, GUSTAVO ADOLFO CO-<br />

RREA, DIEGO FERREIRA BELTRÁN, SILVIA PERALTA<br />

DE FERREIRA, GUILLERMO ENRIQUE BARTOLI,<br />

370<br />

LUIS ALBERTO NIETO, JUAN CARLOS YABBUR,BRU-<br />

NO CARLOS CASTAGNA, PABLO EDUARDO OCHOA<br />

, '<br />

ANGEL LUIS ABRAHAM, CARLOS FELIPE ALTAMIRA,<br />

PEDRO ANTONIO GONZÁLEZ, EMA RAQUEL KO-<br />

NIG, ENRIQUE OSCAR CARREÑa, LUIS PABLO JUR-<br />

MUSSI, MARTHA T. LIZARRAGA DE JURMUSSI, NE-<br />

GRITA DE ROSSI, ROSA ASSADOURIAN, ANA SILVIA<br />

CANZIANI, DOMINGO DOMINICHI, MARÍA ZULEMA<br />

ESPECHE, VALENTÍN ESPECHE, MARÍA HORTENSIA<br />

FERREIRA ARGUELLO DE FRANCHI, XX FINGER, LI-<br />

LIANA GEL (OJOS), MARÍA E. GÓMEZ DE ARGAÑA-<br />

RAZ, ALEJANDRAJAIMOVICH, XX MATOSA DE MAU-<br />

RO, SUSANA MAURO DE ESPECHE, PABLO DANIEL<br />

ORTMAN, ALBERTO LUIS D SIMONAZZI, LUIS RO-<br />

QUE LEIVA (NEGRO), ALDO OSCAR OJEDA, VÍCTOR<br />

HUGO PACIARONI, CARLOS JOSÉ BARDEIO, HER-<br />

NÁN ANDRÉs VIVES, ANA MARÍA ESPEJO (NEGRITA),<br />

LITA R. MOSISCLE, CARLOS ALBERTO VELÁZQUEZ,<br />

LELIO ANTONIO CANZIANI, JORGE OMAR CAZaRLA<br />

(VASCO), ZULEMA EDITH BENDERSKY, PEDRO AN-<br />

TONIO JuÁREz, HUMBERTO ENRIQtJE PACHE, JOR-<br />

GE REYNALDO RUARTES, AÍDA ALICIA PASTARINI,<br />

MARÍA D. CARMEN FRANCHI FERREIRA, JUAl"l AL-<br />

• BERTO LÓPEZ, PATRICIA MARÍA PEDROCHE, RA-<br />

MÓN ROQUE CASTILLO, CARLOS ROQUE GARCÍA,<br />

ERNESTO ANDREOTTI, MARÍA CRISTINA MONGIA-<br />

NO, JORGE HORACIO GALLO PAGGI, MARIO DO-<br />

371


CRISTINA DEL V. MORANDINI HUESPE, HÉCTOR<br />

LUIS MORANDINI HUESPE, MARTÍN GUILLERMO<br />

SOSA, HORACIO AMADEO BERTOLOTTI, ALDO RA-<br />

MÓN CANTERO, RAMIRO SERGIO BUSTILLO, JUAN<br />

CARLOS NAVARRO, JOSÉ NICOLÁS BRIZUELA, JOR-<br />

GE BERNABÉ BRAVO, SERGIO EDUARDO GUTIÉ-<br />

RREZ, ADRIANA CLAUDIA SPACCAVENTO (ANA),<br />

JORGE OSCAR VÁZQUEZ, HILDA FLORA PALACIOS,<br />

OSVALDO MARÍA RÍOS, RAÚL OSVALDO CARDOZO<br />

FOGLIARES, DANIEL OSCAR ROMANUTTI, MIGUEL<br />

ANDRÉS CASAL, JORGE DEL CARMEN FONSECA,<br />

JUAN JACOBO MOGILNER, PERLA ELIZABETH SCHE-<br />

.NEIDER, ALBERTO OSCAR PESARINI, GUSTAVO LU-<br />

NA, JOSÉ ALBERTO CASALE, VÍCTOR CARLOS DÍAZ,<br />

EMILIA PATRICIA RENANCO RARO, LUIS ALBERTO<br />

CONTI, MANUEL ANTONIO BELTRÁN, VICTORIO<br />

ACUÑA, PEDRO ANTONIO GONZÁLEZ, LEÓN AL-<br />

BERTO MACRÓN, MARIO BALDARRAMA, JOSÉ RO-<br />

DRÍGUEZ, GERARDO RAMÓN RICARDONE, FEDORA<br />

SOKOL, ESTELA BEATRIZ VEROLEZ DE JEREZ, XX<br />

BAZÁN, CARAM NAHUM, HÉCTOR HUGO MARTÍ-<br />

NEZ, ALDO ROQUE GONZÁLEZ, HORACIO CANELO,<br />

OLGA DEL CARMEN MOLINA, JOSÉ MANUEL OCHU-<br />

ZA, RICARDO FERMÍN ALBAREDA,XX GUILLÉN, XXX<br />

GUILLÉN, XXXX GUILLÉN, (H) GUILLÉN, X(H) GUI-<br />

LLÉN, XX(H) GUILLÉN, MARÍA C. GUILLÉN DE PE-<br />

LLIZARIL, DANIEL ALBERTO ROQUE OUSSET, NÉs-<br />

376<br />

TOR VILLAREAL, JORGE LUIS DÍAZ, RICARDO DA-<br />

NIEL SANTILLI PAIRONI, VÍCTOR JULIO VÉLEZ,<br />

EDUARDO JOSÉ BICOCCA, VIVIANA BEATRIZ REAL<br />

MEINERS, DANIEL HORACIO SAN MARTÍN, ELBA RO-<br />

SARIO PUCHETA DE suÁREz, R. CEBALLOS, ALEJAN-<br />

DRO MANUEL MORALES, RAÚL ERNESTO SUÁREZ,<br />

HUGO ALBERTO JUNCO, JOSÉ ANTONIO ANDRADA,<br />

JUAN JOSÉ CHABROL, OSCAR DOMINGO CHABROL,<br />

(DARÍO), JOSÉ MIGUEL FERRERO, JOSÉ LUIS GOYO-<br />

CREA, RAÚL FRANCISCO VI]ANDE, ENRIQUE DANIEL<br />

GUILLÉN, JUAN JOSÉ D'AMICO, ALFREDO HORACIO<br />

LÓPEZ AYLLÓN, ELBER MARIO H. ORIA, VÍCTOR PA-<br />

BLO BOICHENKO, JACOBO LERNER, DALILA MATIL-<br />

DE BESSIO DE DELGADO, OSCAR VICENTE DELGA-<br />

DO (CAMACHO), RAÚL OSVALDO LEVIN BECEDA,<br />

RODOLFO CÉSAR GORDILLO, RAMÓN DUARTE, PA-<br />

BLO PAYER, RICARDO ALFREDO ZURSCHMITTEN,<br />

MARÍA IRENE GAVALDAGORDO, GERARDO ESPÍN-<br />

DOLA, HUGO MILCÍADES CONCHA, ADRIÁNJOSÉ FE-<br />

RREYRA,DANIEL ANTONIO SIN'TOR


•<br />

Índice<br />

Confesiones previas 11<br />

Uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13<br />

Dos 89<br />

Tres 225<br />

<strong>¿Final</strong>? 317<br />

Posdata a la undécima edición 365


•<br />

Biografía<br />

Fernando Butazzoni nació en Montevideo, en 1953.<br />

Narrador, ensayista, guionista cinematográfico y periodista.<br />

Ha escrito, entre otros libros, las novelas El<br />

tigre y la nieve, Príncipe de la muerte, La noche en que<br />

Gardellloró en mi alcoba, Mendoza miente (Alfaguara),<br />

Libro de Brujas (Alfaguara); los reportajes Noticias de<br />

la guerra, Seregni-Rosencof Mano a mano (Aguilar), y<br />

el ensayo Alabanza de los reinos imaginarios, sobre la<br />

poesía de Lautréamont. Por su obra literaria ha recibido<br />

premios internacionales (Casa de las Américas,<br />

EDUCA). Como periodista ha trabajado en diarios,<br />

revistas, radio y televisión. Fue corresponsal de guerra<br />

y director de publicaciones en América Latina y<br />

Europa. Estuvo exiliado durante once años, militó en<br />

el Frente Sandinista de Nicaragua y combatió como<br />

oficial de artillería en la guerra que depuso al dictador<br />

Anastasio Somoza. En la actualidad es director<br />

de Promoción Cultural del gobierno de Montevideo .

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