Universidad Católica San Antonio CAPELLANÍA ORACIONAL Libro ...

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10.05.2013 Views

dolor, sino más bien me infunden vuestra caridad. Estas heridas no producen mis llantos, sino más bien os introducen en mis entrañas. La dislocación de mi cuerpo dilata más mi regazo para acogeros a vosotros, y no acrecienta mi dolor. Mi sangre no se malogra, sino que sirve para vuestro rescate. Venid, pues, regresad y probad al menos al padre, viendo que devuelve bondad a cambio de maldad, amor a cambio de ofensas, tan gran caridad a cambio de tan grandes heridas. Pero oigamos ya qué pide el Apóstol: os ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos. El Apóstol, rogando de este modo, arrastró a todos los hombres hasta la cumbre sacerdotal: que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Ah inaudito oficio del pontificado cristiano, en el que el hombre es a la vez hostia y sacerdote, porque el hombre no busca fuera de sí lo que va a inmolar a Dios; porque el hombre, cuando está dispuesto a ofrecer sacrificios a Dios, aporta como ofrenda lo que es por sí mismo, en sí mismo y consigo mismo; porque permanece la misma hostia y permanece el mismo sacerdote; porque la víctima se inmola y continúa viviendo, el sacerdote que sacrifica no es capaz de matar! Admirable sacrificio, donde se ofrece un cuerpo sin cuerpo y sangre sin sangre. Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Hermanos, este sacrificio proviene del ejemplo de Cristo, que inmoló vitalmente su cuerpo para la vida del mundo, y lo hizo en verdad hostia viva, ya que habiendo muerto vive. Por tanto, en tal víctima la muerte es aplastada, la hostia permanece, vive la hostia, la muerte es castigada. De aquí que los mártires por la muerte nacen, con el fin comienzan, por la matanza viven, y brillan en los cielos, mientras que en la tierra se consideraban extinguidos. Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva y santa. Esto es lo que cantó el profeta: no quisiste sacrificio ni oblación, y por eso me diste un cuerpo (Sal 39, 7). Hombre, sé sacrificio y sacerdote de Dios; no pierdas lo que te dio y concedió la autoridad divina; vístete con la estola de la santidad; cíñete el cíngulo de la castidad; esté Cristo en el velo de tu cabeza; continúe 72

la cruz como protección de tu frente; pon sobre tu pecho el sello de la ciencia divina; enciende el incensario en aroma de oración; toma la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, con seguridad, mueve tu cuerpo como víctima de Dios. El Señor busca la fe, no la muerte; está sediento de deseos, no de sangre; se aplaca con la voluntad, no con la muerte. Lo demostró, cuando pidió a Abraham que le ofreciera a su hijo como víctima. Pues, ¿qué otra cosa sino su propio cuerpo inmolaba Abraham en el hijo?, ¿qué otra cosa pedía Dios sino la fe al padre cuando ordenó que ofreciera al hijo, pero no le permitió matarlo? Confirmado, por tanto, con tal ejemplo, ofrece tu cuerpo y no sólo lo sacrifiques, sino hazlo también instrumento de virtud. 262. Porque cuantas veces mueren las artimañas de tus vicios, tantas otras has inmolado a Dios vísceras de virtud. Ofrece la fe para castigar la perfidia; inmola el ayuno para que cese la voracidad; sacrifica la castidad para que muera la impureza; impón la piedad para que se deponga la impiedad; excita la misericordia para que se destruya la avaricia; y, para que desaparezca la insensatez, conviene inmolar siempre la santidad: así tu cuerpo se convertirá en hostia, si no ha sido manchado con ningún dardo de pecado. Tu cuerpo vive, hombre, vive cada vez que con la muerte de los vicios inmolas a Dios una vida virtuosa. No puede morir quien merece ser atravesado por la espada de vida. Nuestro mismo Dios, que es el Camino, la Verdad y la Vida, nos libre de la muerte y nos conduzca a la Vida. * * * * * 73

dolor, sino más bien me infunden vuestra caridad. Estas heridas<br />

no producen mis llantos, sino más bien os introducen en<br />

mis entrañas. La dislocación de mi cuerpo dilata más mi regazo<br />

para acogeros a vosotros, y no acrecienta mi dolor. Mi sangre no<br />

se malogra, sino que sirve para vuestro rescate. Venid,<br />

pues, regresad y probad al menos al padre, viendo que devuelve<br />

bondad a cambio de maldad, amor a cambio de ofensas, tan gran<br />

caridad a cambio de tan grandes heridas.<br />

Pero oigamos ya qué pide el Apóstol: os ruego que ofrezcáis<br />

vuestros cuerpos. El Apóstol, rogando de este modo, arrastró a<br />

todos los hombres hasta la cumbre sacerdotal: que ofrezcáis<br />

vuestros cuerpos como hostia viva. Ah inaudito oficio del<br />

pontificado cristiano, en el que el hombre es a la vez hostia y<br />

sacerdote, porque el hombre no busca fuera de sí lo que va a<br />

inmolar a Dios; porque el hombre, cuando está dispuesto a ofrecer<br />

sacrificios a Dios, aporta como ofrenda lo que es por sí mismo, en<br />

sí mismo y consigo mismo; porque permanece la misma hostia y<br />

permanece el mismo sacerdote; porque la víctima se inmola y<br />

continúa viviendo, el sacerdote que sacrifica no es capaz de matar!<br />

Admirable sacrificio, donde se ofrece un cuerpo sin cuerpo y<br />

sangre sin sangre. Os ruego por la misericordia de Dios que<br />

ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Hermanos, este<br />

sacrificio proviene del ejemplo de Cristo, que inmoló vitalmente<br />

su cuerpo para la vida del mundo, y lo hizo en verdad hostia viva,<br />

ya que habiendo muerto vive. Por tanto, en tal víctima la muerte es<br />

aplastada, la hostia permanece, vive la hostia, la muerte es<br />

castigada. De aquí que los mártires por la muerte nacen, con el fin<br />

comienzan, por la matanza viven, y brillan en los cielos, mientras<br />

que en la tierra se consideraban extinguidos. Os ruego por la<br />

misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia<br />

viva y santa. Esto es lo que cantó el profeta: no quisiste sacrificio<br />

ni oblación, y por eso me diste un cuerpo (Sal 39, 7). Hombre, sé<br />

sacrificio y sacerdote de Dios; no pierdas lo que te dio y concedió<br />

la autoridad divina; vístete con la estola de la santidad; cíñete el<br />

cíngulo de la castidad; esté Cristo en el velo de tu cabeza; continúe<br />

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